TV DOMINICA

dominicostv on livestream.com. Broadcast Live Free
Watch live streaming video from dominicostv at livestream.com
Mostrando entradas con la etiqueta CHESTERTON. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta CHESTERTON. Mostrar todas las entradas

Chesterton y Santo Tomas de Aquino: Unidos por el sentido común.

Resultado de imagen para Chesterton

Las buenas traducciones contribuyen a las buenas lecturas, a un reencuentro con los clásicos que siempre es toda una satisfacción para el espíritu. Este es el caso de la peculiar biografía Santo Tomás de Aquino, publicada por Gilbert Keith Chesterton en 1933. No se trata de una vida ambientada en la época medieval con descripciones al uso, ni mucho menos de una edificante hagiografía. Por el contrario, es una mezcla, desbordante y a la vez sorprendente, de historia, filosofía, antropología y crítica cultural.

La traducción, en ediciones Rialp, del profesor de sociología de la universidad de Granada, Juan Carlos de Pablos, añade claridad a cualquier lector que desee disfrutar del gran escritor católico inglés, pero que podría perderse en los larguísimos párrafos y ocurrentes paradojas, cargadas de doble sentido, que tienen sus obras. El profesor de Pablos, fallecido en 2015, fue el fundador del club Chesterton de Granada, nacido de la admiración por aquel apóstol del sentido común y del buen humor.

Uno de los mejores legados de este docente universitario ha sido esta traducción con notas certeras y epígrafes esclarecedores. Recomendamos su lectura sosegada, no incompatible con un estilo vivaz y desenfadado, de la que podemos extraer una mejor comprensión no solo del mundo medieval sino también del moderno, pues, en el fondo, no hay grandísimas diferencias entre el tiempo de Chesterton y el nuestro.

Chesterton había publicado en 1922 otro ensayo biográfico sobre san Francisco de Asís, pero le pareció indispensable completarlo una década después con otro libro sobre santo Tomás de Aquino. Muchos siguen considerando al fundador de los franciscanos como un gran admirador de la naturaleza y poco más, y, por supuesto, prefieren al alegre Francisco en vez de al silencioso erudito escolástico llamado Tomás, también conocido, por sus condiscípulos de París, como el “buey mudo”. Sin embargo, Chesterton huía de esos sentimentalismos que ocultan al verdadero Francisco de Asís y valoraba que, gracias a la filosofía tomista, el cristiano puede confiar en la razón.

Los argumentos de Tomás a favor de la revelación no significaban la negación de la razón, como hacen los fideísmos de ahora y entonces, sino una afirmación de la misma. Tomás hizo la fe razonable, pero la Reforma protestante arremetió contra la razón y la sustituyó por la sugestión, con lo que la fe terminó por separarse de la vida y se hizo un asunto privado.

Según Chesterton, Tomás resucitó a Aristóteles, ejemplo de una filosofía realista, muy adecuada al dogma cristiano de que el Verbo se hizo carne. Supuso una nueva luz para la fe. Esto supuso dejar atrás el idealismo de Platón, con su dimensión del hombre meramente espiritualista, aunque desgraciadamente para la Cristiandad, el platonismo resucitaría tanto en el Renacimiento como en el protestantismo. El Hamlet renacentista se agitaría en la duda del ser o no ser, mientras que Tomás habría dicho, sin vacilar, que la respuesta era ser. Sin embargo, la filosofía aristotélica fue arrinconada y no sería restaurada en los círculos intelectuales hasta el siglo XX, en coincidencia con la aparición de este libro de Chesterton.

Filósofos neotomistas como Étienne Gilson aplaudieron esta obra cuyo autor afirmaba haber hecho solo un bosquejo dirigido, sobre todo, a lectores no católicos. ¿Cómo les podría atraer el escritor inglés? Simplemente demostrándoles que Tomás es el filósofo del sentido común. Se palpa el entusiasmo de Chesterton por santo Tomás, y esto solo es explicable porque el autor se identifica plenamente con su personaje. También él era un hombre un tanto abstraído y corpulento, y una persona apasionada por los libros, algo no incompatible con su buen trato con las personas, aunque fueran de distinto modo de pensar. De hecho, el autor nos da en este libro un consejo válido para cualquier época: “No hay que discutir con un hombre, o bien discutir en su terreno y no en el nuestro”. Además Chesterton se identificaba con Tomás en ser un soñador activo y un auténtico hombre de acción. Ambos consiguieron la rara cualidad de ser a la vez teóricos y prácticos. ¿Por qué? Porque practicaban el sentido común de vivir en la realidad y de reconocerla. En esto consiste la filosofía del sentido común, la única filosofía fructífera del mundo.

Antonio R. Rubio Plo

La reina del Jardín: Chesterton y la mujer. Jorge N. Ferro


Maisie Ward titula un capítulo de su magnífica biografía de Chesterton: "La respuesta suave" (1). En el mismo destaca la mansedumbre y la simpatía profunda que sentía Chesterton aún por sus ocasionales adversarios. Es difícil encontrar palabras duras o amargas en Chesterton. No resulta fácil imaginarlo enojado. Igualmente, la imagen habitual que nos formamos de él es la del gigante riente, la del hombre de inalterable buen humor, capaz como pocos de gozarse en todas las cosas creadas por Dios.

Pero no siempre se recuerda que semejante capacidad de gozo implica una suerte de simetría con referencia al sufrimiento. El péndulo de una sensibilidad exquisita llega igualmente lejos hacia el otro extremo, el del dolor. Chesterton fue también un "varón de dolores". Dolores que supo velar con recato caballeresco, sin estoicismos orgullosos, pero con fortaleza cristiana. Dolores que a veces asoman en su obra, mediante acordes que se nos antojan extraños. Hay cuestiones que tocan ciertos entresijos del alma del poeta y que arrancan tonos que trasuntan dolor e indignación. Y podemos indicar dos ámbitos en los que tal cosa ocurre: el ámbito de la patria, inextricablemente unido al tema de la injusticia, y el de la mujer. El ultraje a los pobres y a la mujer encienden su cólera.

Para Chesterton, en la mujer se manifestaba con especial brillo la gloria de la obra de Dios. Esto se comprueba en su vida y en su obra. Su gran amor por Frances durante el noviazgo y toda su larga vida matrimonial aparece una y otra vez en los romances de sus personajes. Podemos reconocerlo inmediatamente en el Inocencio Smith de Hombrevida, aquel que se fugaba una y otra vez con su propia esposa, y de quien dice Miguel Moon, otro de los personajes:

"Precisamente porque no quiere fornicar, ha experimentado el romanticismo de los sexos; precisamente porque tiene una sola mujer, ha vivido cien lunas de miel" (2).

Es que la castidad es propio de lo viril. El asombro de Chesterton ante el misterio femenino es prueba de su plenitud de hombría, el opuesto de la frivolidad donjuanesca. Pues como bien señala el Padre Castellani:

"Don Juan Tenorio [...] es un varón poco desarrollado; el doctor Marañón lo clasifica entre los feminoides. Por eso entiende tan rápidamente a las mujeres en lo superficial: porque es amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un misterio profundo y respetable [...]" (3).

La dignidad de la mujer encuentra en Chesterton un defensor apasionado. Y se trata de una dignidad nimbada de gloria y de misterio. De ahí que el ultraje se le aparece como una verdadera profanación. Y de ahí que encontremos una dureza inusual cuando se encuentra con el tema de la pornografía. El gran antipuritano que fue Chesterton no tolera el degradante espectáculo de la obscenidad, y señala el verdadero rostro de la lujuria, reverso del puritanismo: triste, monótona, mecánica, fea. La lujuria hace del hombre, según él, algo más bajo que una bestia: una máquina. Escribe hacia 1910 un artículo en el que considera a la pornografía "un mal automático". Sostiene que la obscenidad es una violencia, pues... "puede hacer una de estas cosas igualmente directas e instintivas: sacudir violentamente la pureza o inflamar la impureza. Pero en ambos casos el proceso es brutal e irracional".

"La víctima humana queda drogada o se siente enferma". La "falta de decoro" equivale a un "asalto": "En asuntos de violaciones de la decencia pública tradicional, cualesquiera sean las razones alegadas en su favor, me pongo totalmente del lado de los Puritanos".

Deshace Chesterton la falacia de afectar indiferencia frente a la agresión pornográfica: "El argumento corriente de que podemos tratar el sexo con entera calma y libertad, como cualquier otra cosa, es el más repugnante engaño de esta época taimada". Esta supuesta "objetividad" frente a lo sexual ha sido igualmente desenmascarada por C. S. Lewis en un breve ensayo titulado Four Letters Words. Se trata de una forma sutil de hipocresía. Para Chesterton "El paralelo que se pretende establecer con otras transgresiones morales es una insolente falacia". Los pornógrafos manipulan a sus víctimas, y... "ningún derecho les asiste cuando se proponen hacerlos bailotear como monos sobre una caña".

Frente a esto, afirma Chesterton: "Tenemos el derecho de defendernos, y especialmente de proteger a nuestros niños, frágiles e ignorantes en esta materia". Una verdadera industria de la deshumanización no puede ampararse en presuntos derechos. El daño producido es inmenso:

"La indecencia no es algo salvaje y descontrolado. El peligro de la indecencia es precisamente el opuesto, ella obra un efecto rutinario, monótono, directo, inevitable, una mera ley de la carne. Es un mal automático." (4)

No es de extrañar que Chesterton vincule la industria pornográfica a la usura. Aquí se unen sus íntimas repugnancias y nos encontraremos con algunos de sus momentos más duros, como ocurre en La esfera y la cruz, por ejemplo, donde se nos narra que próximo al despacho de un prestamista, se encontraba "la minúscula librería seudofrancesa, tienda atestada de tristes indecencias" (5). Esta conjunción de usura y pornografía hace estallar a uno de los duelistas, precisamente el que más conocimiento tiene del "mundo". Así es que Turnbull dice a su dueño: ... "esa inmunda cara gordinflona. Está usted pidiendo que le aten como a un perro o le aplasten como a una cucaracha"(6). Palabras poco frecuentes en Chesterton, que sólo encontraremos frente a aquello que lo lastima en lo más vivo.


El genio de Chesterton supo ver en profundidad y lejos. Previó igualmente los peligros del llamado "feminismo" al que denunció como una senda falsa. Precisamente porque la grandeza de la mujer era para él una realidad deslumbrante, no dejó de enfrentar el triste remedo de solución que ofrecía una construcción ideológica preñada de males que se irían manifestando con mayor fuerza cada vez. Es aleccionador en este sentido leer el curioso trabajo del profesor Philip Jenkins (7), quien en la primera parte del mismo parece intentar corregir benévolamente a Chesterton por su actitud "paternalista", victoriana, etc., y luego termina enumerando todos los males que se siguieron del feminismo, pintando la situación actual, sobre todo en el "primer mundo", aportando datos que conforman un panorama aterrador: desde la destrucción de la familia hasta cultos de adoración a diversas "diosas". O el artículo está hecho con una fina y feroz ironía que se nos ha escapado, o habría que reconocer que Chesterton no estaba condicionado por prejuicios victorianos sino que, con su mirada de poeta, vio lo que se estaba gestando. En la tercera parte de Lo que está mal en el mundo ("El feminismo, o lo que está mal acerca de la mujer"), se ocupa principalmente del movimiento sufragista. Y allí nos dice que "feminista" es el "término que designa, según cree, a aquel que repudia los principales caracteres femeninos" (8).

El lugar por excelencia de la mujer es para Chesterton el hogar. Es la reina de la casa. Y reina imprescindible. Que no la empequeñece, sino que por el contrario la revela en todo su esplendor. Nada puede igualar esta gloria. Si la mujer debe trabajar, esto no puede poner en riesgo su reino propio. Se pregunta Chesterton:

"¿Cómo puede ser una gran carrera enseñar a los hijos ajenos la regla de tres y una carrera pequeña enseñar a los propio acerca del universo?" (9).

La presencia de la mujer en el mundo del trabajo no hacía para él sino fortalecer un estado de cosas injusto, y la presunta liberación se revelaba en realidad una esclavitud peor. Frente a esto afirmaba:

"La mayor parte de los feministas estará probablemente de acuerdo conmigo en que la femineidad está sometida a una vergonzosa tiranía en las tiendas y en las factorías. Pero yo quiero destrozar la tiranía y ellos quieren destrozar la femineidad. Esta es la única diferencia." (10).

La destrucción de la naturaleza femenina y su correlato en el afeminamiento de tantos hombres es una abominación que degrada al género humano y lo hiere en lo más hondo. Desprecio e ingratitud frente a la obra de Dios. Nos cuenta Maisie Ward:

"Decía a menudo que lo importante para un país era que los hombres fuesen viriles y las mujeres femeninas; lo que él odiaba era el híbrido moderno: la mujer que invade el aspecto masculino de la vida; nadie, había dicho en una carta de la época de su noviazgo, "se complace tan fieramente como yo en que las cosas sean lo que son". Y tanto él como Frances se divertían con esa "eterna igualdad" que Gilbert veía en los sexos mientras mantuviesen su eterna distinción. Si todo, decía, se esfuerza en ser rojo, algunas cosas son más rojas que otras; pero hay una igualdad eterna e inalterable entre rojo y verde." (11).

La única igualdad posible está en ser cada uno lo que es conforme al designio creador. Chesterton se sentía fascinado por la riqueza de lo real. Enamorado de la realidad en la que leía las huellas divinas, y enamorado fiel de su mujer Frances, a quien escribía en el noviazgo cosas como ésta:

"Pero ante él están siempre encendidas, en acción de gracias, cuatro lámparas. La primera por haber sido creado de la misma tierra con que lo fue una mujer como tú. La segunda por no haber ido, a pesar de sus muchas faltas, "tras mujeres extrañas". No puedes pensar cómo la contención de un hombre es recompensada en esto. La tercera por haber intentado amar todo lo que vive: velada preparación para amarte a ti. Y la cuarta -pero no hay palabras que puedan expresarlo-. Aquí termina mi anterior existencia. Tómala: me condujo a ti." (12).

Es Frances quien está detrás de todas sus heroínas. Chesterton el caballero las reverencia, y el lector advierte la admiración y el respeto de su mirada. Y le gusta pintarlas en medio de un jardín, como la doncella de El hombre que fue Jueves, novela que concluye con la descripción de una joven cortando flores "con esa inconsciente gravedad que suelen tener las muchachas". Son la culminación del jardín, la joya del paraíso. El ve a su amada como Inocencio Smith a la suya, y como es cada mujer:... "señora del jardín, y única" (13).

Por esto el pecado de la carne se le antoja tan peligroso. Por eso él, que supo divertirse como nadie, y que fue tan indulgente con las debilidades humanas, nos advierte sobre el riesgo de la frivolidad en "Anillo de amantes", uno de los cuentos de Las Paradojas de Mr. Pond, donde percibimos su desagrado al pintar una galería de lujuriosos. El capitán Gahagan debe abandonar su pose galante, y entregarse a una única mujer, así como Flambeau deberá abandonar sus todavía simpáticas fechorías antes de precipitarse a un abismo de perdición.

Y por esto también se estremece de horror ante el mundo del harén, como lo encontramos en La hostería volante, por ejemplo, obra que no sólo es una exaltación de la sana alegría cristiana sino igualmente una afirmación de la dignidad de la "señora del jardín", a quien nadie puede convertir en una esclava del serrallo.

Y por supuesto, como enamorado del matrimonio cristiano, no puede faltar en Chesterton la paradoja de la exaltación del celibato fecundo espiritualmente. Lo encontraremos en sus personajes: el Padre Brown, por supuesto. Y en el enigmático Horne Fisher, El hombre que sabía demasiado, que se va a inmolar por su patria carnal porque ve a través de ella la celeste. Como no puede ser de otro modo, este gozarse en lo femenino del poeta culmina en su devoción mariana. El gran juglar de la Virgen que fue Chesterton no se apartó de su protección. Fue, nos relata, un elemento clave para su entrada en la Iglesia Católica. Así podemos leer en La sima y los bajíos:

"Apenas puedo recordar un tiempo en que la imagen de Nuestra Señora no se levantase bien concretamente en mi espíritu [...] En cuanto recordaba a la Iglesia Católica, la recordaba a Ella; cuando intentaba olvidar a la Iglesia Católica, intentaba olvidarla a Ella. Cuando finalmente vi lo que era más noble que mi destino, el más libre y más duro de todos mis actos de libertad, fue delante de una dorada y abigarrada pequeña imagen de Ella en el puerto de Brindisi, donde prometí lo que haría si regresaba a mi país." (14).

Fue ante una imagen de la Virgen, pues, que Chesterton decide su conversión. Mucho le cantó a Ella. Encontró a la plena "señora del jardín", jardín precioso Ella misma, Hortus conclusus. Y en un libro de versos que le dedica, La Reina de las Siete Espadas, la llama de un modo que queremos recordar aquí de modo especial, por su especial sabor chestertoniano: "La que espanta las pesadillas". Quiera Ella espantar las pesadillas del horror que se ciernen sobre la delicada y fuerte maravilla de la mujer en estos tiempos oscuros, en los que su siervo Gilbert combatió como un buen caballero.



NOTAS

(1) Ward, Maisie, Gilbert Keith Chesterton, Bs. As., Poseidón, 1947, pp. 456ss.

(2) Hombrevida, Bs. As., La Espiga de Oro, 1942, p.256.

(3) CASTELLANI, L. El Evangelio de Jesucristo, Bs. As., Theoría, 1963, p. 133.

(4) El mal automático, Daily News, 19-2-1910, apud Gladius, 18, pp. 177-178.

(5) La esfera y la cruz, Madrid, Espasa-Calpe, 1958, p. 35.

(6) Id., pp. 37-38.

(7) JENKINS, Philip, "Feminiam: or, Chesterton Mistake About Woman?, en The Chesterton Review, XXI, 1-2 (1995), pp. 69-87.

(8) Lo que está mal en el mundo, en Obras Completas, I. Barcelona, Plaza y Janés. 1961, p. 795.

(9) Id., p. 767.

(10) Id., p. 796.

(11) Op. cit., p. 409.

(12) Id., p. 93.

(13) Hombrevida, p. 259.

(14) En WARD, M., op. cit., pp. 363-364.

Los locos de Chesterton.



By. Jorge Norberto Ferro

Difícilmente abramos un libro de Chesterton sin que nos topemos con algún loco de veras, o con alguien que pase por serlo, si es que estamos frente a una novela o un cuento. Y en sus ensayos o artículos, la cuestión de la demencia y la cordura asomará tarde o temprano. Bien lo ha señalado, entre nosotros, Carlos Velasco Suárez:

"Chesterton se ocupó, en reiterados y siempre centrales momentos de su obra, de la locura. De la locura ínsita en los entresijos vivientes, palpables y cotidianos de su cultura, de nuestra cultura" (1).

Precisamente el gran paladín de la sensatez y del sentido común es quien ha pintado con insistencia "una perspectiva de su época con el manicomio como su telón de fondo" (2).

Constantemente juega Chesterton con los dos valores posibles que pueden asignarse a la locura: la espantosa tragedia de la locura real, enseñoreada en el mundo que le tocó vivir -y agravada en el nuestro, podríamos agregar-, y aquello que es "locura para el mundo", según los criterios mundanos, cuando en verdad es sabiduría según Dios. Sus personajes principales siempre están expuestos a ser tomados por locos por quienes aparecen sólidamente instalados en "el mundo", por los "triunfadores", por los -la paradoja es inevitable en Chesterton- supersticiosos racionalistas que dan el tono a la sociedad contemporánea. Así por ejemplo el capitán Dalroy de La Hostería Volante, o el Mc Ian de La Esfera y la Cruz, o el Inocencio Smith de Hombrevida, se verán como orates a los torpes ojos miopes de sus materialistas perseguidores. El mismo Padre Brown hará muchas veces una figura extravagante, recortado sobre el fondo del mundo moderno. Pero Chesterton no vacila en afirmar y mostrar de mil maneras que es este mundo moderno el que, en su apostasía, ha desembocado en la más patética de las locuras.

Y por eso persigue al cuerdo, sin darle tregua. El manicomio es, muchas veces, el lugar destinado por el mundo al hombre cabal. La tiranía de los poderes mundanos se vale de la herramienta psiquiátrica como instancia inapelable para neutralizar a los díscolos, a quienes no entran en sus esquemas. Hay una sola nota de angustia en aquellos pasajes chestertonianos que muestran al hombre común a merced de los "expertos" que pueden reducirlo, de hecho, a la situación de recluso, tal como vemos en El Regreso de Don Quijote, por poner sólo un ejemplo. Las "clínicas psiquiátricas" no son, para Chesterton, patrimonio exclusivo de la Rusia soviética. Su sombra se proyecta amenazante en la opulenta sociedad capitalista, con recursos más sutiles en todo caso. Pero la esencia es la misma.

Estamos en un "mundo al revés", donde los términos se han invertido. Y Chesterton se empeña en colaborar para que todo vuelva a su sitio.



El poeta y los lunáticos

En esta serie de cuentos la cuestión aparece ya en el título mismo. Gabriel Gale, el protagonista, es un artista (pintor y poeta) cuya vida se ha visto providencialmente entretejida con el universo de los locos. Y ya desde el primer momento se nos ofrece la paradoja de que es él quien es tomado por loco, cuando en realidad es el guardián de un típico exponente de la "cordura" moderna: un eficiente y práctico "hombre de negocios".

Gabriel Gale conoce bien el tema. Porque así como el Padre Brown había capturado a un peligroso criminal guardándolo bajo su propio sombrero, Gale entiende por connaturalidad los senderos de la locura. Pero también conoce los remedios. Así es que le dice a un amigo, hablando de un científico cuya demencia es el único en advertir: 

"Quizá piense usted que estoy tan loco como él, pero ya le he dicho que yo soy a la vez como él y diferente de él. Soy como él porque también yo puedo comprender el recorrido de estos alocados pensamientos y simpatizo con su amor a la libertad. Soy diferente de él porque puedo en general, gracias a Dios, encontrar el camino de regreso a casa. El loco es el que pierde el camino y no sabe regresar" (3). 

El regreso: otro tema típicamente chestertoniano. Toda su vida fue caminar de vuelta a la casa del Padre. Y a esta casa es adonde su personaje trata de hacer volver a sus tan queridos extraviados, a través de riesgos que no minimiza. Pero para eso debe conservar el tesoro de la cordura:

"¿De qué utilidad sería yo para todos mis dementes hermanos una vez hubiese perdido el equilibrio en la cuerda floja del abismo?" (4).

La cordura es un don precioso, que debe devolver a los que la perdieron. Lo que implica riesgos:

"De nuevo se dijo, como una advertencia, que la misión de su vida parecía ser pasearse constantemente por la cuerda floja, sobre aquel abismo que tantos hombres imaginativos se había tragado" (5).

La moderna incapacidad de aceptar verdades objetivas, la indiferencia frente a la verdad, está en el corazón de nuestra época, y se manifiesta en su arte dislocado, como advierte Gale en ocasión de su encuentro con un escultor que acaba en asesino:

"La teoría que el artista había valorizado sólo como ardiente inspiración; pero permaneciendo indiferente a la cuestión más apacible de si era verdad" (6).

Gale advierte la raíz de la locura en la actitud soberbia del hombre que desprecia su creaturidad, y sus consiguientes límites. Algo que en el mundo moderno ha alcanzado niveles más allá de los cuales no parece fácil llegar. Ese odio a todo límite que caracteriza nuestra "cultura" actual no puede llevar sino a la demencia:

"Entonces comencé a pensar que el ser uno mismo, que es sinónimo de libertad, es limitación de uno mismo. Estamos limitados por nuestros cuerpos y nuestros cerebros, y si nos evadimos, dejamos de ser nosotros mismos, e incluso, quizá de ser algo" (7).

La hipertrofia del yo, el omnívoro subjetivismo de nuestros días, que ha endiosado al hombre, necesita desesperadamente chocar con los límites sólidos de lo real para recuperar el sentido de las cosas. Ese choque tiene, para Chesterton, alto valor terapéutico, como lo dice por boca de Gale al referirse a un personaje que se tambalea al borde de la insania:

"Tenía la certeza de que si no se daba cuenta de sus humanas limitaciones, de una forma brutal e instantáneamente, algo ilimitado e inhumano se apoderaría de él de un momento a otro. [...] Tenía que ser algo rápido, decisivo, que le revelase los límites del mundo de la realidad; [...] Nadie más que yo sabía hasta qué punto se había alejado por aquel camino; como sabía que no había para él más salvación que el descubrimiento brusco, agudo, doloroso, de que no podía controlar la materia ni los elementos; [...]" (8).



El sentido del dolor

La soberbia humana no despierta de su error sino por el sufrimiento. La Providencia, que escribe derecho con rayas torcidas y saca bien de los males, permite entonces que suframos en un misterio de la misericordia divina cuyo sentido último no siempre advertimos. Chesterton nos hace esta consoladora reflexión:

"No hay más cura para esta pesadilla de la omnipotencia que el dolor; porque es lo que el hombre sabe que no toleraría si tuviese realmente la facultad de dominarlo" (9).

El hombre moderno quiere controlarlo todo, y no acepta que algo no dependa de él. Se niega obstinadamente a recibir, y se resiste a lo que no puede dominar. "¿Por qué le haría una tempestad creer a un hombre que es Dios? Si tiene un poco de sentido común le hará más bien sentir que no lo es" (10), afirma Gale. Pero es más fácil negar la tormenta, refugiándose en el confort.

Aquí está la locura definitiva: querer anteponerse a Dios, autoerigirse en Dios. Y el remedio está en la actitud contraria:

"[...] la peor y más miserable especie de idiota es aquel que cree haberlo creado y contenerlo todo. El hombre es un ser viviente; toda su felicidad consiste en esto; o, como la Voz Suprema nos manda, en convertirnos en un chiquillo. Todo su goce consiste en recibir un regalo o presente que él, chiquillo, valora con profunda comprensión porque es una "sorpresa". Pero sorpresa impropia, algo que procede de fuera de nosotros; y gratitud, lo que viene de alguien ajeno a nosotros mismos" (11).

Ser como niños, aceptar el regalo de la existencia, maravillarse, dar gracias: allí está la clave para mantenernos cuerdos. En eso Chesterton es maestro incomparable. Y cuando rechazamos esa actitud, el dolor es lo que puede indicarnos el camino de vuelta. Se insiste demasiado tal vez en el "optimismo" de Chesterton, en su alegría, en su gozo. Pero cuando habla del dolor, habla de lo que conoce. Fue un hombre que sufrió. Claro que no hizo ostentación de sus dolores, sino que con un recato viril supo velarlos y destilar con ellos consuelo para los demás. Hacia el final de su vida, nos dice Maisie Ward:

"Revisando su vida a la luz de la acción de gracias que había sido su clave, la consideraba "inexcusablemente feliz", y era en verdad una existencia humana rica y plena. Sin embargo, el padre Vincent, que le conocía íntimamente, habla de él en estos años como agobiado por los acontecimientos públicos, como sufriendo con los dolores de la creación. "Estaba crucificado en su pensamiento" (12).


El humor y los "intelectuales"

Pero nunca se empañó su buen humor, otro de los puntales de su salud mental. Sabía que es malo tomarse demasiado en serio, con esa seriedad terrible y hueca con que solemos tomarnos a nosotros mismos. Para él, ese envaramiento concluye en soberbia y, por tanto, en locura. Por eso es bueno saber reírse, sobre todo de uno mismo. El hombre mundano no entiende este tipo de humor. "El bromear no trae dignidad alguna; y por eso es por lo que hace tanto bien al alma" (13).

Un magnífico almácigo de locos eran para él los cenáculos de "intelectuales", donde este tipo de sano humor brilla por su ausencia, y que resultan verdaderas usinas de demencia. Los llama "tontos". Son verdaderamente "necios", locos en el sentido escriturario más duro. Vale la pena detenerse en un página severa, cuyo tono fuerte nos da una idea de la gravedad que le asignaba al asunto:

"Lo que llamamos el mundo intelectual está dividido en dos clases de personas: las que veneran la inteligencia y las que la usan. Hay excepciones; pero, generalmente hablando, no son nunca la misma gente. Los que usan la inteligencia nunca la veneran; saben demasiado sobre ella. Los que veneran la inteligencia nunca la usan; como se ve por las cosas que dicen sobre ella. De aquí ha salido una confusión entre la inteligencia y el intelectualismo; y como la suprema expresión de esta confusión, algo que se llama en algunos países la Intelligentsia, y en Francia especialmente, los Intelectuales. En la práctica eso consiste en círculos o reuniones de gente que habla principalmente de libros y cuadros, pero sobre todo de libros nuevos y cuadros nuevos; y sobre música, siempre que sea muy moderna, o como algunos dirían, muy inmusical. El primer hecho que debemos recordar es que lo que Carlyle dijo del mundo es muy especialmente verdadero del mundo intelectual: que la mayor parte son tontos. Realmente, despierta una curiosa atracción en los tontos completos, como el fuego en los gatos. Yo he visitado frecuentemente tales sociedades, en condición de tonto común o normal, y casi siempre he encontrado allí unos pocos tontos que eran más tontos de lo que yo habría creído posible en un hijo de mujer; gente que apenas tenía cerebro para ser considerado como idiotas. Pero les comunicaba un resplandor interno encontrarse en lo que ellos consideraban la atmósfera del intelecto; porque lo veneraban como a un dios desconocido" (14).

Chesterton frecuentó estos ámbitos, sobre todo en su juventud, y hasta -como tantos ingleses de su época- se asomó a los abismos ocultistas. El capítulo de su Autobiografía en que nos relata esto lleva precisamente por título "De cómo se convierte uno en loco". Nos habla allí del "estado de melancolía enfermiza y ociosa por la que atravesé en aquella época" (15). El ambiente frívolo y decadente del mundillo del arte de entonces -huelga decir que ahora estamos peor- amenazaba convertirlo en un pesimista más al uso, hasta que cayó en la cuenta de que esto le ocurría al artista porque:

"[...] no ha meditado realmente la magnitud de su deuda hacia lo que le ha creado y le ha permitido ser algo. En el fondo de nuestro pensamiento, existía una llamarada o estallido de sorpresa ante nuestra propia existencia. El objeto de la vida artística y espiritual era sacar a la superficie esta sumergida aurora maravillosa, de modo que un hombre sentado en una silla pudiera comprender que estaba vivo y era feliz" (16).

Y este será el programa que acompañará toda su vida y que constituye el eje de su obra. Y de allí que siempre, por más cabriolas que haga y por más revueltas que tengan sus senderos, podrá encontrar "el camino de vuelta".



La clave para ser cuerdo

En esta actitud de siempre renovado asombro, de ser "como niño", de sentirse creatura, de saberse en deuda, de perpetua gratitud, está la clave de su sentido común, de la rectitud de su pensamiento, de su sensatez. Y de toda su obra. En su "Libro de notas" encontramos algunos poemas breves que nos dan en cifra todo lo que encontramos constantemente en sus novelas, cuentos y ensayos. Por ejemplo, el que lleva por título "Anochecer":

"Aquí muere otro día,

durante el cual tuve ojos, oídos, manos

y el vasto mundo en torno mío;

y mañana empieza otro.

¿Por qué se me conceden dos?" (17).

Chesterton se sabe en manos de la Providencia, y se abandona "como un niño en brazos de su madre". Tiene el don de recordarse creatura, intrínseca e íntimamente dependiente de su Creador. Así lo expresa en los versos que tienen el divertido título de "Situación social":

"Sin duda, estamos en una novela;

lo que me gusta de este novelista es que

se preocupe tanto de sus personajes secundarios (18).

Se siente "personaje secundario". Sabe que debe dirigirse "al último lugar". Pero ya entonces, esta confianza y abandono no radican en cósmicas fuerzas ciegas e impersonales. La raíz de su cordura está en el amor a una Persona concreta. Citémoslo por última vez en otro de sus poemas, "Parábolas":

"Había un hombre que habitaba en Oriente hace siglos, y ahora no puedo mirar un gorrión o una oveja, un lirio o un campo de mieses, un cuervo, una puesta de sol, un viñedo o un monte, sin pensar en él. ¿Si esto no es ser divino, qué lo es?" (19).

Enamorado de Cristo, y de la "locura" de la Cruz, a la que cantó bellamente. Y eso lo preservó de la locura del mundo.



NOTAS

VELASCO SUÁREZ, Carlos A., Chesterton y la locura, en Psicología médica. 1, II (1975), p. 112.

KIRK, Russell, Chesterton, Madmen, and Madhouses, en VV.AA., Myth, Allegory and Gospel, John W. Montgomery & Chad Walsh, Minneapolis, Bethany Fellowship, 1974, p. 33.

El poeta y los lunáticos. Trad. de Manuel Bosch Barrett, en Obras Completas, II, Barcelona, Plaza & Janés, 2a. ed., 1961, p. 1410.

Ib., p. 1425.

Ib., p. 1426.

Ib., p. 1480.

Ib., p. 1409.

Ib., pp. 1450-1451.

Ib., p. 1454.

Ib., p. 1450.

Ib., pp. 1453-1454.

WARD, Maisie, Gilbert Keith Chesterton, Bs. As., Poseidón, 1947, p. 495.

La fantasía evaporada, en Alarmas y digresiones, Obras Completas, I, Barcelona, Plaza & Janés, 1961, p. 1055.

Obstinada ortodoxia, en Lo que es, trad. Ernesto Palacio, Bs.As., La Espiga de Oro, 1944, pp. 61-62.

Autobiografía, en Obras Completas, I, p. 72.

Ib., p.82.

En WARD, M., op. cit., p. 63.

Ibíd.

Ib., p. 66.

Oveja contracorriente.

Con olor a oveja...

“Sólo quien nada contracorriente tiene la certeza de que está vivo”.

G. K. Chesterton


“Nadar contracorriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas”.

Nicolás Gómez Dávila


Fuente: Stat Veritas

Dogmas...


“Dogmas hay, nos dicen, que merecieron crédito allá por el siglo XII, pero que no lo merecen en pleno siglo XX. Eso equivale a sostener que cierta filosofía merece crédito todos los lunes de la semana, pero no los martes; o equivale a declarar que cierta teoría cósmica es verosímil a las tres y media, pero no ya a las cuatro y media. Las posibles creencias de un hombre dependen de su filosofía; y no de lo que marca el reloj del siglo”.

G. K. Chesterton, en “Ortodoxia”.
Fuente:  Stat Veritas 

G. K. Chesterton, ¿beato?


Gilbert Keith Chesterton, tal vez en camino a los altares.

Gilbert Keith Chesterton, tal vez en camino a los altares.

(Zenit) – Gilbert Keith Chesterton, el escritor inglés inventor de la figura del celebérrimo cura-investigador padre Brown, y autor de numerosos textos de narrativa y ensayos apologéticos, podría ser beato.
Tras la presentación de esta propuesta a las autoridades eclesiásticas, ZENIT ha entrevistado a Paolo Gulisano, vicepresidente de la Sociedad Chestertoniana Italiana y autor de la primera biografía en italiano del gran escritor: “Chesterton y Belloc – Apología y profecía” (“Chesterton & Belloc- apologia e profezia”, Ediciones Ancora).

–¿Quién promueve la petición de beatificación?

–Gulisano: Quien ha propuesto la beatificación de Gilbert Keith Chesterton ha sido la Asociación cultural a él dedicada, la Chesterton Society, fundada en Inglaterra en 1974 (con motivo del centenario del nacimiento del gran escritor) con el fin de difundir el conocimiento de la obra, el pensamiento y la figura de este extraordinario personaje. Desde hace años, se habla de una posible causa de beatificación, y hace pocos días, durante un congreso internacional, organizado en Oxford, sobre el tema “La santidad de G.K. Chesterton”, en el que participaron los mayores exponentes en el campo de los estudios chesternonianos, se decidió sostener esta propuesta.

–¿Por qué es beato?

–Gulisano: Muchos consideran que hay una clara evidencia de la santidad de Chesterton: los testimonios sobre él hablan de una persona de gran bondad y humildad, un hombre sin enemigos, que proponía la fe sin rebajas pero también sin enfrentamientos, defensor de la Verdad y la Caridad. Su grandeza está también en el hecho de que supo presentar el cristianismo a un público amplísimo, de cristianos y de laicos. Sus libros, desde “Ortodoxia” a “San Francisco de Asís”, desde el “Padre Brown” a “La esfera y la cruz”, son brillantes presentaciones de la fe cristiana, testimoniada con claridad y valor frente al mundo.

Según las antiguas categorías de la Iglesia, podríamos definir a Chesterton como un “confesor de la fe”. No fue sólo un apologeta, sino también una especie de profeta que entrevió con gran anticipación el carácter dramático de cuestiones de la modernidad como la eugenésia. El dominico inglés Aidan Nichols sostiene que se debe mirar a Chesterton nada menos que como posible “padre de la Iglesia” del siglo XX.

–¿Cuáles son sus virtudes heroicas?

–Gulisano: Fe, esperanza y caridad: estas fueron las virtudes fundamentales de Chesterton. Además era inocente, sencillo, profundamente humilde. Aún habiendo experimentado personalmente el dolor, era un cantor de la alegría cristiana. La obra de Chesterton es una especie de medicina para el alma, mejor, más precisamente puede ser definida como un antídoto. El mismo escritor había en realidad usado la metáfora del antídoto para definir el efecto de la santidad sobre el mundo: el santo tiene el objetivo de ser signo de contradicción y de restituir sanidad mental a un mundo enloquecido.

chesterton-2–¿Cuál es la aportación cultural, literaria, moral y de fe que Chesterton ha dejado a la sociedad británica y a la cristiana?

–Gulisano: Cuando supo la noticia de la muerte del gran escritor, el papa Pío XI mandó, por medio del secretario de Estado cardenal Eugenio Pacelli, un telegrama de pésame, en el que se lloraba la pérdida de “un devoto hijo de la Santa Iglesia, defensor rico de dones de la fe católica”. Era la segunda vez en la historia que un pontífice atribuía a un inglés la calificación de “defensor de la fe”. Quizá la Secretaría de Estado no se dio cuenta del irónico paralelismo, que habría hecho estallar a Gilbert en una de sus proverbiales risotadas, pues el otro inglés había sido Enrique VIII, el hombre que infirió a la Iglesia de Inglaterra la más grave y profunda herida. Chesterton trató de volver a acercar a Inglaterra, pero también al mundo, a Dios, a la fe, a la razón.

–¿Cuál es su valoración de todo el asunto?

–Gulisano: La lectura de Chesterton, ya se trate de las novelas o de los ensayos, deja siempre en el lector una gran serenidad y un sentimiento de esperanza que deriva no ciertamente de una visión de la vida inmadura y mundanamente optimista (que es en realidad lo más lejano del pensamiento de Chesterton, que denuncia detalladamente todas las aberraciones de la modernidad) sino de la concepción cristiana, viril fortaleza de la experiencia religiosa.

La propuesta de Chesterton es la de tomar en serio la realidad en su integridad, empezando por la realidad interior del hombre y de disponer confiadamente el intelecto –es decir el sentido común– en su original sanidad, purificado de toda incrustación ideológica.

Raramente se leen páginas en las que se habla de fe, de conversión, de doctrina, tan claras e incisivas cuanto privadas de todo exceso sentimentalista o moralista. Esto deriva de la atenta lectura de la realidad de Chesterton, quien sabe que la consecuencia más deletérea de la descristianización no ha sido el gravísimo extravío ético, sino el extravío de la razón, sintetizable en este juicio suyo: “El mundo moderno ha sufrido una caída mental mucho más consistente que la caída moral”.

Frente a este escenario, Chesterton elige el catolicismo, y afirma que existen al menos diez mil razones para justificar esta elección, todas válidas y muy fundadas pero reconducibles a una única razón: que el catolicismo es verdadero, la responsabilidad y la tarea de la Iglesia consisten por tanto en esto: en el valor de creer, en primer lugar, y por tanto denunciar las vías que conducen a la nada o a la destrucción, a un muro ciego o a un prejuicio. Una obra indudablemente santa, y la santidad de Gibert Chesterton, que espero la Iglesia pueda reconocer, brilla y refulge ya ante el mundo.

Un Cerdo es un Cerdo.

Ando leyendo, entre otras muchas cosas, la recopilación de escritos sobre religión de G. K. Chesterton. Por qué soy católico ha sido publicado en 2009 por la editorial El buey mudo.

En ella, el propio Chesterton comenta dos de sus frases favoritas y que resumen muy bien su conversión al catolicismo y su visión de éste -y también de la filosofía tomista- como la religión -y la filosofía- verdadera.

“Filetes y cerveza” y “Un cerdo es un cerdo”.

La segunda frase explica lo siguiente: un granjero arisco y un portavoz de las ciencias económicas. El economista explica los misterios y secretos del mercado al granjero. El valor del cerdo sube y baja, e incluso afirma que, en algunos momentos, es mejor dos cerdos que tres. Ya que un cerdo no es necesariamente un cerdo. Es otra cosa. Sin embargo, el sentido común del granjero, le hace repetir, obstinadamente, “un cerdo es un cerdo“.

El granjero no es otro que el símbolo de lo que es la filosofía tomista, el catolicismo, y la visión del mundo con sentido común: nuestras percepciones conectan con el mundo. El mundo es lo que vemos. Los sentidos como nexo entre nuestra mente, que al mismo tiempo se configura por y a través de ellos, y el mundo, esto es, la realidad, lo de fuera. El economista, imbuido dentro del neopaganismo Occidental de nuestros días, más que la religión -dice Chesterton- lo que ha perdido es el sentido común. Mientras que el granjero es un buen tomista, que se deja llevar por su instinto intelectual, el economista, sencillamente, ha perdido la cabeza.

Esto le lleva al autor a afirmar, además, -y aquí entra la primera frase- que el debate moderno entre optimistas y pesimistas -muy típico de economistas también- deja de tener sentido cuando uno se adentra en el tomismo. Chesterton sacude el debate demostrando la esterilidad del mismo; ambos argumentos son inadecuados, y están confundidos y acertados a partes iguales. Para Chesterton, la Iglesia eleva el debate en un estrato superior; trascendental. Haciendo una visión común del hombre y el cosmos.

Desde Descartes, toda la filosofía moderna, sobre todo a través del luteranismo, se ha enfrentado a esta visión del hombre y el cosmos como una sola cosa. El dualismo hombre-mundo, que es el dominante en la visión antropológica contemporánea, nace de esa renuncia a los sentidos del cartesianismo, y más radicalizado por un luteranismo, donde no solo la razón era una “ramera”, porque nos hacía ir de un sitio a otro sin otro afán que el de pecar, sino que nuestros sentidos nada podían decirnos del mundo. La visión mística agustiniana llevada al extremo por un fraile alemán que cambió el mundo. Solo nos queda la fe; la razón y los sentidos no son nada, meros estorbos del diablo. De esta visión filosófica de Lutero, nace el capitalismo, las teorías económicas modernas, el nazismo, el marxismo, la ciencia moderna de raíz kantiana, y posiblemente lo más terrible de todo; el nihilismo contemporáneo que todo lo inunda hoy día.

Frente a eso, Chesterton sitúa a la filosofía católica tomista y la visión trascendental integradora del hombre con el cosmos de la Iglesia. El debate pesimismo-optimismo, que subyace a la visión del mundo dualista cartesiana, es decir, el mundo frente a mí, es bueno o malo, queda superado. La integración trascendental del hombre con el mundo, que conectan a través de los sentidos -como bien sabía Aristóteles- y que parece que la neurociencia contemporánea parece confirmar, nos parece decir, que el hombre es intrínsecamente bueno a pesar de las limitaciones que nos ponen el mal y el pecado. Si no fuera bueno, el hombre simplemente no podría estar en el mundo. La creación de la materia y que ésta esté unida al hombre ”milagrosamente” nos redime de todo mal. Seguimos existiendo, y somos capaces de movernos en la realidad e incluso transformarla, y, aun así, seguir vivos, generación tras generación. Por eso dice Chesterton: “Come tu filete y bebe tu cerveza dando gracias por esa bendición de Dios, y regocíjate porque el pecado y la muerte hayan sido vencidos”.

En conclusión, dos frases aparentemente sencillas que resumen la metafísica de un autor, Chesterton, único, fácil de leer y profundo como pocos que recomiendo vivamente en este blog*. Ya llegarán ustedes a la conclusión que tengan que llegar.

Notas:

*Fuente: http://www.artgerust.com/blogs/Je-ne-sais-pas/tag/tomismo

Por qué soy Católico.

G.K. Chesterton.




La dificultad de explicar “por qué soy un católico”, es porque hay mil razones que se juntan en una sola: El Catolicismo es Verdadero. Podría llenar todo mi espacio con distintas frases en que cada una partiera con las palabras: “Es la única cosa que…” Como por ejemplo (1) Es la única cosa que realmente previene al pecado de ser un secreto. (2) Es la única cosa en la que el superior no puede ser superior; en el sentido displicente. (3) Es la única cosa que libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un niño de su edad (4) Es la única cosa que habla como si fuera la Verdad; como si fuera el verdadero mensajero que se rehúsa a alterar el verdadero mensaje. (5) Es el único tipo de Cristianismo que realmente contiene a todo tipo de hombre; incluso al hombre respetable. (6) Es el único gran intento por cambiar al mundo desde adentro; trabajando a través de las voluntades y no de la ley; y así sigue.

O podría tratar el asunto personalmente y describir mi propia conversión; pero sucede que tengo un fuerte sentimiento de que este método hace ver el asunto mucho más pequeño de lo que realmente es.
Numerosos hombres, mucho mejores, han sido sinceramente convertidos a religiones mucho peores. Yo preferiría mucho mas tratar de decir aquí sobre la Iglesia Católica precisamente las cosas que no se pueden decir incluso de sus respetables rivales.
En fin, voy a decir precisamente respecto de la Iglesia Católica que es católica. Me gustaría tratar de sugerir que no es solamente más grande que yo, sino que más grande que cualquier cosa en el mundo; que es, de hecho, más grande que el mundo. Pero como este espacio es corto, y solo puedo tomar una sección, la voy a considerar en su capacidad de ser guardiana de la Verdad.
El otro día un bien-conocido escritor, en otro sentido bien-informado, dijo que la Iglesia Católica es la enemiga de las nuevas ideas. Es probable que no se le ocurriera que su propio comentario no era exactamente de la naturaleza de las nuevas ideas. Es una de las nociones que los católicos tienen que estar continuamente refutando, porque es una muy vieja idea. De hecho, aquellos que se quejan que el catolicismo no puede decir nada nuevo, rara vez piensan que es necesario decir cualquier cosa nueva sobre el catolicismo. En cuanto a los hechos, un verdadero estudio de la historia demostrará que es curiosamente contrario a los hechos. En cuanto a que las ideas son realmente ideas, y en cuanto a que cualquiera de esas ideas puede ser nueva, los católicos continuamente han sufrido por apoyar esas ideas cuando realmente eran nuevas; cuando eran demasiado nuevas para encontrar a cualquier otro que las apoyara. El Católico no solo era el primero en el campo, sino que estaba sólo en el campo; y ahí no había nadie que pudiera entender lo que él allí había encontrado.
De esta manera, por ejemplo, cerca de dos mil años antes de la Declaración de Independencia y la Revolución Francesa, en una era devota al orgullo y alabanza de príncipes, el Cardenal Bellarmino y Suárez el Hispano lograron explicar lucidamente toda la teoría de la democracia real. Pero en la era del Derecho Divino ellos solo dieron la impresión de ser unos sofistas y sanguinarios Jesuitas, arrastrándose con dagas para efectuar el asesinato del rey. Y, de nuevo, el Cauists de los colegios católicos dijo todo lo que realmente se puede decir para las obras problemáticas y las novelas problemáticas de nuestro propio tiempo, dos mil años antes de que fueran escritas. Ellos dijeron que realmente hay problemas de conducta moral; pero ellos tuvieron el infortunio de decirlo dos mil años muy adelantados. En un tiempo de gran (tub.thumping) fanatiquismo y libre y fácil vituperio, casi logran que les llamen mentirosos y (shufflers) por ser psicológicos, antes de que la psicología estuviera de moda. Sería fácil dar otros numerosos ejemplos hasta el tiempo presente, y el caso de que hay ideas que todavía son muy nuevas para ser comprendidas. Hay pasajes de la “Encíclica Laboral” del Papa León XII {también conocida como Rerum Novarum, publicada en 1891} que sólo ahora están empezando a ser usadas como pistas para los movimientos sociales mucho más nuevos que el socialismo. Y cuando el Sr. Belloc escribió acerca del Estado Servil, él avanzó una teoría económica tan original que difícilmente alguien se ha dado cuenta qué es. Una cuantas centurias más adelante, probablemente otras personas las repitan, y la repitan mal. Y después, si los Católicos objetan, sus protestas serán fácilmente explicadas por los bien conocidos hechos de que los Católicos nunca se han interesado por nuevas ideas.
Sin embargo, el hombre que hizo el comentario sobre los Católicos quería decir algo; y es solamente justo para él, el entenderlo más bien claramente de cómo él lo dijo.
Lo que él quiso decir era que, en el mundo moderno, la Iglesia Católica es, de hecho, la enemiga de muchas modas influenciables; muchas de las cuales todavía proclaman el ser nuevas, aunque muchas de ellas están empezando a ser un poco rancias. En otras palabras, en cuanto a lo que quiso decir, que la Iglesia usualmente ataca lo que el mundo en cualquier momento apoya, estaba perfectamente en lo cierto. La Iglesia usualmente se pone en contra de las modas de este mundo que pasan de moda; Y ella tiene experiencia suficiente para saber como cuán rápido pasaran de moda. Pero para entender exactamente lo que esto envuelve, es necesario más bien tomar un punto de vista más amplio y considerar la finalidad natural de las ideas en cuestión, considerar, por así decirlo, la idea de la idea.
Nueve de cada diez de las ideas que llamamos nuevas son en realidad viejos errores. La Iglesia Católica tiene por una de sus principales obligaciones el prevenir a la gente que cometa esos viejos errores; de cometerlos una y otra vez para siempre, como la gente siempre hace cuando se las deja a ellas solas. La verdad sobre la actitud Católica respecto a la herejía, o como algunos dirían, hacia la libertad, puede ser mejor expresada, a lo mejor, usando la metáfora de un mapa.
La Iglesia Católica lleva una especie de mapa de la mente que se parece mucho a un mapa de un laberinto, pero que de hecho es una guía para el laberinto. Ha sido compilada por el conocimiento, que incluso considerándolo como conocimiento humano, no tiene ningún paralelo humano.
No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando sobre pensar por dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias, y especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que han demostrado no valer la pena por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido.
En este mapa de la mente los errores son marcados como excepciones. La mayor parte de él consiste en patios de recreos y felices lugares de caza, donde la mente puede tener tanta libertad como quiera; sin mencionar cualquier numero de terrenos de batalla intelectuales donde la batalla esta indefinidamente abierta e indecisa. Pero definitivamente toma la responsabilidad de marcar ciertos caminos que llevan a ninguna parte, o que te llevan a la destrucción, a una muralla en blanco, o a un precipicio total.
Por estos medios, previene a los hombres de perder el tiempo o perder la vida por caminos que han sido encontrados fútiles o desastrosos una y otra vez en el pasado, pero que puede, por lo demás, atrapar a viajeros una y otra vez en el futuro. La Iglesia se hace responsable de prevenir a su gente en contra de esto: y respecto a esto depende el verdadero problema del caso.
Ella defiende dogmáticamente a la humanidad de sus peores enemigos, esos anticuados, horribles y devoradores monstruos que son los viejos errores.
Ahora, todos estos falsos problemas tienen una forma de parecer bastante frescos, especialmente para nuestra nueva generación. Su primera declaración siempre suena inofensiva y plausible.
Voy a dar sólo dos ejemplos. Suena inofensivo decir, como la mayoría de la gente moderna ha dicho: “Las acciones son solamente malas cuando son malas para la sociedad” Siguiendo esto a cabalidad, tarde o temprano tu vas a tener la inhumanidad de una colmena o una ciudad pagana, estableciendo la esclavitud como el más barato y seguro medio de producción, torturando a los esclavos por evidencia porque los individuos son nada para el Estado, declarando que un hombre inocente debe morir por el pueblo, como hicieron los asesinos de Cristo. Entonces, a lo mejor, vas a volver a las definiciones Católicas, y encontraras que la Iglesia, que mientras también dice que es nuestro deber trabajar para la sociedad, dice otras cosas además que prohíben la injusticia individual.
O de nuevo, suena bastante piadoso decir “Nuestro conflicto moral debe terminar con una victoria de lo espiritual sobre lo material” Siguiendo esto a cabalidad, terminaras en la locura de los Maniqueos, diciendo que el suicidio es bueno porque es un sacrificio, que una perversión sexual es buena porque no produce vida, que el demonio hizo el sol y la luna ya que son materiales. Entonces pondrías comenzar a suponer por que el Catolicismo insiste en que hay espíritus malos al igual que hay espíritus buenos; y que lo material también puede ser sagrado, como en la Encarnación o en la Misa, en el Sacramento del Matrimonio o en la Resurrección del Cuerpo.

Ahora no hay otra mente corporativa en el mundo que actúe de ésta manera para prevenir a las mentes se encaminen al error.

El policía viene muy tarde, cuando trata de prevenir al hombre de que se vuelva malo. El doctor viene muy tarde, porque él sólo viene a buscar a un loco, no a advertir a uno sano en como no volverse loco. Y todas las demás sectas y escualas son inadecuadas para tal propósito. Esto no es porque cada una de ellas pueda no contener una verdad, sino que precisamente porque cada una de ellas contiene una verdad; y se contente con contener una verdad. Ninguna de esas otras en verdad pretende contener la verdad. Ninguna de las otras en realidad pretende está mirando en todas las direcciones al mismo tiempo. La Iglesia no está meramente armada contra las herejías del pasado, ni siquiera las del presente, sino igualmente contra las del futuro, que pueden ser exactamente lo opuesto a la del presente.
Catolicismo no es ritualismo; puede que en el futuro esté luchando contra una suerte de supersticiosa e idolatra exageración de un ritual. Catolicismo no es ascetismo; en el pasado ha estado una y otra vez en contra de la fanática y cruel exageración del ascetismo. Catolicismo no es meramente misticismo; está incluso ahora defendiendo a la razón humana contra el misticismo de los Pragmáticos.
Así, cuando el mundo se transformó en Puritano en el siglo diecisiete, la Iglesia estaba cargada con pujante caridad hasta el punto del sofismo, al hacer todo más fácil con la permisividad de lo confesional.
Ahora el mundo no se está volviendo Puritano sino Pagano, es la Iglesia la que está en todas partes protestando contra el relajo Pagano del vestir y los modales. Es hacer lo que los Puritanos quieren hecho cuando realmente lo quieren. Con toda probabilidad, todo lo que es bueno en el Protestantismo va a sobrevivir en el Catolicismo; y en el sentido de que todos los Católicos van a seguir siendo Puritanos cuando los Puritanos se vuelvan Paganos así, por ejemplo, Catolicismo, en un sentido pocamente entendido, se para fuera de la disputa como el Darwinismo en Dayton. Se para fuera debido a que está en alrededor de todo, como una casa se para toda alrededor de dos incongruentes piezas de muebles.
No es una sectaria presunción el decirlo antes y después y mas allá de todas estas cosas en todas las direcciones. Es imparcial en la pelea entre los Fundamentalistas y la teoría del Origen de las Especies, porque va más atrás que el origen de ese Origen; porque es más fundamental que los Fundamentalistas. Sabe de dónde viene la Biblia. También sabe a dónde van la mayoría de las teorías de la Evolución, sabe que hubo muchos otros Evangelios, y que los otros solo fueron eliminados por la autoridad de la Iglesia Católica. Sabe que hay otras muchas teorías de la evolución además de la teoría Darwiniana; y que está última es bastante probable que sea eliminada por los avances científicos. No acepta, en el sentido convencional de la frase, las conclusiones de la ciencia, por la simple razón que la ciencia no ha concluido. Concluir es callarse; y el hombre de ciencia no es para nada probable que se calle. No cree, en el sentido convencional de la frase, “lo que la Biblia dice”, por la simple razón de que la Biblia no dice nada. No puedes poner a la Biblia en el estrado de los testigos y preguntarle qué es lo realmente quería decir. La controversia Fundamentalista por si misma destruye al Fundamentalismo. La Biblia por sí sola no puede ser una base para el acuerdo cuando es ella misma la causa del desacuerdo; no puede ser el piso común de los Cristianos cuando algunos la toman alegóricamente y otros literalmente. Los Católicos se refieren a algo que puede decir algo, a la viviente, consistente y continua mente de la cual yo he hablado; la mente más grande del hombre guiada por Dios.
Cada momento incrementa en nosotros la necesidad moral de una mente inmortal como esa. Debemos tener algo que siga sosteniendo las cuatro esquinas del mundo, mientras nosotros hacemos nuestros experimentos sociales o construimos nuestras Utopías. Por ejemplo, debemos tener un acuerdo final, aunque sea en la evidente hermandad humana, que resista alguna reacción de la brutalidad humana. Nada es más probable ahora que la corrupción del gobierno representativo llevará, todo a la vez, al rico rompimiento suelto, y pisoteando todas las tradiciones de igualdad con mero orgullo pagano. Debemos tener lo evidente en todas partes reconocido como verdad. Debemos prevenir la mera reacción y la lúgubre repetición de viejos errores. Debemos hacer al mundo intelectual seguro para la democracia. Pero en las condiciones de la mentalidad anárquica moderna, ni siquiera ese o cualquier otro ideal está a salvo, así como los Protestantes apelaron de sacerdotes a la Biblia, y no se dieron cuenta de que la Biblia también podía ser interrogada, así que los republicanos apelaron de los reyes al pueblo, y no se dieron cuenta de que el pueblo también podía revelarse. No hay término para la disolución de ideas, la destrucción de todas las pruebas de verdad, que ha surgido, posiblemente, desde que el hombre ha abandonado el intento de guardar una central y civilizada Verdad, de contener todas las verdades y rastrear y refutar todos los errores. Desde entonces, cada grupo a tomado una verdad y a gastado su tiempo en volverla falsedad. Hemos tenido nada más que movimientos; o, en otras palabras, monomanías. Pero la Iglesia no es un movimiento sino un lugar de encuentro; lugar de encuentro de toda la verdad en el mundo.

G.K. Chesterton, Extraído de Doce Apóstoles Modernos y sus Credos.

Ciencia y religión-G.K.CHESTERTON


Ciencia y religión-G.K.CHESTERTON


Título original: «Science and religion»,
en All Things Considered


Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web: http://juanmanuelsalmeron.com/



Estos días nos acusan de atacar a la ciencia porque queremos que sea científica. Seguro que no es faltar al respeto a nuestro médico decir que es nuestro médico, no nuestro cura, nuestra esposa o nosotros mismos. No incumbe al médico decir si debemos o no debemos tomar las aguas; lo que le incumbe decir es qué efectos tiene en la salud tomar las aguas. Tras lo cual, claro es, toca a nosotros decidir. La ciencia es como una suma: o es exacta o es falsa. Mezclar ciencia y filosofía no produce más que una filosofía sin valor ideal y una ciencia sin valor práctico. Quiero que mi médico de cabecera me diga si esta o aquella comida me matará. Corresponde a mi filósofo de cabecera decirme si debo morir. Pido perdón por todas estas perogrulladas, pero es que acabo de leer un folleto cuyos autores, hombres sumamente inteligentes, no parecen haber oído ni una sola de estas perogrulladas en su vida.

Los que detestan al inofensivo autor de esta columna se limitan (en el paroxismo de su abominación) a llamarlo «brillante», lo que en nuestro periodismo hace tiempo que es una expresión despreciativa. Pero me temo que incluso este desdeñoso calificativo me honra en exceso. Cada vez estoy más convencido de que padezco, no una impertinencia relumbrante y llamativa, sino una simpleza que raya en la estupidez. Cada vez estoy más persuadido de que soy tonto de remate, y de que todos los demás son la mar de listos. Acabo de leer esta importante recopilación de escritos, que me han enviado en nombre de una serie de personas a las que tengo en gran estima, y que se titula La nueva teología y la religión aplicada, y juro que he leído párrafos y párrafo sin saber de qué hablaban sus autores. O hablan de una religión oscura y salvaje en la que se educaron y de la que yo no sé nada, o hablan de una visión de Dios radiante y cegadora que ellos han tenido, que yo nunca he tenido y cuyo resplandor les confunde la razón y la palabra. El mejor ejemplo que puedo citar tiene que ver con la cuestión de la ciencia que acabo de mencionar. Las siguientes palabras las firma un señor cuya inteligencia respeto, pero no les encuentro ni pies ni cabeza:

Cuando la ciencia moderna declaró que en la evolución del cosmos no hubo ningún acontecimiento histórico que se correspondiese con el pecado original, sino que, al contrario, ha sido un ascenso incesante en la escala del ser, es evidente que el planteamiento paulino –esto es, el polémico planteamiento paulino de la salvación– perdió todo su fundamento, pues ¿no consistía dicho fundamento en la total depravación del género humano heredada de sus primeros padres? ... Pero si no hubo pecado original, no hay depravación ni peligro inminente de perdición eterna. Y, caída la base, cae el edificio que en ella se sustentaba.

Son palabras sesudas y están bien dichas; algo deben de significar. Pero ¿qué? ¿Cómo puede la ciencia demostrar que el ser humano no está depravado? No se abre a un hombre en canal para verle los pecados, ni se lo hierve hasta que echa el inconfundible humo verde de la depravación. ¿Cómo iba a encontrar la ciencia rastro alguno de depravación moral? ¿Qué rastros esperaba encontrar el autor de las citadas líneas? ¿Esperaba encontrar el fósil de Eva con el fósil de una manzana en su interior? ¿Suponía que el tiempo le conservaría el esqueleto completo de Adán, con una hoja de parra algo descolorida pegada a él? El párrafo citado no es más que una sarta de frases incoherentes, falsas en sí mismas e ilógicas entre sí. La ciencia nunca ha dicho que no hubo pecado original. Podría haber habido diez pecados originales, uno tras otro, sin que ello supusiese incoherencia alguna con todo lo que las ciencias nos enseñan. La humanidad podría haber evolucionado moralmente a peor durante millones de siglos sin que ello contradiga el principio de la evolución. Los hombres de ciencia (no locos de atar) nunca han dicho que hubiera «un ascenso incesante en la escala del ser», pues un ascenso incesante significa un ascenso sin caídas ni retrocesos, y la evolución física está llena de caídas y retrocesos. Hubo sin duda caídas en la evolución física; puede haber habido caídas en la evolución moral. Por eso me llenan de perplejidad, como digo, pasajes como el citado, en los que personas instruidas afirman que, puesto que los geólogos no han hallado pruebas del pecado original, toda creencia en la depravación del hombre es falsa. Como la ciencia no ha encontrado lo que obviamente no puede encontrar, algo que es del todo diferente, el sentido psicológico del mal, es falso. Podemos resumir los argumentos del autor en la abrupta, pero fiel, forma siguiente: «En ninguna excavación han aparecido los huesos del arcángel Gabriel, quien presumiblemente no tenía huesos, luego los niños, abandonados a sí mismos, no serán egoístas». A mí esto me parece disparatado; es como si alguien dijera: «El fontanero no ha encontrado nada mal en el piano, luego supongo que mi esposa me quiere».

No voy a entrar ahora en la cuestión de qué sea realmente el pecado original, ni a discutir la probablemente falsa versión de él que el autor de la nueva teología llama la doctrina de la depravación. Pero sea lo que sea esta o cualquier otra doctrina de la depravación, es siempre fruto de una convicción de orden espiritual. El hombre piensa que la humanidad es mala porque él mismo se sabe malo. Si un hombre se siente malo, no veo por qué habría de sentirse bueno porque alguien le diga que sus antepasados tenían rabo. Por lo que sabemos, el hombre puede haber perdido la pureza e inocencia originales junto con el rabo. Lo único que de la pureza e inocencia originales sí sabemos a ciencia cierta, es que no las tenemos. Nada resulta más ridículo, en el estricto sentido de la palabra, que oponer cosas tan oscuras como las vagas conjeturas que los antropólogos hacen sobre el hombre primitivo a algo tan sólido como es el sentido del pecado. Por naturaleza, la prueba del Edén es imposible de encontrar. Pero la del pecado, por naturaleza, es imposible de no encontrar.
Hay algunas afirmaciones con las que no estoy de acuerdo; otras no las entiendo. Si alguien dice: «Creo que el ser humano sería mejor si se abstuviera por completo de las bebidas fermentadas», entiendo lo que quiere decir y sé cómo puede defenderse su opinión. Si alguien dice: «Quiero abolir la cerveza porque soy abstemio», no entiendo lo que quiere decir. Es como decir: «Deseo abolir las carreteras porque me gusta caminar». Si alguien dice: «No creo en la Trinidad», entiendo. Pero si dice (como una señora me dijo una vez): «Creo en el Espíritu Santo en el sentido espiritual», me deja turulato. ¿En qué otro sentido se puede creer en el Espíritu Santo? Pues siento decir que este librito de pensamiento religioso progresista está lleno de pasmosas observaciones por el estilo. ¿Qué quiere decir la gente cuando dice que la ciencia ha cambiado su concepto del pecado? ¿Qué concepto del pecado tenía antes de que la ciencia se lo cambiara? ¿Pensaba que era algo que se comía? Cuando la gente dice que la ciencia ha hecho vacilar su fe en la inmortalidad, ¿qué quiere decir? ¿Pensaba que la inmortalidad era un gas?

Lo cierto es, desde luego, que la ciencia no ha introducido ningún nuevo factor en la cuestión de la fe. Un hombre puede ser cristiano hasta el final del mundo por la misma razón que otro puede haber sido ateo desde el principio. El materialismo de las cosas está a la vista; descubrirlo no requiere ciencia alguna. Un hombre que ha vivido y ha amado muere y se lo comen los gusanos. Esto es materialismo. Esto es ateísmo. Si la humanidad ha creído pese a ello, puede creer pese a todo. Pero el porqué de que nuestro destino sea más desesperado por saber el nombre de los gusanos que nos comen o de las partes de nuestro cuerpo que se comen, es algo que cuesta descubrir a una mente inquiridora. Mi principal objeción a estos revolucionarios seudo científicos es que no son revolucionarios. Son los defensores del lugar común. No hacen vacilar la religión: más bien es la religión la que parece hacerlos vacilar a ellos. Su única respuesta a la gran paradoja es repetir la obviedad.