Veamos cómo Cristo nos ha enseñado a amar, y cómo quiere que realicemos la caridad. Y por reverencia a tal maestro debemos preocuparnos de imitarlo, especialmente porque la caridad es un signo para el discernimiento, haciendo conocer quién es discípulo de Cristo y quién no. Por eso dice Cristo: Los hombres no conocerán que sois mis discípulos por hacer milagros, ni por mucha ciencia en el predicar, no por tener una gran tonsura, o una gran barba, sino sólo si tenéis caridad unos con otros (Jn. 13, 35). Y S. Gregorio dice: "el enemigo no teme nuestra abstinencia, porque él no come ni duerme; no teme nuestra castidad, porque él no es lujurioso; no teme nuestra ciencia, porque él es más sabio que nosotros; mucho teme la caridad y la unidad del amor, que tenemos en la tierra, porque él la perdió en el cielo". Y agrega: "el antiguo enemigo no se preocupa de destruir nuestras cosas, ni de hacer villanías, sino para así provocar en nosotros el odio, y que perdamos la caridad".
La caridad conserva al hombre en la alegría, sujeto y sin escándalo. La caridad está llena de alegría y de todo gozo santo. Porque el hombre está unido a Dios por la caridad, está contento con todo lo que Dios hace o permite; y no se impacienta, ni lo vence la ira, ni la tristeza, ni ningún mal deseo, ni ningún temor; porque la perfecta caridad excluye el temor, como dice S. Juan en su epístola (1 Jn. 4, 18). La mente permanece purificada de todo mal, llena de alegría y seguridad, y siente en esta vida una abundancia de felicidad. Por eso, respecto a esas palabras de S. Juan que dicen: Dios es caridad y el que permanece en la caridad permanece en Dios, y Dios permanece en él (1 Jn. 4, 16), dice S. Bernardo: "Dios es caridad, ¿y qué hay de más valioso que permanecer en la caridad?, ¿qué lugar es más seguro y deleitable, si Dios nuestro Señor permanece en él?" Como si dijera: la caridad es la cosa más rica, más preciosa, más segura y más gozosa que existe. Dice S. Agustín que el amor a Dios y al prójimo es la virtud propia y especial de los elegidos; porque todas las otras virtudes pueden ser comunes a los buenos y a los malos. Por eso S. Pablo, luego de haber enumerado muchos otros dones de la Iglesia, dice que la caridad es el camino más excelente. Además dice que quien tenga la lengua de los ángeles y la plenitud de la fe, y diera todos sus bienes a los pobres, pero sin caridad, de nada le valdría (cfr. 1 Cor. 13, 1 ss). Por eso dice S. Agustín: "Oh hombre, mira todos los dones de la Iglesia, y no encontrarás ninguno tan excelente como la caridad". Y esto es verdadero: porque según la caridad se mide el mérito y las obras del hombre. Así lo hizo Dios, para que nadie se pueda excusar: porque si nuestro mérito estuviera en saber, o en dar limosnas, o en fatigas, o en cualquier otra cosa, entonces no podrían merecer los simples, los pobres, ni los enfermos, los cuales no saben ni pueden realizar esas obras. Por tanto quiere Dios que el mérito esté en el amor, para que puedan alcanzarlo todos, en cualquier lugar y condición social.
Este mandamiento es breve, claro, gozoso y útil, como dice S. Agustín. Es breve para que ninguno diga: "no puedo leer"; es claro para que ninguno diga: "no lo puedo entender"; es gozoso y útil, de modo que el hombre sea atraído por el gusto para cumplirlo, y que no pueda decir: "he dejado de amar a causa de la dificultad". Y así el amar es tan agradable y de tanta fuerza, que no hay nada tan terrible y áspero, que el amor no lo haga gozoso; y ninguna cosa es tan dura, ni tan pesada, que el amor no la lleve suavemente. Por eso dice Hugo de S. Víctor que ningún lazo de acero podría haber tenido atado y preso a Cristo, excepto la caridad, que es el vínculo de la perfección, como dice S. Pablo (Col. 3, 14). La caridad es vínculo porque ata y une al hombre con Dios.
La caridad es traje nupcial, que conviene tener si no queremos ser arrojados con vergüenza de las nupcias, y de la cena de la vida eterna a la que hemos sido invitados. Para hacer esta vestidura Cristo nos dio la lana, cuando fue tomado prisionero y despojado. Además la caridad es una "palabra abreviada", porque contiene la Ley y los Profetas. Como dice S. Pablo, Cristo la muestra claramente escrita sobre la cruz, de modo que todo hombre la debe ver.
Por eso dice S. Agustín: "si tú estás ocupado y no te puedes dedicar (vacare) y leer las Escrituras, o escuchar muchos sermones, mantente en la caridad, de la cual depende todo". Pues luego que el Maestro subió a la cátedra de la cruz para enseñarnos esta caridad, tan útil y necesaria, tan bella y agradable y llena de toda suavidad, debemos ser solícitos en aprenderla y ponerla en práctica; y así con esta alegría temporal, que nos da la caridad, iremos hacia la gloria perfecta y la alegría eterna. Por eso dice S. Gregorio que si el alma en esta vida no arde con el fuego de la caridad, no será glorificada en el esplendor de aquella eterna belleza.
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