De hecho y de derecho, la única Institución y el único sistema doctrinario que reconocen y garantizan la libertad auténtica de pensamiento y acción son la institución de la Iglesia y el sistema doctrinal filosófico-teológico del Catolicismo. Una afirmación de este género, en los tiempos perdidos por los que atraviesa la humanidad, es a primera vista, superficialmente y sólo en apariencia, escandalosa y desconcertante. Desde el Renacimiento en adelante, a través de los "libertinos", y los "espíritus fuertes" los deístas del s. XVII y posteriormente los llamados "librepensadores" del jacobinismo del XVIII y del laicismo del siglo XIX estaban predispuestos a ver en la Iglesia y en el Catolicismo la negación de la libertad y de todas las libertades y a identificar la una y el otro con la coacción más opresiva y tiránica. La lucha entre la Iglesia y las otras confesiones religiosas, las teorías políticas modernas, el liberalismo y el marxismo, ha sido interpretada por historiadores y escritores no católicos como la lucha entre el oscurantismo de la tiranía eclesiástica y clerical y la afirmación de la libertad del hombre, con una confusión de planos y problemas y una tergiversación de hechos y principios que sólo puede explicarse por la gradual y progresiva ignorancia, característica del mundo moderno y contemporáneo, de lo que son la Iglesia y su complejo doctrinal.
De hecho, ha sucedido siempre lo contrario: cuando una autoridad ha desconocido los derechos de la persona y alguna de las formas más elementales de la libertad, se ha encontrado de frente, no como enemiga, pero sí intransigente e irreductible, a la Iglesia de Roma que sin miedo ha comparecido frente a cualquier tirano. Por esto, los oprimidos han visto siempre en Ella la única esperanza y en Ella han buscado el extremo refugio. Así, más de una vez, los hombres que ponen en movimiento las fuerzas oscuras del poder y la ambición, oprimidos por el mismo engranaje por ellos desencadenado e impotentes para detener la ruina de las leyes y las autoridades (ruina que termina en anarquía) pierden, confundidos, el control, y el prestigio de las instituciones y las leyes caen por tierra. Entonces, es la Iglesia quien recoge la herencia y guía a los hombres a través de tanta tiniebla de sangrienta violencia, negadora de toda libertad. En nuestros días, en aquellos países donde impera la tiranía y donde la libertad es delito que se castiga con la pena de muerte, es la Iglesia la que resiste todavía, infunde esperanzas y ofrece un oasis restaurador de libertad al rebaño de los hombres que aterrorizados aplauden su esclavitud. Para darse cuenta de que solamente la Iglesia es y ha sido siempre la única tutora de la libertad humana y la infaltable garantía de ella, no por una finalidad distinta que la defensa de la misma libertad, y por lo tanto, no con una concepción instrumental, es necesario que vengan tiempos duros, años en los que la libertad sea amenazada o pisoteada. Cuando todos se inclinan ante la realidad de facto, la Iglesia protesta por cuantos callan, y defiende, asiste y protege inclusive a los mismos opresores para que éstos, reconquistada la libertad para sí mismos, puedan sentirse nuevamente criaturas espirituales y redimirse de la culpa de haber negado a los otros este derecho natural y fundamental.
Todo esto, desde el punto de vista histórico. Pero ¿cuál es el concepto católico de libertad y, más particularmente de libertad de pensamiento? ¿Cómo entenderla desde el punto de vista del Catolicismo? Es éste un problema muy importante que en una breve nota solamente puede ser rozado en los que nos parecen sus aspectos teóricos esenciales.
Sobre todo, libertad de pensamiento significa libertad del pensamiento, es decir, no libertad de pensar lo que a uno le gusta, pues eso es la negación radical de la libertad en el arbitrioirracional y en el no-pensar, sino libertad de pensar conforme a la naturaleza del pensamiento, es decir, de modo que, pensando, el pensamiento advierta que lo que piensa es adecuado a su esencia y no una violencia, es decir, una esclavitud. Por lo tanto, libertad de pensamiento significa simplemente, libertad del pensamiento de pensar el objeto que le es conveniente, y al que su naturaleza lo lleva y reclama. Pero el objeto del pensamiento conforme a su esencia es la verdad; por lo tanto, libertad de pensamiento significa libertad del pensamiento frente a la verdad, pensar en la verdad. Quien piensa en la verdad no puede no pensar la verdad que el humano pensamiento puede conocer y quien la piensa, piensa conforme a la naturaleza del pensamiento mismo, y, por tanto, en plena libertad de pensamiento, conforme a los principios iluminantes de la razón y garantía de la veracidad de todo juicio.
Pero la verdad es más que el pensamiento que la piensa y por el cual éste, piensa, en cuanto no hay pensamiento sin su objeto. Es más porque no es el pensamiento quien la crea; la verdad es anterior e independiente de aquél, y hay verdades que la mente puede conocer porque existe la verdad, presente en toda verdad particular y por la cual toda verdad particular es tal. Si la verdad es más que el pensamiento, lo sobrepasa, lo trasciende; por lo tanto, la relación verdad-pensamiento es orden jerárquico: el pensamiento debe obedecer a la verdad. El "derecho" a su libertad, a pensar lo verdadero en la verdad, lo ejercita, lo afirma y garantiza sólo a condición de que cumpla el "deber" de obedecer a la verdad, en cuanto es libre sólo obedeciéndole. De otro modo se hace esclavo del error, sale de la verdad que es como salir fuera del camino, perderse a sí mismo en su propia oscuridad, pensar en disconformidad con su naturaleza, que es no pensar, sufrir por las privaciones de la verdad y por el peso del error. Por lo tanto, el concepto católico de libertad de pensamiento se puede formular de este modo: quien piensa conforme a la verdad piensa conforme a la misma naturaleza del pensamiento, que es libre cuando piensa su objeto propio, es decir, cuando se coloca bajo el orden objetivo y superior de la verdad. Libertad de pensamiento es libertad del error (liberación del error): sólo quien se convierte en siervo de la verdad y libre del error está en posesión del objeto que satisface su naturaleza y, satisfaciéndola, le da la alegría de la libertad plena. La libertad es proceso de liberación del error sin que se identifique con el proceso a través del cual se conquista.
Del mismo modo, la libertad de la voluntad es libertad frente al mal, es decir querer conforme al bien, que sobrepasa la voluntad y la trasciende. Por lo tanto, la voluntad es libre cuando está libre de obedecer al bien, como el pensamiento lo es, cuando es libre de obedecer a la verdad. El concepto católico de libertad de la voluntad significa: libre obediencia a la ley justa y buena; desobedecer es, en este caso, hacerse esclavo del mal y perder la libertad de querer. Por lo tanto, también para la voluntad, la libertad es proceso de liberación del mal, conquista del bien y conformidad de la acción con el bien querido que, en cristiano, significa amado.
Pero ya están aquí prontas las objeciones o lugares comunes: aquí se impone al pensamiento una verdad bella y ya hecha y se lo obliga a seguirla, no se le permite que escoja su verdad.
¿Tienen un sentido racional estas palabras?
¿No es necesario imponer al pensamiento ninguna verdad? ¿Dejarlo suspendido de sí mismo, en el vacío? Pero el pensamiento no es, en absoluto libre en el vacío, sino que tiende a liberarse de él y a rechazarlo. Por eso es necesario darle un objeto; el objeto que es conforme a él, que lo hace libre, es justamente la verdad, que es verdad y no es antigua ni moderna, ni de ayer ni de hoy: es de siempre, extratemporal o suprahistórica, y aun madre del tiempo y de la historia; es algo tal que no puede no imponerse al pensamiento y obligarlo a seguirla. Si el pensamiento dice que no, miente, y la mentira, como el error, es esclavitud.
¿Qué significa que el pensamiento, si bien libre, debe elegir su verdad? Esa afirmación tiene un solo sentido: elegir la verdad en lugar del error. Pero frente a la verdad no hay elección, porque ya no hay alternativa. Su verdad, sí, si con eso se quiere significar que el pensamiento, eligiéndola, la posee, la ama, se siente unido a ella, si la fatiga de la conquista hace que la sienta toda para sí. Es suya en el sentido de que en ella se encuentra como en su casa, y en ella descansa aun durante una vigilia perenne. No elige su verdad si con ello queremos significar que la verdad es producida o creada por el pensamiento relativa a él y dependiente de él, hasta el punto de ser verdad para uno y no-verdad para otro. Tal verdad ya no es tal, es opinión. Pero aquí no se hace cuestión de las opiniones. En síntesis: o se afirma, demostrándolo, que no hay verdad y entonces ya no hay más libertad de pensamiento, por el simple motivo de que el pensamiento está siempre en la no-verdad, o hay verdad, y entonces, como la verdad es algo que es siempre verdadero y no puede cambiar, la libertad de pensamiento tiene un sentido racional y comprensible, si es libertad de ser en la verdad, de conocerla y amarla, de pensar y juzgar según ella. Pero el pensamiento moderno no católico ha negado precisamente la existencia de una verdad objetiva e inmutable, de los principios mismos de la razón, y los ha cambiado por una verdad histórica y relativa, que es, en el mismo movimiento dialéctico y el devenir del pensamiento, temporal y casi puntual, producción mudable de las mudables mentes humanas. Por eso, perdido el verdadero concepto de libertad del pensamiento, esclavo del error, acusa al Catolicismo de negador de la libertad, cuando él es el único que tiene de ella un concepto verdadero que posee toda su fuerza normal porque es conforme a la genuina naturaleza del pensamiento, cuya libertad se realiza en la obediencia a la verdad, que es el amo que rescata de la esclavitud del error e impone una dependencia tal que, sólo dependiendo de él, se es perfectamente libres.
Dentro de esta libertad del pensamiento en la verdad y de la voluntad en el bien, es legítima y verdadera toda otra libertad: política, social, privada y pública, pero siempre tal que se actúa en la verdad y en el bien y obedeciéndolos. Sólo el concepto católico de la libertad de pensamiento es fundamento y garantía de toda otra libertad, de la libertad integral. Por eso la Iglesia defiende los derechos naturales de la persona humana, que se resumen en un solo derecho fundamental: libertad de ser pare la verdad, que es ser libres con toda la libertad y libertados de la esclavitud del error. Tal libertad tiene un sólo límite: la verdad para el pensamiento, el bien para la voluntad. Porque no tiene sentido una libertad del pensamiento y de la voluntad más allá de la verdad y del bien. Más allá de la verdad y del bien está la nada de verdad y del bien, que es la nada del pensamiento y de la voluntad. Y en la nada no hay cuestión de libertad ni de esclavitud; es la nada de la persona humana, de todo su derecho y su deber. Pensar fuera de la verdad es no pensar y no ser, de ningún modo, libres de pensar; es abandonarse, al error que es la nada del pensamiento; pensar lo que a uno le gusta es rehusarse a pensar lo que es verdadero, es el no penar porque lo que gusta no es objeto de pensamiento sino de los sentidos. Si se abandona el plano de la libertad espiritual o de pensar en la verdad se desciende al de la libertad biológica o vital, gobernada por el mecanismo de los instintos y por la violencia de las pasiones. Entonces el subjetivismo incontrolado de "lo que gusta" hace que el hombre no cumpla su primera libertad social y moral que es la de reconocer y respetar la libertad del otro: es la violencia en todas sus formas, del asesino individual y colectivo (la guerra), de la rebelión o la tiranía. Para ser libre, el hombre debe liberarse de hacer lo que le gusta, y debe hacer lo que es justo porque es conforme al orden del bien en el cual solamente su pensamiento es libro. Es entonces, libertad en la verdad y en el bien.
Desde un punto de vista teológico aquella fórmula se traduce en esta otra: libertad en la ortodoxia. La verdad es infinita y se manifiesta en infinitos aspectos, que jamás la agotan; pensar en la ortodoxia es agregar algo, que armonice con el todo, al sistema de la verdad inagotable; como una ojiva a una catedral. Por eso nosotros creemos que una filosofía por más verdad que contenga, no es nunca toda la verdad y por lo tanto no hay ninguna filosofía que pueda decirse toda la verdad católica. Hay tantas filosofías, no como tantas verdades hay, sino como tantas verdades parciales y concordantes con la verdad única, convergentes en ella, como los radios de un círculo todos al centro. La Iglesia ha conocido en el mejor Medievo esta magnífica libertad de pensamiento dentro de la ortodoxia. El pensamiento ortodoxo no puede identificarse sin más con una filosofía o con una determinada corriente filosófica. No hay una filosofía perennis, porque perenne es sólo la verdad, y la filosofía también, pero como búsqueda y descubrimiento de verdades siempre nuevas en la verdad, cada una de las cuales es perenne como verdad particular. Perenne es toda filosofía cuyas verdades revelan un aspecto de la verdad, porque vive de la vida perenne de la verdad. Perenne es todo pensar en la ortodoxia, sin exclusiones, en cuanto la verdad es sólo monopolio de sí misma y objeto de todo pensamiento recto y de toda voluntad honesta. Aquél que haya descubierto una verdad particular y acrecentado el conocimiento humano de la única verdad eterna, aunque se diga ateo, contra sí mismo, aun siendo esclavo del error, es libre por todo lo que piensa y conoce de verdadero, en la medida en que obedece a la verdad, y también es católico por aquello que piensa sin contradecir a la ortodoxia. El concepto católico de la libertad de pensamiento es algo que hace libres incluso a quienes hacen todo lo posible para ser esclavos del error y del mal.
Michele Federico Sciacca
De Existencia de Dios y Ateísmo.
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