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San Juan Bosco

San Juan Bosco


Presbítero, fundador de la Sociedad de 
San Francisco de Sales (salesianos), 
patrono del cine

Castelnuovo de Asti (Italia), 16 de agosto de 1815 - Turín, 31 de enero de 1888

A Don Bosco le han admirado y querido hombres muy distintos, de muy diferente origen e ideología: hombres de Iglesia, educadores, políticos y, sobre todo, ¡los jóvenes!. Unos lo han contemplado como un "sencillo sacerdote"; otros como "un hombre leyenda". En él se ha visto un promotor social, un educador entregado, un catequista, un apologista, un escritor fecundísimo, un defendor del papa y de la Iglesia, un soñador, un taumaturgo.

Profundamente humano, profundamente hombre de Dios

Alguien ha dicho que Don Bosco es uno de los santos más completos de la historia cristiana. En él se unen admirable y armónicamente los dones de naturaleza y de gracia, de manera que lo humano no queda anulado, sino impregnado de los divino. La impresión que produce es la de un hombre abierto, capaz de inspirar estima, confianza y afecto, capaz de amar. Es un hombre simpático y atrayente, alegre y optimista, activo y dinámico, trabajador y austero, enérgico y tenaz, manso y sencillo, prudente y audaz. Pero, sobre todo, sabe leer la historia en que está inmerso con una mirada de fe. Es un hombre de Dios.

Hoy es una convicción arraigada que Don Bosco oraba mucho. A veces, casi furtivamente, por su pretensión de no hacerse notar. Oraba solo, en su habitación, y oraba con los jóvenes. Oraba antes de predicar y de confesar, antes de afrontar situaciones delicadas. Oraba especialmente en las dificultades y en las pruebas durísimas que le acompañaron a lo largo de toda la vida. Vivía en una constante unión con Dios. Eugenio Ceria termina su estudio sobre Don Bosco aludiendo a la pregunta que se hicieron algunos contemporáneos suyos, impresionados por el inmenso trabajo que desarrollaba: «¿Cuándo rezaba Don Bosco?» La pregunta se hacía ante Pío XI, y el papa, buen conocedor del santo, no dudó en responder que sería mejor preguntar cuándo no rezaba Don Bosco. Y es que Don Bosco, hombre de acción intrépida, fue también hombre de oración profunda. Armonizó estupendamente trabajo y oración, llegando a una unificación perfecta de acción-contemplación. Por eso podemos decir que fue contemplativo en la acción.

Este estar inmerso en Dios le lleva a una confianza sin límites, a un profundo y sencillo abandono en Dios. Solía decir a sus primeros colaboradores: «Cuando nos encontremos cansados, agobiados por las tribulaciones, alcemos los ojos al cielo». Es su manera de pensar y de actuar. La actitud de fe que le abre a los males del mundo para prevenirlos y curarlos, estimula también el dinamismo de una esperanza que lo impulsa a la acción. Lo mismo que la fe y el amor, la esperanza es también omnipresente en la vida de Don Bosco. Confiando en la Providencia de Dios, se lanza a lo que humanamente parece imposible. Y entre los frutos de esta esperanza, está su connatural alegría, su optimismo, su confianza en los hombres, su paciencia inalterable, su sensibilidad pedagógica, su audacia y perspicacia.

Ella lo ha hecho todo

Toda la vida de Don Bosco gira en torno a Dios; pero gira también en torno a María. Está siempre presente en su vida. Desde muy niño le enseña su madre a invocarla, a saludarla tres veces al día en el «ángelus», a rezar cada tarde el rosario; y él asimila con naturalidad esta devoción sencilla. Ella se convierte en la madre que está siempre a su lado, mientras trabaja, estudia o duerme. Aparece en el «sueño» de los nueve años dispuesta a guiarle en la misión que Dios le confía. Y Don Bosco, a lo largo de su vida, mantiene muy viva la certeza de ser conducido y guiado por la mano de la Virgen. Ella, dirá, «es la fundadora y será la sostenedora de nuestra obra».

Primero su devoción mariana se concentra especialmente en la Inmaculada y en la Consolata (Turín). Pero hacia el año 1862 cristaliza la opción mariana definitiva: María Auxiliadora (24 de mayo). En ella reconoce el rostro de la Señora que suscitó su vocación y que fue siempre su madre y maestra. Desde entonces se convirtió en su apóstol. Guiado desde lo alto, empezó la construcción del templo de Valdocco, que es levantado en tres años con las limosnas espontáneas de los fieles. Entre sus piedras, ¡cuántos hechos portentosos! De forma muy clara se manifiesta en estos momentos, como comenta Brocardo, «ese trabajo entre dos», entre Don Bosco y María Auxiliadora, esa misteriosa cooperación, que se remontaba al primer sueño y que ahora se había hecho más fuerte,más continua y más irresistible. El instinto popular no tardó en descubrirlo: Don Bosco era verdaderamente «el santo de María Auxiliadora» y ella era, a su vez, «la Virgen de Don Bosco».

De la mano de María Auxiliadora, levanta iglesias, construye casas, colegios, oratorios para los muchachos de la calle. De su mano funda la Congregación Salesiana, el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, la Asociación de los Cooperadores Salesianos. La Virgen le acompaña siempre; ella traza el programa de su vida y le ayuda a realizarlo. Por eso, al final, no puede menos de confesar: «No he dado nunca un paso que no haya sido trazado por la Virgen».

A un año escaso de su muerte, Don Bosco celebra un día la misa en la basílica del Sagrado Corazón de Roma, que él ha construido a petición de León XIII. En esos momentos siente que los recuerdos se agolpan en la cabeza. Toda su vida y su obra están presentes. En medio de la celebración prorrumpe en un llanto copioso y exclama: «Ahora lo comprendo todo». Comprende, en efecto, que su vida ha sido como un gran sueño, un sueño hermoso y fecundísimo, continuación de aquel que tuvo a los nueve años, un sueño lleno de realidades, en el que ella, la Auxiliadora, lo ha llevado de su mano, lo ha conducido paso a paso. Comprende que es ella la que lo escogió, preparó y ayudó; que es ella la que lo ha hecho todo.

Eugenio Alburquerque Frutos

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.

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