Cada año, en estas fechas, nos encontramos para felicitarnos unos a otros diciendo: “próspero año nuevo”, y muchas veces pasa el año sin sentir que era nuevo, pues se parece a los anteriores: tuvimos momentos tanto de alegría como de tristeza; de hambre, y comimos; había algunos ricos y otros pobres; unos murieron y otros nacieron. Y concluimos que “nada nuevo hay bajo el sol.” (Eclesiastés1:9).
Entre tanto leemos que San Pablo nos dice: “todas las cosas son hechas nuevas” (2Cor.5:17). El Señor mismo nos dice en el Libro del Apocalipsis: “he aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apo.21:5) ¿en que consistirá la novedad descrita?
Un día preguntaron a un monje que cómo se protegía a si mismo del fracaso. Contestó él que cada día al levantarse, se decía a si mismo: “este es mi primer día de monje.”
Pues, la novedad no viene de afuera, ya que “nada nuevo hay bajo el sol” sino de como miramos a las cosas. En Cristo “todo es nuevo” porque los sentidos y las preguntas cambian:
sobre la felicidad: ¿cómo descanso? Se cambia por ¿para quien me canso?
sobre el dinero: ¿cómo lo aumento en la bolsa? a ¿en qué lo estoy gastando?
Frente a la muerte: ¿cómo alejo a este desconocido? a ¿qué he preparado frente a este vencido?
Preguntarse de tal manera no es sino el arrepentimiento, “el bautizo de las lágrimas” que me devuelve, como lo hacía con el mencionado monje, a mi primer día de ser cristiano, a mi bautizo donde, revestido de Cristo, me volví “la nueva criatura.”
Feliz año nuevo.
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