Primero: sepamos amar y comprender.
¡Padre, no saben lo que hacen!
Señor, me pongo ante ti,
para verte condenado injustamente;
para oir cuanto dices desde la cruz, atravesado por los clavos;
para contemplar tus gestos, cuando la debilidad del cuerpo te abruma.
¿Qué percibo en tu rostro ensangrentado, en tus gestos y palabras?
Me maravilla, Señor, la magnitud del amor que te tiene clavado, suspendido.
Me maravilla esa dulzura que tiene tu mirada a través del celaje del sudor y sangre que me roban lo mejor de tu ojos.
Me maravilla tu serenidad en medio del tormento que padeces...
Pero me maravilla, sobre todo, tu palabra que brota de tus labios.
Esa palabra en que me transmites un doble mensajes:
el mensaje del amor con que nos buscas y que te retiene crucificado y el mensaje de comprensión hacia quienes te clavamos en el madero.
Tu mensaje de amor
me habla claramente de que sólo desde el amor se pueden hacer cosas grandes en el mundo y en la vida, porque sólo el amor se coloca y nos coloca por encima de todas las adversidades.
¡SI TÚ NO AMARAS NO ESTARÍAS AHÍ CLAVADO!
Y tu mensaje de comprensión
me dice que sólo desde el amor puede un hombre comprender al otro, y puede el Hijo de Dios, encarnado, comprendernos a nosotros mismos en nuestra debilidad, insensatez, odio, desprecio, soberbia.
¡SERÍA TERRIBLE UN DIOS SIN PIEDAD!
¡Me abruman, Señor, tu gesto y actitud tan comprensivas!
Parece que estabas esperando de alguien un poco de consuelo, y que por eso te abres tan generosamente al ladrón que muere a tu lado...
Es admirable que conocieras tan bien nuestras flaquezas como para llamar al Padre y decirle que “no sabíamos lo que hacíamos” cuando te llevamos a morir en la cruz, fuera de la ciudad, como un a enfermo contagioso; como para que comprendieras la flaqueza y la huída de muchos de tus discípulos , despavoridos, cuando te hicieron prisionero...
¡Acojo, Señor, cuanto me hablas desde la cruz! Quieres decirme
que, desde el amor, he de comprender a mi hermano/a que me fastidia,
que, desde el amor, he de comprender que el drogadicto está enfermo,
que, desde el amor, he de comprender las búsquedas y molestias del inmigrante,
que, desde el amor, he de comprender al esposo/a en el matrimonio,
que, desde el amor, he de comprender incluso al que me oprime, ofuscado...
¡Perdona, Señor, que no sea como tú!
¡Tan grande es tu amor!... He de volver la mirada a mí mismo. Soy uno de entre millones de hombres/mujeres que han de darte gracias porque has sido comprensivo, muy comprensivo. Nunca dejaste de mirarme, de llamarme, de decir al Padre que “no sabía lo que hacía” cuando era infiel a ti o a mis hermanos los hombres. SEÑOR, HAZME AMAR PARA QUE SEPA COMPRENDER.
Cándido Ániz Iriarte
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