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"Si alguno quiere ser el primero..."


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Tiempo de formación.

Es interesante notar como Jesús, de vez en cuando, busca la manera de estar solo con sus discípulos para poderlos instruir y formarlos, en vista de la gran misión que los espera. En efecto, el evangelista Marcos así escribe: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban la Galilea, pero Él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos”. Análogamente, también nosotros debemos buscar el tiempo para que el Señor vaya instruyéndonos y formándonos como auténticos discípulos suyos. La verdadera tragedia, hoy, de los católicos es la falta de instrucción doctrinal y de formación interior.

La dificultad de entender.

Dadas las condiciones, Jesús, con la finalidad de hacer cambiar a los discípulos de mentalidad, de un mesianismo davídico a la aceptación de un Mesías ‘siervo y doliente’, les anuncia el misterio pascual de su vida, es decir, su pasión, muerte y resurrección: “El Hijo del hombre –les decía- va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte y tres días después de muerto, resucitará”. En cambio, pero, los discípulos, no sólo no comprenden, sino que están como paralizados por el miedo: “Pero ellos –nos confirma el evangelista- no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones”. La dificultad de entender la magnitud y profundidad de las revelaciones de Jesús no ha dejado de ser actual. También nosotros, por cierto, la experimentamos en nuestra vida de fe. ¿Nos preocupamos, por lo tanto, de conocer la doctrina y profundizar las enseñanzas de Jesús o nos quedamos en nuestra pasividad?

La frivolidad humana.

En lugar de esforzarse para entender las revelaciones del Maestro los discípulos, a lo largo del camino, se entretienen en discusiones superficiales y frívolas. Jesús, que sabía perfectamente que, en el camino, habían discutido “sobre quién de ellos era el más importante”, se siente, llama a los Doce y, sorpresivamente, en su calidad de ‘Maestro’, les dice: “Si alguno quiere ser el primero, (o sea, el más grande) que sea el último de todos y el servidor de todos”. Imaginamos que, mínimo, los haya desconcertado. Luego Jesús, con el fin de plasmar visiblemente su pensamiento, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe”. La identificación de Jesús con los pequeños, indefensos, sencillos y humildes de la tierra, representados por la figura del ‘niño’, no debemos interpretarla sólo simbólicamente. En efecto, el Señor nos reitera su presencia en ellos y nos señala la trascendencia que adquiere, para sus discípulos, todo gesto y acción benevolente hacia los ‘pequeños sociales’, o sea, los sociológicamente últimos que conforman la sociedad.

Los criterios del ‘Reino’.

La ‘buena nueva’ del Reino, que Jesús nos ha traído, cambia profundamente todos los criterios de valoración humana. Los ‘últimos’, es decir, los pobres y marginados tienen, en la comunidad nueva de Jesús, una relevancia inusitada, porque son ‘sacramento’ desconcertante de la presencia de Dios Padre: “El que me recibe a mí –afirma Jesús- no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”. Otro criterio del Reino, inédito para los Doce y anunciado por Jesús, es el de la ‘verdadera grandeza’ de quien aspira a ser discípulo. No enaltece al discípulo la cantidad de los bienes que posee, ni la cuota de poder que logre conquistar, sino la capacidad de hacerse pequeño y humilde, para poder servir y amar a los demás. Esa tendencia innata a sobresalir y sentirse, soberbiamente, más importantes de los demás, viene cuestionada radicalmente por Jesús: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. En ese ‘todos’, desde luego, están incluidos, principalmente, los necesitados, pobres y marginados sociales: aquellos que, como los niños, necesitan totalmente la ayuda del ‘padre’. ¡Cuántas cosas se hacen para no ser menos que nuestro vecino, nuestro compañero, nuestros amigos! También entre los judíos, lo entrevemos en las palabras de Jesús, el rango, el ansia de grandeza, la preeminencia, el “quién debe ocupar el primer lugar”, se cuidaba muchísimo, para cualquier actividad pública: celebraciones litúrgicas, banquetes, etc. Y los Doce, siendo hombres de ‘su tiempo y cultura’, desde luego, no podían escapar de esa vanidad. Su perplejo silencio, en efecto, ante la pregunta de Jesús, es la expresión elocuente de su conciencia de haber mostrado, con su ambición, un ánimo poco conforme con el espíritu del Maestro. Por esta razón, Jesús intenta corregirlos, sugiriéndoles la ‘humildad’ como medida de la verdadera ‘grandeza’ del ‘discípulo’. El más grande, entonces, es el que ‘sirve’ y ama.

Conclusión

A manera de conclusión, a la luz de lo que el Señor nos ha enseñado hoy, recordamos que la grandeza auténtica ante Dios no se mide a partir del prestigio o el rango social, sino a partir de la acogida y la solidaridad con los últimos y los excluidos. Jesús, en fin, nos enseña, hoy, que lo decisivo no es saber quién es el más grande, sino poner en el centro de interés de la comunidad creyente a quien es más ‘pequeño’. Acoger a los débiles e insignificantes y servir a los desvalidos es, en definitiva, acoger a Cristo y a Dios. Y, ésta, es la ‘normatividad’ que regula la vida del auténtico discípulo de Jesús.

Umberto Marsich
IMDOSOC

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