La soberbia es un desorden que se manifiesta en la aspiración voluntaria del hombre a algo que escapa a sus posibilidades ( II-II, q.162, a.1 in c), que no es proporcionado a la recta razón, por lo cual se aparta de ella, siendo presuntuoso. Además, le incita a aparentar más de lo que él es y a menospreciarse. De este modo, es un vicio que se opone a la magnanimidad, ya que desea las cosas grandes desordenadamente (II-II, q.162, a.1 ad.3). Otros desórdenes pueden tener su origen en la soberbia directamente, en la medida en que apunten también al fin de ésta, la propia excelencia. Indirectamente, ella es causa de los demás vicios porque, alentado por ella, el hombre desprecia todo lo que le impide hacer lo que quiere (II-II, q.162, a.2 in c).
El soberbio se ensoberbece incluso por la virtud que pueda poseer (I I-II, q.162, a.2 ad.3). (y)no se digna a aprender de otro ( II-II, q.162, a.3 ad.1). Al deleitarse únicamente en su propia excelencia, siente fastidio de la Verdad, que es más brillante que él; le desagrada el sabor de las cosas verdaderas que le obligan a olvidarse de sí mismo. Está constantemente buscando superar a los demás (II-II, q.162, a.3 ad.4) para ser considerado el más perfecto.
En consecuencia, la soberbia humana merma la capacidad y disposición de dar y se mueve solamente en pos de un espíritu de conquista y dominio.
Las hijas de la soberbia
Todas las especies pueden expresarse en la vida cotidiana del soberbio. Aun cuando el vicio no se encuentre fuertemente arraigado, se dan actos desordenados vinculados a la soberbia. Comenzando por la visión, la soberbia lleva al individuo a caer en la curiosidad, cayendo en la dispersión fácilmente; puesto que sólo está enfocado en sí mismo, dirige su atención a cualquier cosa que puede hacerle brillar más. En cuanto a las palabras, el soberbio tiende a hablar mucho y de cosas que no sabe o que son poco razonables. Generalmente utiliza un tono de voz fuerte, denotando altanería en el trato con otros. Asimismo, es propenso a la risa tonta, muy vinculada a la alegría necia. También es jactancioso, pues busca hablar de sí mismo aunque no se le pregunte, llevando las conversaciones a temas que le permitan revelar sus cualidades, aunque sea del modo más sutil y elegante (II-II, q.113, a.2 ad.2).
Interiormente, debido a este vicio, la persona se prefiere a los demás, ya que se considera superior. Por eso, permanece especialmente atento a los defectos ajenos y encuentra dificultades en apreciar las virtudes y todos aquellos aspectos por los que otros puedan ser más perfectos que él, manifestando arrogancia.
La arrogancia es causa interna de la jactancia y, en ese sentido, la jactancia nace de la soberbia, a pesar de que también pueda deberse a la vanidad en la medida en que se orienta a la búsqueda de la gloria y del honor. (II-II, q.132, a.5 ad.2).
La soberbia también lleva a la presunción, que consiste en considerarse capaz y digno de todo, incluso de lo más difícil. La soberbia impele con fuerza a defender los propios defectos, excusándose o dándole apariencia de virtud con incapacidad de aceptarlos como tales. El sujeto no confiesa con franqueza lo difícil que le resultan algunas tareas, deberes, situaciones o personas y rechaza los castigos por los errores que reconoce, por lo general, engañosamente. ( II-II, q.162, a.4 ad.4).
La soberbia, impedimento para la auténtica vida humana
Este mal impide el orden natural de la vida humana, según el cual las personas se someten libremente unas a otras. Además, lleva al hombre a desafiar su propia conciencia, luz de la verdad que brilla interiormente, como norma de sus actos. Y, apartándose de esa primera norma, no se somete apropiadamente al bien que le trasciende ( II-II, q.162, a.5 ad.2).
Así sucede que, debido al vuelco hacia la propia persona provocado por la soberbia, se llega al desprecio de un bien que puede ser infinito. A diferencia de otros desórdenes humanos en que se aparta de la verdad por ignorancia o debilidad, en la soberbia se la rechaza porque no quiere obedecerla. Por eso, lo que en otros vicios o defectos es accidental, como apartarse del respeto al bien ajeno por no resistir la atracción hacia él o ignorar invenciblemente que lo tomado pertenece a otro, en la soberbia es esencial, pues la persona se aparta voluntariamente debido a que odia lo que se juzga como norma suprema, y esto constituye su acto principal (II-II, q.162, a.6 in c.).
Ella es considerada la reina y madre de todos los desórdenes del hombre. Es reina en cuanto se transforma en la corona del ascenso que realiza el hombre desde la avaricia hasta la vanidad. Y madre por cuanto, apoderada del corazón del hombre, concibe, custodia y da a luz a todos los vicios capitales, que luego lo arrastran a todo género de maldades ( II-II, q.162, a.8 in c).
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