Las almas simples son aquellas que buscan lo esencial, lo fundamental; las que no se quedan en lo superfluo, ni se van por las ramas. La simplicidad es reducir todas las cosas a lo único necesario.
El modelo que poseen las almas simples es Dios. El es la Simplicidad de manera absoluta; Dios es el Ser Simple por excelencia. "Dios es simple -observa S. Ireneo- y no compuesto; en todas sus partes y en su totalidad es idéntico a sí mismo, pues es totalmente entendimiento, totalmente espíritu, ... totalmente luz y totalmente fuente de toda bondad" (Ad. Haer., 2, 12).
Pero la simplicidad, en la mentalidad mundana, es confundida y mal interpretada con otra cosa. Para algunos la simplicidad es de los que están "calladitos" o los que no se "hacen mala sangre" por lo que hay que combatir (sea el error o el vicio). Esta manera de simplicidad es como un disfraz para tapar la cobardía y el "no te metás". La pseudo-simplicidad es propia de los vegetantes, de los que se hacen cómplices con los valores del mundo y, a la vez, están de espaldas a Dios.
En cambio, la verdadera simplicidad, indica coherencia, exigencia y compromiso fiel con los Verdaderos Valores Católicos. El simple es el que está definido en las cosas de Dios, y es aquél que llama a las cosas por su nombre: lo malo es malo y lo bueno es bueno. Es -además- una sola pieza delante del Señor.
Lo saludable, por lo tanto, en la vida espiritual, es no con-fundir lo falso y lo aparente con lo verdadero y real. Debemos pedir -como hace, por ejemplo, Sto. Tomás en una de sus oraciones- cosas importantes a Dios.
"Dígnate infundir sobre las tinieblas de mi inteligencia un rayo de tu claridad, para remover de mí la doble tiniebla en que he nacido: el pecado y la ignorancia... Instrúyeme (Dios) en el ingreso, dirígeme en el progreso, complétame al terminar" (De la Oración para antes del estudio).
I. La doblez
El simple es el que no tiene doblez. Y al decir que los simples son los que no actúan con doblez, es al menos un elemento indicador de lo que deben ser.
La doblez no es sólo lo distinto a la simplicidad, sino también su contrario. Cuando una persona caen la doblez cae en el camino ancho de la perdición, se esclaviza a un corazón dividido. La doblez conduce a actuar en lo externo de una manera y en lo interno de otra. Las S. Escrituras describían a estas almas, las cuales viven alejadas de Dios por su incoherencia. Nuestro Señor va a decir de los fariseos y escribas que son almas con doblez:
"Muy bien profetizó Isaías de vosotros, según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos'" (S. Mc. 7, 6-7).
La base de la doblez es la mentira, así como la verdad lo es de las almas simples. Los que actúan con doblez "se deleitan con la mentira; bendicen con su boca y en su corazón maldicen" (Ps. 61, 5).
Esta actitud de bendecir con los labios y de despreciar en el corazón lleva a la división interior, a la falsedad, a la hipocresía. las almas con doblez quieren quedar bien con Dios y con el diablo, en definitiva, más bien con el diablo. S. Vicente Ferrer nos describe con claridad y profundidad esta situación:
"Cuando alguien tiene la mirada puesta en el mundo, en los honores, etc, ... y se aparta de Dios, tiene doblez. Ocurre a estos lo que el gallo, que con un ojo mira al cielo y con el otro al grano" (Sermón, Fiesta de S. Pedro, n. 12).
En la doblez lo principal es el mundo de las apariencias y los castillos de arena. No hay verdadera conversión en esta almas, al contrario todo es un simulacro, un teatro, un tapar lo que puede afear y un exaltar con soberbia los propios méritos. Como en la doblez el centro no es Dios, ni su Gloria, hay una esclavitud a lo fugaz, a lo transitorio; hay -también- un apego desmedido a la propia honra y caprichos. La doblez lleva a discutir y contrariar el yo profundo, el yo querido por Dios.
"Un alma que transige con su yo, que se preocupa de su sensibilidad, que se entretiene en pensamientos inútiles, que se deja dominar por sus deseos, es un alma que dispersa sus fuerzas y no está orientada totalmente hacia Dios. Su lira no vibra al unísono y el divino Maestro, al pulsarla, no puede arrancar de ella armonías divinas. Tiene aún demasiadas tendencias humanas. Es una disonancia. El alma que aún se reserva algo para sí en su reino interior, que no tiene sus potencias recogidas en Dios, no puede ser una perfecta Alabanza de gloria. No está capacitada para cantar permanentemente el Canticum Magnum de que habla San Juan, porque la unidad no reina en ella. En vez de proseguir con sencillez su himno de alabanza a través de todas las cosas, tiene que reunir constantemente las cuerdas de su instrumento dispersas por todas partes. ¡Qué necesaria es esta bella unidad interior para el alma que quiere vivir en la tierra la vida de los Bienaventurados, es decir, de los seres simples, de los espíritus! Me parece que el divino Maestro se refería a ella cuando hablaba a María Magdalena del unum necessarium (Lc. 10, 41)". (Beata Sor Isabel de la Trinidad, Últimos Ejercicios, día segundo).
La desarmonía y la incoherencia son el reflejo de las almas divididas interiormente. También se encuentra en la doblez las consecuencias, a nivel de la propia personalidad, de decir una cosa y hacer otra, de aparentar lo que no es. Si buscáramos en el orden de las experiencias humanas -acerca de la doblez- podríamos encontrar en la antigüedad una postura que es la sofística, es decir, los sofistas. Esta corriente de pensamiento se encuentra en el siglo V antes de Cristo. Platón, califica a los sofistas -por sus vanidades- como "cazadores interesados de gentes ricas, vendedores caros de ciencia no real, sino aparente" (Menón 91, c. 92 b.). Aristóteles los califica de "traficantes en sabiduría aparente, pero no real (Soph. I 165 a 21). Aunque se conoce poco de los Sofistas, sin embargo se conocen algunas características: un cierto relativismo (nada es estable, nada es fijo), un cierto subjetivismo (no existe verdad objetiva) y un cierto escepticismo (no podemos conocer nada con certeza). La clave va a estar en lo que va a decir su principal representante, Protágoras, que va a ser el punto básico de sus pensamientos:
"El hombre -dice Protágoras- es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto que no son" (Diels, 80 BI. Sexto Empírico, Adv. Math. VII, 60; Teeteto 151 e 152 a).
Si el hombre es "la medida de todas las cosas" se coloca en lugar de Dios, se cae en la homolatría, un culto al hombre. Esta expresión no sólo es la base del ateísmo, que caracteriza nuestra época, sino también es lo más alejado del hombre creyente. Así por ejemplo Platón que va a decir lo contrario a los Sofistas:
"Dios es la medida de todas las cosas" (Leyes 716 c). El es el "principio, el medio y el fin de todas las cosas, que las envuelve a todas en la bondad de su naturaleza" (Leyes 716 a). "Porque nunca será abandonado de los dioses el que se afana por hacerse justo y asemejarse a los dioses" (República 613 a).
Aristóteles, comentando la expresión de Protágoras, "el hombre medida de las cosas", va a decir lo siguiente: "Protágoras decía que el hombre es la medida de todas las cosas, lo que no significa sino que lo que parece a cada uno, tal es para él con certeza... De lo cual se deriva que la misma cosa es y no es al mismo tiempo, y que es mala y buena al mismo tiempo, y así, de esta manera, reúne en sí todos los opuestos, porque con frecuencia una cosa parece bella a unos y fea a otros, y debe valer como medida lo que le parece a cada uno" (Metafísica XI, 6, 1062 b 13).
Pero esta postura de sujetarse a lo que cada uno piensa, en el relativismo, y en la medida humana tiene sus consecuencias. Hay una obra atribuida a los sofistas, que es inédita: Los discursos dobles. Es una obra mediocre, en donde el bien y el mal, lo justo y lo injusto tiene un valor relativo. Por esto si todo es relativo, nada es absoluto, ni permanente, el hablar de una manera o de otra de acuerdo a la conveniencia personal es el efecto de estos principios nefastos.
Los que caen en la doblez, podríamos decir, tienen el discurso doble. Se da aquello de la Biblia que "de la abundancia del corazón habla la boca" (Mt. 12, 34): si en el corazón hay doblez en las palabras también.
Y en la Biblia encontramos otro ejemplo nefasto de doblez, que son los fariseos. El término "fariseo" (en hebreo moderno farush, en griego pharisaios), corresponde en líneas generales a "separado". Separado ¿de quién?, de las cosas impuras. Eran, de alguna manera, rigoristas religiosos. Se gloriaban de ser los intérpretes auténticos de la Ley, pero agregando y añadiendo tradiciones a las que daban a veces mayor importancia que a la misma Ley. Pero aún con el rigorismo religioso, el fariseísmo va a ser la corrupción de lo religioso y la deformación de la religión. Lo peligroso de ellos fue denunciado y rechazado por Nuestro Señor. El los describe con pinceladas claras y precisas. El culto de los fariseos es exterior y vano: "Todas sus obras las hacen para ser vistos de los hombres. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos; gustan de los primeros asientos en los banquetes..." (S. Mt. 23, 5-8). Caen en la hipocresía: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni permitís entrar a los que querrían entrar" (S. Mt. 23, 13). Son ciegos (S. Mt. 23, 16), inicuos (S. Mt. 23, 28), etc.
Los fariseos se quedan en el brillo exterior, en la vanagloria de sí mismos, son por lo tanto la encarnación de la soberbia. Todo esto hace que caigan en la doblez que también la describe claramente Nuestro Señor:
"Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos muertos y de toda suerte de inmundicia" (S. Mt. 23, 27).
El fariseísmo es una tentación y un peligro constante para todo aquél que busca a adorar a Dios verdaderamente. Un peligro del que nadie está exento de caer. El fariseísmo es la corrupción de lo religioso en su raíz, mata la inclinación del hombre hacia Dios.
El fariseísmo es una enfermedad mortal de la religión. "El fariseísmo -observa con agudeza el P. Castellani- es la sífilis de la religión y el peor mal que existe en el mundo" (1). El motivo de esta afirmación tan fuerte es por lo siguiente: "El fariseísmo es el abuso y la corrupción de lo religioso, y si lo religioso es el remedio de las corrupciones, ¿con qué remedio se remediará la corrupción del remedio?. De suyo no tiene remedio la corrupción del remedio" (2). La corrupción se va a dar por la Soberbia, la exaltación de sí mismo. La soberbia, invento de los demonios, es la base de la actitud farisaica, por ello degrada y aleja tanto de Dios.
Lo grave de la actitud del fariseo es que se vale de la religión para instrumentalizarla en provecho propio , para envanecerse y para usarla en sus propios caprichos y mezquinos intereses. "El fariseísmo, -vuelve a observar el P. Castellani- es el gusano de la religión; y parece ser un gusano ineludible, pues no hay en este mundo fruta que no tenga gusano, ni institución sin su corrupción específica. Todo lo que es mortal muere; y antes de morir, decae" (3). Y también el "fariseísmo, siendo la corrupción específica de la religión, ha existido y existirá siempre" (4). Y finalmente: "El fariseísmo es la enfermedad de la religión verdadera: del cristianismo, o mejor dicho del judaísmo; y del cristianismo, cuando este acebuche injerto retrocede un poco al salvaje olivo primitivo..." (5).
Y el proceso por el cual se llega a esta degradación espiritual es lento y progresivo. Nuestro Señor al decirnos que el que es "fiel en lo poco, también lo es en lo mucho; y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho" (S. Lc. 16, 10), nos indica que la caída empieza en lo poco y culmina estrepitosamente en lo mucho. Toda descomposición es gradual. El fariseísmo no escapa a esta ley y, además, cuando se llega a la postura farisaica es el resultado final de una serie de concesiones en el mal. El P. Castellani ha señalado siete pasos en este proceso de putrefacción espiritual (6):
Primero: La religión se vuelve exterior y ostentatoria.
Segundo: La religión se vuelve rutina y oficio.
Tercero: Se vuelve negocio.
Cuarto: Se vuelve medio de poder o influencia (endurecimiento pasivo).
Quinto: Aversión a los que son auténticamente religiosos.
Sexto: Persecución a los que son auténticamente religiosos (activamente dura y cruel).
Séptimo: Concluye en el sacrilegio y en el suicidio.
Este proceso que va de lo interno a lo externo, refleja primero una caída de lo superior. Cuando se cae se cae de lo alto, como el demonio que cayó de las alturas (cfr. Is. 14, 12-14) y nuestros primeros padres del estado de justicia original. El efecto de la caída es el derramarse en las cosas, en lo exterior, en la vanidad. Quien no soporta estar en su interior, en la unión íntima con Dios se vuelca desmedidamente en las criaturas; no se trata de la verdadera exteriorización, que debe ser un reflejo de la profunda interioridad y del ejercicio de la caridad, en sentido efectivo, por amor a Dios; sino de la exteriorización carente de vida interior. Es una exteriorización sin alma, sin contemplación, en definitiva sin Dios. Luego de esto se pasa a decir y no hacer, a vivir en palabrerías, y hacer discursos de exaltación de sí mismo. Se da aquello de "que quien no vive como piensa termina pensando como vive". Y así se vuelve a recapitular la caída adámica, que va desde la soberbia hasta quedar fuera del Paraíso. El alejamiento de Dios constituye y produce un alejamiento de sí; la aversión al Creador en la conversión desordenada a las criaturas y un desprecio por todo lo que implica relación con Dios.
El fariseo en la corrupción de su postura religiosa, en el fondo no se somete a Dios, no adora a Dios en su alma, sino -al contrario- se busca a sí mismo en todo. El fariseo es lo más alejado que hay de las almas simples, que reducen todo a lo único necesario. Por último podríamos caracterizar, con algunos elementos, la actitud del fariseo: Primero: La soberbia, Segundo: la hipocresía y Tercero: La crueldad.
Primero: La Soberbia
La soberbia es un vicio capital, que mata la raíz de la vida espiritual. la soberbia -observa S. Gregorio Magno- es "señal evidentísima de los réprobos, y, por el contrario, la humildad lo es de los elegidos" (Moral lib. XXIV, c. 18).
La soberbia es el camino contrario a Dios, porque intenta quitarle a Dios su gloria, que sólo a El pertenece. El soberbio se coloca en lugar de Dios, se hace centro de todo. Por esto, "Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia" (I Pedro 5, 5).
El fariseo al buscar envanecerse por lo que hace, autoglorificarse, cae en la soberbia, de ahí el rechazo de Cristo. Cuando Nuestro Señor coloca un ejemplo de soberbia lo hace con la figura del fariseo.
Así, por ejemplo, el publicano y el fariseo que entran al templo para rezar (cfr. Lc. 18, 11-14). El fariseo lo hace "de pie", no mirándose como imperfecto, como pecador y despreciando a los demás: "Oh, Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos.. Ayuno dos veces en la semana"; en cambio el publicano, alma humilde, se quedaba lejos, mirándose como indigno de estar en la Presencia de Dios, no se atrevía levantar los ojos y hería su pecho diciendo: "¡Oh Dios, se propicio a mí, pecador!". Las consecuencias, los frutos recogidos por uno y por otro lo dice Nuestro Señor: "Os digo que éste -el publicano- bajó justificado a su casa y no aquél -el fariseo-" (ibíd.).
Y otro ejemplo es cuando se convierte S. Mateo, que era publicano, un pecador público. Sin embargo los fariseos en vez de alegrarse se enfadan por el hecho, diciendo: "¿Por qué vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?" (S. Mt. 9, 11). Nuestro Señor que los oyó les dice: "No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significa ‘Misericordia quiero y no sacrificios'. Porque no he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores" (ibíd., v.12). Los fariseos se consideraban "justos", por lo tanto se cerraban al Señor que viene a Salvar a los pecadores, encarnándose por ese motivo.
Lo fundamental, por lo tanto, no es simplemente obrar, sino hacerlo con humildad y profundo amor a Dios. La soberbia mata las obras buenas, las pudre en su raíz, de ahí que hay que tener la actitud del Salmista David, para no caer en lo farisaico:"
"Porque no es sacrificio lo que tú quieres; si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarías. Mi sacrificio, ¡oh Dios!, es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios!, no lo desprecias" (Sal. 50, 18-19).
S. Juan de la Cruz, en uno de sus consejos plantea lo mismo:
"Más agrada a Dios una obra por pequeña que sea, hecha en escondido, no teniendo la voluntad de que se sepa, que mil hechas con gana de que las sepan los hombres" (Dichos de luz y amor nº. 20).
Segundo: La Hipocresía
De la Soberbia el fariseo pasa a la hipocresía, que es cuando la persona finge y representa lo que no es o no siente. S. Isidoro decía en sus Etimologías que "hypócrita" es una palabra griega que se traduce al latín por simulador, el cual siendo malo en su interior, se muestra bueno por fuera. ‘Hypo' se interpreta como ‘falso' y ‘crisis' por ‘juicio' "(ML 82, 375). Por eso Sto. Tomás consideraba al fariseísmo como opuesto a la verdad: "a la verdad se opone que alguien manifieste - por algún signo- algo contrario de lo que hay en él. Por eso la simulación es propiamente cierta mentira manifestada en signos exteriores" (II-II, q.111, a.1).
El Fariseo busca engañar a los demás por lo que no es, por lo no vive. La mentira es su arma predilecta, necesita de ella para justificarse y para atraer a los demás. Los dos elementos que encierra la hipocresía, se encuentran en el fariseo: "la falta de santidad y la simulación de la misma" (Sto. Tomás II-II, q.111, a.4).
La "hipocresía -dice el mismo Sto. Tomás- es cierta simulación por la cual aparenta tener una personalidad que no tiene, y consiguientemente se opone directamente a la verdad" (II-II, q.111, a.3). Esta oposición es un pecado satánico, pues el "pecado del demonio contra Dios... consiste en una aversión a la verdad que es Dios" (In Ioannem, VIII, 44, n. 1244).
El fariseo, que va desde el comienzo muriendo a la verdadera religión, por su soberbia va tomando algo de ella -lo externo-para hacerse ver:
"El fariseo va muriendo lentamente a la verdadera religión, pero conservando tenues resabios de ella. Se produce una especie de desdoblamiento de la personalidad religiosa: una reliquia de verdadera religiosidad y un fariseísmo cada vez más voraz. Es una verdadera esquizofrenia religiosa. Finalmente la esquizofrenia se torna hipocresía. El desdobla- miento de la personalidad termina quebrándose y se hace consciente la realidad farisaica. Entonces se construye una personalidad falsa, fingida, santurrona y misticoide" (7).
Nuestro Señor también va a descubrir al fariseo en su hipocresía:
"¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas! que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y luego de hecho, le hacéis hijo de la gehenna dos veces más que vosotros" (S. Mt. 23, 15)... "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiéramos vivido nosotros en tiempo de nuestros padres, no hubiéramos sido cómplices suyos en la sangre de los profetas! Ya con esto os dais por hijos de los que mataron a los profetas" (ibíd., v. 29-30).
Frente a esto, la única manera de matar lo farisaico, es la verdad con humildad: la veracidad. La Veracidad es propio de las almas simples y santas. La veracidad es una virtud que "inclina a decir siempre la verdad y a manifestarse al exterior tal como somos interiormente" (cfr. II-II, q. 109, a.1 y 3, ad.3). Decir la verdad y vivir conforme a ella es agradable a Dios. Y, a la vez, nos asemeja a Cristo, quien vino a manifestar la Verdad (Jn. 18, 37), aunque El es la Verdad de manera absoluta. También es fundamental la veracidad con los demás. S. Pablo dice que es preciso crecer en caridad "abrazados a la verdad" (Ef. 4, 15) y que "despojándose de toda mentira hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros" (Ef. 4, 25). El cristianismo es "hijo de la luz" (Jn. 8, 44), hijo de la verdad. La mentira, en cambio, es el camino de lo satánico.
Y, como partes integrales de la veracidad se encuentran por un lado la fidelidad (que inclina a la voluntad a cumplir exactamente lo prometido), y, por otro lado, la simplicidad (que rectifica la intención apartándonos de la doblez, que nos impulsaría a manifestarnos exteriormente en contra de nuestras verdaderas intenciones) (cfr. S. Th. II-II, 109, 2, ad.4 ; II-II, 111, 3, ad.2).
Pero el hablar de sí mismo con verdad se debe hacer con un cierto discernimiento: "Hablar de uno -observa Sto. Tomás- conforme a la verdad es una cosa buena, pero con una bondad genérica que no basta para hacer el acto virtuoso. Para esto se precisan otras muchas condiciones, en cuyo defecto el acto será más bien un vicio. Tal es el ejemplo, el alabarse a sí mismo sin motivo, aunque no se falte a la verdad. Y también el publicar sus defectos como vanagloriándose de ellos, sin que tal publicidad reporte algún beneficio" (II-II, 109, 1, ad.2).
Decir la verdad para hacerse ver y no por la gloria de Dios y el bien de las almas, es vicio más que virtud.
Tercero: La Crueldad
La crueldad, que es deleitarse en hacer sufrir a los demás, es otra característica de los fariseos. Ellos, no soportando a Dios ni a la verdadera religión, van a despreciar todo lo que le indique a Dios y van a perseguir a los verdaderos creyentes.
La crueldad va a ser por un lado consecuencia de la envidia que van a tener por los que obran bien, y también un efecto del vicio que va contra el amor al prójimo: el odio. El odio farisaico no es por rechazar lo malo (que es virtuoso y bueno, siempre y cuando se desprecie no a la persona misma del prójimo, sino lo que hay de malo en ella). El odio de los fariseos es el de enemistad, que le desea al prójimo algún mal.
La crueldad del fariseo es la del que se considera "justo" y que encubre su acto adornándolo con el escudo del derecho y con la aparente "rectitud moral". Es la crueldad de la pseudo-justicia. Cuando pidieron crucificar al Señor lo hacen con "aparente justicia", pero que en el fondo es tapar y justificar su crueldad contra el Hijo de Dios. Les va a decir Nuestro Señor acerca de su crueldad:
"por esto os envío yo profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad" (S. Mt., 23, 34).
El fariseo, la primera crueldad la va a tener con la propia alma, al dejarla alejada de la verdadera perfección, de la santidad exigida por Dios. Quien peca se hace verdugo de sí mismo. La segunda consiste en despreciar a los verdaderos adoradores: va a perseguirlos, difamarlos y atacarlos en todos los frentes.
"El falso creyente -observa el P. Castellani- persigue de muerte a los veros creyentes, con saña ciega, con fanatismo implacable... y no se calma ni siquiera ante la cruz ni después de la cruz... ‘Este impostor dijo que al tercer día iría a resucitar'; de modo que, oh Excelso Procurador de Judea... Guardias al sepulcro" (8).
"El fariseísmo es esencialmente homicida, aunque tenga las manos enteramente limpias de sangre y sea incapaz de resistir por la fuerza a una viril pateadura. ‘Vuestro padre es el diablo -les dijo Cristo- el cual fue homicida desde el principio'. Es homicida porque es enemigo de la vida y helador de la caridad y todo lo que es cálido: de su corazón y de su boca salen una especie de rayos de hielo. Y éste es el grado supremo del fariseísmo, los sacrificios humanos; no a Dios, que no los quiere, sino a un Diablo disfrazado y llamado con distintos nombres: ‘Disciplina Eclesiástica' en este caso" (9).
La crueldad se va a superar con la verdadera caridad que lleva a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo y a sí mismo por amor a Dios.
II. La simplicidad: la unidad en el Uno
Nos quedaríamos escasos, faltos, si viéramos la simplicidad por lo que no es, sin aceptarla, también, por lo que es en su aspecto virtuoso.
La palabra simplicidad compuesta de sin (raíz indoeuropea, que indica unidad) y plex (de la raíz plac, que indica tejer, o enlazar, como en el verbo plico), significa lo único, lo escueto, lo elemental, en contraposición a la doblez. La simplicidad no sólo es la no doblez, sino también lo único, lo uno. El simple es lo más alejado de lo ingenuo, del incauto o del mentecato; es el que vive unificado en su ser, en lo esencial. En sentido religioso el simple es el que reduce todo a Dios, se guía por lo único necesario.
En el orden natural o físico lo simple es lo elemental, lo rudimentario y, por eso mismo, lo imperfecto, incapaz de vivir (cfr. Aristóteles en De substantiis separatis, c. 2, n.52). En cambio en la S. Escritura "simple" y "simplicidad" se usan exclusivamente para expresar la sinceridad, la sencillez, la inocencia del hombre bueno. Algunos textos de la S. E.:
"Había en tierra de Hus un varón llamado Job, hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y apartado del mal" (Job 1,1).
"El justo camina en su integridad; bienaventurados sus hijos después de él" (Prov. 20, 7).
"Siervos , obedeced a vuestros amos según la carne, como a Cristo, con temor y temblor, en la sencillez de vuestro corazón" (Ef. 6,5 ).
Nuestro Señor, en su vida pública, alaba al alma simple, e el caso de Natanael: "He aquí un verdadero israelita en quien no hay dolo" (S. Jn. 1, 42). Dolo, del latín dolus: engaño, perfidia; es decir, no hay doblez, fraude. Natanael es un alma simple, de una sola pieza delante del Señor; por esto recibe la confirmación de sus buenas cualidades de parte del Verbo de Dios.
Y también Nuestro Señor va a colocar la simplicidad como una característica fundamental del buen discípulo: "Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (S. Mt. 10, 15). El consejo lo da a los discípulos que iban a ir "como ovejas en medio de lobos" (S. Mt. 10, 16), en medio de los peligros que presentan los enemigos del alma. La solución es ser prudentes como "serpientes" y sencillos y simples como "palomas". Lo primero es la prudencia de la serpiente, la prudencia virtuosa, no la carnal, para no dejarse atrapar por los engaños que presenta el tentador, el demonio. S. Juan Crisóstomo analizando el texto hace la siguiente observación:
"Tratándose de animales irracionales, ni prudencia ni sencillez sirven para nada; pero en vosotros, de mucho. Mas veamos qué prudencia es la que aquí pide el Señor. Prudentes como la serpiente -nos dice-. Como la serpiente lo abandona todo, y aún cuando le hagan pedazos el cuerpo, no hace mucho caso de ello, con tal de guardar indemne la cabeza, así vosotros -parece decir el Señor- entregadlo todo antes que la fe, aún cuando fuera menester perder las riquezas, el cuerpo, la vida misma. La fe es la cabeza y la raíz. Si ésa se conserva indemne, aún cuando todo lo pierdas, todo lo recuperarás más espléndidamente." (Com. al Ev. de S. Mateo, hom.33, 2).
Pero la sola prudencia de la serpiente sin la simplicidad de la paloma se puede volver peligrosa y caer en una especie de astucia mundana, como así la simplicidad de la paloma sin la prudencia de la serpiente en una ingenuidad torpe, una sensiblería que se queda a nivel de piel.
"De ahí que nos mandó el Señor, -agrega S. Juan Crisóstomo- que seamos sólo sencillos e ingenuos, ni sólo prudentes. Para que haya virtud, quiso que una y otra cosa fueran a la par. para que no recibamos golpe en los puntos mortales tomó de la serpiente la prudencia; la sencillez, de la paloma, para que no nos venguemos de los que nos agravian, ni busquemos daño a quienes nos arman sus acechanzas. Si esta sencillez no se le añade, ¿para qué sirve la prudencia? ¿Qué puede entonces haber más duro que estos preceptos? ¿No era bastante tener que sufrir? No, responde el Señor. Yo no os permito ni que os irritéis, pues tal es la naturaleza de la paloma. Es como si uno mandara echar una caña seca en el fuego y mandara que no se quemara la caña, sino que apagara ella el fuego. Sin embargo, no nos alborotemos. Lo que el Señor predijo, sucedió; lo que mandó, fue cumplido y se mostró en las obras mismas. Los apóstoles fueron prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas, y ciertamente que no eran de naturaleza diferente, sino de la misma que nosotros. Nadie tenga, pues, por imposibles estos mandamientos. mejor que nadie sabe el Señor mismo la naturaleza de las cosas, y El sabe perfectamente que la insolencia es fuego que no se extingue con otra insolencia, sino con la mansedumbre" (ibíd.).
La prudencia y la sencillez juntas, unidas, no separadas. "En lo cual hemos de advertir que el Señor no quiso aconsejar a los discípulos -comenta S. Gregorio Magno-, la sencillez de la paloma sin la prudencia de la serpiente, ni esto sin aquello, a fin de que la astucia de la serpiente avive la sencillez de la paloma y la sencillez de la paloma modere la astucia de la serpiente, por lo cual dice S. Pablo" (I. Cor. 14, 20): "No seáis niños en el uso de la razón" (Hom. Evangelio S. Mat., libro II, hom. 10).
a. La simplicidad Divina
El Ser más simple es Dios. No hay nada en El de composición, ni mezclas extrañas, sino que El es El mismo. Dios es "una sola substancia espiritual, singular, absolutamente simple e inconmutable, debe ser predicado como distinto del mundo, real y esencialmente" (Concilio Vaticano I, Dz 1782).
La S. Escritura nos presenta a Dios en su simplicidad, como Espíritu puro, irreductible a toda composición, personifica las propiedades divinas identificándolas con su misma esencia. He aquí algunos textos:
"Dios es espíritu, y los que le adoran han de adorarle en espíritu y en verdad" (Jn. 4, 24).
"El Señor es Espíritu" (2 Cor. 3, 17).
Dios que revela su nombre: "Yo soy el que soy" (Ex. 3, 13-5), se devela no como una fuerza anónima, ni como una energía impersonal, sino como "el que es". Dios es el Ser Subsistente por sí mismo, sin que deba a nadie su existencia. Su esencia y su existencia son una misma realidad.
"Oíd lo que se dijo a Moisés -observa S. Agustín- cuando preguntaba el nombre de Dios: Yo soy el que soy. Mira si alguna otra cosa es; junto a Dios ninguna criatura tiene verdadero ser, pues lo que verdaderamente es no conoce mudanza alguna. Todo cuando se muda y fluye y en ningún tiempo cesa de cambiar, eso fue y será, pero no es, porque lo que fue, ya no es; lo que será, todavía no es, y lo que viene para pasar, será para no ser. Pero en Dios no hay fue y será, sino únicamente es" (S. Agustín, Serm. 2).
Y Dios que se manifiesta como el que es, absolutamente simple, es un Dios escondido (cfr. Is. 45,15), un Dios que "nadie le vio jamás; Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn. 1, 18). Dios que se ha revelado al hombre es a la vez conocido e incomprensible:
"Así, pues, Dios que se ha revelado a Sí mismo al hombre -dice el Papa Juan Pablo II-, sigue siendo para él en esta vida un misterio inescrutable. Este es el misterio de la fe... Dios que se ha revelado a Sí mismo al hombre continúa siendo para el entendimiento humano Alguien que es simultáneamente conocido e incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en contacto con el Dios de la revelación en la oscuridad de la fe". Esto se explica en todo un filón clásico y moderno de la teología que insiste en la inefabilidad de Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda-y a veces hasta dolorosa- en la experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta ‘oscuridad de la fe' -como afirma San Juan de la Cruz- ‘es la luz que infaliblemente conduce a Dios' (Subida al Monte Carmelo, L.2, 9, 3)" (1.9.1985).
El acercamiento a Dios, desde la fe, es sacro y religioso; es como subir al altar del Señor, al Monte de la perfección. Dios trasciende por su inefabilidad todo lo que se pueda decir de El; Dios como Ser simple trasciende a todas las criaturas, y a la vez las sostiene en el ser. Escuchemos a un autor contemporáneo exponiendo con claridad y profundidad la doctrina de Sto. Tomás con respecto a la simplicidad en Dios:
"Cuando decimos que Dios es absolutamente simple, queremos decir que excluye ,cualquier género de composición. Si se supusiera a Dios compuesto de algún modo, habría que negar sus atributos fundamentales, y Dios ya no sería Dios. En efecto: Dios es el primer principio de todas las cosas y, por lo mismo, absolutamente independiente, causa no causada, ser infinito. Lo hemos ya demostrado. Pero todo ser compuesto, por el contrario, es dependiente, causado y finito. Dependiente, porque es siempre posterior, al menos por naturaleza, a las partes de las que resulta, y no puede subsistir sin ellas. Causado, porque, constituyendo siempre una determinada combinación de partes, supone una causa capaz de idearla y de realizarla. Finito, en fin, porque mientras las partes de un compuesto pueden siempre ser aumentadas o disminuidas sin límite, el infinito, por el contrario, no es susceptible de aumento ni disminución. Por otra parte, todo compuesto, teniendo partes finitas, o sea, partes que se completan y se limitan mutuamente, es necesariamente finito, ya que, por mucho que se multipliquen los elementos finitos, no podrán jamás formar el infinito" (10).
Pero Dios que es Uno, el Ser absolutamente Simple, se nos manifiesta como "trino" en Personas. La fe católica nos lleva a creer en un sólo Dios en tres Personas. las Personas Divinas no se reparten la única divinidad sino que cada una de ella es enteramente Dios. No son tres dioses sino un Solo Dios.
"El Padre es lo mismo que el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza (Concilio de Toledo XI, año 675, Dz. 530). ‘Cada una de las tres Personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina' (Concilio IV de Letrán, año 1215, Ds., 804)" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 253).
El Misterio de la Trinidad no anula la realidad inefable de un Único Dios. La Vida cristiana va a consistir y va a ser restaurada en el Misterio de Dios Uno y Trino. Restauración que comienza en el bautismo y que se hace en "el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28, 19). La vida cristiana va a consistir en imitar a Dios en lo que El es, en su simplicidad infinita. Dios es más simple que nuestra simplicidad; ser simple como Dios es simple es nuestra meta. Escuchemos lo que Dios le dice a una religiosa:
"Descubrirme, conocerme, recibirme y luego venir a mí, esta es la única razón de cada vida. Si quieres amarme, piensa en mí. Para pensar en mí, ámame. Piensa en lo que sabes de mí: tu amor crecerá- y el amor te dará un conocimiento más profundo.
Yo soy la fuente. Ven a la fuente. Es inagotable. Haz silencio a tu alrededor y en ti. Abandona tus deseos. Toma mis deseos y mis sentimientos entonces mi alegría te visitará aún en las tinieblas más profundas. Descended al fondo, bien al fondo de vosotros mismos, allí me encontraréis. Haced silencio, bien al fondo de vosotros mismos: escucharéis mi voz. ¡Escuchadme! Haced lo que os digo: yo os transformaré. Al contrario de las potestades humanas que se imponen, Yo no me impongo jamás; delicadamente ofrezco mi Espíritu. Si se me recibe, yo me doy más aún. Cuando todas las otras voces se hayan callado, oiréis la mía. Se me pide ayuda, si; pero raramente me consultan mis deseos, y raramente se me escucha. Me dais lo que queréis darme; parece que se pierde el tiempo si se averigua lo que pido y lo que quiero. Sin embargo es lo que debéis hacer. Tantas almas no me oyen porque habláis en mi lugar. ¡Si supieras lo que podrías hacer con el silencio! Hablo a cada alma; si hay quienes no me oyen, es porque no me escuchan. Arrastro a todas las almas hacia mí, las invito... muchas no entienden; muchas no escuchan. Yo que nunca os engañé, soy incansablemente engañado. Mi amor invita sin cesar a cada alma de la forma que más le conviene... Pero sólo me descubren aquellas que me buscan. Escucha por aquellas que no quieren oir mi voz. Yo soy más sencillo que tú, sí, yo la Sabiduría Eterna. Conversar conmigo, estar unido a mí a cada instante es fácil, es simple: basta amar a todas las creaturas por mí, y a Mí más que a ninguna creatura. Basta escucharme y hacer lo que digo. Porque digo cosas sencillas, siempre oportunas, de lo que te sucede o ves, crees que eres tú mismo quien sugiere esos pensamientos. Hijita mía, como en tus meditaciones anteriores, tú te dirás a ti misma cosas más complicadas. Estoy muy cerca de ustedes, dentro... soy muy sencillo. me buscáis lejos, como un Dios inaccesible. Por eso pasáis a mi lado sin verme y no sentís la inmensa dulzura que mi presencia deja en vuestra alma". Ahí estoy en perfecto silencio, con perfecta paciencia. Si intentas hablar de mí, tu voz podría cubrir la mía... más vale un respetuoso silencio que permite escucharme. No es necesario que siempre te hable con palabras; es suficiente que tú me escuches... No es necesario que me veas; es suficiente que me mires y dejes los ojos de tu alma hundidos en Mí... ‘Oye mi silencio: así es conveniente adorar a Dios'. (Hermana María de la Trinidad (Luisa YAQUES); murió 1942, Clarisa).
b. La oblación de sí misma
Nuestro Señor es el modelo de simplicidad, un modelo acabado. Cuando se encarna, haciéndose Hombre sin dejar de ser Dios, lo hace para restaurar a todos los hombres en Dios. Y si la simplicidad es reducir todo a Dios ¡cuánto más Nuestro Señor!. Todo lo lleva a Dios, todo lo somete a lo Divino. La única obsesión que tiene Nuestro Señor es cumplir con la Voluntad de su Padre:
"Yo tengo una comida que vosotros no sabéis. Los discípulos se decían unos a otros: ¿Acaso alguien le ha traído de comer? Jesús les dijo: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra" (S. Jn., 4, 32-4).
Cristo al ser Verdadero Dios y verdadero Hombre posee una doble voluntad: la Divina y la Humana. En cuanto a la Voluntad Divina, porque es Dios, coincide y se identifica plenamente con la voluntad del Padre (ya que es un atributo de la divinidad, común a las tres divinas Personas). Y en cuanto a su Voluntad humana la subordinó libremente a la Voluntad de su Padre. "No busco -dice- mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn., 5, 39). "Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn. 6, 38); "Yo te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn. 17, 4).
Jesucristo entrega libremente su ser, voluntariamente, se hace oblación en las manos de su Padre. Va a la muerte, a padecer la pasión, libremente por amor y en cumplimiento a lo que su Padre le estableció:
"Nadie me quita la vida, soy yo quien la doy de mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. tal es el mandato que del Padre he recibido" (Jn. 10, 18).
"Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave" (Ef. 5, 2).
"Se entregó por nuestros pecados para librarnos de este siglo malo, según la voluntad de Nuestro Padre Dios" (Gal. 1, 4).
Los Santos Padres hablan de esta entrega de Cristo, bajo el precepto de lo establecido por su Padre celestial:
"Se ofreció porque quiso. De hecho soportó la cruz, no por necesidad, sino por propia voluntad, puesto que dice en el Evangelio: El cáliz que me dio mi Padre ¿no lo he de beber?" (S. Ambrosio, In. Is., 53, 7: ML 24-508).
"No murió coaccionado ni fue inmolado por violencia, sino voluntariamente" (San Cirilo de Jerusalén, Catech. 13, 6: MG 32, 780).
"En Cristo hay armonía entre sus voluntades; su voluntad humana sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente" (C. de Constantinopla III, Dz 556).
Ahora bien, la perfección va a consistir en imitar a Nuestro Señor, en entregar todo el ser a Dios libremente, con su ayuda sobre-natural. La radicalidad del compromiso y de la renuncia por amor a Dios es el camino que nos propone Nuestro Señor. Un camino estrecho , un camino con la Cruz, un camino que es El mismo. El no promete un camino fácil, un "no te metás", sino al contrario la exigencia total: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame" (Lc. 9, 23).
En efecto. Toda la vida cristiana y, con mayor razón aún, la vida de santidad, consiste en dos disposiciones fundamentales y correlativas, que no puede darse la una sin la otra y que deben regir nuestros actos: el renunciamiento a sí mismos y la firme voluntad de imitar a Cristo. Estas dos actitudes primordiales encierran y resume la vida ascética y mística cristiana. Lo primero es desapegarse de sí, desprenderse de lo que ofende a Dios; y lo segundo seguir a Jesús, sabiendo que El no nos propone lo fácil, lo placentero, la componenda, el eclecticismo o el sincretismo, sino la definición total en la Verdad y el Bien. El Papa Juan Pablo II hace la siguiente observación:
"Cristo no promete a sus discípulos éxitos terrenos o prosperidad material, no presenta a sus ojos una ‘utopía' como ha sucedido más de una vez, y sucede siempre en la historia de las ideologías humanas. El dice sencillamente a sus discípulos: os perseguirán, os entregarán a los organismos de las diversas autoridades, os meterán en la cárcel, os llevarán ante los diversos tribunales. Todo esto por amor de mi nombre" (5.10.1980).
Las almas que se crucifican con Cristo son las almas simples. Son precisamente ellas, ya que no ponen obstáculos.
En la práctica, a las almas simples nada debe preocuparles tanto como el constante de sí mismas y la plena rectificación de la intención a la mayor gloria de Dios. "En el cielo de mi alma -decía la Bta. Sor Isabel de la Trinidad- la gloria del Eterno, nada más que la gloria del Eterno" (Retiro de Laudem gloriae, día séptimo).
c. La simplicidad virtuosa
Las virtudes, que son las flores del alma, hábitos buenos, elevan al que las ejercita en el camino de la perfección. La gracia, preludio de la vida celestial, diviniza al alma, la deifica; las virtudes favorecen el despliegue, el desarrollo, el crecimiento, junto con la oración, las obras buenas y los dones del Espíritu Santo.
La palabra virtud, viene de vir : fuerza; es una fuerza ordenada al bien. Las almas virtuosas están unificadas dentro de sí en la perfección, están unificadas dentro de sí en la perfección, están centradas en lo único necesario; por lo tanto son simples dado que reducen a Dios.
Un ejemplo de almas que deben vivir en la simplicidad virtuosa, son los monjes. La palabra monje en su etimología, en su sentido profundo, posee una triple significación. Primero el monje es ante todo, aquel que vive solo, sin mujer. Adán, en esta primera acepción, antes de la creación de Eva era como un monje, vivía en la soledad originaria (cfr. Juan Pablo II, 10.11.1979 y ss.). San Juan Bautista, sin mujer, es considerado un monje, como un ángel del desierto.
En segundo lugar, el monje es aquél cuya actividad está orientada hacia un único fin. Es aquél que vive a solas con Dios solo, es el que está unificado en Dios, es uno con el Uno. El verdadero monje es el que desea agradar sólo a Dios, con todo el corazón. Se niega, rechaza el estar dividido; lucha para no dejarse vencer por los vicios y las tentaciones. El monje es el solitario de Dios. Escuchemos este hermoso himno de Simeón el nuevo teólogo que dice:
"Solitario es aquel que no está mezclado con el mundo y que continuamente conversa con Dios solo. Viendo es visto, amando es amado y llega a ser luz, al ser iluminado inefablemente; glorificado se estima mas pobre, y siendo familiar se aproxima sin embargo como un forastero. ¡Oh maravilla totalmente extraña e inenarrable! A causa de la abundancia infinita soy pobre y juzgo no poseer nada, poseyendo mucho; y digo: tengo sed, en razón de la sobreabundancia de las aguas, y ¿quién me dará lo que poseo abundantemente, y en donde encontrarse, lo que veo cada día? ¿Cómo asiré al que está presente en mí y fuera del mundo, pues es absolutamente invisible? ¡El que tenga oídos para oir, que oiga y comprenda verdaderamente las palabras de este ignorante!" (Himno III)
El monje, entonces, es el que "continuamente conversa con Dios solo... (y) amando es amado". la fórmula con Dios solo se encuentra en los Padres de la Iglesia: por ejemplo San Gregorio de Nacianzo, Oración 25-26, 1-17; Pseudo Basilio, ep. 7, 3; San Atanasio, VA, 3, 66). San Teodoro Estudita habla de esta realidad, en términos claros y precisos:
"Monje es aquel que dirige su mirada hacia Dios solo y que también dirige su deseo hacia Dios solo y que sirve a Dios solo, y que en posesión de la paz con Dios, se transforma en causa de paz para los otros" (Ad. Disc. Cat. ser. 39, PG 99, 56).
Y en tercer lugar, el monje es aquel cuyo corazón está unificado. Es extraño a la dualidad, la doblez, su vocación es la unidad, es decir, la unificación de su propio ser en el santuario de su alma, el recogimiento de las potencias en lo profundo de sí. Ser monje es simplificarse dentro de sí.
Estos tres sentidos (11), nos llevan a ver que el ideal al que tienden todos los que llevan vida monástica es la simplicidad. Estar solo, unirse a Dios solo, y estar unido dentro de sí conduce a la simplicidad exigida por Nuestro Señor, en la simplicidad evangélica del que todo deja para ganar el Todo.
El ideal de simplicidad, no es patrimonio del monje únicamente, no es un ideal exclusivo de los eremitas del desierto, toda alma divinizada, en la medida que se va uniendo más con Dios más se simplifica en lo esencial, hace una poda espiritual de lo superfluo, de las vanidades, quedándose solamente con lo único necesario. Pero el proceso de simplificación, dado con la ayuda sobrenatural de Dios, supone un proceso de purificación activo y pasivo del ser. Se debe dar primero una simplicidad de intención.
"¿Qué significa esa mirada simple de que nos habla el divino Maestro? Se trata de la simplicidad de intención que unifica todas las fuerzas dispersas del alma y une al mismo espíritu con Dios. La simplicidad da a Dios honor y alabanza. Es ella quien le presenta y ofrece las virtudes. Después, penetrando en sí misma y traspasando su ser, penetrando y traspasando el ser de las criaturas, encuentra a Dios en su profundidad. Ella es el principio y el fin de las virtudes, su esplendor y su gloria.
Llamo intención simple a la que preocupándose solamente de Dios, le ofrece todas las cosas... Es ella quien pone al hombre en presencia de Dios, le ilumina y fortalece, le despoja y libera ahora y en el día del juicio de todo temor. Es ella el impulso interior y el fundamento de la vida espiritual... Pisotea la naturaleza viciada, da la paz e impone silencio a las preocupaciones superficiales que surgen en nuestro interior. Es ella quien aumentará constantemente nuestra semejanza con Dios. Después, superando toda clase de intermediarios, ella nos sumergirá en la profundidad donde Dios mora y nos dará el reposo del abismo.
La simplicidad de intención nos dará la herencia gloriosa que la eternidad nos ha preparado. Toda la vida de los espíritus, toda su virtud consisten juntamente con su semejanza divina en la simplicidad de intención... Su reposo supremo en la altura de la gloria también se realiza en la simplicidad. cada espíritu posee, según el grado de su amor, una capacidad más o menos profunda de conocer a Dios dentro de su propia profundidad.
El alma simplificada, elevándose a impulsos de su mirada interior, penetra dentro de sí y contempla en su propio abismo el lugar secreto donde se realiza el toque de la Santísima trinidad. El alma ha penetrado de esta manera en su profundidad consiguiendo llegar hasta su fundamento que es la puerta del cielo". (Beata Sor Isabel de la Trinidad, El Cielo en la tierra, día sexto).
La simplicidad de intención es el inicio, lo segundo es ser una "alabanza de gloria" con la propia vida, un canto de gloria al Señor.
"Una alabanza de gloria es un alma que mora en Dios, que le ama con amor puro y desinteresado, sin buscarse a sí misma en la dulzura de ese amor; que le ama independientemente de sus dones y le amaría aunque nada hubiese recibido de El; que sólo desea el bien del Objeto amado.
Pero, ¿cómo desear y querer efectivamente el bien de Dios? Cumpliendo su voluntad pues ella dirige todas las cosas a su mayor gloria. Por lo tanto, esta alma debe entregarse tan plena y ciegamente al cumplimiento de esa voluntad divina que no pueda querer sino lo que Dios quiera.
Una alabanza de gloria es un alma silenciosa que permanece como una lira bajo el toque misterioso del Espíritu Santo para que produzca en ella armonías divinas. El alma sabe que el sufrimiento es una cuerda que produce los más dulces sonidos. Por eso desea tenerla en su instrumento para conmover más tiernamente el Corazón de su Dios". (Beata Sor Isabel de la Trinidad, Ibíd, día décimo).
Y el alma que posee entonces la bella simplicidad interior de todo el ser recogido en Dios, ha edificado sobre roca, sobre Cristo, la Piedra fundamental del Edificio Espiritual.
"El alma, por la simplicidad de la mirada con que contempla fijamente su divino Objeto, se encuentra despojada de toda cuanto la rodea y principalmente de sí misma. Es entonces cuando resplandece con la ciencia de la gloria de Dios (2 Cor. 4, 6) de que habla San Pablo, porque permite al Ser divino reflejarse en ella y comunicarle todos sus atributos.
Esta alma es ciertamente la Alabanza de gloria de todos sus dones. Ella canta, a través de todas las cosas y por medio de sus actos más ordinarios, el canticum magnum, el canticum novum. Su canto conmueve a Dios hasta en lo más íntimo de su ser". (Beata Sor Isabel de la Trinidad, Ultimo retiro, día tercero).
d. Alma Simple: alma virgen
Si la Virginidad es mantener la integridad de la carne, la virginidad del espíritu es mantener el santuario interior sin ninguna contaminación.
Las almas vírgenes sólo se desposan con el Señor, viven en el matrimonio del espíritu con el Divino Huésped; buscan adorar a Dios en "espíritu y verdad". Podríamos decir que hay una cierta relación entre la simplicidad y la virginidad. Si la simplicidad es reducir todo a Dios, la virginidad consagrada es unirse con Dios solo; si la simplicidad evita la doblez, la virginidad evita el adulterio de espíritu con otros esposos, y si la simplicidad es para mejor poseer a Dios, la virginidad de la esposa de Cristo es para mejor unirse a El.
"La virginidad tiene dos aspectos, positivo el uno, y negativo el otro. Aspecto Positivo: La unión con Dios, cada quien según la índole de su gracia peculiar. El alma es virgen en cuanto está unida con Dios, quien, por estar completamente desprendido de cuanto no es él, es la virginidad perfecta y absoluta. Aspecto Negativo: El desprendimiento de cuanto puede ser obstáculo a la unión con Dios; y además, la desnudez y la separación, en cuanto sea posible y razonable, de todo cuanto no conduce especialmente a Dios.
En esto estriba la esencia de nuestro espíritu: en tender a Dios de suerte que, libres de cuanto no sea El, lleguemos a transformarnos en puras capacidades de lo divino; capacidades que atraigan a Dios, y que Dios vaya llenando, al propio tiempo, de sí mismo.
Esta simplicidad, esta virginidad, no hay que buscarlas fuera de nuestra unión con Jesús; sólo El puede comunicárnoslas conforme vayamos viviendo de su vida y asimilándonos su espíritu...
¿Se puede pedir algo más simple?
Todo en nuestra vida cartujana debe ser así, simple y virgen.
Unirnos con Dios en la simplicidad y la virginidad de la existencia solitaria, tal es nuestro espíritu y toda nuestra vida.
El que es verdaderamente simple es divino en todo. Las almas grandes y sublimes son siempre las almas más simples pues son las que están más cerca de Dios. Observad a los grandes santos y veréis que la cima de la santidad es siempre una sencillez infantil" (Espiritualidad del Hermano Cartujo, Aula Dei, 1994, pp.9-10).
Las almas vírgenes que son simples deben:
Primero: ir derecho a Dios
"Jesús es la corona de las almas vírgenes, su pureza, su amor. cuanto más virgen sea el alma más unida estará a El.
Sólo Dios es virgen porque es el único que se basta a sí mismo. Para ser virgen se requiere, por tanto, despegarse de todo cuanto no es Dios, y, ciertamente, no de una manera cualquiera sino absolutamente, a fin de hallar, en Dios, el verdadero principio de la vida" (Ibíd. p. 26).
Segundo: desapegarse de lo sensible.
"Ser virgen quiere decir estar despegado de lo sensible y unido exclusivamente a esa simplicidad perfectísima que es Dios. ¡Cuán pocas almas son realmente vírgenes!
Se aficionan a toda clase de devociones sensibles. La práctica del bien sensible las paraliza; olvidan prácticamente que Dios es espíritu y verdad" (ibíd. p. 27).
Tercero: alimentarse solamente de Dios
"En los comienzos, el alma tiene que ser celosa en la práctica de todas las virtudes, pues las virtudes son los peldaños por los que va subiendo el alma; pero luego, después de haberse fortalecido en la práctica de las virtudes, sólo tiene que preocuparse de Dios, alimentarse sólo de El" (ibíd. p. 27).
Cuarto. El debe transformar toda su vida.
"El que, en su celda, ama a Dios muy de veras, lo lleva consigo necesariamente dondequiera que vaya, permaneciendo recogido en su divina presencia. El recogimiento no es una compostura; es un estado del alma ante Dios.
Si de veras amamos a Dios, todo edificará en nosotros; nuestros modales, nuestros ademanes, nuestras palabras, y por eso, precisamente, porque amamos a Dios, y no porque hagamos algo con la intención de edificar". (ibíd., p.29).
e. La simplicidad y el niño
Una imagen que ayuda a descubrir el misterio de la simplicidad es el niño. Nuestro Señor coloca al niño, el hacerse como ellos, como condición para poder entrar en el Reino de los Cielos.
"En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién será el más grande en el reino de los cielos? El, llamando a sí a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os mudáis haciendoos como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos" (Mt. 18, 1-4).
Hacerse niño no por un espíritu aniñado y enfermizo, sino por amor, simplicidad, sencillez, candor y humildad. Se trata de la infancia espiritual, de la infancia interior. Es hacerse niño como el Niño Jesús, quien nos presenta cuatro cualidades: "pureza, humildad, amabilidad y mansedumbre... Pureza. Encontramos en El suma pureza, porque es candor de la luz eterna y espejo sin mancilla (Sab. VII, 26)... Humildad. Encontramos también en este niño suma humildad: Se anonadó a sí mismo (cfr. Fil. 2, 7)... Amabilidad, porque es el más hermoso de los hijos de los hombres, y aún de las milicias angélicas. Esta amabilidad es resultado de la unión de la divinidad con la humanidad... y finalmente vemos en este niño la suprema mansedumbre: es benigno y clemente, paciente y de mucha misericordia, y que se deja doblar sobre el mal (Joel 2, 13)" (Sto. Tomás, De Humanitate Christi).
La infancia espiritual es una meta a conquistar, con la gracia de Dios. Un ejemplo maravilloso es Sta. Teresita del Niño Jesús, modelo de alma simple y de heroica virtudes.
Esta santa teresiana coloca el retorno fundamental a la niñez en la primacía del amor.
"¡Qué importan las obras! El amor puede suplir una larga vida. Jesús no mira al tiempo, porque es eterno. Sólo mira el amor. ¡Jesús! ¡Quisiera amarle tanto! Amarle como jamás ha sido amado. A cualquier precio quiero alcanzar la palma de Inés: si no es por el martirio de sangre, ha de ser por el del amor".
La primacía de amor, que supone en su simplicidad abandonarse en Dios. La clave fundamental de la santidad está en apoyarse más en Dios que en sí, en abandonarse como un niño lo hace en su madre, de la misma manera abandonarse en los brazos de Dios Padre. La infancia espiritual, la simplicidad supone un santo abandono.
"Dios todo lo ve. Me abandono en El".
"Una sola cosa deseo: la voluntad de Dios".
"Con tal que El esté contento, me siento en el colmo de la felicidad".
"Quiero todo lo que Dios me da".
"No quiero entrar en el cielo un minuto antes por propia voluntad".
"No prefiero una cosa a otra. Lo que Dios prefiere y escoge por mí, eso es lo que más me gusta".
"Me gusta tanto la noche como el día".
"No sufro sino de instante en instante. Es porque se piensa en el pasado y en el porvenir por lo que uno se desalienta y desespera".
"Padezco de minuto en minuto".
"El me da en cada momento lo que puedo soportar, y no más".
"Dios me da valor en proporción de mis sufrimientos. Siento que de momento no podría soportar más; pero no tengo miedo, puesto que, si los sufrimientos aumentan, Dios aumentará al mismo tiempo mi valor" (Textos de Sta. Teresita)
Por último el camino de la niñez, según el espíritu, lleva a la humildad y sencillez. Sta. Teresita quería ocultarse de todo, ser un pequeñito granito de arena, un pequeño juguetito en las manos del Niño Jesús. Ella por su humildad, llegaba a decir que "fui enteramente feliz cuando se olvidó de sí misma". Olvidarse de sí, es desapegarse, es experimentar la propia nada para mejor ocultarse en el Todo, que es Dios.
III. Conclusión
La simplicidad o la sencillez, en síntesis, puede ser vista de dos maneras. La primera responde a la raíz hebraica (pth) y que tiene el sentido de dejarse llevar, de ser seducido. En este primer caso la simplicidad o sencillez se emparenta con la ingenuidad o la tontería. En la S. Escritura -en este aspecto- tres veces el simple va unido al tonto (Prov. 1, 22; 1, 32; 8, 5); tres veces al arrogante (Prov. 1, 22; 19, 25; 21, 11) y otras veces al insensato (Prov. 7, 7; 9, 4; 9, 16). Al simple le falta agudeza (Prov. 1, 4), inteligencia (Prov. 9, 6), conocimiento (Prov. 14, 6), es decir, sabiduría. Se cree todo lo que se le dice (Prov. 14, 15), no prevee desgracias (Prov. 22, 3; 27, 12).
Pero hay una segunda raíz hebraica que expresa la simplicidad o la sencillez (tmm) (12), la cual tiene un sentido positivo, de algo acabado, perfecto. la simplicidad se vuelve sinónimo de integridad, hasta de inocencia. Simple es el que no actúa con doblez, sino con sinceridad delante de Dios. En este aspecto Dios siempre va a rechazar las almas con doblez. "¿hasta cuándo andaréis cojeando de un lado a otro?" (I Reyes 18, 21) les dice Elías al pueblo elegido. De manera parecida dice el salmista: "Odio los corazones dobles" (Sal. 119, 113). Y recomienda Dios andar delante de El con sencillez de corazón: "Si andas en mi presencia, como lo hizo tu padre David, en la sencillez de corazón y en la rectitud...".(I Reyes 9, 4).
La sencillez es alabada por los autores espirituales, por ejemplo, Casiano que habla de la "gracia de la sencillez" (Inst. V, 4, 1), buscando la "simplicidad de la vida sencilla de los santos" (Inst. Pref. 3). Pidamos, por lo tanto, a la Virgen María, Madre de Dios, la simplicidad de corazón, pidamos a ella este bien grande, a Ella, modelo de simplicidad, en cuanto todo lo redujo a Dios.
NOTAS
P. CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Dictio, Bs As. 1957, p.417
P. CASTELLANI, L., ibíd, p.178
P. CASTELLANI, L., ibíd, p.297
P. CASTELLANI, L., El Ruiseñor fusilado, ed. Penca, Bs. As., 1952, p.25
P. CASTELLANI, L., Juan XXXIII-XXIV, Theoría, Bs. As., 1964, p. 80
P. CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, pp. 277-8
P. FUENTES, M., A., Actualidad del Fariseísmo como problema moral, Gladius, Bs. As., Año 5, n.15, 15-8-1989, p.39
P. CASTELLANI, L., Los papeles de Benjamín Benavídez, Dictio, Bs. As., 1978, p. 277.
P. CASTELLANI, L., El Ruiseñor fusilado, op. cit, p. 29
P. Fr. ZACCHI, Angelo, O.P., Dio, Roma, 1952, pp. 573-4.
Ver el excelente artículo de GUILLAUMONT, A., Monachisme et étique judéo-chretienne, RSR 60, 1972, pp. 199-218
Fr. ARDOUIN, Ligugé, La sencillez, en Cuadernos Monásticos, n.63, año XVII, Octubre-Diciembre, 1982, pp.339-40
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