Si alguna vez os hemos dirigido con alegre afecto del corazón Nuestras Cartas pastorales, Venerables Hermanos e Hijos Amadísimos, es sin duda ésta con la que os vamos a anunciar una gracia que al igual que llena nuestro espíritu de extraordinario regocijo, no dudamos que también a vosotros os va a revestir en suma alegría y en una santa exultación.
Varias veces hemos deseado que se nos ofreciese ocasión de poderos recomendar una tierna y filial devoción a la gran Madre de Dios como aquel ser en quien, después de Dios, hemos puesto toda nuestra confianza y a quien encomendamos continuamente nuestra eterna salvación al igual que la vuestra. Dios ha secundado nuestros deseos y nos ha concedido hablar de ella por un motivo que no podía resultar ni más suave para Nos, ni más consolador, así lo esperamos, también para todos vosotros. Debemos hablaros, si no del más grande, sí del más hermoso y singular Misterio que, después del de la divina Maternidad, veneramos en María, quiero decir el de su Inmaculada Concepción.
No ignoráis, amadísimos, que la Iglesia favoreció y promovió la doctrina que enseña cómo María Virgen, por singular privilegio sobremanera conveniente a quien estaba destinada para Madre del Hijo de Dios, fue preservada de la universal infección del pecado original, y fue concebida en la justicia original. No ignoráis que, al tiempo que promovía y animaba con amplias y generosas indulgencias las devotas prácticas dirigidas a tan gran Misterio y otorgó siempre las más amplias facultades de escribir y hablar a favor del mismo y predicar ampliamente sobre él en toda la Iglesia, impuso el más grave y riguroso silencio y amenazó con los más tremendos anatemas a quien se atreviere a escribir o hablar en contrario. Y si por dignos motivos concedió solamente a alguna Orden Religiosa emplear algunas fórmulas especialísimas por las que se le llama Inmaculada en su Concepción y libre de toda mancha original, se mostró no obstante siempre contenta de ver que los fieles la invocaban y predicaban gozosamente Inmaculada y concebida sin mancha. Yendo así las cosas, esta devoción se hizo tan común y universal que, mientras que muchos ignoran otros misterios de la gran madre, éste se lo saben y lo recuerdan con preferencia, y pocos hay entre nosotros que no profesen por él alguna devoción particular; y Nos nos hemos regocijado varias veces al encontrar que en Nuestra Diócesis no sólo era generalmente invocada con este título luminoso de Inmaculada en su Concepción, sino que después de la bendición del SSmo. Sacramento, al versillo con el que suele ser alabado se le añade otro con el que se honra a María Inmaculada.
Y esta propensión general a honrar a María Inmaculada en su Concepción se ha hecho tanto más universal en nuestros días cuanto que la medalla Milagrosa, cuya historia esperamos que conoceréis todos, y luego la admirable Archicofradía del purísimo e inmaculado Corazón erigida en París en la Iglesia de N. S. de las Victorias, y difundida ya en todo el mundo católico, hicieron llover una inmensidad de gracias y de prodigios hasta el punto que los incrédulos se quedaron maravillados y muchísimos se convirtieron.
Fue entonces cuando algunos Obispos se dirigieron a la Santa Sede y suplicaron al Santo Padre que tuviera a bien concederles la gracia de poderla llamar Inmaculada en el Prefacio de la Misa que se dice en la Fiesta y en todas las Misas de su Concepción, o bien añadir a los muchos títulos que se le dan en la letanía Lauretana también el de regina sine labe originali concepta (Reina concebida sin mancha original), y llegó a obtener lo uno y lo otro. No faltó tampoco quien, animado por estas nuevas concesiones, creyó llegada la época venturosa en que el Espíritu Santo por medio de aquel Pedro que vive en sus Sucesores y cuya fe no puede decaer ni por la mudanza de los tiempos, ni por el transcurso de los siglos, sino que manteniéndose estable e inconcusa frente a todos los asaltos debe con su vigor y gallardía mantener firmes y confortar a los demás en su fe, habría finalmente disipado toda nube y hecho desaparecer toda duda, declarando dogmática la fe que ya franca y abiertamente se manifiesta a través de los labios devotos de todos los fieles. En consecuencia, presentaron al Sumo Pontífice Reinante Gregorio XVI vivísimas instancias para que se dignase finalmente llegar al gran punto de pronunciar el oráculo por el que tantos siglos suspiraron y que pidieron en vano.
Nos, que somos los ínfimos en méritos y en saber, pero quizá no los últimos en el deseo de ver honrada a María, y a María Inmaculada en su Concepción, hemos creído que no debíamos perder tan feliz ocasión de seguir ejemplos tan bellos; y como los hemos imitado enviando Nuestro Voto, con el que nos hacemos la ilusión de haber expresado nuestro deseo junto con el vuestro, así también los hemos seguido en pedir para Nos y para toda Nuestra Diócesis la doble gracia de invocarla del modo arriba indicado, tanto en las Letanías como en la Misa. Tenemos ahora el dulcísimo placer de anunciaros que se nos han concedido una y otra con doble Rescripto de la S. Congregación de Ritos desde el 12 de enero último pasado.
La Sagrada Visita que debíamos emprender, la celebración de Nuestro Segundo Sínodo que debía seguir, y la extraordinaria solemnidad con que celebramos poco después la exposición del Cuerpo de nuestro insigne Patrón S. Columbano, nos impidieron anunciaros algo antes tan gozosa noticia, y nos propusimos hacérosla llegar, como ahora lo hacemos, precisamente al acercarse el día festivo solemne en el que se honra la Concepción de la Bienaventurada Virgen en toda la Iglesia. Tendréis, pues, entonces el contento de oír en el sagrado Rito de la Misa que se ensalza como Inmaculada y podréis todos cantar sus alabanzas e invocarla sine labe originali concepta, es decir, verdaderamente preservada por Dios de la deplorable infección que se propagó en todos nosotros con el pecado de Adán y a todos tristemente nos excluyó del Reino de los Cielos. ¡Oh, cuánto más grata y más serena nos resultará la llegada de aquel día! ¡Qué nueva alegría brillará en nuestros rostros! ¡qué extraordinaria devoción en nuestros corazones! Nos comenzamos ya a exultar desde ahora y nos hacemos la ilusión de que la buena Madre deba recibir con agrado nuestra alegría, por ser una alegría que se deriva de su mayor gloria y de ella sobre nosotros redunda.
Pero para que María pueda recibirla con mucho más agrado y moverse a compensarla con gracias mayores y con más amplias bendiciones, no nos perdamos ni nos quedemos en el regocijo solamente, el cual, aun siendo como es suave y virtuoso, no respondería por otra parte ni a nuestro corazón ni al corazón amorosísimo de la gran Madre. Si María se goza de que la celebremos Inmaculada, se goza sobre todo y se complace en que aprendamos de ella a huir del pecado y a odiarlo. Al ver que el Unigénito Hijo de Dios no se desdeña de vestir nuestra pobre humanidad, para redimirnos de la perdición eterna, pero que entre tanto se elige una Madre que no estuviera tocada por el pecado, ¿quién no aprende a conocer que Dios aborrece sobremanera el maldito pecado? Al ver que María huye de la serpiente insidiadora y se ofrece a Dios desde los primeros instantes toda purísima e inmaculada, y El comienza a tener en ella sus complacencias y apresura los momentos de nuestra Redención, ¿quién no siente júbilo en el corazón por las glorias de ella y juntamente humillación y dolor por los propios pecados? Y esto es, sí, esto es lo que quiere María, y lo que Dios espera de nosotros en tan alegre circunstancia. María preservada del pecado original, y luego libre siempre de todo pecado, nos enseña y nos inspira con este misterio el aborrecimiento del pecado. Nosotros, detestando el pecado y disponiéndonos a rehuirlo con toda cautela y diligencia, tributamos a María el homenaje más bello y damos la más grata acción de gracias a Dios que nos la ha dado por Madre. Y esto es cabalmente, queridos míos, lo que tanto nos interesaba encareceros, o sea, que recordéis siempre cómo nuestro amorosísimo Salvador nos ha dado por Protectora y Abogada, más aún por Madre, a su misma Madre Santísima y que, por tanto, todos debemos profesarle la devoción más sincera, más tierna y verdaderamente filial. Yo bien sé que no hay lugar tan abyecto y miserable en Nuestra Diócesis que no se honre en él a María; ni, quizá, hay una sola alma tan perdida que no recuerde a María y que al menos no invoque a María en algún tiempo o en alguna circunstancia; y en caso de que la hubiera, no podríamos por menos llorar y derramar lágrimas sobre ella. Pero nosotros no estamos contentos, queridos míos, no estamos contentos con tan poco. María es Madre de Dios y Madre nuestra: Ella es por tanto sobremanera grande y sobremanera amorosa para no recibir de nosotros más que este poco. Ella es Madre de Dios y poderosísima ante Dios, hasta el punto de que puede todo lo que quiere. Quidquid tu, Virgo, velis, le decía S. Anselmo, nequaquam fieri non potest. Cualquier cosa que tú quieras, oh María, es imposible que no se realice. En lo cual están de acuerdo los Santos Padres y los Doctores Católicos, todos ellos, y dan como razón su divina Maternidad. Porque, al hacerse Ella Madre del Verbo Divino, adquirió Ella sobre el Hijo la autoridad y los derechos de Madre y el Hijo Divino se le sometió y se le hizo deudor. Todos, escribía S. Metodio, somos deudores de Dios, pero para contigo, oh María, es deudor el mismo Dios. Deo universi debemus, tibi etiam ille debitor est. Y por ello mismo, añade el Santo Obispo de Nicodemia, tu divino Hijo cumple de buena gana tus ruegos como pagándote lo que te debe. Filuis, quiasi exsolvens debitum, implet petitiones tuas. Y el gran Agustín no tuvo reparo en afirmar, siendo quizá el primero en hacerlo, lo que luego enseñaron muchos otros, a saber, que habiendo Ella merecido ser la portadora del precio de la redención por todos, puede más que todos juntos (Ángeles y Santos) ayudar a los redimidos con su Patrocinio. Quae meruit pro liberandis proferre praetium potest plus omnibus impender. ¿Es que, sigue diciendo, no cuadraba con la benignidad del Señor, que vino no a disolver sino a perfeccionar la ley, guardar a María el honor que quiere que todos muestren a los padres? Numquid non pertinet ad benignitatem Domini Matris honorem servare, qui legem non venit solvere sed adimplere? Concluye, por tanto, S. Antonino que los ruegos de María ante Dios no tienen tanto razón de ruegos, cuanto de mandatos, y que por consiguiente es imposible que no sean escuchados. Oratio Deiparae habet rationem imperii, unde impossibile est eam non exaudiri.
Pero su amabilidad y bondad hacia nosotros no es menos admirable que su autoridad y su poder ante Dios. Porque Ella está tan dispuesta a beneficiarnos que, como si estuviera impaciente por concedernos sus gracias, ella misma va en busca, dice S. Buenaventura, de quien con devoción y reverencia quiera rogarle; y, una vez encontrados, los abraza y los alimenta y los ama como a otros tantos hijos suyos. Ipsa tales quaerit, qui ad eam devote, et reverenter accedant; hos enim diligit, hos nutrit, hos in filios suscipit. Y añade en otro lugar que la sola vista de nuestras miserias la enternece tanto que corre veloz para ayudarnos. Videns enim nostram miseriam, est et festinans ad impendendam suam misericordiam.
Y esto no debe sorprendernos en absoluto, pues sabemos por el mismo Evangelio que, aun sin haber sido invocada, socorre y atiende a las necesidades, incluso temporales, de sus devotos. ¿Qué no hará si se le ruega, concluye un docto escritor, cuando aun sin ruego vuela tan pronta a prestar socorro? Si tam prompta ad auxilium currit non quaesita, quid quaesita praestitura erit? Sí, muy a menudo, escribe Ricardo de San Víctor, Ella se adelanta a nuestros ruegos, y se anticipa a las causas de los necesitados, porque la sola noticia de nuestras miserias le llega tan hondo que no puede oírlas sin socorrerlas. Velocius accurrit ejus pietas, quam invocetur, et causas miserorum anticipat. Y poco después, vuelto a Ella, nec possis miserias scire et non subvenire. Y sábete, añade el piadoso Bernardino da Busto, que en ayudarte Ella será bastante más generosa de lo que seas tú en tus deseos. Plus vult illa facere tibi bonum, quam tu accipere concupiscas. Y será mucho más fácil, concluye el doctísimo Blosio, que se derrumbe el mundo que el que María deje de socorrer a quien seriamente la invoca. Citius Coelum cum terra perierunt, quam Maria aliquem serio se implorantem sua ope destituat.
Pero no se para aquí S. Anselmo y se atreva afirmar que, muy a menudo, somos escuchados antes recurriendo a María que recurriendo a Jesús. Velocior nonnumquam est nostra salus invocato nomine Mariae quam invocato nomine Jesu. Y da la razón de ello: porque, dice, a Cristo, como Juez que es, le corresponde también castigar; a María, como a Patrona, sólo mostrarse misericordiosa. Quia ad Christum, tamquam Judicem, pertinet etiam punire; ad Virginem, tamquam Patronam, nonnisi miserere. Y añade Nicéforo que esto sucede también porque plugo a Dios conceder a María tan gran honor. Multa petuntur a Deo et non obtinentur; multa petuntur a María et obtinentur; non quia potentior, sed quia Deus eam decrevit sic honorare.
Y aquí tenéis la razón, Amadísimos, por la que los pecadores, aun los más enormes y perdidos, aun los más desesperados, y también los que ya de algún modo están abandonados de Dios, y casi incluso malditos, encuentran salvación y amparo en María. No, escribía el devotísimo Blosio en pos de los Padres, el mundo no tiene un pecador ta execrable que María lo abomine, y lo arroje lejos de sí, y al que, si él se lo pide, no pueda, no sepa y no quiera reconciliarlo con su querido Hijo. Nullum tam execrabilem peccatorem orbis habet, quem ipsa abominetur et a se repellat, quemque dilectissimo nato suo, modo suam precetur opem, non possit, sciat et vellit reconciliare. No desconfíes, pecador, exclama Bernardino da Busto, aunque hubieras cometido todos los pecados. Ven seguro a María y no temas . O peccator, ne diffidas, etiamsi commisisti omnia peccata; sed secure ad istam gloriossimam Dominam recurre. No hay, pues, que maravillarse de que unos Santos Padres la llamen con S. Agustín la única esperanza de los pecadores: Unica spes peccatorum; otros, con S. Juan Damasceno, esperanza de los desesperados: Spes disperatorum; y si S. Efrén, después de haberla llamado refugio en el que pueden salvarse todos los pecadores, Puerto segurísimo para todos los náufragos, se atreve también a llamarla enfáticamente Protectora de los mismos condenados. Refugium ad quod confugere valent omnes peccatores; naufragorum Portus tutis simus; Protectrix damnatorum. Las cuales cosas son conformes a las revelaciones de S. Brígida, a quien la misma divina Madre asegura que no hay pecador tan abandonado de Dios que, mientras vive, esté privado de su misericordia; y que aunque pueda haber alguno maldecido por Dios (si no lo estuviese con la sentencia final), con tal de que recurra a Ella, se arrepentirá y obtendrá misericordia; y mereció escuchar al Salvador mismo que le decía que se mostraría misericordioso con el demonio mismo si fuera éste capaz de humillarse a requerirla. Y ¿quién habrá, le decía S. Bernardo, que no espera en Vos, oh María, si ayudáis incluso a los desesperados? Yo no dudo en absoluto que si recurrimos a Vos, obtendremos de Vos cuanto sepamos desear ¡Ah!, que espere en vos hasta el que desespera. Quis non sperabit in te, quae adiuvas disperatos? Non dubito quod si ad te venerimus, habebimus quod volemus. In te ergo speret qui desperat.
Pero cuanto más afortunados son los que recurren a María y ponen en Ella su confianza, tanto más desgraciados son los que se desentienden de ella y la olvidan. Nunca se llega a encontrar a Cristo, enseña S. Buenaventura, sino con María, y por medio de María; y en vano lo busca el que no lo busca con Ella. Numquam invenitur Christus, nisi cum María, nisi per Mariam. Frustra igitur quaerit qui cum Maria invenire non quaerit. Y quien pide gracia sin María, remacha S. Antonino, trata de volar sin alas. Qui petit sine ipsa, sine alis tentat volare. Y en mil lugares lo razona S. Bernardo afirmando repetidamente que es voluntad segura de Dios que lo debemos recibir todo por manos de María. Quia sic est voluntas eius, qui totum habere nos voluit per Mariam. Si alguna esperanza hay, pues, todavía para nosotros, si todavía hay lugar para nuestra salvación, todo, concluye él, todo reconocemos que deriva de Ella. Y en cuanto a mí es mi máxima confianza, es toda la razón de mi esperanza. Si quid spei, si quid salutis in nobis est, ab ea noverimus redundare. Haec maxima mea fiducia, haec tota ratio spei meae.
¡Oh, cuán desgraciados son los que se olvidan de María! ¡Cuán venturosos los que guardan y cultivan su devoción! Como es imposible, le decía S. Anselmo, que se salve quien se aleja de Ti, y queda abandonado por Ti , así es imposible que perezca quien a Ti se dirige y a quien Tú vuelves los ojos. Sicut impossibile est, ut a te aversus et a te despectus salvetur, ita ad te conversus et a te respectus impossibile est ut perear. Y casi con las mismas palabras lo afirma S. Antonino, el cual añade que aquellos por los que ruega María, necesariamente se salvan. Necessarium (est) ut hi salventur et glorificentur.
Llegados aquí, confiamos que no habrá ninguno entre vosotros tan ciego y tan perdido que quiera abusar de estas doctrinas de los Santos para darse con mayor libertad al pecado, haciéndose la ilusión de que Dios lo salvará en gracia a algún obsequio hecho por él a María. No: Tales presuntuosos, escribía S. Alfonso María de Ligorio, por esta su confianza temeraria merecen castigo, no misericordia. Se está hablando, por consiguiente, de aquellos devotos que, con deseo de enmendarse, son fieles en obsequiar y encomendarse a la Madre de Dios. Estos digo, es moralmente imposible que se pierdan. Seáis pues, vosotros justos o seáis pecadores, y aun los mayores pecadores del mundo, María seguramente os acepta, María seguramente os salva, con tal de recurráis a Ella y seáis fieles en obsequiarla y encomendaros a Ella; pero, si sois pecadores, debéis hacerlo con deseo de enmendaros.
Ahora bien, ¿quién habrá tan poco solícito de su eterna salvación que no quiera asegurarla pudiéndolo hacer con tan poco como es ser devoto de María? Nosotros deberíamos serlo aunque debiera costarnos grandes sacrificios y grandes esfuerzos; pero ¿por qué no hacerlo cuando lo podemos tan fácilmente y casi nos cuesta más no ser devotos de María que serlo grandemente y con pasión? Con sólo pensar en Ella, incluso con sólo recordarla, ¿no os parece que el corazón os lleva a Ella? y como que os dice: ¿Quién puede no amarla? Amadla, pues, obsequiadla constantemente y estáis a salvados. Aunque seáis pecadores, e incluso grandísimos pecadores, os dice S. Hilario, si os hacéis devotos de María, no podéis condenaros. Quantumcumque quis fuerit peccator, si Mariae devotus extiterit, numquam in aeternum peribir.
Pero ¿qué debemos hacer nosotros (parece que deben decir muchos al oír esta exhortación nuestra), qué debemos hacer nosotros para ser verdaderos devotos y merecernos esta eficaz protección de la gran Madre? ¿Qué ofrendas? ¿Qué obsequios? ¿Qué servicio deberemos prestarle?
Nos va a resultar demasiado difícil determinar una cosa que no está definida ni por las Escrituras ni por la Iglesia. Pero para deciros algo y no dejaros del todo suspensos en punto de tanta importancia, comenzaremos por deciros lo que Nos deseamos para Nos mismos, a saber, que todos seáis tan devotos de María que, como a todos recomendaba S. Bernardo, nunca se os aparte de los labios, nunca se os aparte del corazón. Nunca de los labios, porque yo querría que siempre los abrierais para alabarla o para llamarla en vuestra ayuda; nunca del corazón, porque, después de a Dios, yo querría que la amarais todo lo que se puede amar a la más amable de las criaturas: yo querría que le dedicarais vuestros corazones y vuestras personas; que le encomendarais vuestras casas, vuestras familias, vuestros haberes, y todo lo que de más importante o de más querido tenéis en el mundo; pero sobre todo que le confiarais con la mayor solicitud y ansiedad la salvación de vuestras almas, y los padres la de las almas de vuestros hijos, y los amos y dueños de las almas de vuestros dependientes. Madres, yo querría que depositarais en las manos, mejor dicho, en el corazón de María a vuestras criaturas nada más concebirlas, y que le rogarais que no os las devolviera más que en el Cielo.. Yo querría que no pasarais un día ni una hora en que no os acordarais de Ella y desde lo más limpio de vuestro corazón no le enviarais una oración, un saludo, un afecto. Yo querría que para recordarla y bendecirla con frecuencia tuvierais su imagen, no sólo en la habitación que es enteramente vuestra, sino en todas las habitaciones, en todas las salas, en todas las entradas de vuestras casas, de vuestras tiendas, de vuestras oficinas, de vuestros negocios y hasta de vuestros campos. Yo querría que le llevarais personalmente con vosotros mismos, y que fueron vuestros más preciosos ornamentos, o al menos los más queridos, sus escapularios, sus cinturones, sus medallas, sus rosarios. Yo querría que pudierais decir con el beato Leonardo de Porto Maurizio que quien pudiera leer bien en vuestro corazón, y examinaros por completo, os encontrara a todos hechos una Virgen. Yo querría que estuvierais prendados, enamorados apasionados por Ella como un Bernardo, un Buenaventura, un Ildefonso, y tantos otros, de los que apenas se puede creer lo que alcanzaron a decir y a escribir por María y dierais a conocer a todos que vuestro amor por Ella supera a todo otro amor excepto el de Dios. Yo querría, finalmente, que, no contentos con obsequiarla, tuvierais un verdadero, constante e incansable afán por imitarla siempre en sus singulares virtudes (en lo que cabalmente consiste lo sublime de toda devoción más escogida) y hasta tal punto que también vuestra conducta os declarara sin más devotos mejores, hijos predilectos de la gran Madre. ¡Oh, qué suerte, queridos míos! ¡Qué incomparable felicidad!
Pero puesto que por nuestros pecados no podemos esperar gracia tan grande, queremos rogaros al menos que no seáis escasos en los obsequios que prestéis a ésta nuestra amorosísima Madre. Esforzaos en imitar a los que cada día, o al menos cada semana Le ofrecen algún ayuno, alguna abstinencia, alguna mortificación especial. Seguid aquellos que, al acercarse sus Fiestas y Solemnidades, se preparan a ellas con Triduos, con Septenarios, con Novenas, u otros devotos ejercicios, y no las pasan nunca sin acercarse a los divinísimos Sacramentos. Imitad a los que no saben vivir si no se ven inscriptos en alguna o incluso varias devotas Cofradías suyas. Cantad sus Laudes, recitad su Oficio los que lo podéis; y todos absolutamente, porque lo podéis todos bastante fácilmente, su Santísimo Rosario; y que no haya una sola familia en toda nuestra Diócesis de la que no reciba María este tributo; y sea para todos su Corona de rosas (el Rosario) una prenda de aquella que a todos los que devotamente la llevan y la recitan les está preparando Ella en el Cielo.
Pero si a alguno le pareciera también en esto que Nos estamos pidiendo más de lo que puede o de lo que cree que puede hacer, Nos retiraremos estas peticiones, Nos abandonaremos a vuestra discreción y nos limitaremos a una sola cosa, que os pedimos por las entrañas de Jesucristo, por amor a María, y también a vosotros mismos si lo queréis: Haced lo que queráis en honor de María, pero haced algo y sed constantes en practicarlo. Ella siempre ha tenido por costumbre (nos advierte el S. Pontífice Inocencio III) dar o devolver cosas grandes a cambio de cosas incluso mínimas: Maxima pro minimis reddit, y sean cuales sean las prácticas que hagáis por Ella, Ella certícimamente os sabrá pagar con tal generosidad que supere los más amplios favores por la recitación diaria pero constante de alguna Salve o de algún Ave María, e incluso alguna vez a librarlos de la eterna perdición. ¡Ay! ¿Quién habrá tan perdido que quiera renunciar a tanto bien? No, no queremos Nos creer que se halle uno sólo entre nuestros amadísimos hijos que no quiera aprovechar tan gran bondad de María y darnos también a Nos este grandísimo consuelo de que todos estáis así confiados y encomendados a María.
Y si queréis concedernos un especialísimo consuelo, como con tierno afecto paterno os pedimos, sea el de honrarla con especialísimo homenaje como Inmaculada en su Concepción. Santificad su fiesta confesándoos bien y alimentándoos con el pan divino; honrad sus templos, sus altares, sus imágenes; adornaos con la medalla milagrosa; ofrecedle alguna mortificación, algún don, alguna oración; alabadla, llamadla, rogadle bajo la advocación de Inmaculada. Así la caracterizó Dios en la Esposa mística en que la Iglesia la reconoció simbolizada; así la llamaron los Santos Padres, los Concilios, los Doctores, los Teólogos, los Santos; y que así la podamos llamar e invocar solemnemente nos concede el Santo Padre. ¡Oh, cuánto gozará la buena madre al sentirse invocada por nosotros con este título sobremanera querido y suavísimo para Ella! No, no será sin alegría de su purísimo corazón, ni sin algún favor distinguido para con vosotros. María tuvo siempre por costumbre atender y consolar a sus devotos; pero cuando alguno se dedicó a invocarla en memoria de Su Inmaculada Concepción, pareció muy a menudo más pronta y más generosa todavía que de costumbre. No tengo tiempo bastante para mostraros las pruebas frecuentes e irrefregables que de ello nos ofrecen las historias. Solamente los prodigios que se cuenta que han obrado los cartelitos que reparte la Archicofradía de la Inmaculada Concepción de Roma bastarían por sí solos para componer una historia maravillosa. Pero nosotros, que sabemos los que María obró y sigue obrando con la graciosa Medalla y con la Cofradía del purísimo Corazón, no necesitamos otras pruebas para persuadirnos de que a María le es querido por demás este culto y que es harto solícita y generosa en compensarlo. ¿Cómo iba a ser entonces tacaña con nosotros la buena madre, si aprovechando estos nuevos estímulos, la invocamos con el título de Inmaculada en su Concepción, y con los Ángeles y con Dios mismo nos unimos para decirle, para llamarla, para invocarla: pulchra, electa, formosa, columba, tota pulchra et macula non est in te? (bella, elegida, hermosa, paloma, toda bella, no hay en ti mancha)
Ea, pues, unámonos también con todo el Espíritu a la cabeza visible de la Iglesia de Jesucristo, en quien habla la Iglesia misma, mejor dicho, Dios mismo; y acojamos estas extraordinarias concesiones como precursoras del oráculo que la universalidad de los fieles está deseando y por el cual suspira. Gocemos en llamarla Inmaculada, y estemos seguros de que todos los antiguos Padres exultan y nos aplauden desde el Cielo. María derramará sobre nosotros sus favores con mano amplia, nos acogerá bajo el manto de su protección y nos salvará.
Y al objeto de que estas nuevas disposiciones que dan sumo consuelo resulten más eficaces y fructuosas para todos, ordenamos a los MM. RR. Párrocos, Ecónomos y Vicepárrocos de las Iglesias subsidiarias que publiquen esta nuestra el primer Domingo después de haberla recibido y entretanto anunciar un Triduo de preparación a la Fiesta de la Inmaculada Concepción de María Virgen y en éste y en la Fiesta misma leer una porción de ella y hacer alguna explicación y reflexiones que crean más adecuadas a enfervorizar mayormente a su pueblo en la devoción a María Virgen, y señaladamente a su Inmaculada Concepción. Animarán también a todos mientras tanto a confesarse y a comulgar también para conseguir las Indulgencias particulares que pueden conseguirse de ese modo por casi todos los fieles. Recordarán las que fueron anunciadas por Nos en el Apéndice del Sínodo nº 8 art. 12 y art. 15 nº 6. Los irán también ejercitando en aprender y cantar con la debida devoción y cadencia en la Letanía lauretana el versillo arriba indicado Regina sine labe originali concepta después del versillo Regina Sanctorum omnium (dejando entonces algún otro versillo que se acostumbrara añadir, como ordena el Rescripto Pontificio).
Y al tiempo que os pedimos que no olvidéis en vuestras oraciones al Sumo Pontífice Reinante, os exhortamos también a implorar para él del Cielo las luces particulares que pueden moverlo a la proclamación dogmática mencionada, como también os recomendamos que continuéis vuestros ruegos por nuestros Augusto Soberano y por toda la Familia Real. Encomendadnos también a Nos a la divina Piedad y de modo particular a María Inmaculada, a quien con sumo agrado os encomendamos a todos vosotros a la par que con toda la efusión del corazón os impartimos la bendición Pastoral.
Bobbio, desde el Palacio Episcopal, 24 de noviembre de 1844.
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