Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida
Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.
1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana (“temerosos de Dios”, simpatizantes del judaísmo, pero no “prosélitos”, porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el “Pentecostés pagano”, a diferencia de lo que se cuenta en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.
I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es “divina”, del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.
I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los “helenistas”. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.
I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.
I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos “conviven” con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.
I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor. Al principio, los apóstoles solamente tenían como “palabra” radical este anuncio ante el mundo. La fuerza de este mensaje, poco a poco cambió el mundo.
2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.
II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.
II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina “syn-ergeirô”= “resucitar con”. Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.
II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.
II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.
III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al “discípulo amado” y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.
III.2. La figura simbólica y fascinante del “discípulo amado”, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, “discípulo”, y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.
III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
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La abundancia de la Palabra de Dios en la Vigilia permite hacer un recorrido completo por la historia de la salvación. De este recorrido destacamos una perspectiva.
Todo se inicia con la Creación, acto gratuito y sorprende de Dios, que deja la impronta de bondad del Hacedor en todo lo creado (la luz y la vida). De manera especial, la criatura humana, hombre y mujer, llevan en sí la imagen de Dios. La palabra es el instrumento creador. El diálogo, pues, será la expresión de la buena relación de Dios con el mundo. Un diálogo que, desde el lado creado, capitalizará el ser humano. Desde esta óptica, la revelación y la fe son la palabra y la respuesta en la conversación Dios/hombre.
La ruptura de esta conversación por parte del ser humano (el pecado), supone su desdicha y esclavitud (la oscuridad). Sin embargo, el Dios creador y salvador no abandona la comunicación. La mantiene por medio de personajes emblemáticos (como Abraham) y termina por darle la figura de un pacto, de una Alianza, tras la maravillosa experiencia de la salida de Egipto de Israel en el éxodo. Dios se compromete a hablar y orientar al pueblo elegido y éste promete oír su voz y seguir las palabras de la Ley.
Con todo, la vulnerabilidad del pueblo y del ser humano quiebra sin cesar la conversación salvífica y la Alianza. Dada esta situación, la palabra de Dios, resonando por medio de los profetas, va perfilando la perspectiva de una nueva Alianza, de una Palabra de Dios última que hará posible el diálogo definitivo de la salvación (“esa Palabra no volverá a Dios vacía”). Esa Palabra cercana, diáfana y comprensible, llena del Espíritu de Dios, se hace realidad en el misterio de la encarnación: Jesús de Nazaret es la Palabra de Dios hecha carne, el creador de la Nueva y definitiva Alianza; es la luz y la vida, el restaurador y plenificador del diálogo de la salvación.
Jesús con su vida y en su enseñanza dice y hace presente la vida y la luz de la Palabra de Dios para el ser humano. Él muestra la viabilidad y la fecundidad de una conversación leal y sin interrupciones entre Dios y el hombre. Pero, para ello, ha de asumir las consecuencias de la ruptura (pecado) del diálogo entre el Creador y la criatura. El amor de Dios en Jesús es tan grande que el Nazareno carga con la cruz del desprecio, del odio, del olvido de Dios, para transformarla en cruz gloriosa, conversación luminosa y de vida entre Dios y la humanidad. La Pascua manifiesta esta dinámica misteriosa e impresionante que, ahora, permite no sólo reanudar el diálogo humano con Dios en Jesús, sino descubrir toda la luminosidad y fecundidad que de él se derivan y que, finalmente, desarrolla, realiza y humaniza a la criatura en su verdad.
El bautismo, el nacimiento del agua y del Espíritu, es el gesto que sella en el ser humano la experiencia de la Pascua y que configura, reviste y conforma al bautizado con Jesucristo. El bautismo asemeja al cristiano con Cristo y, por tanto, lo cualifica para ser un hijo de la luz y de la vida. La marca bautismal ya no se borra. Ella prolonga el diálogo de la salvación en la misión y el testimonio de la Iglesia.
La escena del sepulcro vacío según Lucas corona todo este recorrido. Las mujeres al rayar la luz del alba visitan el lugar de la muerte (el sepulcro de Jesús) y lo hallan vacío. No saben qué pensar. Necesitan de las palabras de los dos seres angélicos para entender que Jesús ha resucitado. Pero él ya lo había anunciado. Entonces recuerdan. La memoria de la Palabra de Dios ayuda a entrar en el diálogo de la salvación. La Palabra evocada da luz y, además, orienta la vida en la línea de una misión y de un testimonio que cumplir.
La Palabra de Dios, que lo creó todo, es Cristo y ha vencido la muerte y la oscuridad. Ella es la luz de los hombres y por ella fue hecho todo. Ella es el sentido de la vida de los cristianos. Los cristianos han de dar testimonio de la Palabra ante el mundo. La celebración de esta Pascua nos invita a hacerlo con toda la esperanza posible y con la fuerza de una comunidad eclesial renovada en su ser pascual/bautismal más profundo.

Real Convento de Predicadores (Valencia)
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