Obispo, doctor de la Iglesia,
fundador de la Orden de la Visitación,
patrono de los periodistas
Annecy (Alta Saboya), 21-agosto-1567 - Lyón, 27-diciembre-1622
-
El Santo de las pequeñas virtudes
Resulta difícil imaginarse a un santo obispo que, familiarmente,
pertenece a la nobleza, se ha relacionado con la grandeza de su tiempo,
es reconocido como doctor de la Iglesia y, sin embargo, pueda
caracterizarse como el santo de las pequeñas virtudes. «Sobre todo —escribía en una de sus cartas de dirección espiritual— a
mí me gustan estas tres virtudes insignificantes: la dulzura de
corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de la vida; y estos
ejercicios pocos vistosos: visitar a los enfermos, servir a los pobres,
consolar a los afligidos y, todo ello, sin darle importancia y
haciéndolo en plena libertad» (Oeuvres, XII, 205).
uan Pablo II, en su exhortación apostólica Christifideles laici,
decía de él: «Podemos concluir releyendo una hermosa página de San
Francisco de Sales, que tanto ha promovido la espiritualidad de los
laicos. Hablando de la «devoción», es decir, de la perfección cristiana o
«vida según el espíritu», presenta de manera simple y espléndida la
vocación de todos los cristianos a la santidad y, al mismo tiempo, el
modo específico con que cada cristiano la realiza: En la creación
Dios mandó a las plantas producir sus frutos, cada una según su especie.
El mismo mandamiento dirige a los cristianos, que son plantas vivas de
su Iglesia, para que produzcan frutos de devoción, cada una según su
estado y condición. La devoción debe ser practicada en modo diverso por
el hidalgo, por el artesano, por el sirviente, por el príncipe, por la
viuda, por la mujer soltera y por la casada. Pero esto no basta; es
necesario además conciliar la práctica de la devoción con las fuerzas,
con las obligaciones y deberes de cada persona (..). Es un error —mejor
dicho, una herejía— pretender excluir el ejercicio de la devoción del
ambiente militar, del taller de los artesanos, de la corte de los
príncipes, de los hogares de los casados (...). Por eso, en cualquier
lugar que nos encontremos, podemos y debemos aspirar a la vida perfecta» (CL, n.° 56)» [...]
-
El Santo del amor de Dios
La obra espiritual más importante de Francisco de Sales es el Tratado del amor de Dios.
El papa Pío XI decía que en esta obra -el santo doctor, como si
intentase escribir una historia del amor de Dios, narra cuál fue su
origen y su desarrollo y también por qué empezó a enfriarse y
languidecer en el ánimo de los hombres; después expone cómo podríamos
ejercitarnos y crecer en él. Cuando la ocasión se presenta, explica
lúcidamente cuestiones difíciles como la gracia eficaz, la
predestinación, la vocación de la fe; y para que el discurso no aparezca
conceptual y frío lo adoba con tan festiva gracia y con un aroma tan
grande de piedad, y lo reviste con tal variedad de comparaciones y tales
ejemplos y citas apropiadas sacadas con frecuencia de las Sagradas
Escrituras, que el libro parece brotar, no tanto de su mente cuanto de
sus entrañas y de su corazón» (encíclica Rerum Omnium, del 26 de
enero de 1923). En efecto, se podría decir que este libro es el diario
del alma de dos santos: Francisco de Sales y Juana de Chantal.
Un tema fundamental de la espiritualidad salesiana, magníficamente
expuesto en esta obra, es la búsqueda y cumplimiento de la voluntad de
Dios: Nada pedir y nada rehusar, decía frecuentemente el santo
obispo. En efecto, quien se sabe hecho a imagen y semejanza de Dios,
busca identificarse con él, aceptando el proyecto divino sobre su
persona, tratando de agradar a Dios en todo su obrar, deseando siempre
le bon plaisir de Dieu.
A veces se ha dicho que Francisco de Sales ofrece una espiritualidad
poco austera e, incluso, algo festiva: una oración poco exigente,
ausencia de disciplina, pocas mortificaciones, etc. ¡Qué poco han leído
las obras del santo obispo de Ginebra quienes así hablan! Él sabe bien
que si en el Tabor hubo más claridad, fue en el Calvario donde hubo mayor salvación. El Calvario -decía- es el monte de los amantes.
Y puesto que el Señor invita a todos sus discípulos a tomar cada día la
propia cruz, una y mil veces aconsejaba que había que abrazarse a la
cruz. Pero no la cruz que cada uno quisiera labrarse, sino la que Dios
nos manda cada día: Prefiero llevar una cruz de paja, que el Señor me envíe, que una cruz muy pesada, pero que yo eligiera. [...]
Valentín Viguera Franco S.D.B.