¿TIENEN ALMA?
La palabra «alma» proviene del latín anima, que se refiere al componente inmaterial de los seres animados. Los animales son seres animados, y de hecho la palabra «animal» se deriva de «ánima». Los animales tienen, pues, un alma (doctrina que recordó Juan Pablo II en 1990); pero su alma no es inmortal, no es espiritual (no tiene espíritu), como la del hombre.
Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «a veces se acostumbra distinguir entre alma y espíritu... La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma. ‘Espíritu’ significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural, y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios» (n. 367)
¿LOS ANIMALES VAN AL CIELO?
Hay casos de animales tan fieles a sus amos —hasta dan la vida por ellos— que es difícil no sentir un gran afecto por tales criaturas irracionales. En casos como éstos la gente se pregunta: ¿Mi mascota se ha ido al Cielo? ¿Estaré con ella cuando me muera? De hecho, hay quienes sienten que el Cielo no es un lugar tan deseable si sus amados animales no van a acompañarlos.
De entrada hay que recordar que el Cielo sobrepasa en belleza y en felicidad a todo lo que el ser humano es siquiera capaz de imaginar: «Nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar aquello que Dios preparó para los que lo aman» (I Co 2, 9). Suponer que sin la presencia de la mascota amada no se puede ser totalmente feliz en la Vida Eterna es tener un concepto muy, pero muy pobre, de Dios, quien «lo llena todo en todos» (Ef 1, 23).
Por otro lado, el alma animal no es inmortal (a diferencia del alma humana); una vez que muere acaba su existencia. Los animales no fueron creados para un fin eterno sino temporal, aunque ciertamente glorifican a Dios con su sola existencia, pues así exaltan la magnificencia divina —lo mismo que los astros, las plantas, las montañas, la lluvia, etc. (cfr. Dn 3, 57-87)—, y también a través del servicio que prestan al hombre, pues fueron creados como una ayuda para él (cfr. Gn 2, 18-20).
Si bien los animales no van al Cielo, puesto que es un premio espiritual (ligado al cuerpo sólo tras el Juicio Final) y ellos carecen de espíritu, tampoco son condenados al Infierno porque carecen de pecado. Es un error creer que si no van al Cielo es porque Dios es injusto con ellos, como si les estuviera causando un daño. El Señor no odia a los animales —al contrario, ama todo lo que ha creado, animado o inanimado— y por tanto no los condena a ninguna clase de infelicidad eterna. Cuando mueren simplemente dejan de existir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario