Fue éste el evento más importante y esperado que íbamos a presenciar: la ordenación de siete dominicos birmanos hermanos nuestros (5 de sacerdotes y 2 de diáconos). La ceremonia tuvo lugar en la mañana del día siguiente, 24 de noviembre, festividad de Cristo Rey, Patrón de la Catedral de aquella ciudad de Loikaw.
Ver para creer.
Ni la vieja ni la nueva catedral podían contener los miles de peregrinos venidos a la fiesta. Gentes procedentes de la ciudad y de las montañas lejanas, ataviadas con sus trajes típicos, llenaban el contorno. Había un ambiente festivo en el aire. Eran las siete de la mañana de aquel domingo y ya más de 200 niños y niñas en traje de primera comunión esperaban impacientes en dos filas el inicio de la procesión de los 104 sacerdotes concelebrantes hacia el altar colocado en una explanada cercana. Tres bandas de música acompañaron hasta el altar la larga cola de acólitos, niños, ordenandos con sus familiares, sacerdotes concelebrantes, y los dos obispos.
Llegados al altar, el obispo del lugar, Sotero Phamo, me dirigió una palabras de bienvenida, a mí y a los frailes de la Provincia allí presentes. Tuve que corresponder desde el ambón con unas palabras espontáneas que, traducidas a la lengua vernácula a través de los altavoces, pusieron el tono a la celebración que iba a dar comienzo: “Es una alegría para mi y para mis hermanos dominicos estar aquí hoy celebrando con vosotros la fiesta de Cristo Rey. Somos un grupo de dominicos venidos de distintos lugares: Hong Kong, Macao, Filipinas, Roma… Hemos venido no como turistas sino como peregrinos a acompañar al grupo de siete hermanos nuestros de esta diócesis de Loikaw que hoy se ordenan de sacerdotes y diáconos. Es la primera vez que esto sucede y por ello un acontecimiento histórico para nosotros, para la Orden dominicana y para la Iglesia, hecho posible gracias a vuestro obispo Sotero, a quien estamos profundamente agradecidos, y al obispo auxiliar Stephen que gentilmente ha aceptado ordenar a nuestros hermanos. Nos impresiona el colorido y la belleza del ambiente, vuestra religiosidad, vuestra fe viva. En pocas partes del mundo puede hoy día contemplarse el espectáculo que nuestros ojos tienen delante. Muchas gracias por vuestra hospitalidad y por el amor que mostráis a nuestros hermanos dominicos que hoy se ordenan y que quedarán aquí con vosotros para serviros y acompañaros. Que el Señor os bendiga y mantenga viva vuestra fe. Al regresar a nuestros lugares os llevaremos a todos en el recuerdo y en la oración. Gracias y Feliz Fiesta a todos!”
Un coro de trescientas personas, secundado por la multitud asistente, cantó la Misa en melodía gregoriana: Kyrie, Gloria, Sanctus, Agnus Dei. Una melodía nueva para mi aunque bastante pegadiza. Con un ritmo impactante fueron transcurriendo las casi tres horas que bajo un sol de justicia duró la celebración de la ordenación, con los momentos consabidos (letanía de los santos, imposición de manos, abrazos de bienvenida, etc.), a veces un tanto emotivos por la peculiaridad de la ocasión. Verdad es aquello de que para no caer víctima de emociones uno tiene a veces que imaginar que nada está pasando, cuando en realidad algo y muy significativo está de hecho pasando. Algunos sembraron para que hoy otros podamos recoger los frutos de su trabajo. Mi profunda gratitud a quienes iniciaron la misión de la Provincia en Birmania y a quienes a través de estos últimos años han trabajado en la formación de nuestros jóvenes.
La ordenación del primer grupo de dominicos nativos birmanos, la apertura de una casa de la Orden en Loikaw, y la profesión solemne de dos jóvenes del lugar en la Provincia son acontecimientos muy importantes en la historia de nuestra misión que querido compartir con todos. Ojalá que esta clase de eventos despierte en nosotros una sentida acción de gracias a Dios, nos ayude a elevarnos sobre nuestras miserias, nos haga superar las crisis y nimiedades existentes en nuestras comunidades y, en una palabra, nos capacite para mirar al futuro con esperanza. Así se lo pido a Dios.
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