En el milagro de la vida humana cada
persona tiene sus auroras y su atardeceres, sus momentos luminosos y
otros de tenue luz, entre nieblas.
Tanto las auroras como los atardeceres simbólicos, podemos apreciarlos si vemos en la jornada de un día cualquiera que
- hay personas enfermas con rostro plácido y una sonrisa en los labios; y las hay de salud robusta pero con violenta amargura en su rostro;
- hay hombres y mujeres que sólo en la acción hallan descanso o equilibrio; y los hay que precisan de frecuente soledad para que su estado de ánimo no sufra quebrantos;
- reservar tiempo de rumia de sus ideas; y los hay tan meditativos y secundarios que en la rumia se desvelan;
- hay contemplativos en la acción, que tienen a Dios a su lado a dondequiera que van; y los hay que van a Dios, en contemplación más desnuda, allí donde Él se encuentra, en el silencio;
- hay seguidores de Cristo en el pregón de las parábolas y en la expulsión de los vendedores del templo; y los hay en el camino de la cruz con túnica de voluntarios cireneos...
Todo eso acontece uno y otro día.
Pero si nos preguntamos cuál es la forma más habitual de cultivar
caminos de santidad, entre auroras y atardeceres, responderemos que la
mayoría de los mortales programamos nuestro camino hacia Dios tomando
por bandera la caridad, la solidaridad, el testimonio de fidelidad en
el respectivo estado, el servicio educativo o asistencial, la
disponibilidad misionera ... Muy pocos son los que, libres para elegir
vías de ascenso, optan por subir a la cumbre por vericuetos que
llaman de muerte mística o vaciamiento de todo amor que no sea el de Cristo crucificado.
Son pocos, pero los hay.
Y si recapacitamos en el mensaje
de Cristo, nos percataremos de que, aún sin tomar por bandera la cruz
de Cristo, no hay caminos sólidos de perfección humana y cristiana que
no cuenten con cierta aproximación a la muerte mística en su reino de caridad, amor, sacrificio, abnegación, negación de sí mismo.
Para recordar esa gran verdad,
nos ha parecido loable compartir en este Cuaresma los pensamientos
amorosos, o los amores iluminados, del santo fundador de los
religiosos Pasionistas, Pablo de la Cruz. Él, por el año 1760, dedicó a
una joven novicia, Sor Ángela M. Cencelli, un tratadito sobre La muerte mística, como guía de la “consagrada” que quiera llegar amando al Corazón del Señor, dejando cualquier otro amor por el camino.
Al leer y meditar algunos de sus textos, cada cual tiene que
introducirse en el alma y corazón de Sor Ángela para estar hablando
con ella al Señor. El texto lo tomamos del libro editado por la
Biblioteca de Autores Cristianos, Clásicos de espiritualidad, Vivencia de Cristo paciente, de san Pablo de la Cruz, pp. 31-38.