En el mundo occidental, el sonido de las campanas es evocador. En efecto, lo observaba bien Chateaubriand a principios del siglo XIX, para quien resultaba maravilloso que “un solo golpe de martillo”, pudiera hacer surgir sentimientos comunes en personas por demás diversas, hasta el punto de forzar “a los vientos y a las nubes a cargarse de los pensamientos de los hombres”. Esos pensamientos, lo veía positivamente el autor del Genio del Cristianismo, tenían que ver con la religión y la moral cristianas. Un toque de agonías podía “sorprender el oído de una esposa adúltera”, un repique detener la mano de un ateo o incluso la de un asesino, “Extraña religión”, exclamaba nuestro autor, que por el golpe de un “bronce mágico” podía “cambiar en tormentos los placeres”.
Mas desde luego, las campanas evocaban ya entonces la época de la Catolicidad al menos e incluso la Cristiandad medieval, a través de la religión del campo. Chateaubriand aludía también a los “pequeños repiques de los pueblos”. Las campanas eran entonces marcadores incansables de un tiempo cíclico, manifestadoras de la alegría local, protectoras contra los más diversos peligros naturales o sobrenaturales incluso, protagonistas a veces de misterios tocándose por sí solas, a veces célebres como fue la campana de Velilla en Aragón podríamos agregar nosotros. El autor romántico dedicaba especial memoria a los toques de emergencia, que “golpeaban al alma de piedad y de terror”.
Ahora bien, con el paso del tiempo la nostalgia de las campanas no dejó de existir, pero pudo bien adquirir un aspecto menos apologético. Por sólo citar un ejemplo, recordemos el poema de Charles Baudelaire, “La cloche fêlée”. Está fuera de nuestros alcances una reflexión de conjunto sobre la religión en Baudelaire, tema ya de análisis erudito de notables autores. Interesado por la religión, pero sin adherir a institución religiosa alguna, podríamos decir simplificando mucho, su poema presenta a las campanas como motivo de evocación, pero sobre todo, como vía para una introspección. Ya la primera estrofa poema nos lo indica: el sonido de las campanas, el carrillón, llama recuerdos lejanos:
“II est amer et doux, pendant les nuits d’hiver,
Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,
Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,
D’écouter, près du feu qui palpite et qui fume,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Les souvenirs lointains lentement s’élever
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Au bruit des carillons qui chantent dans la brume.”
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.
Enseguida, viene una estrofa que es una auténtica alabanza de la fidelidad de la campana a su labor, nostálgica en la medida en que la vejez de la campana pareciera recordatorio de que su “grito religioso” ya no pertenece a la modernidad. Tiene cierto encanto además la imagen del soldado, siendo que en efecto las campanas en su día habían sido pensadas como tales, como parte del combate al mal propio del Cristianismo.
“Bienheureuse la cloche au gosier vigoureux
Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Qui, malgré sa vieillesse, alerte et bien portante,
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Jette fidèlement son cri religieux,
Arroja fielmente su grito religioso,
Arroja fielmente su grito religioso,
Ainsi qu’un vieux soldat qui veille sous la tente!”
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!
Las dos estrofas finales revelan al lector que la que está rota no es la campana sino, literalmente, el alma del autor. La campana, lejos ya de la apología religiosa de Chateaubriand, sólo ha servido para abrir el camino de la nostalgia hacia la introspección más profunda e incluso sangrienta por las imágenes utilizadas. No es de extrañar que el poema haya sido retomado más tarde por músicos notables, algunos cercanos al catolicismo, como Louis Vierne, quien, desde su retiro de Thonon en 1919, en una época particularmente dramática para el que fue organista de la Catedral de Notre-Dame de Paris, compuso una melodía particularmente adecuada para resaltar la emoción del poema. Aquí pues, para cerrar correctamente esta breve nota, el cuarto de los “Cinco poemas de Baudelaire, op. 45 para soprano y piano” de 1919.
"Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz debilitada
Parece el rudo estertor de un herido olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos."
Libellés : Charles Baudelaire
Apuntes de Historia del Catolicismo
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