El encuentro del ciego con el Maestro, transformó su vida y le convierte en un testigo de su Luz, que no duda en predicar.
El recorrido que hacemos por los domingos de cuaresma tiene una pedagogía interna que no sólo nos preparan al acontecimiento central de nuestra fe, la Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, sino que nos dan una visión de conjunto del futuro pascual. A través de varias simbologías se expresa la clave vital del mensaje evangélico, preferentemente en los evangelios del ciclo A, en los que queda retratado, a través del agua, la luz y la vida, el contenido salvífico de Jesús, hasta tal punto que él mismo se identifica con ellos: Yo soy el agua viva, la luz del mundo y la vida verdadera. En el IV domingo de Cuaresma el símbolo protagonista es la luz, que ilustra la acción misericordiosa de Dios y revela el destino definitivo de la salvación del hombre, que no es otro que vivir como hijos de la luz.
...a través del agua, la luz y la vida, el contenido de los símbolos salvíficos de Jesús, se identifica hasta tal punto con ellos, que es uno de ellos...
La curación del ciego de nacimiento no es una prueba más del poder taumatúrgico de Jesús, sino que es la manifestación de sí mismo: Cristo es la luz que ilumina a todo hombre y mujer de este mundo. La intriga y preocupación de los fariseos no está orientada al pobre hombre que pedía limosna en los alrededores del templo, el cual no les importaba nada, sino que van dirigidas al Sanador que se salta el reposo del sábado para liberar al oprimido por la oscuridad. Para los fariseos la institución está por delante de la persona, la ley por delante de la misericordia y les desconcierta la actuación de Jesús hasta tal punto que entre ellos mismos están divididos “ese hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado pero ¿cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”
Jesús no es percibido por los que tienen el poder religioso y gozan de la vista física sin embargo para los sencillos de corazón, los que saben ver más profundamente encontraran la luz que dimana del Él. La liberación de la ceguera es la apertura de los ojos de la fe que hace descubrir la presencia de Dios en la realidad humana. El hombre es merecedor de la misericordia de Dios que le restablece su dignidad y le incorpora a la vida. La experiencia de la Palabra de Dios abriéndose paso a través de las motivaciones y aspiraciones humanas es lo más cerca que tenemos de la transfiguración que se produce en nosotros. Somos iluminados por Dios al nacer de la luz de su verdad, de la fuerza de su amor y de la gracia de su Espíritu.
...somos iluminados por Dios al nacer de la Luz de su Verdad, de la fuerza de su Amor y de la gracia de su Espíritu...
El sencillo gesto de escupir en la tierra y hacer barro para poner en los ojos del ciego habla de la nueva creación que comienza con Jesús. El hombre modelado del barro, en la Creación del mundo, es ahora remodelado, por el Hijo de Dios, imagen auténtica del Padre. La saliva de Jesús con la tierra hace alusión a la Encarnación que se compromete con el hombre y la mujer real, con el pobre, el que sufre, el marginado y segregado por el peso de la ley. Esta novedad de la cercanía de Dios, presente ya en este mundo, necesita algo más que los ojos de la cara para ver. Se necesita de una sensibilidad capaz de captar en medio de la realidad a Dios actuando de disimiles maneras y haciendo presente su reino a través de hombre y mujeres que se comprometen con el plan de salvación. Aprender a mirar más allá de las apariencias y saber ver en el corazón también forma parte del hombre nuevo que ha encontrado la luz en Jesús. Que no juzga de oídas, que da oportunidades y levanta al que está al borde del camino.
Jesús mira a la persona, la ve en su humanidad frágil y sale a su encuentro, la repara y le invita al camino de la luz. Este proceder del Señor incomoda a los que viven en tinieblas, porque al iluminar ponen de manifiesto las obras de los enemigos de la luz. El ciego de nacimiento no sólo recobra la vista sino que es iluminado por la fe que hace de él un hombre nuevo, “¿no es ese el que se sentaba a pedir? Unos decían: no es él, se le parece” El encuentro con el Maestro transformó su vida y le convierte en un testigo de la luz, que no dudó en confesarlo.
Cuando lleguemos a la noche de la Pascua, de la oscuridad brotará una Luz, Cristo Resucitado que en el Cirio iluminará a toda la asamblea, de esa Luz hemos nacido y en ella queremos vivir. Continuamos el camino de la cuaresma en esta preparación que renueva nuestra condición de hijo, nacidos de la luz.
Fr. Alexis Coffi González
Real Convento de Predicadores, Valencia- http://ser.dominicos.org/
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