“Con esta mira prescribe la Iglesia, ciertos días, el ayuno y la abstinencia; y los fundadores de Órdenes religiosas han establecido austeridades especiales: vigilia perpetua, levantarse de noche, la disciplina. Los santos echaron mano de estos rigores para mejor practicar la más perfecta castidad. Santo Domingo se disciplinaba tres veces cada noche: una, en expiación de sus propias faltas; otras, por las de los pecadores; la tercera, por las almas del purgatorio. La noche la consagraba a la oración y a la penitencia; dormía poco, y rara vez antes de los Maitines, y ya no se volvía a acostar. Iba, en la iglesia, de un altar a otro, rezando, ya de rodillas, con los brazos en cruz, o bien inclinado y postrado en tierra. Cuando el sueño le dominaba, se acostaba sobre una escalera o apoyaba su cabeza contra un altar. Esta personal inmolación era en su vida el acompañamiento del Sacrificio de la Misa.
Tal tenor de vida supone sin duda gracias extraordinarias; mas hay ciertas austeridades que todos podemos practicar, en vez de buscar nuestras propias comodidades. Por ej., la costumbre de hacer la disciplina preserva de muchas faltas, mantiene en nuestras almas el amor de la austeridad, expía no pocas negligencias, y nos ayuda a librar a las almas de las ligaduras que las atan al mal. La observancia en una Orden religiosa es algo así como la corteza del árbol; si a un vigoroso roble le quitáis la corteza, la savia deja de circular y el árbol muere. Los santos decían: «Si mitigáis la observancia, rebajaréis los espíritus», que perderán sus ardores para caminar con ímpetu en el camino de la perfección”.
(“La tres edades de la vida interior”, cap 7, Segunda Parte, Fray Reginald Garrigou-Lagrange OP).
(Imagen: “Domingo penitente” de Luis Tristán)
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