Hasta la reforma del calendario litúrgico de la Iglesia católica
establecido por Pablo VI el 14 de febrero de 1969, había dos fechas para
la celebración de la Cátedra de San Pedro: la de hoy era la Cátedra de
San Pedro en Antioquía. Y el 18 de enero, la Cátedra de San Pedro en
Roma. El nuevo calendario unifica las dos en este día. Se trata de la
celebración del Primado de Pedro sobre la Iglesia Universal, que Cristo
le prometió -Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia- en
Cesarea de Filipo, cuando la «confesión» de Pedro (Mt 16, 13-19), y le
confirió, ya resucitado, junto al lago de Tiberíades: Apacienta mis
corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21, 15-19).
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De Antioquía a Roma
Cuando se visita Antioquía, la primera gran capital del cristianismo,
uno de los poquísimos vestigios del glorioso pasado cristiano que
muestran es la iglesia de San Pedro, a las afueras de la actual ciudad.
No hay culto alguno en esa iglesia, como no lo hay en la iglesia de las
iglesias, Santa Sofía de Constantinopla-Estambul: son lugares de
turismo, más explotados que cuidados. Y causa cierta tristeza esa casi
total ausencia de presencia cristiana en Antioquía, donde Pedro inició
su pontificado; donde se inventó el nombre cristiano para designar a los
discípulos de Jesús; donde se encontraron simultáneamente cristianismo,
judaísmo y paganismo; desde donde partieron todas las misiones
apostólicas para la evangelización del Imperio Romano...
Más fortuna ha tenido Roma, durante tantos siglos centro visible de
la cristiandad. Aunque no se trate de una sede o silla física, sino de
la misión de fortalecer a los hermanos en la fe, que Pedro recibió de
Jesús (Cf. Lc 22, 32), no está de más recordar que el pueblo romano
veneraba ya en el siglo IV una silla o cátedra de madera de encina, en
la que, según una tradición, se había sentado el apóstol Pedro: el único
apóstol que la iconografía representa sentado. Y esta silla se ha
conservado en Roma hasta nuestros días, con algunos adornos, pero
sustancialmente la misma: una silla-cátedra de madera, de casi 90
centímetros de anchura y 78 de altura hasta el asiento, con un dosel que
termina con un tímpano triangular.
Se cree que esa silla o cátedra de Pedro se veneraba ya en los
primeros siglos en la iglesia de Santa Prisca, en el Aventino, donde una
tradición asegura que fue la residencia de San Pedro. En el siglo IV,
el papa español San Dámaso la trasladó al baptisterio del Vaticano,
junto a lá tumba de Pedro. Durante toda la Edad Media, la sede o cátedra
de Pedro estuvo muy al alcance de los peregrinos, algunos de los cuales
procuraban cortar clandestinamente algunas astillas que se llevaban
como reliquia. Hasta que Bernini, en el siglo XVI, le dedicó el
famosísimo altar barroco en el ábside de la actual basílica vaticana,
con la colosal cátedra de bronce, que es el relicario de la preciada
reliquia. «En el espléndido monumento berniniano de la Cátedra colocada
en el ábside de la basílica vaticana, el 17 de enero de 1666, por deseo
del papa Alejandro VII, se ocultó una alhaja que durante los siglos
había sido objeto de veneración por parte de los fieles y peregrinos que
llegaban a Roma: la cátedra de madera de San Pedro, que, sin embargo,
al haberse ocultado a los ojos de los devotos, perdió su popularidad y
culto.
En 1968 se procedió a su análisis. Trasladada a la sala adjunta a la
sacristía de los canónigos, el 30 de diciembre de 1968 se procedió al
examen estructural de la madera. También se realizaron dos tipos de
análisis para intentar fecharla: el primero fue de carácter
dendrocronológico, el segundo con el carbono 14. En el primer caso se
realizó sólo sobre una tabla que formaba parte del tímpano y,
presuponiendo que fuera encina de hojas caducas, probablemente roble o
encina blanca, aún fresca, se llegó a fijar su edad entre el 870 y el
880 d. C.; en el segundo análisis, algunos tipos de maderas (las del
apoyo de las placas, una de las cuales se quitó el 30 de octubre de 1969
para realizar el análisis) resultaron ser algunos siglos más antiguos, y
los que se consideraban que formaban parte de la estructura original de
la silla, sin embargo, de una edad más tardía que la del supuesto trono
carolingio. El intervalo de tiempo, de todos modos, es dema siado
amplio para establecer una crolonogía concorde y correcta».
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Siete siglos de fiesta litúrgica
La Cátedra de San Pedro es una de las celebraciones más antiguas del
cristianismo: hay ya un primer testimonio en lo que puede considerarse
como incipiente calendario cristiano, la Depositio martyrum del año 336,
pocos años después de alcanzar el cristianismo lo que se ha denominado
la paz constantiniana. El día 22 de febrero de este incipiente
calendario, con sólo una treintena escasa de fiestas de santos, está
dedicado al Natale Petri de Cathedra, que equivale a la fiesta de la
Cátedra de San Pedro, o, lo que es lo mismo, a la misión de Pedro como
maestro de la Iglesia de Jesucristo. Cada apóstol, y sus sucesores los
obispos, es el maestro de la fe en su Iglesia particular, y Pedro, y sus
sucesores en la sede de Roma, lo son de la Iglesia universal. El obispo
de Roma, como los obispos de toda la Iglesia, tienen su cátedra
(griego), su sede (latín), que dan nombre a la Iglesia capital de las
diócesis: catedral, seo. Pero sólo a Pedro se le representa sentado en
su cátedra, y los peregrinos que llegan de todo el mundo a la basílica
vaticana besan el pie de la colosal escultura de San Pedro en su
cátedra, a la derecha del altar de la Confesión.
En la rica liturgia de la consagración y toma de posesión de las
diócesis, hay un momento de suma importancia: cuando el nuevo obispo es
entronizado en su sede, lugar sagrado y principal desde el que impartirá
su magisterio espiritual. Pero sólo a la sede de Pedro, a la sede del
papa, se da nombre de cátedra. Y así ha venido sucediéndose de
generación en generación.
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Tú eres Pedro
El texto evangélico de la promesa del Primado, que Cristo hizo a
Simón en Cesarea de Filipo, cambiándole el nombre por el de
Kefas-Petros-Pedro, es definitiva para la doctrina del Primado: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno
no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que
ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la
tierra quedará destado en el cielo. El relato de Mateo 16, 13-19, que la
liturgia pone en la celebración de esta fiesta, es admitido desde los
primeros tiempos del cristianismo como algo tan firme como la roca, la
piedra, con la que Cristo identifica el nombre y la misión de Pedro,
aplicado a la «Santa Sede», al obispo de Roma, sucesor de Pedro. Es el
símbolo y el fundamento visible de la unidad de la Iglesia, según la
célebre sentencia de San Cipriano, inspirada en San Pablo (Ef 4, 5): Se
otorga a Pedro el primado para que quede patente que la Iglesia de
Cristo es una, como una es la cátedra... Uno es Dios, uno Cristo, una la
Iglesia y una la cátedra fundada sobre Pedro según la palabra del Señor
(Carta 43, 5). La Cátedra de Pedro es la cátedra de la unidad de la
doctrina de la Iglesia.
Aunque los primeros concilios ecuménicos se celebraran en Oriente
(actual Turquía), no faltaban los legados del obispo de Roma y los
mensajes del papa, que hacían presente a Pedro: Pedro nos ha hablado por
la voz de León (Mansi 6, 971), declaraba el Concilio de Calcedonia (año
451) cuando se leyó solemnemente una carta que enviaba al Concilio el
papa León Magno.
La vivencia de la fe cristiana en Occidente ha asumido desde los
primeros tiempos de la Iglesia la aceptación del primado de Pedro y el
primado de Roma como parte integrante de esa fe, que la fiesta de hoy ha
querido celebrar y potenciar. A principios del siglo V, San Agustín (-v
28 de agosto) miraba hacia atrás y exclamaba un 22 de febrero: La
institución de la solemnidad de este día recibió de nuestros antepasados
el nombre de cátedra, porque se cuenta que el príncipe de los apóstoles
recibió en un día como hoy la cátedra del episcopado. Es razonable que
la Iglesia celebre esta sede, recibida por el apóstol para la salvación
de las Iglesias (Sermón 190, 1. PL 39, 2100). Y en otro lugar: Bendito
sea Dios, que ordenó ensalzar al apóstol Pedro sobre la Iglesia. Digno
es honrar esta roca, mediante la que nos es posible escalar el cielo
(Sermón 15 sobre los Santos).