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Cristiada

por Isaac García Expósito de Fides et Ratio


La historia de los cristeros mejicano es de los sucesos más apasionantes en la historia de la Iglesia, un ejemplo de martirio, aún más grande si cabe en cuanto escondido y orillado.

Yo lo veo como un anuncio el preámbulo de lo que vendría después, en España, con la persecución religiosa llevada a cabo durante la República; es como si la Providencia hubiese unido los destinos de una hija y su madre, Méjico y España, para regarlas con la sangre de los mártires. Esto no es una conclusión a la que he llegado tras una investigación, sino intuiciones a partir de datos concretos, tales como la presencia en ambos conflictos de la masonería, tanto en el gobierno de Plutarco Elías Calle como en la II República española.

Aún con todo lo interesante que pueda ser la investigación de las causas de la cristiada, más asombrosa resulta la contestación que tuvieron las medidas tomadas por el gobierno mejicano, cuando aquel 31 de Julio de 1.926, la Ley Calles entró en vigor y a las 12 de la noche, las luces se apagaron y el Santísimo Sacramento fue retirado de todas las iglesias de la república mejicana. Como escribe Jean Meyer, «el pueblo católico vivió la Ley como «el fin del mundo»». Y no es una locura: no hay bautismos, ni matrimonios, ni confesión, ni comunión y tampoco extremaunción. Para un católico de principios del XX es el fin del mundo. Hoy, por desgracia, desde el seno de la Iglesia salen los discursos que ponen patas arriba la doctrina.

El 21 de Agosto dos obispos se reunieron con el presidente Calles en Chapultec, felicitando al presidente por su «ecuanimidad» y por su «firmeza», presentando sus disculpas al presidente por las críticas poco fundadas, añadiendo que «nuestro pueblo es ignorante» y sus sacerdotes también. Llegaron al extremo de afirmar que tanto ellos como el Papa ordenaban la «sumisión». Tremendo.

Todo en la cristiada es asombroso, como que el principal general del ejército cristero fuese un liberal, jacobino y masón, el general Enrique Gorostieta, sobre el cual dice Jean Meyer, «El militar y el hombre fueron conquistados por el combatiente cristero, (…). Gorostieta, liberal y agnóstico, pero a su manera cristiano en medio de cristeros a quienes admiraba sin indulgencia porque «con barro de Tlaquepaque no se hace la porcelana de Sèvres», veía más allá de la derogación de las leyes persecutorias. Se proponía la destrucción del régimen. ¿Quería el poder? No habría sido el primer general vencedor en pelear la silla presidencial.

Vuelvo a Meyer:

Cristo da su nombre a su guerra; el ejército que los ahorca, los quema y los desuella, los llama cristos reyes, los de la corona de espinas. Son la Iglesia sin sacerdotes de la sucesión apostólica y representan una cima de cristiandad, como lo atestiguan la belleza, la riqueza de su lenguaje, de sus conceptos. Su cristianismo es auténtico, a pesar de que todo lo que se ha dicho, de todo lo que sigue diciéndose sobre la idolatría de un catolicismo mexicano.

Sin considerarse la verdadera Iglesia, estos hombres tienen ocasión de meditar sobre los textos sagrados transmitidos por la tradición oral y la liturgia. Viven las bienaventuranzas y descubren su dignidad eminente, la de los pobres, que se iluminan al anuncio de la ruina de Jerusalén, de la tribulación y del Juicio.

La Cristiada, Jean Meyer, 349 - 350

Y también escribe (citado a través de Iraburu, Hechos de los Apóstoles de América, p. 253)

«La religión de los cristeros era, salvo excepción, la religión católica romana tradicional, fuertemente enraizada en la Edad Media hispánica. El catecismo del P. Ripalda, sabido de memoria, y la práctica del Rosario, notable pedagogía que enseña a meditar diariamente sobre todos los misterios de la religión, de la cual suministra así un conocimiento global, dotaron a ese pueblo de un conocimiento teológico fundamental asombrosamente vivo. A Cristo conocido en su vida humana y en sus dolores, con los cuales puede el fiel identificarse con frecuencia, amado en el grupo humano que lo rodea: la Virgen, el patriarca San José, patrono de la Buena Muerte, y todos los santos que ocupan un lugar muy grande, completamente ortodoxo, en la vida común, se le adora en el misterio de la Trinidad. Esta religión próxima al fiel la califican de superstición los misioneros norteamericanos (protestantes y católicos) y los católicos europeos no la juzgan de manera distinta» (307). Sin embargo, «el cristianismo mexicano, lejos de estar deformado o ser superficial, está sólida y exactamente fundamentado en Cristo, es mariológico a causa de Cristo, y sacramental por consiguiente, orientado hacia la salvación, la vida eterna y el Reino. Durante la guerra, los santos se retraen notablemente hasta su propio lugar, mientras se manifiesta el deseo ardiente del cielo» (310).

Excursus: La Liturgia, de la que vivían estos hombres, es la que tanto se ha denostado. El latín; el silencio; el sacerdote con el pueblo, coram Domino. Ellos no tuvieron problemas, nosotros sí. Hoy no llegamos ni a los mínimos. Catequesis en las escuelas, en las parroquias, durante años y… no llegamos al mínimo. Fin del excursus.

Después vendrían los acuerdos. Y los cristeros depusieron mansamente las armas. La ley permanecía pero se suspendía, a los cristeros se les prometió la amnistía y la restitución de las iglesias a los sacerdotes. La Iglesia, a cambio, reanudaría el culto. Entonces vino el asesinato sistemático de los caudillos cristeros. Persecución religiosa en el 1.932. Y en 1.934 y 1.935.

La memoria de estos mártires mejicanos no puede caer en el olvido.

¡Viva Cristo Rey!

Vídeo cortesía del Coronel Kurtz.

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