De origen alauí, se bautizó a los 20 años tras experimentar una fuerte llamada a la vida contemplativa. Vive en una cabaña construida por él mismo y se alimenta de frutos salvajes.
DAMASCO- Un sendero estrecho y pedregoso serpentea colina arriba, entre arbustos y zarzales . El silencio es casi absoluto, roto apenas por el canto de los grillos y las cigarras. De pronto, en lo alto de una colina surge una gran cruz de madera y un poco más abajo se levanta un tugurio de piedra y barro. Aquí, en lo alto del monte Oronte, al norte de Siria, vive Toufic, el último ermitaño.
Antes incluso de preguntarme quién soy y de dónde vengo, me invita a sentarme y me ofrece un sorbo de agua en una lata. De barba descuidada y mirada profunda, lleva colgado de un sayo raído un pesado rosario con las cuentas desgastadas. Toufic se ha retirado a estas montañas hace más de cuatro años, tras una vida de búsqueda en lugares de Siria y de Líbano.
En la tierra que durante siglos ha dado a la Iglesia santos, anacoretas y monjes (las ruinas del monasterio de San Simeón Estilita, no lejos de Alepo, dan testimonio todavía hoy de esas páginas luminosas de la historia del cristianismo), Toufic es el último superviviente. Una vocación poco comprendida, e incluso en algunos momentos obstaculizada. «Toufic es un personaje que puede parecer extravagante, difícil de comprender», nos confía el párroco del pueblo vecino. «Y sin embargo, constato una gran rectitud de vida, un empeño ascético digno de los grandes santos del pasado. Quizá a través de él el Señor, también aquí, nos quiere llamar a una vida de más sencillez, oración y contemplación», sostiene.
Fue una iluminación
Nacido en 1959, en una aldea de la costa, Toufic proviene de una familia alauí, una secta del islam chiita muy presente y potente en Siria. «Desde que era pequeño», cuenta el eremita, «notaba una poderosa llamada a la vida contemplativa y a la soledad. Pero nadie me había hablado nunca de Jesucristo y de la Virgen. Por las noches soñaba a menudo con una mujer con un vestido del color del cielo, que me llamaba, pero ni siquiera imaginaba quién podría ser. Fue durante el servicio militar, en Líbano, cuando descubrí la identidad de la Señora. Conocía a algunos sacerdotes maronitas, y en una iglesia vi la imagen con la que había soñado durante años. Fue una iluminación», reconoce.
A los 18 años, Toufic se convierte e inicia el camino del catecumenado. Dos años después, recibe el bautismo. Durante unos años permaneció como laico en un monasterio maronita, pero su vocación volvió a llamar con insistencia. «Los superiores intentaban ayudarme, mandarme a conventos más solitarios, pero al final encontraba demasiado mundana la vida en el monasterio», sostiene.
Toufic decidió dejar Líbano y volvió a su patria. Vivió de la caridad de la gente, como un monje mendicante. Más tarde se aisló en algunas de las grutas que tiempo atrás habitaron los ermitaños de los primeros siglos del cristianismo.
Un día, recorriendo los viejos caminos que también Pablo y los primeros apóstoles pisaron para llegar a Antioquía, Toufic llegó a estas latitudes. Decidió construirse una cabaña de madera y pieles y se alimentó de bayas y frutos salvajes. Sólo tras una furiosa nevada, hace dos inviernos, se resignó a construirse un refugio más sólido. Su vida se rige por el ritmo de vigilias y ayunos, pero también por una simple y espontánea oración de intercesión por todos aquellos -tanto cristianos como musulmanes- que se dirigen a él para recibir consejo o ayuda. «Hace unas semanas llegó hasta aquí un hombre muy bien vestido, propietario de un hotel. Me pidió llorando que le ayudara a liberarse de los espíritus que le atormentaban cada noche. Yo no tengo recetas ni exorcismos que ofrecer. Sólo la cruz de Jesucristo tiene el poder de expulsar los demonios, así que le dije que se dirigiera a Cristo y a la Virgen, y que yo rezaría por él. Ayer volvió aquí, sonriente, como renacido. Vivir de Jesús le ha sanado definitivamente», reconoce, feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario