Desde Con Acento:
Como un verdadero regalo de Navidad (pues se
estrenó ese día) recibí la película de Tom Hooper basada en la obra de
Víctor Hugo “Los Miserables”. Hace ya algunos años que me cautivó la
novela del escritor francés; y no menos años la magna composición sobre
la misma de Claude-Michel Schönberg, que para mí es caricia para el
alma, en aquellos años en los cuales me hacía un todo con la trompa. En
Los Miserables veo variedad de temas: Conversión, compasión, lealtad,
amistad, amor...Dios. Pero para mí sobre sale uno: el perdón.
Perdonar, desde mi punto de vista, es destruir, de alguna manera, la
espiral del mal. Porque perdonar es ayudar al otro a rehabilitarse y que
actúe de manera diferente en el futuro; en la película queda patente
esto en la figura del obispo y su perdón hacia Jean Valjean. Yo creo que
la dinámica del perdón consiste en un esfuerzo por superar el mal con
el bien, porque se trata de un gesto cuyo fin es que cambie
cualitativamente las relaciones entre las personas. Con la dinámica del
perdón se tiene que buscar y plantear la convivencia futura de manera
nueva. Por eso, y sigue siendo mi opinión, el perdón no ha de ser una
exigencia individual, sino que debería tener una repercusión en la
sociedad. En la película el súmmum del perdón está cuando Jean Valjean
perdona sin condiciones la vida del implacable y rígido Javert.
Creo que el perdón es necesario para convivir de una manera sana,
como por ejemplo, en nuestra vida comunitaria diaria; donde los roces y
los malos entendidos pueden generar posibles tensiones y conflictos. El
perdón se tiene que hacer presente en la amistad y el amor, donde hay
que saber actuar ante humillaciones, engaños y posibles infidelidades.
En definitiva, el perdón lo tenemos que hacer presente en no pocas
situaciones de la vida, en las que tenemos que reaccionar ante
agresiones, injusticias y abusos; porque si no sabemos perdonar, puede
que quedemos heridos para siempre.
Perdonar significa atrevernos a afrontar lo que hemos hecho y recordar
la totalidad de nuestras vidas, con sus fracasos y derrotas; con
nuestras crueldades y faltas de amor. Es estar dispuestos a recordar
todas las veces que nos hemos mostrado mezquinos y faltos de
generosidad, es decir, mostrar la fealdad de nuestros actos. Pero no se
trata de recordar para sentirnos fatal e ir llorando por las esquinas,
no; la cuestión es recordar para abrir nuestras vidas a una
transformación que sea creativa. Experimentar el perdón no nos puede
dejar como estábamos; porque penetrar en el perdón significa cambio y
transformación.
Víctor Hugo deja patente en su obra “Los Miserables”, y la película
lo refleja magistralmente, que Jean Valjean experimenta que el oficio de
Dios es perdonar. Que la tarea que tiene es comprender, guiñar un ojo a
las tonterías que tenemos los humanos y abrazarnos como si nada hubiera
pasado. Jean Valjean comprendió que perdonar es amar; y con ello
aprendió, y esa es la última frase que dice donde podemos escuchar un
estremecedor fondo musical sincopado de arpa acompañado por el
concertino, que amar al semejante es contemplar el rostro de Dios.
Fr. Ángel Fariña O.P.