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Los siete dones del Espíritu Santo contra el pecado


1. La Sabiduría vence al mal, cuando Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, aplasta a Satanás. Actúa con firmeza de un confín a otro del mundo: expulsa del cielo a los orgullosos, derrota en el mundo al malvado y expolia en el infierno a los avaros. Y todo lo dispone con suavidad: confirma en el cielo a los ángeles fieles, rescata en el mundo a los esclavos del pecado, y en el infierno libera a los condenados.

 Si os place, interpretémoslo de este modo: el Espíritu, con sus siete dones avanza en orden de batalla contra las siete especies de pecado. Primero se levanta el temor contra la negligencia. Agita el alma, desmantela su conciencia, la despierta de su sopor mortal y excita su atención. Por eso quien teme a Dios no es negligente, sino que obra siempre con discreción. 

2. Pero este combate no es nada fácil, porque las mallas de la coraza están entramadas y en el corazón del hombre viven siempre inseparables la negligencia de sí mismo y la curiosidad de los demás. Dice el Sabio que tres son las calamidades que expulsan al hombre de su casa: el humo, una gotera y una mala mujer. A la negligencia nunca le faltan las tres. Quien descuida lo suyo no expulsa el humo, ni corrige a su mujer, ni repara los tejados. Los pecados humean si no se apagan con el celo de la misericordia o las lágrimas frecuentes. Es un humo pestilente e intolerable. La voluntad se malea y con la inteligencia va de mal en peor. Y va goteando la cólera del Juez supremo, porque falta el amor, el único capaz de cubrir una multitud de pecados.

 Quien así desprecia las realidades interiores, y ni se fija en el pasado, ni atiende al presente ni atiende hacia el futuro, es normal que viva fuera de sí mismo y curiosee todo lo exterior. A esta curiosidad se opone la Piedad, que atrae al corazón al que la otra expulsó. La piedad es dar culto a Dios, adorarle en el corazón, donde sabemos que habita. La curiosidad induce también a experimentar el mal, porque quien deambula por todas partes ofende fácilmente, cae sin darse cuenta y encuentra siempre a mano el deleite pernicioso. A esto se opone el espíritu de Ciencia, enseñando a elegir el bien y rechazar el mal, y mostrando cuáles son las experiencias nocivas y cuáles las provechosas.

3. En muchos la experiencia se ha transformado en concupiscencia. Puedes ver este proceso en dina, la hija de Jacob: salió a ver las mujeres extranjeras y la raptó y violó Emor, hijo de Siquem; pero después la consoló con caricias y se enamoró de él. apoyado en el Profeta, afirmó que este hombre ha caído en la concupiscencia con todo el ardor de su corazón; desprecia la ley, repudia la honestidad, olvida el pudor y prescinde por completo del temor del Señor; le guía sólo el instinto, no sigue más que la concupiscencia y le arrastra el placer. En él la única razón es su voluntad.

 Contra esta concupiscencia del mal lucha la Fortaleza; la única libertad posible tiene que venir de una mano vigorosa. Que ese hombre se imponga ayunos, castigue su cuerpo y le obligue a servir, si no quiere que de la estirpe de la culebra salga el basilisco, es decir, qe la concupiscencia degenere en costumbre. ¡Ojalá pudiéramos todos nosotros ignorar cómo nuestra misérrima y miresable debilidad humana va hacia lo iícito, arrastrada únicamente por la costumbre, aunque no concurran los halagos de la concupiscencia ni el impulso de los deseos! Es que quien comete el pecado es esclavo del pecado y del diablo; y le sigue a todas las perversidades a que le incita, pues es un auténtico prisionero y esclavo de su voluntad.

4. Esta costumbre es una terrible y pesada cadena, mucho más fácil de soltar que que romper. Podemos aplicarle aquel refrán popular: más vale maña que fuerza. Así como la fuerza cede ante la fuerza y el juego de los instintos se apaga con el ardor del espíritu, así debes burlar las astucias del maligno a base de sagacidad y oponer el Consejo a la costumbre. Porque si acudes a la violencia y esperaras dominar la costumbre castigando tu cuerpo, es de temer que todo ese esfuerzo resulte fatal; se agotará antes tu naturaleza que la inveterada concupiscencia. Tanto más cuanto que la costumbre es una segunda naturaleza. 

 Por eso necesitamos el consejo, sea el que nos viene del Ángel del gran consejo o de otro hombre espititual que conozca las intrigas de Satanás y los remedios espirituales. Debemos alejarnos de la ocasión y huir de la oportunidad de pecar.  Hemos leído, hermanos, que uno fue atacado violentamente en el desierto por el espíritu de la fornicación, y le curó un anciano con una maravillosa estratagema. Llamó en secreto a otro primero y después viniera a quejarse a él como si hubiese sido el injuriado. El otro quedó tan angustiado y confuso que que se olvidó al instante de la tentación anterior, y cuando se le preguntó por ella respondió admirado: ¡Ah Padre!, no ¿ no me dejan vivir y voy a pensar en fornicar?"

5. Pero es posible que, en vez de conseguir la victoria, asegurar el triunfo y merecer la corona, la costumbre engendre el desprecio. En ese caso se entrega libre y desesperadamente al pecado, da rienda suelta a la concupiscencia y se lanza impetuosa al precipicio, como dice la Escritura: El pecador, al llegar al abismo del mal, desprecia. A este desprecio debe atacarle el espíritu de Inteligencia, que ilumina las tinieblas del corazón e infunde la luz de la misericordia divina y de su infinita compasión. A la inteligencia le están reservados los planes y secretos divinos, ante los cuales la razón humana se siente incapaz y a la fe le resulta muy difícil comprender. Citemos un ejemplo: Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia.

6. Mas si el desprecio persiste, se le unirá la maldad. Ansioso de cualquier consuelo este pobre desgraciado que es incapaz de cualquier bien, se alegra sólo en el mal, se regocija haciendo el mal y se goza en el horror. Sólo existe un remedio para esto: que la Sabiduría luche contra la malicia, y la ataque a cara descubierta y con su invencible energía. ¿Cómo liberar al que está cautivo en Babilonia, sino colmándolo previamente de regalos divinos, para que un clavo saque el otro clavo, y el gozo e la unción espiritual expulse la dulzura pestilente de los vicios?

7. La invicta sabiduría actúa con firmeza de un confín a otro; arranca los vicios uno tras otro y planta la virtud correspondiente. Expulsa la negligencia para llenar el alma con el espíritu del Temor, despide la curiosidad para dar paso a la piedad, aleja la experiencia del mal y se presenta la ciencia. La fortaleza, por su parte, subyuga la concupiscencia, el consejo mutila la costumbre, el vigoroso entendimiento conjura el desprecio y cuando desaparece la malicia reina la sabiduría.

 Esta pobre alma se hallaba adormecida en una fatal negligencia, excitada por una pésima curiosidad, atraída por la experiencia, enredada por la costumbre, encarcelada por el desprecio y decapitada por la malicia. Pero con el triunfo de la sabiduría, el temor la despierta, la piedad la endulza suavemente, la ciencia le añade el dolor indicándole qué ha hecho; la fortaleza hace su obra propia, levantándola; el consejo la desata, el entendimiento la saca de la cárcel; y la sabiduría le prepara la mesa, sacia su hambre y la repara con sabrosos alimentos.

RESUMEN

El alma errática se encuentra:

1. Adormecida en la negligencia
2. Excitada por una pésima curiosidad
3. Atraída por la experiencia
4. Enredada por la costumbre.
5. Encarcelada por el desprecio
6. Decapitada por la malicia

El TRIUNFO DE LA SABIDURÍA permite:

1. Que el temor la despierte.
2. Aparezca la piedad
3. La ciencia le haga conocer el dolor.
4. Actúe la fortaleza
5. El consejo prevalezca.
6. El entendimiento nos dé libertad
7. La reparación de nuestro espíritu.

San Bernardo de Claraval/sigilummilitumxpisti.blogspot.mx

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