"En el principio era el verbo" (Jn. 1, 1)
La conspiración del Reino de Dios
Precisamente el texto de San Juan comienza con las mismas palabras del Génesis:”en el principio…”. Este texto, a diferencia de los demás autores evangélicos, no se remite a la historia de la genealogía de Jesús, sino a la historia de la humanidad, vista desde la perspectiva de Dios: Él es Señor y dueño de la historia, todo tiene su origen en Él y hacia Él se dirige todo. Los primeros versículos del evangelio de Juan dan a conocer una verdad absoluta: Jesucristo, Hijo de Dios, es Señor, es Dios mismo, que viene a renovar la humanidad y a vivir con aquel que le reciba de todo corazón. Por eso en Juan la historia tiene sentido en la medida que se acerca a Dios.
Recuerdo que hace algunos años tuve la oportunidad de leer a Francis Fukuyama, uno de los grandes economistas y politólogos de esta época. Él considera que el fin de la historia ya está dado en la perfección del capitalismo y el liberalismo como sistemas políticos, económicos y sociales. Por eso el mundo, en el que subsiste aun el caos, no tiene más remedio que aceptar de manera libre (y en algunos casos obligada) la sumisión total a este sistema. Esto supone una cierta maquinación por parte de aquellos que defienden el capitalismo y el liberalismo, pues considerando que sean los más perfectos ejemplos sociales y económicos, ¿Por qué no imponérselos a una sociedad que cada día demuestra que está desviada y sin rumbo?
Esto sin duda ha traído una respuesta y es la consideración de una gran conspiración contra todos los pueblos para que finalmente abracen el sistema social, político y económico de aquellas sociedades que han sido capaces de crear un megarelato que promete prosperidad y paz. Sin embargo, la historia es tan sabia que nos ha demostrado que nunca un sistema puede durar más de lo que lo puedan sostenerle aquellos que lo fundan. Es por eso que hoy el mundo, con la crisis económica, los conflictos bélicos y el desequilibrio social, se ha dado cuenta que ni los sistemas políticos, sociales o económicos son infalibles o proporcionan seguridad, hay un reconocimiento que el gran relato del capitalismo ha llegado a su tope y no encuentra salida y al igual que el comunismo, pueda tener sus días contados.
A puertas de cumplir 800 años nuestra Orden nos seguimos preguntando que tanto influjo podrá tener hoy Fr. Domingo como predicador de la gracia. Más aun, ¿qué significa ser predicador de la gracia?
Domingo en su época no fue solamente un buen hombre. Impactó a su sociedad porque trajo un mensaje tan poderoso, que podía transformar al más frío, dar fortaleza al que se encuentra a punto de caer y confrontar al más obtuso. Se nos cuenta en la biografía de Domingo que duró toda una noche hablando con un hereje convencido, y al final éste tuvo que reconocer en las palabras de Domingo algo más que una diatriba teológica. Sus palabras estaban llenas de un mensaje que podía derribar lo que ya se creía como hecho, como terminado y que no necesitaba ninguna explicación, pero al mismo tiempo era capaz de levantar algo nuevo, de hacer surgir algo distinto, no político ni económico, sino realmente transformador del corazón.
Domingo era consciente que ante una sociedad que busca seguridades es necesario predicar a Aquel que puede sostener la historia, no a partir de una mentalidad política o económica, sino en cuanto fundamento que apunta al meollo de la existencia humana y que al verse intrigado por la imagen del Verbo es capaz de crear una nueva sociedad junto con los demás.
E aquí la gran diferencia entre predicar la gracia e imponer un sistema social – político: La gracia apunta a la transformación del corazón humano, la política y la sociedad quieren transformar la sociedad y el individuo pierde su identidad. La gracia recupera el valor de lo trascendente, los sistemas sociopolíticos lo diluyen. La gracia te hace alguien, la economía te hace algo.
Que será Señor de todos los hombres. Que será de aquellos que se creían seguros, que será de aquellos que estaban creyendo un mundo ya casi perfecto y se dan cuenta que todo no era tan cierto. Hoy esta súplica, muy propia de Santo Domingo, puede resonar en el fondo del corazón de nuestra Orden, que nos urge a reconocer en el Verbo encarnado, la oportunidad de darle al mundo un respiro. Ante el cansancio de la política y la economía injusta, debemos anunciar al Verbo que refresca y renueva; ante los desastres ecológicos anunciemos al Verbo que recrea y forma conciencia; ante el hambre, la injusticia y la opresión a la que han sido condenados muchos pueblos, el Verbo nos urge a la solidaridad y la compasión como nuevas columnas de la historia.
Para muchos el momento por el que pasa la historia es, tal vez, el más difícil. Sin embargo, para Dios es una oportunidad. Es un momento de re-creación, re-fundación de la historia. Es el momento para que sea anunciado Aquel que es sentido de la historia. Es el momento para creer, como Domingo, que ha llegado el momento de la incursión del Reino de Dios. Es el tiempo de Dios, donde el Reino debe empezar a gestarse en el corazón de los hombres que han visto que por muchos esfuerzos que hagan, nunca van a tener una razón tan poderosa para vivir, sino sólo aquella que el Dueño de la historia puede dar.
Domingo, predicador de la gracia, Domingo anunciador de una nueva conspiración: la del Reino, la del Verbo que se encarna en el corazón humano, para destruir aquello que destruye y para levantar lo justo, lo noble, lo santo.
Domingo, fuego de Dios, anímanos a encender el mundo en la luz del Verbo eterno.
Fr. Nelson Novoa Jiménez, O.P
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