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¡89 millones de pobres!


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La crisis que vivimos en México tiene raíces más profundas que los errores o la mezquindad de nuestros políticos. Todavía no queda claro cuáles serán todas las consecuencias pero ya aparecen algunos datos sobre la magnitud del saldo que enfrentaremos.


Uno de los datos más sobrecogedores es el que recientemente anunció el Banco Mundial. En vísperas de una reunión del Grupo de las 20 naciones más desarrolladas en Pittsburgh, el Banco publicó un documento en el que informa que, como resultado de la crisis de 2007-9, 89 millones de personas en todo el mundo empezarán a vivir en una situación de pobreza extrema, es decir, deberán sobrevivir con menos de un dólar al día.

Para hacerle frente a esa realidad, el Banco habla de la necesidad de que los gobiernos del mundo se comprometan con una “globalización responsable,” pues —advierte— entramos en una nueva zona de peligro, ya no de caída al vacío, sino de autocomplacencia, en la que hay buenas intenciones, pero que no logran hacerse realidad.

El Banco recomienda medidas para tratar de atemperar los efectos de la pobreza extrema y, sobre todo, para crear un fondo que ayude a las naciones más pobres en situaciones como la que padecemos en la actualidad.

Llama la atención que la institución tradicionalmente asociada con lamentables medidas de política económica, haga eco de las recomendaciones que Benedicto XVI hace en la encíclica Caritas in Veritate.

No es necesario insistir demasiado en su oportunidad. Lo que sí resulta importante es advertir, por una parte, los paralelismos entre la encíclica y algunas de las recomendaciones que, ante la magnitud de la crisis, ofrece el Banco Mundial, así como insistir en la necesidad de reconocer los deberes de justicia. Olvidarnos, tanto en el ámbito nacional como en el de las relaciones entre las distintas naciones, de esta noción perversa de la caridad como limosna, de la justicia como dádiva, y comprender que la globalización no puede ser esta batalla campal, al estilo de la lucha libre, en la que nadie se hace responsable de los problemas que genera.

Basta ver, por ejemplo, en el contexto de la crisis de la influenza, la manera en que algunas naciones altamente desarrolladas, que cuentan con dosis suficientes de antivirales para atender tres veces a la totalidad de sus poblaciones, tratan de aplacar las críticas que les han hecho algunos de sus ciudadanos, con una oferta, más bien hipócrita, de donar una décima parte de sus existencias de antivirales.

Benedicto XVI, y antes de él Juan Pablo II, Pablo VI y Juan XXIII han hablado acerca de la necesidad de crear mecanismos eficaces, de alcance global para hacerle frente a los retos que genera la globalización.

Asumir, como lo hemos hecho hasta ahora, que el sistema financiero que con limitaciones se creó después de la Segunda Guerra Mundial podrá ser la base para construir relaciones más justas entre los países y en los distintos países, es absurdo e irresponsable. También lo es suponer que los pobres aguantarán, sin más, nuevas oleadas de globalización irresponsable, poco solidaria que, como la que vivimos desde finales de los ochenta que sólo han concentrado la riqueza en unas cuantas manos.

El llamado del Banco Mundial a comprometernos con una “globalización responsable,” así como medidas como la propuesta para crear un fondo para ayudar a las naciones menos desarrolladas, son útiles, pero es claro que se quedan cortas cuando se comparan con el llamado de Benedicto XVI, en Caritas in Veritate, para reformar tanto la Organización de las Naciones Unidas como la arquitectura económica y financiera internacional, para concretar el concepto de familia de naciones… se encuentren formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres.

Es un hecho que algo no funciona en el sistema económico vigente y urge cambiarlo.

Manuel Gómez Granados

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