Por
lo general, la vida de cualquier santo es fruto de una vocación que
termina convirtiéndose en una historia cargada de acción y repleta de
carácter. Dicha historia es un eslabón en el devenir de la Iglesia y,
por consiguiente, repercute en el mundo. A este respecto, escribir sobre
Santo Tomás de Aquino por poco que sea, siempre será, al menos para mí,
un reto y un desafío, lo haga como lo haga.
Santo Tomás no es un santo “popular” al
uso, si me es permitida la expresión. Su contribución a la vida de la
Iglesia, desde mi punto de vista, ha sido insuperable, ya que,
inmediatamente después de su muerte, filósofos y teólogos han utilizado
su trabajo para pensar y presentar las formas de enseñanza de la fe y su
comprensión en tiempos y lugares muy diferentes, siendo hasta hoy
novedosa; porque, aunque pueda parecer extraño, Santo Tomás, aún hoy,
siempre tiene algo nuevo que decir.
Últimamente he estado pensando sobre los motivos
por los que cada vez parece interesarnos menos Santo Tomás y su legado.
Y, cuando digo “nos”, me refiero a los que parecen aborrecerlo en la
actualidad; como si nos molestase tan solo el nombrarlo, como si
produjera una sensación desagradable. Me da la impresión, espero estar
equivocado, de que pueda ser que a algunos les repele el hijo más grande
que ha tenido Santo Domingo. Santo Tomás, su figura y su obra, es
brújula segura en nuestra vocación, en eso de utilizar la herramienta
primordial que poseemos los frailes dominicos y así poder ser útiles a
los demás: el estudio. Y si a esto le unimos la parte espiritual de
nuestra vida, hallaremos la esencia de nuestra vocación de predicadores,
es decir, la sólida unión que hay entre la oración y el estudio y
viceversa. Aspecto que encontramos en Santo Tomás en grado de
perfección.
Adentrarnos
en todo lo que significa el Aquinate, es imbuirnos de dominicanismo
(gracias Abelardo Lobato, Martín Gelabert, Sixto Castro, Moisés Pérez
por abrirme los ojos, en persona o con vuestras obras). Se trata de
estudiar y contemplar, para luego dar lo contemplado, la forma
de entender las relaciones entre la fe y la razón; la demostración de la
existencia de Dios y reflexionar sobre el comportamiento humano. Nada
más y nada menos que sobre nosotros mismos, sobre nuestra vida, sobre
nuestra vocación. Nuestra inquietud y preocupación como frailes
dominicos, siguiendo a Santo Tomás, deben estar orientadas a tratar de
comprender la palabra de Dios, utilizando la razón como instrumento.
Porque la teología, nos enseña Santo Tomás, es el esfuerzo de la razón
humana por comprender la palabra de Dios, por penetrar en su contenido y
de esta forma profundizar en nuestra fe.
Por eso creo que desde nuestra vocación de ser
frailes dominicos, debemos contemplar y estudiar lo que nos enseña Santo
Tomás sobre la fe. Es aquello del foco de luz, me explico: la fe es ese
foco de luz que hace ver a la razón el resultado al que tiene que
llegar en sus conclusiones; y a su vez nos indica si estamos en lo
correcto o es lo contrario. De esta forma, no solo se puede demostrar la
existencia de Dios, sino que, además, nos puede ayudar a entender cómo
es Dios; porque la intención de Santo Tomás no es demostrar que Dios
existe como si fuese algo antes no localizado. Lo que quiere mostrarnos
es cómo nuestra fe puede tener sentido en el hoy que vivimos.
En definitiva, desde nuestra vocación de querer
ser frailes dominicos, profundizar sobre Santo Tomás, su vida y obra,
nos puede ayudar a estar más cerca de Dios; aunque sabiendo que nunca
abarcaremos todo lo que él abarcó, ni todo lo que nos dejó, y mucho
menos todo lo que experimentó. Pero, por si nos frustramos por esto o es
el motivo para no interesarnos por él, Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, nos dice con verdadera sabiduría:
“Para que uno se deleite, no se requiere que
consiga todo lo que desea, sino que se deleite en cada una de las cosas
que consigue”. (Suma de Teología I-II, q.30, a.4, ad 3)