El primer mártir a causa del terrorismo Islámico en tierra europea tiene nombre: se trata del padre Jacques Hamel, asesinado mientras celebraba la Santa Misa el pasado 26 de julio en la parroquia de Saint-Etienne-du-Rouvray, en Normandía. Dos musulmanes irrumpieron en la iglesia exaltando al islam y, tras haber tomado rehenes a los pocos fieles presentes, degollaron al celebrante e hirieron de gravedad a uno de los feligreses. No hay dudas en cuanto a la identidad de los agresores y al odio anticristiano que los impulsaba. A través de la agencia noticiosa Amaq, el Estado Islámico ha llamó a ambos asaltantes «nuestros soldados».El nombre de Jacques Hamel se añade al de millares de cristianos que todos los días son quemados, crucificados y decapitados por odio a su fe. Pero la matanza del 26 de julio supone un punto de inflexión, porque es la primera vez que sucede en Europa, y proyecta una sombra de temor y alarma sobre los cristianos de nuestro continente. Desde luego es imposible vigilar los 50.000 edificios religiosos de Francia y un número análogo de iglesias, parroquias y santuarios en Italia y otros países. Todo sacerdote es blanco de posibles atentados, destinados a repetirse con el efecto multiplicdor que desencadena esta clase de delitos. «¿Cuántos muertos serán necesarios, cuántas cabezas decapitadas, para que los mandatarios europeos comprendan la situación que vive Occidente?», se ha preguntado el cardenal Robert Sarah.
¿Y qué tiene que suceder, añadimos nosotros, para que los compañeros del cardenal Sarah en el colegio cardenalicio, empezando por su jefe supremo, que es el Papa, se den cuenta de la espeluznante situación en que se encuentra hoy en día, no sólo Occidente, sino la Iglesia universal? Lo que hace más terrible esta situación es la política de buenismo y de falsa misericordia para con el islam y con todos los enemigos de la Iglesia. Es verdad que los católicos debemos rezar por nuestros enemigos, pero también debemos ser conscientes de que los tenemos, y no debemos limitarnos a rezar por ello sino que tenemos también el deber de combatirlos. Nos lo enseña el propio catecismo de la Iglesia Católica en el nº 2265, donde dice que la legítima defensa puede ser un deber grave para el que es responsable de la vida de otros. «La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio».
El papa Francisco ha dicho estar «particularmente impresionado por este acto de violencia que ha tenido lugar en una iglesia, durante una Misa, acción litúrgica que implora de Dios su paz para el mundo», evitando una vez más llamar a los asesinos por su nombre.
El silencio de Bergoglio es paralelo al de los musulmanes de todo el mundo, que no denuncia con voz clamorosa, unisona y colectiva los delitos cometidos por sus correligionarios en nombre de Alá. Y eso que hasta el presidente de la República Francesa, François Hollande, en su discurso a la nación del martes por la tarde, habló de una guerra abierta de Francia contra el Estado Islámico. Durante su pontificado, el Papa ha beatificado con una celeridad inusitada a algunos personajes del siglo XX como Óscar Arnulfo Romero y el P. Pino Puglisi*, que no fueron exactamente asesinados por odio a la fe católica.
Ahora bien, el 12 de mayo de 2013 también canonizó en la plaza de San Pedro a los ochocientos mártires de Otranto, masacrados el 11 de agosto de 1480 por los turcos por negarse a renegar de su fe. Si el papa Francisco anunciase el inicio de un proceso de beatificación del padre Hamel, daría al mundo una señal pacífica pero resonante y elocuente de la voluntad de la Iglesia de defender su propia identidad. Si por el contrario sigue engañándose con la posibilidad de un acuerdo ecuménico con el Islam, repetirá los errores de aquella desdichada política que sacrificó las víctimas de la persecución comunista en los altares de la Ostpolitik. Pero el altar de la política es diferente de la sagrada mesa sobre la que celebra el sacrificio incruento de Cristo, y a este sacrificio, el 26 de julio pasado el padre Jacques Hamel tuvo la gracia para unirse, ofreciendo su propia sangre.
Roberto de Mattei
[Traducido por J.E.F]
* Asesinado por la Mafia en Palermo en 1993
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