El P. Vincent McNabb (1868-1943) fue un personaje interesantísimo, un dominico irlandés dedicado por completo a la oración y a la predicación (incluso, durante una época, como predicador callejero en Speaker’s Corner). Influyó mucho en católicos y conversos tan conocidos como Chesterton, Knox, Belloc, Baring, etc. De él dijo Chesterton: “Nadie que haya conocido o visto al P. McNabb ha podido olvidarlo nunca". Y Knoxcontaba: “El Padre Vincent es la única persona que he conocido de la que he dicho más de una vez ‘Te da una idea de lo que debe ser un santo’. Había en él una especie de luz que no parecía ser totalmente de este mundo".
¿Por qué cuento esto? Porque he leído una oración compuesta por el P. McNabb que me ha conmovido, así que la he traducido para colgarla en el blog. Es muy sencilla, casi parece la oración de un niño. En cierto modo, es lógico, porque ¿no somos todos niños ante el Señor? Es la sencillez que tanto alabó el Señor y que es la única actitud posible en la oración cristiana. Muchas oraciones modernas la buscan artificialmente sin conseguirla, porque sus autores no saben que la auténtica sencillez viene de tener el corazón puesto únicamente en Dios.
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“Señor Jesús, aquel a quien tú amas está enfermo” (Jn 11,3).
Aquel a quien tú amas se ha perdido.
Te he perdido.
No puedo encontrarte.
Encuéntrame.
Búscame.
No puedo encontrarte.
Perdí mi camino.
Tú eres el Camino.
Encuéntrame, o estaré perdido sin remedio.
Tú me quieres.
No sé si te amo;
pero sé que tú me quieres.
No te ofrezco mi amor, sino el tuyo.
No te ofrezco mi fuerza, sino la tuya.
No te ofrezco mis obras, sino las tuyas.
Aquel a quien tú amas está enfermo.
No me atrevo a decir:
Aquel que te ama está enfermo.
Mi enfermedad consiste en que no te amo.
Ése es el origen de mi enfermedad, que me lleva a la muerte.
Me estoy hundiendo.
Levántame.
Ven a mí sobre las aguas.
Señor Jesús, “aquel a quien tú amas está enfermo".
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