Los lemas ofrecen un
interesante tema de reflexión, pues son breves y estimulan el
pensamiento. Comencemos por el lema de los benedictinos. Su Orden no
nació con un lema, pero en el transcurso del tiempo llegaron a adquirir
al menos uno: Quaerite faciem eius semper, "buscad siempre su rostro".
Procede de los salmos, como conviene, dado que los monjes recitan
semanalmente todo el salterio. El lema expresa la búsqueda de Dios y el
deseo del monje de vivir con Él, en un amor espiritual. Su fuente se
encuentra en el salmo 104, versículo 4, que debe ser cotejado con Sal
24,6 ("Éste es el grupo que busca al Señor") y 26,8 ("Oigo en mi
corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu
rostro"), según la numeración hebrea.
El lema de los jesuitas es muy
conocido: Ad maiorem Dei gloriam, A.M.D.G., "(hacedlo todo) para la
mayor gloria de Dios". Hace mucho tiempo, Pablo exhortaba a la
cristianos de Corinto diciéndoles: "Por tanto, ya comáis, ya bebáis o
hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para mayor gloria de Dios" (1
Co 10,31). Y la primera carta de Pedro (4,11) añade: "Si alguno presta
un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios
sea glorificado en todo por Jesucristo". Esta referencia añade una nota
cristológica importante, que conviene a una orden llamada "Sociedad de
Jesús". Lo que falta, no obstante, es el magis (el más), característico
del ejercitamiento de la voluntad en San Ignacio de Loyola, a fin de que
ésta dé su todo, e incluso más. Podemos encontrar esta especificación
en la magnífica oración de San Pablo: "Que vuestro amor siga creciendo
cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento" (Fil 1,19).
Dice también: "Os exhortamos, hermanos, a que continuéis practicándolo
más y más" (1 Tes 4,10).
VÉRITAS, lema de los dominicos y de Harvard
Si dirigimos ahora nuestra
mirada hacia los tres lemas dominicanos, nos encontramos en primer lugar
con VÉRITAS (la Verdad). Es un tema que encontramos especialmente en
San Juan (y en San Pablo) dentro del Nuevo Testamento, aunque está
presente en todo él, excepto en el Apocalipsis (donde, sin embargo, el
adjetivo alethinos, "verídico", se encuentra diez veces). Hay que decir
que, entre los numerosos textos que han podido inspirar esa selección de
los dominicos de aquella época (queremos ser selectivos), un punto de
partida evidente es el versículo que une verdad y libertad: "Vosotros
conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32). Este
versículo tiene raíces fuera de la Biblia, en la filosofía estoica; más
tarde será un texto apreciado por la "Filosofía ilustrada". Thomas
Jefferson, por ejemplo, lo eligió como inscripción (en griego) para el
pórtico de entrada de la biblioteca de la Universidad de Virginia, cuyo
programa académico y diseño arquitectónico habían sido establecidos
personalmente por él.
graduados se encontraron entre los Padres Peregrinos que, en tiempos de la persecución real, se refugiaron en Massachusetts y fundaron en 1634 la Universidad de Harvard en una ciudad que llamaron Cambridge, en los alrededores de Boston. Dieron a la universidad (que inicialmente era un modesto colegio) el lema que habían heredado del Colegio del Emmanuel en Cambridge, Inglaterra. Es así como Harvard y la Orden dominicana llegaron a compartir un mismo lema.
En la base de la Constitución de los Estados Unidos
El vínculo que establece San
Juan (8,32) entre verdad y libertad es importante en un contexto
dominicano a causa de la naturaleza de nuestras Constituciones, signo
temprano de la democracia representativa. Los frailes eran libres para
elegir a sus superiores, así como a los delegados en el capítulo
provincial y en el general. Según una obra de sir Ernest Barker,
especialista inglés en ciencias políticas, esas Constituciones fueron
estudiadas por el entonces arzobispo de Cantorbery, Stephan Langton
(vivió entre aproximadamente 1150-1228), que las tomó como modelo para
la Convocatoria (Sínodo) de la Iglesia de Inglaterra. (En razón de su
influencia sobre la Carta Magna, Langton es llamado el Padre de las
libertades inglesas.) Cuando la Inglaterra de la Edad Media se esforzó
en proyectar la Cámara de los Comunes como futuro Parlamento
(frecuentemente llamado “madre” de todos los posteriores parlamentos),
se tomó el modelo de la Convocatoria. Y así fue como las Constituciones
de los dominicos contribuyeron a la formación del primer parlamento de
Europa (ver Ernest Barker, L'Ordre dominicain et la Convocation, Londres
1913). Cuando en 1554 los protestantes reformados de Francia se
reunieron por primera vez en Sínodo nacional, también ellos tomaron como
modelo las Constituciones de los dominicos (ver J.T. McNeill, Histoire
du calvinisme, New York, 1954.) El modelo británico influyó en la
formación de la democracia estadounidense, así como en la de las otras
colonias británicas anteriores.
Predicar sin desvariar
Consideremos aún algunos otros
textos bíblicos. Regresemos, nuevamente en San Juan, a la oración de
Jesús por la unidad: "Conságralos en la verdad: tu palabra (logos,
¿Cristo?) es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he
enviado al mundo. Y por ellos me consagro a mí mismo, para que también
ellos sean consagrados en la verdad" (Jn 17,17-19). El Cristo de Juan
ruega dos veces para que sus discípulos sean consagrados en la verdad.
Para Juan, esta verdad es una persona, el propio Cristo, revelación
definitiva del Padre. El versículo intermedio habla de misión, de
evangelización. Jesús es enviado al mundo por su Padre. Cuando él se
prepara para dejar este mundo, ruega para que su misión sea prolongada,
en el espacio y en el tiempo, por sus discípulos. Esta idea de una
misión para proclamar y testimoniar la verdad es la que impide que los
versículos próximos sucumban a una inercia intemporal y estática. El
conjunto del pasaje puede aplicarse a todos los discípulos de Cristo,
pero se aplica particularmente a los dominicos en razón del acento
específico de su vocación de predicadores. A esto podemos añadir la
afirmación de Jesús ante Pilatos: "Para esto he nacido yo y para esto he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). Tomás de
Aquino, en su pequeña autobiografía al comienzo de la Summa contra
Gentiles (1,2), aplica ese versículo a su propia vocación y para
definirse a sí mismo. ¡Pues nada, manos a la obra!
Mencionemos aún el texto de
Efesios 4,15: "Siendo sinceros en la verdad y el amor, crezcamos en todo
hasta Aquel es es la Cabeza, Cristo..." (La Vulgata traduce el
participio introductorio por "haciendo la verdad", lo cual pone el
acento más bien sobre el acto moral que sobre la predicación.) Aquí la
misión de anunciar o de predicar la verdad, que es la misión central de
los dominicos, es puesta en contacto con ese valor esencial del
cristianismo que es la caridad, añadiéndole una relación con el proceso
de maduración psicológica y espiritual. Predicar el evangelio de la
verdad debe integrarse con esos otros valores, si no se quiere desvariar
y terminar en una academicismo estéril e inhumano.
CONTEMPLAR Y PROCLAMAR
Llegamos ahora al segundo lema:
Contemplari et contemplata aliis trádere, "contemplar y dar a los otros
el resultado de nuestra contemplación". La fuente es bien conocida. La
fórmula procede de Tomás de Aquino, en su breve tratado sobre el
proyecto de vida dominicana (Summa theologiae II-II, q. 188, a. 6): "¿Es
superior una Orden religiosa dedicada a la vida contemplativa a aquella
otra que se consagra a las obras de
la vida activa?". Santo Tomás responde: "Es más perfecto comunicar a los otros lo que se ha contemplado que únicamente contemplar". Esto es muy conocido, pero hasta el momento presente no se ha buscado el fundamento bíblico de este ideal de vida. El propio Tomás no cita ningún texto bíblico para apoyar su postura. Pero está impregnada de literatura joánica. Resulta evidente, cuando las cosas se ven detenidamente, que la célebre fórmula de Tomás no es sino una condensación, quizás inconsciente, de los versículos que abren la primera carta de Juan: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1,1-3). Tenemos ante nuestros ojos los elementos esenciales de la fórmula de Santo Tomás: contemplación y proclamación, en este orden. Ni Tomás ni Juan utilizan aquí la palabra técnica para referirse a la predicación, Keryssein, pero el sentido está claro.
la vida activa?". Santo Tomás responde: "Es más perfecto comunicar a los otros lo que se ha contemplado que únicamente contemplar". Esto es muy conocido, pero hasta el momento presente no se ha buscado el fundamento bíblico de este ideal de vida. El propio Tomás no cita ningún texto bíblico para apoyar su postura. Pero está impregnada de literatura joánica. Resulta evidente, cuando las cosas se ven detenidamente, que la célebre fórmula de Tomás no es sino una condensación, quizás inconsciente, de los versículos que abren la primera carta de Juan: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y que se nos manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1,1-3). Tenemos ante nuestros ojos los elementos esenciales de la fórmula de Santo Tomás: contemplación y proclamación, en este orden. Ni Tomás ni Juan utilizan aquí la palabra técnica para referirse a la predicación, Keryssein, pero el sentido está claro.
Juan Bautista como modelo
Otro pasaje que puede aportar
alguna luz a este lema es del Benedictus (Lc 1,76-79), donde Zacarías se
dirige directamente a Juan Bautista: "Y tú, niño, serás llamado profeta
del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos
(cf. Lc 3,4 y Is 40,3) y dar a su pueblo conocimiento de salvación por
el perdón de los pecados..., a fin de iluminar a los que se hallan
sentados en tinieblas y sombra de muerte y guiar nuestros pasos por el
caminos de la paz". Este pasaje puede ser aplicado a todo predicador de
la salvación. Los primeros dominicos consideraban a Domingo como un
nuevo Bautista, un predicador cuya tarea consistía en llamar al pueblo a
arrepentirse y a preparar el camino para que los hombres pudiesen
acoger a Cristo en su vida. (La reflexión previa o contemplación puede
encontrarse en el versículo 66, así como en Lc 2,19 y 2,51.) Cada
dominico o dominica puede hacer de ese pasaje una oración y un programa
personal, considerando tales palabras como dirigidas a él personalmente.
San Pablo cita el salmo 116,10:
"Creí, por eso hablé". Y añade: "También nosotros creemos, por eso
hablamos" (2 Cor 4,13). También ahora tenemos, en primer lugar,
creer/contemplar, y después, como una consecuencia necesaria para un
apóstol, hablar. Esta palabra que expresa la fe es una forma de
predicación.
ALABAR, BENDECIR, PREDICAR
El tercer lema es: Laudare,
benedicere, praedicare, "alabar, bendecir, predicar"; lo que significa
que nos preparamos para predicar a través de una vida de oración y de la
liturgia. También la fuente directa de este lema es muy conocida:
procede del prefacio de la bienaventurada Virgen María.
Hasta donde yo he podido saber, la fórmula no aparece tal cual en la Biblia. Resultó difícil encontrar para ella un fundamento bíblico. Pero la idea era sencilla y fundamental para la religión de la Biblia. Los salmos rebosaban alabanza, especialmente los cinco últimos. Los salmos 148 y 150 son puras alabanzas. El eco bíblico más cercano que yo he podido encontrar respecto de este lema se encuentra en el salmo 145. En hebreo es un salmo acróstico. Tenemos, en su orden, las tres palabras claves: "Todos los días te bendeciré por siempre jamás, alabaré tu nombre..., edad a edad encomiará tus obras, pregonará tus proezas" (Sal 145 2,4). El salmo continúa (vv. 11-13) hablando del Reino de Dios, tema extraño en el salterio e incluso en todo el Antiguo Testamento, excepto en Daniel, pero de importancia capital para los evangelios apócrifos, y particularmente para Mateo. La mención del reino es habitualmente interpretada como signo de un salmo tardío, aunque esto esté lejos de constituir una certeza. A continuación el salmo habla del Señor que alimenta a los hambrientos (vv 15-16), en unos versículos comúnmente utilizados en la oración clásica de acción de gracias antes de la comida, y nos conduce hacia el final con un versículo que nos asegura la proximidad del Señor para "todos los que le invocan con verdad" (v. 18). Lo cual nos remite a nuestro primer lema.
LA COHERENCIA DE LOS TRES LEMAS
Podemos reflexionar brevemente, a
modo de conclusión, sobre la unidad o la coherencia de esos tres lemas.
Podemos hacerlo en términos de objeto, de sujeto y de acción o de
respuesta social. La verdad, en sentido dominicano, es el fin o el
objeto de nuestra búsqueda de sabiduría de vida y de nuestra comprensión
de la realidad. A través de la razón y de la fe, llegamos a Dios como
fundamento de todo cuanto existe, como creador, sostén y redentor de su
mundo. El acceso más directo a esta presencia-ausencia de Dios lo
encontramos en la palabra explícita que Él nos dirige, Jesucristo, y en
la revelación que le anuncia y le presenta. Tanto Comtemplari como
Laudare, benedicere describen nuestra primera respuesta subjetiva a ese
don objetivo. En él depositamos nuestra mirada, lo estudiamos,
reflexionamos sobre él, lo memorizamos, le cantamos, le alabamos a
través de nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros ritos, y, lo que
es más, a través de todo nuestro estilo de vida. Sin embargo, esta
apropiación personal de la verdad no nos resulta suficiente. Necesitamos
proclamarla, predicarla "desde los terrados" (cf. Mt 10,27). Se trata
de nuestra misión de predicadores, de nuestra acción hacia los demás, de
nuestra caridad fraterna. Entendidos de este modo, los tres lemas
describen el amplio contorno del carisma y del modo de vida de los
dominicos, que en ellos pueden encontrar, por lo tanto, la unidad y la
coherencia de ese carisma y de ese modo de vida.
Benedict Thomas Viviano op,de USA,
Profesor de Sgda. Escritura-NT en la Universidad de Friburgo.
Profesor de Sgda. Escritura-NT en la Universidad de Friburgo.
Publicado en “Sources et vie dominicanine”, marzo-abril 1999, nº 2.