“El confesor ha de inducir al penitente a la contrición y a la confesión con un lenguaje pío, dulce y suave, proponiéndole los bienes que Dios ha traído consigo, particularmente la Pasión. [Dígale] además, que no viene por los justos, sino por los pecadores. Luego, que estos, sí se arrepienten bien, son más amados y exaltados por Dios, como es evidente en Pedro, en Pablo, en el ladrón y en muchos otros. Prometa el perdón; hágale presente la extraordinaria caridad de Cristo según el pasaje de Jeremías en las Lamentaciones (1, 12): “Oh vosotros cuantos pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor”. Y además (3, 19): “El recuerdo de mi miseria y abandono es ajenjo y veneno”. Y además Isaías (49, 15-16): “¿Puede acaso una mujer olvidarse del niño de su pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran yo no te olvidaría. He aquí que te tengo grabada sobre las palmas de las manos, y tus manos están siempre delante de mí”. Luego el confesor le persuadirá de no tener vergüenza en confesarse porque no se confiesa a un hombre, sino a Dios. Y además [le persuadirá] de que en la Penitencia quien se confiesa queda absuelto. Pero si no quisiere confesarse, le expondrá los terrores del juicio, las penas del infierno. Sofonías (1, 14-15): “El estruendo del día de Yahvé es horrible, hasta los fuertes dan gritos amargos. Día de ira es aquel, día de angustia y congoja, día de sombras y densos nubarrones, día de trompeta y alarma”. Isaías (13, 8): “Se mirarán con estupor unos a otros y se encenderán en llama sus rostros”. Tras lo cual escuchará simplemente la confesión del penitente, y después comenzará a interrogar ordenada y educadamente…" (San Raimundo de Peñafort OP, De paenitencia, III, 34, 32.).
(Imagen: San Pedro Telmo OP confesor de Fernando III, cuadro de la iglesia de San Telmo en Gran Canaria)
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