Los enfriamientos del espíritu, que a veces experimentamos, no deben ni maravillarte, ni abatirte, ni desanimarte; ya que, con tal de que tengas un verdadero deseo de fervor y que no dejes, como consecuencia de los mismos, tus santas prácticas de piedad, el alma sigue bien, y sirve y ama a Dios, y además con amor desinteresado. Dime, mi buena hija, ¿acaso el dulce Jesús no nació en el corazón del frío?; y ¿por qué no ha de seguir estando en el frío del corazón? Yo me refiero a ese frío que no consiste en un debilitamiento de nuestros buenos propósitos, sino sencillamente en cierto cansancio y pesadez de espíritu, que nos hace avanzar con sufrimiento en el camino en el que estamos, y del que no queremos apartarnos nunca hasta que lleguemos a la meta.
*Santo Padre Pío
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