TV DOMINICA

dominicostv on livestream.com. Broadcast Live Free
Watch live streaming video from dominicostv at livestream.com

La verdadera Cenicienta

Desde Infocatolica por Bruno

Santa GermanaSomos una generación marcada por muchas cosas y no siempre para bien. Por ejemplo, en nuestra imaginación han quedado grabadas indeleblemente las películas clásicas de Disney, ya se trate de Bambi, Blancanieves o la Cenicienta. Es decir, por una versión simpática pero tirando a edulcorada y tontorrona de los cuentos tradicionales (que eran bastante más recios; por ejemplo, el cuento de la Cenicienta, en el pueblo de mis abuelos, se llamaba tradicionalmente el Cuento de la Puerca Cenizosa).

Marcados por esos estereotipos tan blandengües, quizá podríamos pensar que la realidad, sin música de fondo, heroínas guapísimas ni zapatos de cristal, es mucho más sosa y aburrida, pero de hecho sucede lo contrario. La realidad, sin edulcoramientos pastelosos, a menudo es mucho más asombrosa y fascinante que las historias más sofisticadas de la factoría Disney. Para demostrarlo, les contaré hoy una historia real, la de la verdadera Cenicienta, que a mi juicio es mucho más interesante y romántica que el cuento.

En 1579, nació en el pueblecillo de Pibrac, cerca de Tolosa (Francia), una niña a la que sus padres pusieron por nombre Germana. Su padre, el Sr. Laurent, era un hombre con una cierta importancia en el pueblo y había sido alcalde dos veces en los años anteriores. Se dedicaba a la labranza, pero cultivaba varias fincas y así tenía unos ingresos más que suficientes.

Germana había nacido muy débil y con una parálisis en la mano derecha que apenas le permitía usarla. Además, la pobrecilla había contraído la escrófula, una especie de tuberculosis frecuente en la antigüedad que, en lugar de afectar a los pulmones, atacaba a los ganglios del cuello, causando unas úlceras purulentas en la piel. Como se puede imaginar, los escrofulosos eran enfermos muy despreciados, por el aspecto repugnante de sus úlceras.

La madre de Germana, Marie Laroche, era la tercera esposa de su marido, que había quedado viudo ya dos veces. También ella murió pronto y Germana quedó huérfana de madre. Dependió desde entonces de la mujer de su hermanastro Hugo, hijo del primer matrimonio de su padre. La esposa de Hugo, Armanda, tenía muy mal carácter y trataba con gran dureza a la pobre Germana, maltratándola y echándole en cara que, por su enfermedad, apenas podía ayudar en la casa y sólo servía para hilar o pastorear las ovejas. Se burlaba cruelmente de su aspecto y la obligaba a dormir bajo la escalera del establo contiguo a la casa, junto a los animales.

Sólo una sirvienta, Juana Aubian, cuidaba cariñosamente de la pequeña Germana, curaba con paciencia sus llagas y le daba de comer. Era una mujer sencilla y analfabeta, de pueblo, pero con una gran fe cristiana. Jeanne no sólo cuidaba materialmente de Germana, sino que también la educó en las cosas de Dios y en el amor divino por todos los hombres, especialmente los pobres y los enfermos como ella. Pronto, Germana se aficionó a ir a la iglesia y pasaba allí todo el tiempo que podía, a pesar de las burlas de la gente del pueblo por su “beatería”.

El párroco, que conocía su piedad, la permitió que diera catequesis a los pequeños. Ella les contaba a los niños con gran entusiasmo las maravillas de Dios, con palabras y ejemplos muy sencillos. Con gran paciencia soportaba las burlas de algunos niños por su aspecto. Especialmente, les hablaba de la Eucaristía, a la que tenía un amor muy especial. Comulgaba todas las semanas, algo muy poco frecuente en su época. En una ocasión, la crecida de un torrente impedía el paso de la chiquilla para ir a la Iglesia a comulgar, pero, a su paso, se apartaron cortésmente las aguas para dejar pasar a esa enamorada de Dios altísimo.

Durante las largas horas que pasaba con las ovejas, Germana se dedicaba a rezar, pasando el tiempo con el Señor. A veces, sentía la necesidad de ir a la iglesia a postrarse ante el santísimo y dejaba solas a sus ovejas. Sin embargo, nunca se dispersaban ni fueron atacadas por los lobos que merodeaban por el bosque cercano.

Todos los días, tomaba en su mandil unos pedazos de pan para llevárselos como comida mientras estaba con las ovejas. Como los mendigos eran frecuentes, Germana tomaba más pan del que luego iba a comer, para poder compartirlo con los pobres y necesitados. La mujer de su hermanastro, Armanda, que lo sospechaba, la siguió un día para reprenderla por desperdiciar el pan, pero cuando comenzó a recriminarla, Germana abrió su mandil y sólo cayeron flores silvestres, aunque no era tiempo de flores. Después de este milagro, muy parecido a otro de Santa Isabel de Hungría, Armanda se arrepintió de cómo había tratado a la chiquilla y quiso mejorar las condiciones de vida de Germana, pero esta se negó por amor a la pobreza de Nuestro Señor Jesucristo.

Con sólo veinte años, en 1601, murió Germana mientras dormía bajo la escalera del establo y fue enterrada en la iglesia que tanto amaba. Cuarenta años después de su muerte, su cuerpo seguía incorrupto y se multiplicaron los milagros de forma extraordinaria. Los cronistas recogieron cientos y cientos de milagros espectaculares, entre los peregrinos que acudían a la tumba de Germana. Para su canonización, realizada por Pío IX, se escogieron cuatro milagros de entre los muchísimos realizados: dos multiplicaciones milagrosas del pan en el convento de unas religiosas y dos sanaciones de niñas incurables. Santa Germana fue, además, proclamada patrona de los pastores, en recuerdo de las horas que pasó en conversación con el Señor junto a sus ovejas.

Su cuerpo incorrupto fue destruido intencionadamente con cal viva, durante la Revolución Francesa, por las autoridades anticlericales, pero las reliquias que quedaron siguen atrayendo hoy peregrinos de toda Francia. Vienen a pedir la intercesión de la pobre niña escrofulosa a quien Dios eligió para una historia de amor eterno, mucho más romántica, más profunda y sobre todo más auténtica que la de la Cenicienta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario