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Santa Escolástica


Santa Escolástica
Virgen, hermana de San Benito
hacia 480 - 10-febrero del 547 

Algunos datos históricos

Lo que nos refiere San Gregorio, en los capítulos XXXIII y XXXIV del libro II de sus Diálogos es lo único que con certeza podemos decir de Santa Escolástica. Ninguna otra fuente antigua vuelve a hablar de ella. Y de este breve texto hagiográfico sólo podemos espigar unos cuantos datos históricos: Escolástica, hermana de Benito, había sido consagrada a Dios desde su infancia, acostumbraba a visitar a su hermano una vez al año, murió poco antes que él y fue enterrada en el sepulcro que su hermano tenía preparado para sí mismo. Es probable, pues, que fuera entregada por sus padres a un monasterio o grupo de vírgenes para ser educada por ellas y vivir en adelante como ellas. El mismo San Benito prevé en su Regla la presencia de niños en el monasterio, ofrecidos por sus padres, oblación que conllevaba los mismos compromisos que la profesión monástica de un adulto. Pero de ahí a decir que profesaba la Regla de su hermano va un gran trecho, aunque las benedictinas posteriores la han llamado siempre con el apelativo de «nuestra madre». La leyenda se ha encargado de suplir lo que la historia no dice; así, siempre se la ha tenido por hermana gemela de San Benito, aunque esta tradición no remonta más allá del siglo VIII. En este caso, debió nacer en Norcia, al igual que su hermano, hacia el año 480. Nuevamente será la tradición la que nos dé el nombre de su abuelo Justiniano y de sus padres, Eupropio y Abundancia. Cabe decir lo mismo del lugar de su consagración, el monasterio de Piumarola, sólo que en este caso la tradición es aún más tardía, pues es recogida solamente por un monje casinense del siglo XI. Cuando murió fue enterrada en el mismo Montecassino; probablemente esto sucedió entre los años 543-547, pero es casi seguro que el día de su muerte fuera el 10 de febrero, fecha en la que es recordada en todos los calendarios litúrgicos antiguos.

Benito y Escolástica, juntos en vida y en muerte

El monasterio de Montecasino fue destruido por los longobardos el año 577, permaneciendo abandonado hasta el año 717. Los nuevos monjes no abrigaron ninguna duda sobre la autenticidad de los huesos que reposaban bajo el altar mayor de su iglesia, pues consideraban que los sepulcros se habían mantenido inviolados durante los años de abandono. Pero no pensaban lo mismo los franceses, quienes afirmaban que, hacia el año 660, el abad de Fleury y el obispo de Le Mans habían robado los cuerpos de San Benito y Santa Escolástica para honrarlos, respectivamente, en su monasterio y catedral. Así, durante siglos, Montecasino disputó con Fleury y Le Mans sobre la autenticidad de las reliquias de ambos santos; sólo en época moderna, y no de forma unánime, los historiadores han llegado a la conclusión de que las verdaderas reliquias deben ser las de Montecasino, y las de Fleury el fruto de un piadoso fraude, mientras que Santa Escolástica nunca habría sido removida de su primitivo sepulcro. Sea de ello lo que fuere, Le Mans honró extraordinariamente a la santa como a su patrona y allí veneraron sus pretendidos restos hasta que fueron sacados de su preciosa urna y aventados el año 1792, durante la Revolución Francesa, conservándose sólo unos pocos restos que la piedad y valentía de algunos fieles pudo sustraer a la furia de los exaltados. Los huesos de Montecasino tuvieron más suerte, pues incluso salieron incólumes del terrible bombardeo aliado que destruyó el monasterio el año 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, y pudieron ser reconocidos y exhaustivamente estudiados en 1950.

Pero San Benito y Santa Escolástica dejaron algo más que unos huesos. La Regla de San Benito fue poco a poco implantándose por toda Europa y, aunque pensada y escrita para hombres, fue muy pronto aceptada por las comunidades monásticas femeninas. Éstas empezaron a considerar a Santa Escolástica como la primera monja benedictina -aunque, como ya hemos dicho, esto no sea históricamente cierto- y a tomarla como modelo. Los diferentes autores espirituales que han tratado sobre la santa le han aplicado toda clase de virtudes, pero es más justo reconocer que nada sabemos de su fisonomía espiritual, fuera de su entrega constante a Dios, su amor por las conversaciones santas y su fino sentido del humor. Y, sobre todo, su verdadera caridad, que le lleva a conseguir de Dios lo que no puede alcanzar del rigorismo de su hermano. Es lo único que se desprende del relato gregoriano, única fuente fiable. Y no es poco, para aquellos que, dentro y fuera del monasterio, pretenden vivir su cristianismo con generosidad, fidelidad y una buena dosis de alegría, que tanta falta nos hace.

Fr. Miguel C. Vivancos, O.S.B.


Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.

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