Señor Jesús:
¡Tú eres luz que alumbra a las naciones,
y gloria de tu pueblo, Israel! (Lc 2,32)
Año con año celebramos en esta fecha, 2 de febrero, la Jornada de oración por la vida consagrada. En este año 2016, además, se declara clausurado este año especial de reflexión y valoración de tal vida consagrada dentro de la Iglesia. El Papa Francisco, por medio de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica nos entregó durante esta ocasión festiva una serie de documentos, para contemplar juntos el pasado, el presente y el futuro de la vida consagrada. Vale la pena retomar brevemente algunos de esos puntos luminosos que guiaron nuestros pasos.
Siendo ideal de todo bautizado la configuración con Cristo Jesús, corresponde a la vida consagrada la opción radical de tal seguimiento continuo de Cristo Jesús. ¿Y qué es esa vida consagrada? Son mujeres y hombres llamados por Dios, mediante la profesión en comunidad de pobreza, castidad y obediencia, a seguir a Jesucristo, en alegría constante por esa llamada. La alegría es lo que debe caracterizar siempre a los consagrados: alegría que se contagia a todo el pueblo de Dios; júbilo por su misericordia y su fidelidad.
Ante los tiempos actuales, de cambio y crisis, la vida consagrada está llamada a mantenerse en éxodo obediente, siguiendo al Espíritu en libertad como Jesús nuestro Salvador. El icono de esta obediencia es la manera en la que el pueblo de Israel se ponía en marcha o se detenía cuando la misteriosa nube se levantaba sobre el campamento o se detenía en algún paraje (cf. Ex 40,36-38). Esa disponibilidad requiere sin duda perseverancia y atención.
Otro icono que se nos propuso para nuestra reflexión es la figura del profeta Elías, el profeta de fuego: grande por los signos que logró de parte de Dios, para mostrar quién es Dios y cómo actúa a favor de su pueblo. Pensemos por ejemplo en el caso de su enfrentamiento con los profetas de Baal (cf. 1Re 18,20-40). Pero sobre todo, se nos pide poner atención en los pequeños detalles de la vida de Elías, por medio de los cuales se va expresando la conversión, el aprendizaje del propio profeta y de los personajes que entran en contacto con él respecto a quién es Dios. En este sentido, está el simbolismo de la confianza del profeta de recibir alimento por parte de los cuervos el tiempo en que estuvo oculto en el torrente Carit (1Re 17,2-6), o el pan rústico, aún caliente, y el jarro de agua, que en dos ocasiones es ofrecido al profeta, para que emprenda su huída-peregrinación hacia el Horeb (1Re 19,5-8). En Sarepta, tenemos la relación que establece con la viuda, quien creyendo en la palabra del profeta le ofrece lo poco que tiene, para calmar su hambre (1Re 17,12-13), y que después será testigo de la impotencia de Elías y de su mediación para lograr de Dios la reanimación de su hijo, fallecido súbitamente (1Re 17,19-21.24). Finalmente, la intermediación pidiendo la lluvia, y el esfuerzo del profeta y de su criado de estar atentos a la aparición de las nubes, logrando finalmente atisbar una nubecilla como una mano (ver 1Re 18,42-44): el Señor Dios así es el dueño del mundo, responsable de la lluvia y de la vida. Y qué decir de ese pasaje en el Horeb, cuando Elías aprende a dejar sus seguridades y a confiar en Dios, que también (y sobre todo) se manifiesta en lo sencillo: el Señor no estaba… ni en el huracán, ni en el terremoto, sino en una voz de silencio tenue (1Re 19,9a.11-13a).
De esta manera, en atenta vigilia, como el profeta Elías, que supo conjuntar la vida contemplativa con una preocupación por los pobres y por el pueblo, extenuado por la aridez y la sequía (cf. 1Re 19), la vida consagrada tiene la tarea urgente y alegre de renovarse en la fidelidad al Evangelio de Jesucristo. También deberá mantenerse vigilante, para discernir y anunciar al pueblo de Dios los nuevos tiempos; y se adiestrará en cultivar la fraternidad para constituirse en servidora y mediadora de encuentros significativos en nuestros ambientes. Y todo esto, desde lo pequeño, lo simple, lo menos vistoso a los ojos del mundo.
Que así como en la fiesta de hoy Simeón, guiado por el Espíritu Santo, supo reconocer en ese niño al Salvador del mundo, que todos, por medio de la luz que arroje la vida consagrada en medio de la Iglesia, puedan también contemplar a ese Salvador, que renueva nuestras vidas, dándoles un nuevo horizonte de sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario