Bendito sea Dios,
que vive eternamente, y su reinado;
pues azota pero tiene compasión,
arroja hasta el abismo pero de él rescata,
y no hay quien se escape de su mano.
Que lo reconozcan los hijos de Israel
delante de los pueblos, donde nos ha dispersado:
ahí proclamen su grandeza,
exáltenlo delante de todos los vivientes.
Porque es nuestro Señor, y Él es Dios,
nuestro Padre por todos los siglos.
El nos azotará por nuestras injusticias,
pero tendrá de nuevo compasión
y nos reunirá de entre todas las naciones
donde ustedes estaban dispersados.
Si regresan a Él de todo corazón y con toda el alma,
para realizar la verdad en su persona,
entonces él regresará a ustedes,
y ya no les ocultará su rostro.
Y ahora miren lo que hace con ustedes,
reconózcanlo a plena voz;
y bendigan al Señor de la justicia,
ensalcen su reinado por los siglos.
Por mi parte, en la tierra de mi cautiverio lo confieso,
y muestro su poder y su grandeza
a una nación de pecadores:
¡Conviértanse, pecadores! realicen la justicia en su persona:
¿Quién sabe si así los favorecerá
y les tendrá compasión?
Yo exalto a mi Dios,
mi alma alaba el Reino de los Cielos,
y se alegrará de su grandeza;
que lo proclamen todos, y lo confiesen.
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El libro de Tobías, deuterocanónico, contiene dos epílogos, uno narrativo, que corresponde al desarrollo de la trama, y un doble himno a Dios y a Jerusalén, inserto, que forma el capítulo 13. Se trata de un himno oracional, que no corresponde a la secuencia de los hechos. Tiene dos partes: a) Himno de alabanza en honor a Dios (13,1-8) y b) Homenaje a Jerusalén, ciudad Santa (13,9-18).
La primera parte, que aquí nos interesa, es una verdadera oración pues todo en ella va dirigido a Dios, directa o indirectamente. Su tono lírico es constante, incluso cuando amonesta o anuncia correcciones de parte de Dios.
Formalmente el himno está puesto en boca de Tobit, pero puede ser recitado por una comunidad en un acto de culto. Desborda gratitud, reconocimiento, confianza en Dios que vive, que es Señor, Rey, Padre bondadoso y misericordioso (también con los que están dispersados). Invita a contemplar la acción de Dios, y a orientar la vida en consecuencia. Es un texto muy tardío, nutrido de referencias a textos religiosos, bíblicos, más antiguos.
A nivel de estructura, el texto comienza y termina con sendas bendiciones generales. Más adentro, hay dos bloques compactos: los vv. 2-5 (ambos extremos dicen que Dios castiga pero tiene compasión) y un diálogo entre “Ustedes y yo” invitando a orientar la vida de una manera renovada, poniendose el orante como ejemplo (vv. 6-7).
Bendito sea Dios. Es una expresión consagrada en la liturgia (así comienza, por ejemplo, el cántico de Zacarías que se reza habitualmente por las mañanas (Lc 1, 68ss).
Vive eternamente. Vive por excelencia, de una manera estable y permanente. “Dios vivo, creador de cielo y tierra, dueño de todos los vivientes” (Daniel 14,25).
Su reinado es eterno. Dios como creador y señor. Es un tema proclamado incesantemente en los salmos, por ejemplo el 47,3: “El Señor, el Altísimo, es terrible, el gran rey de toda la tierra”; “Señor, tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad (Salmo 145,13). El imaginario regio fue ampliamente recuperado por Jesús en el Evangelio, por ejemplo cuando habla del Reino de Dios, o por san Pablo en sus cartas teológicas.
El primer bloque elabora de forma variada el tema “Dios castiga/corrige, pero tiene compasión”. Claro que Dios no permanece indiferente ante nuestras deficiencias y zonas oscuras; reacciona ante ellas corrigiendo y sanando. Eso es motivo de alabanza, por que Dios es el único justo, y el único que aplica la justicia rectamente, sin equivocarse. Ejerce la justicia con misericordia, como dice Sabiduría 12, 15-16: “Tu fuerza es el principio de la justicia, y el ser dueño de todos te hace perdonarlos a todos”. Dios castiga a quien lo merece, y tiene compasión de todos, aunque no lo merezcamos. Tobías mismo reconocía: “Él me ha castigado” (11,15a). Pero ahora es el momento de la alabanza y la gratitud.
El abismo ( hades, en griego, sheol en hebreo). Es lo más profundo de la tierra, o bien la muerte misma, el peligro de muerte, el lugar de los muertos. Para nuestro autor representa la máxima profundidad de la tierra, como una cárcel. Pero Dios libra de tales situaciones: “Mi Dios me salva, me saca de las garras del abismo, y me lleva consigo (Salmo 49,16). Otro cántico, el de Ana, dice “El Señor da muerte y vida, hace bajar al abismo y retornar” (1 Samuel 2,6). Así que el dominio de Dios es absoluto; nadie escapa de su mano. Y la mano de Dios no es opresora, más bien da seguridad, confianza, paz.
Más adelante el poeta nos invita a reconocer al Señor ante las naciones – quienes no comparten la fe o la experiencia de Dios. Que no es proselitismo, sino un dar testimonio de la fe.
El tema de la confianza en Dios se ve intensificado ya que él es Padre. Dios como padre del pueblo; los miembros del pueblo son hijos de Dios. A nivel individual, el rey es hijo de Dios, y especialmente el Mesías (Salmo 2,7). Dios es Padre también del individuo piadoso (Salmo 68,6).
Castigará por injusticias. Es el lado incómodo de la historia de la salvación de la persona y de la comunidad. Pero no se queda ahí nuestro autor: anticipa la compasión de Dios. Por otra parte, 'reunirse de la dispersión' es un subsistir, lo opuesto a la extinción; la comunidad de Dios seguirá adelante independientemente de sus propias luces y sombras.
Por último, el texto exhorta doblemente: la conversión, como un volver a Dios, restablecer las relaciones rotas, con sinceridad, pues Dios ahí estará esperándonos. “Me buscarán y me encontrarán si me buscan de todo corazón (Jeremías 29,12-14). Y vivir la conversión de una manera vivencial: realizar la verdad, practicar la justicia.
En segundo lugar, contemplar lo que el Señor ha hecho –o intuir lo que puede hacer– provoca un canto de alabanza, de bendición al Señor de la misericordia. El autor se pone él mismo como ejemplo de profesión de fe y de predicación.
El texto se cierra como había comenzado: invitando a todo el pueblo a bendecir.
Autor y Fuente: Jorge Vargas OP/adorarenespiritu.org
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