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Sobre el fin de la Orden de Predicadores y el tan temido aggiornamento.


“Soy muy severo para la pretendida “renovación” de la Orden, tal como se plantea desde hace algunos años. Nuestras constituciones son excelentes y siempre actuales. No son los textos o la institución lo que se ha de modificar sino los hombres. Es cada religioso el que debe reformarse, es decir, vivir integralmente el ideal dominicano, inmutable desde hace siete siglos.

En efecto, los “reformadores” nos tratan como niños; de una parte, por el camino de la facilidad; de otra, por “métodos” o “recetas” prácticas, siendo así que de lo que tenemos necesidad es de un suplemento de alma. Ante todo, mantener la oración contemplativa (ahora bien se “disminuye” el breviario), porque el apóstol es esencialmente un hombre de Dios; ser fiel a las observancias, particularmente el silencio —el dominico de 1968 es un hablador— y la abstinencia: el pescado (que, sin embargo, hoy se puede comprar), es el alimento más sano para sedentarios e intelectuales…

Temo que el “aggiornamento” sea un desvirtuamiento de la sal. Prácticamente la vida de los dominicos contemporáneos es más confortable y cómoda que la del clero secular y apenas se ve que es un estado de perfección…

El fin específico de la Orden de santo Domingo es la salvación de las almas por la predicación de la Palabra de Dios. Ahora bien, nadie tiene derecho a discutir o modificar el fin de la Orden (se pueden crear nuevos Institutos...). Es un fin eterno, puesto que fue el fin mismo del Hijo de Dios sobre la tierra y objeto de la misión de los Apóstoles. Precisamente esta “vita apostólica” es la que santo Domingo quiso actualizar.

Es un apostolado de luz que requiere, cada vez más, estudio y ciencia, más concretamente “sacra doctrina”. En 1968, la Orden ha adoptado prácticamente la concepción del apostolado de los jesuítas: adaptarse al mundo ambiente, llevar a los hombres valores humanos. Ahora bien, la noción dominicana del apostolado es dar a Dios por medio de un hombre lleno de Dios (por eso es religioso). Que cada uno en la Iglesia sea fiel a su carisma y guarde el sitio en que Dios le ha puesto…
La Orden de santo Domingo es más actual y urgente en nuestros días que lo fue nunca. Siempre ha sido necesario nutrir y educar la fe de los fieles por la Palabra de Dios, pero hoy es tanto más necesario combatir el ateísmo. El lugar del encuentro (y de victoria) del reino de Dios y del reino de Satán es el terreno del conocimiento; ahora bien, sólo los dominicos poseen por gracia y por tradición, un capital de verdad que permite combatir el error.

Esto exige de cada uno de nosotros: primero, una intensidad de trabajo superior a la de los otros religiosos, puesto que estamos en la fuente; segundo, una óptica muy pura, sin compromiso con las finalidades terrestres, con frecuencia impuras…

En una palabra, no hay necesidad de cambiar la Orden; es necesario que sea más plenamente ella misma. No se trata de textos, de métodos y de adaptaciones. Se necesitan hombres, religiosos auténticos, personas vivas, que piensan, que aman, que trabajan, que predican. Será su calidad personal lo que seducirá a los contemporáneos: «¡Somos el buen olor de Cristo!»”. 

Fr. Ceslas Spicq OP

(Imagen: Lectura en el refectorio en el convento de “Saint Maximin” en 1940).

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