Hijo mío querido, deseo ardientemente que tú renazcas y te renueves. Deseo que apartes totalmente de ti toda pereza y toda negligencia; deseo también, hijito mío, que no dejes de orar y velar y hacer toda obra buena, tanto si te fuere quitada la gracia como si la poseyeras.
Es cosa buena, hijo mío, y muy agradable a Dios que con el fervor de la gracia divina tú ores y veles y trabajes y te esfuerces en toda obra buena; pero es más grato y agradable a Dios si, al disminuir la grada de Dios o al serte quitada, no reduces tus oraciones, tus vigilias y las demás obras buenas.
Realiza sin la gracia las mismas cosas que realizabas con la gracia. De tal manera, hijo mío, si el ardor del fuego divino te solicita y te apremia a veces a orar, velar y obrar, cuando a Dios agrade quitarte ese ardor o ese fuego, por culpa tuya, como sucede a menudo, o para que su gracia en ti se dilate más y aumente, entonces debes esforzarte lo mismo por no rezar menos, ni velar menos, ni disminuir tu empeño en toda obra buena.