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De la Muerte y de la Resurrección

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Nuestra existencia humana puede ser comparada con un libro: la mayoría de la gente considera su vida aquí abajo como un texto real, como la historia principal y ve la vida futura – por supuesto cree en su realidad --- como un simple apéndice. La actitud cristiana autentica es exactamente la inversa: nuestra vida presente en realidad no es mas que el prefacio, la introducción del libro. La vida futura constituye por el contrario la historia principal. El momento de la muerte no es la conclusión del libro sino el comienzo del primer capitulo.

Sobre ese punto final, que es en realidad un comienzo, conviene recordar dos cosas, tan evidente que se las olvida con facilidad: primero, la muerte es un hecho inevitable y real; segundo la muerte es un misterio. Entonces debemos considerarla con sentimientos opuestos, con sobriedad y realismo por un lado y con temor y admiración por otro.

En esta vida hay una sola cosa de la que podemos estar seguros: todos vamos a morir, a menos que la segunda venida del Cristo suceda antes. La muerte es el único acontecimiento determinado, inevitable, al cual el hombre se debe enfrentar; si intenta olvidarlo o esconder su carácter ineluctable, no puedo ser mas que un perdedor. El verdadero humanismo es inseparable de la conciencia de la muerte, solo afrontando y aceptando la realidad de mi muerte por venir es que puedo estar auténticamente vivo. Como ha observado D. H. Lawrence: "Sin el canto de la muerte, el canto de la vida es insípido y ridículo." Al ignorar la dimensión de la muerte privamos la vida de su verdadera grandeza. El metropolitano Antonio de Sourog lo dijo con énfasis: "la muerte es la piedra angular de nuestra actitud hacia la vida. Aquellos que temen a la muerte temen a la vida. Es imposible no tener miedo de la vida, con toda su complejidad y todos sus peligros, si tenemos miedo de la muerte. (...) Si tememos a la muerte nunca estaremos listos para aprender el riesgo; pasaremos nuestra vida de manera cobarde, prudente y tímida. Al mirar a la muerte de frente, al darle un sentido, al determinar el lugar que le toca y nuestro lugar respecto de ella es como seremos capaces de vivir sin temor y hasta el límite de nuestras posibilidades"1.

Sin embargo nuestro realismo y nuestra determinación al darle un sentido a la muerte no deberían llevarnos a reducir la segunda verdad: el carácter misterioso de la muerte. A pesar de todo lo que puedan decirnos las diferentes tradiciones religiosas, no comprendemos casi nada de "ese país desconocido del cual ningún viajero retorna...." Es verdad, como lo hace notar Hamlet, el temor a la muerte "estorba la voluntad." No debemos darle poca importancia a la muerte, es un hecho ineluctable y real pero también es el gran desconocido. (...)

Sobre el lugar que la muerte ocupa en nuestra vida y nuestra posición frente a ella, conviene tener bien en cuenta tres cosas: primero, la muerte está mas cerca de nosotros de lo que nos imaginamos; segundo, es profundamente innatural, contraria al plan Divino y es, sin embargo, al mismo tiempo, un don de Dios; por último, es una separación que no es una separación.

La muerte no es simplemente un acontecimiento lejano que vendrá a concluir nuestra existencia terrestre; es una realidad bien presente que prosigue sin cesar alrededor de nosotros y en nosotros. "Cada día muero," dice S. Pablo (1 Co 15:31); "El tiempo de la muerte es a cada instante," pondera T. S. Eliot. Todo aquello que vive es una forma de la muerte; morimos todo el tiempo pero en esta experiencia cotidiana de la muerte, cada muerte está seguida de un nuevo nacimiento: toda muerte es también una forma de vida. La vida y la muerte no son contrarias; no se excluyen mutuamente sino que se entrelazan. Toda nuestra existencia humana es una mezcla de muerte y de resurrección. "Como moribundos, mas he aqui vivimos" (2 Co 6:9). Nuestro viaje por esta tierra es una Pascua incesante, una travesía continua desde la muerte hacia una nueva vida. Entre nuestro nacimiento inicial y nuestra muerte final, todo el curso de nuestra existencia esta constituido de una serie de "pequeñas" muertes y nacimientos.

Cuando llega la noche, cada vez que nos dormimos, es una anticipación de la muerte; cuando llega la mañana, cada vez que nos despertamos, es como si resucitáramos de entre los muertos. Una bendición judía dice: "bendito seas Tú, oh Señor, nuestro Dios, Rey del Universo, que recreas tu mundo cada mañana." Lo mismo sucede con nosotros cada mañana: cuando nos despertamos estamos como recreados. Puede ser que nuestra ultima muerte sea de la misma manera, una "recreación," un adormecerse seguido de un despertar. No tenemos miedo de dormirnos cada noche porque sabemos que nos vamos a despertar una vez mas a la mañana siguiente. ¿No podemos darle la misma confianza a nuestro ultimo adormecimiento en la muerte? ¿No podríamos esperar despertarnos recreados en la eternidad?

Este modelo de vida-muerte aparece también de manera un poco diferente en el proceso de nuestro crecimiento. En cada etapa, cada cosa en nosotros debe morir para que podamos pasar a la etapa siguiente de la vida. El pasaje de un niño de pecho al niño, del niño al adolescente, del adolescente al adulto maduro, implica cada vez una muerte interior para permitir el nacimiento de algo nuevo. Y estas transiciones, en particular la de la infancia a la adolescencia, pueden ser fuentes de crisis a veces muy dolorosas, pero si en un punto o en otro nosotros rechazamos esta necesidad de morir entonces no podemos desarrollarnos y volvernos verdaderas personas. Como escribió George Mac Donald en su novela Lilita, "vosotros estaréis muertos tanto como rechacéis morir." Justamente es la muerte de lo viejo lo que posibilita la emergencia de lo nuevo en nosotros, sin la muerte no habría vida nueva.

Si volverse adulto es una forma de muerte, lo mismo sucede en el comienzo con la separación de un lugar o de una persona que hemos amado. Estas separaciones son necesarias en nuestro crecimiento continuo hacia la madurez. A menos que tengamos algún día el coraje de salir de nuestro ambiente familiar, de separarnos de nuestros amigos actuales y de forjar nuevos lazos, no realizaremos jamas todo lo que hay en nosotros, nuestro verdadero potencial. Al atarnos por mucho tiempo a lo viejo rechazamos la invitación a descubrir lo nuevo. (...)

Para muchos creyentes la muerte de la fe – la pérdida de nuestras certezas (al menos aparentes) más profundas sobre Dios y sobre el sentido de la existencia --- es casi tan traumatizante como la perdida de un amigo o de la pareja, pero eso también es una experiencia de muerte-vida por la que debemos pasar para que nuestra fe madure. La fe auténtica es un diálogo permanente con la duda. Dios sobrepasa infinitamente todo lo que podemos decir de Él, nuestros conceptos mentirosos son ídolos que deben ser quebrados. Para estar plenamente vivo nuestra fe debe morir continuamente.
En todos estos casos la muerte no tiene un carácter destructivo sino creativo: es de la muerte que viene la resurrección. Una cosa que muere es algo que nace a la vida. La muerte que llega al final de nuestra vida terrestre ¿no es del mismo orden? ¿No es ella la mas ultima y la mas formidable muerte-resurreccion entre todas aquellas que conocimos desde nuestro nacimiento? Lejos de estar totalmente cortada, la muerte es la expresión mas vasta y mas completa de todo lo que hemos vivido en el curso de nuestra vida. Si las pequeñas muertes por las cuales hemos debido pasar nos han conducido cada vez mas allá hacia una resurrección, ¿por que no seria eso también verdadero del gran momento de la muerte cuando nos llegue el tiempo de dejar este mundo?

Pero eso no es todo: para los cristianos este modelo de muerte-resurrección repetido al infinito en nuestra vida, toma su sentido más profundo en la vida, la muerte y la resurrección de nuestro Salvador Jesús, Cristo. Nuestra propia historia debe ser comprendida a la luz de Su historia que celebramos cada año durante la Semana Santa y también cada domingo en la Liturgia eucarística. Nuestras pequeñas muertes y restricciones están unidas a través de la historia a Su muerte y resurrección definitivas, nuestras pequeñas pascuas están elevadas y reafirmadas en la Gran Pascua. La muerte de Cristo, según la liturgia de San Basilio, es una "muerte creadora de vida." Seguros de su ejemplo nosotros creemos que nuestra propia muerte también puede ser "creadora de vida." El Cristo es nuestro precursor y nuestras primicias. La Iglesia Ortodoxa afirma la noche de Pascua en la homilía atribuida a San Juan Crisóstomo (siglo 4): "que nadie tema a la muerte porque la muerte del Salvador nos ha librado de ella; Él la ha hecho desaparecer después de haberla sufrido. (...) Cristo resucitó y entonces reina la Vida. El Cristo resucitó y no hay más muertos en la tumba."2

Entonces la muerte es nuestra compañera a lo largo de nuestra vida como una experiencia cotidiana permanente que se repite hasta el infinito. Sin embargo, por muy familiar que sea, sigue siendo profundamente innatural. La muerte no pertenece al designio preeterno de Dios para su creación, Dios nos creó no para que muriéramos, sino para que viviéramos. Aún más, nos creo como una unidad indivisible. Desde el punto de vista judío y cristiano la persona humana debe ser vista completamente en términos holísticos: no somos un alma prisionera temporal de un cuerpo que aspira escaparse de él, sino una totalidad integrada que comprende el cuerpo y el alma. Carl Gustav Jung tenía razón al insistir en lo que él llama "verdad misteriosa": "el espíritu es el cuerpo vivo, visto desde el interior y el cuerpo es la manifestación exterior del espíritu vivo – los dos son verdaderamente uno." Como separación del cuerpo y del alma la muerte es en consecuencia un duro golpe para la unidad de nuestra naturaleza humana.

Si la muerte es algo que nos llega a todos también es profundamente anormal, es monstruosa y trágica. Ante la muerte de nuestro prójimo y nuestra propia muerte cualquiera sea nuestro realismo, nuestros sentimientos de desolación, de horror y también de indignación, están justificados: "no entren dulcemente en aquella buena noche. Rabien, vociferen contra la agonía de la luz," dice el poeta Dylan Thomas. Jesús mismo lloró ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11:35); y en el jardín de Getsemani El estaba lleno de angustia ante la perspectiva inminente de su propia muerte (Mateo 26:38). San Pablo considera la muerte como un "enemigo que sera destruido" (1 Co 15:26) y la liga estrechamente al pecado: "el aguijón de la muerte es el pecado" (1 Co 15:56). Como vivimos todos en un mundo caído, distorsionado, desunido, loco, destruido, vamos a morir.

Sin embargo si la muerte es trágica también es al mismo tiempo una bendición. Aunque no forme parte del plan Divino, también es un don de Dios, una expresión de su misericordia y de su compasión. Para nosotros humanos vivir sin fin en este mundo caído, cautivo para siempre del circulo vicioso del aburrimiento y del pecado, hubiera sido un destino insoportable. Es por eso que Dios nos ha ofrecido una escapatoria, El deshace la unión del alma y del cuerpo para poder enseguida recrearlos, reunirlos en el momento de la resurrección de los cuerpos en el ultimo día y llevarlos así a la plenitud de la vida. Es como el alfarero que observaba el profeta Jeremías: "descendí a casa del alfarero y he aqui, que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacia se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, segun le pareció mejor hacerla" (Jr 18:3-4). El alfarero Divino pone su mano sobre la vasija de nuestra humanidad abismada por el pecado y lo quiebra para poder hacerla de nuevo a su vez y devolverle su gloria inicial. La muerte en este sentido es un instrumento de nuestra restauración. Como lo canta la Iglesia Ortodoxa en su servicio fúnebre: "Antes, Tú me sacaste de la nada para formarme a la imagen de Dios. Pero yo transgredí tu ley y Tú me has hecho retornar al barro del cual me habías creado; hazme volver ahora hacia tu semejanza y restaura mi primera belleza."(...)

Entonces hay una dialéctica en nuestra actitud hacia la muerte en la que los dos extremos se acercan finalmente, y no son contradictorios. Nosotros vemos la muerte como innatural, anormal, contraria al plan original del Creador y nos revelamos contra ella con dolor y desesperación, pero la consideramos también como una parte de la voluntad Divina, una bendición y no un castigo. Es también una salida de nuestro estancamiento, un medio de gracia, la puerta hacia nuestra recreación, es nuestra vía de retorno. Para citar nuevamente el servicio fúnebre ortodoxo: "Yo soy la oveja perdida: llámame, oh mi Salvador y sálvame." Nosotros nos acercamos a la muerte con apuro y esperanza, diciendo con San Francisco de Asís: "Que mi Señor sea alabado por nuestra hermana, la muerte corporal"; porque a través de esta muerte corporal el Señor llama hacia Él al niño de Dios. Más allá de su separación en la muerte, el alma y el cuerpo serán reintegrados cuando llegue la resurrección final.

Esta dialéctica aparece claramente en el desarrollo de los funerales ortodoxos. Nada se hace para intentar ocultar la difícil y chocante realidad de la muerte. El ataúd permanece abierto y es un momento punzante cuando las familias y los amigos se acercan unos después de otros para darle el ultimo beso al difunto. Sin embargo al mismo tiempo y en muchos lugares es de uso común llevar no vestimentas negras sino blancas, las mismas que se llevan para el oficio de la Resurrección en la noche Pascual: porque Cristo, resucitado de entre los muertos, llama a los cristianos difuntos a compartir su propia Resurrección. No está prohibido llorar en un entierro; es más bien sabio ya que las lágrimas pueden actuar como un bálsamo y la herida es más profunda cuando la pena es rechazada. Pero no debemos desconsolarnos "como los otros, que no tienen esperanza" (1 Ts 4:13). Nuestra aflicción por muy desgarradora que sea no es desesperada porque como lo confesamos en el Credo nosotros esperamos "la resurrección de entre los muertos y la vida del siglo venidero."

Finalmente la muerte es una separación que no es separación. La tradición ortodoxa le otorga la mayor importancia a este aspecto. Los vivos y los difuntos pertenecen a una sola familia. El abismo de la muerte no es infranqueable ya que podemos encontrarnos todos alrededor del altar de Dios. El escribano ruso Iulia de Beausobre (1893-1977) decía: "la Iglesia (...) es el punto de encuentro de los muertos, los vivos y de aquellos que todavía no nacieron, que amándose los unos a los otros, se reúnen alrededor de la roca del altar para proclamar su amor por Dios.4" Así otro autor ruso, el presbítero misionero Makario Gloukhard (1792-1847) dice en una carta a un fiel que se encuentra de duelo: "en Cristo vivimos, nos movemos y existimos. Vivos y muertos, todos estamos en Él. Sería mas justo decir que estamos todos vivos en Él y que no hay muerte. Nuestro Dios no es un Dios de muertos, es el Dios de los vivos. Es vuestro Dios, es el Dios de la difunta. No hay más que un Dios y ustedes están unidos en el Único. Solo que no podrán verse durante algún tiempo para que el encuentro futuro sea más gozoso. Entonces nadie podrá quitarles vuestro gozo. Pero aún ahora, ustedes viven juntos, solo que ella se fue a otra habitación y cerró la puerta... El amor espiritual ignora la separación visible."5(...)

Queda el tema de la resurrección de los cuerpos, a menudo planteado e imposible de resolver en el estado de nuestro conocimiento. Hemos dicho que la persona humana fue creada en el origen por Dios como una unidad indivisible del cuerpo y del alma y que esperábamos más allá de su separación por la muerte física su reunificación última en el último día. Una antropología holística nos lleva a creer no simplemente en la inmortalidad del alma, sino en la resurrección del cuerpo. Ya que el cuerpo es una parte integrante de la persona humana total, toda inmortalidad plenamente personal debe implicar tanto el cuerpo como el alma. ¿Cuál es en este caso la relación entre nuestro cuerpo actual y el cuerpo de nuestra resurrección en el siglo venidero? En el momento de la resurrección ¿tendremos el mismo cuerpo que ahora o un cuerpo nuevo?

La mejor respuesta es tal vez la siguiente: el cuerpo será simultáneamente el mismo y otro. Los cristianos comprenden tal vez la resurrección de los cuerpos de una manera simplista y estrecha, se imaginan que los elementos materiales constitutivos del cuerpo que han sido disueltos y dispersados por la muerte, de alguna manera serán vueltos a juntar en el día del Juicio Ultimo, de manera que el cuerpo reconstituido contenga exactamente los mismos fragmentos minúsculos de materia que antes.

Pero aquellos que afirman una continuidad entre nuestro cuerpo actual y nuestro cuerpo en el Ultimo día no tienen necesariamente una visión tan literal de las cosas. San Gregorio de Nisa, por ejemplo, en La Creación del hombre y Del alma y de la Resurrección, propone un acercamiento mas objetivo e imaginativo. El alma para él confiere al cuerpo una forma distinta (eidos); ella marca al cuerpo de una impresión particular impuesta no desde el exterior sino desde el interior. Es por esta impresión que el cuerpo expresa la característica o el estado espiritual interior de la persona. En el curso de nuestra vida aquí, los constituyentes físicos de nuestro cuerpo cambian varias veces pero en la medida en que la forma impresa por el alma posee una continuidad que no esta afectada por las alteraciones físicas, se puede decir realmente que nuestro cuerpo sigue siendo el mismo. Hay una autentica continuidad corporal ya que hay una continuidad en la forma dada al alma.(...)

En el momento de la resurrección final, prosigue San Gregorio, el alma va a marcar nuestro cuerpo resucitado con el mismo sello que tenía durante esta vida. No es necesario que los mismos fragmentos sean juntados; el mismo sello alcanza para que el cuerpo sea el mismo. Entre nuestro cuerpo presente y nuestro cuerpo resucitado habrá en efecto una verdadera continuidad que no hay que interpretar sin embargo de una manera demasiado inocentemente materialista.

Dicho esto, si el cuerpo permanece en ese sentido el mismo en la resurrección, será igualmente diferente. Como lo dice San Pablo: "se siembra cuerpo animal, resucita un cuerpo espiritual" (1 Co 15:44) "Espiritual" aquí no debe ser tomado en el sentido de "no material." El cuerpo resucitado será siempre un cuerpo material, pero al mismo tiempo será transformado por el poder y la gloria del Espíritu y así liberado de todas las limitaciones de la materialidad tal como las conocemos actualmente. Por el momento, no conocemos el mundo material y nuestros propios cuerpos materiales mas que en su estado de caída; concebir las características que poseerá la materia en un mundo no caído esta mucho mas allá de los poderes de nuestra imaginación.

No podemos mas que tenuemente adivinar la transparencia y la vitalidad, la liviandad y la sensibilidad de las que nuestro cuerpo resucitado, al mismo tiempo material y espiritual, será revestido en el siglo venidero. Como lo escribe San Efren el Sirio (+373): "mira a este individuo en el cual había hecho su morada una legión de diablos: ignorábamos que ellos se encontraban allí porque sus almas estaban mejor mantenidas y eran más sutiles que el alma. Y todo entero en un solo cuerpo, este ejército pudo residir. Ahora bien, están cien veces mejor mantenidos y son cien veces más sutiles los cuerpos de los justos que se levantan el día de la resurrección y están hechos a semejanza de un espíritu que sería capaz de crecer y agrandarse a su voluntad, de apretarse y de encogerse. Encogido está en un lugar y agrandado está en todas partes. (...) ¿alcanzará entonces el Paraíso (¡que sea bendecido!) para todos estos espíritus cuya sustancia es tan sutil que aún los pensamientos no pueden lograr percibirlos?"Tal vez sea esta la mejor descripción que podamos esperar de la gloria de la resurrección. Dejemos el resto al silencio. "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser" (1 Juan 3:2).

Monseñor Kallistos Ware
Extraído del Libro: "El Reino interior," Le sel de la Terre, 1993.

¿Por qué los católicos debemos amar a nuestra Patria?


Desde el punto de vista de la doctrina de la Iglesia, el amor y el servicio a nuestro país, no es solo un deber, sino una obligación. Así por ejemplo el Papa Pio XI nos dice:
“El buen católico, precisamente en virtud de la doctrina católica, es por lo mismo el mejor ciudadano, amante de su patria” Papa Pio XI (Encíclica Divini illius magistri)
El Papa León XIII, fue incluso más allá a la hora de definir el compromiso que un católico debe tener hacia su patria, y nos recuerda que este compromiso implica incluso dar la vida por la misma.
“Por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar aun la misma muerte por su patria” Papa León XIII (Encíclica Sapientiae Christianae).
¿SE OPONE EL PATRIOTISMO CON LA CONCEPCIÓN UNIVERSAL DEL CATOLICISMO?
Muchos católicos, por un sentido mal entendido de la fraternidad universal, han adoptado una postura de indiferencia hacia la patria, o incluso de rechazo de la misma. No son pocos los católicos que se han adherido a posturas ideológicas internacionalistas  –muchos incluso desde la buena fe- o apátridas, incurriendo en una falta de caridad hacia la sociedad que les ha visto nacer, y que les ha dotado de derechos. Sin duda, la obligación que tenemos los católicos del amor universal a todos los seres humanos por ser semejanza de Dios, y estar dotados de igual dignidad, no se contrapone con la obligación que tenemos de amar a los que nos están más cercanos y con los que estamos unidos con mayores vínculos. Así, el Papa Pio XII nos recuerda que también la caridad requiere un orden en su práctica:
“No hay que temer que la conciencia de la fraternidad universal, fomentada por la doctrina cristiana, y el sentimiento que ella inspira, se opongan al amor, a la tradición y a las glorias de la propia patria, e impidan promover la prosperidad y los intereses legítimos; pues la misma doctrina enseña que en el ejercicio de la caridad existe un orden establecido por Dios, según el cual se debe amar más intensamente y ayudar preferentemente a los que nos están unidos con especiales vínculos. Aun el Divino Maestro dio ejemplo de esta preferencia a su tierra y a su patria, llorando sobre las inminentes ruinas de la Ciudad santa” Papa Pío XII. (Summi Pontificatus).
El Papa San Pio X, también nos explica la comunión que existe entre el amor a la Iglesia y a la patria, y  nos explica que esta no solo es digna de amor y servicio, sino que también lo es de predilección, por lo que preferentemente debemos rezar y trabajar por sus intereses respecto a otros intereses también legítimos, pero más alejados en el orden de la caridad.
“Si el Catolicismo fuera un enemigo de la Patria, no sería una religión divina. La Patria es un nombre que trae a nuestra memoria los recuerdos más queridos, y bien sea porque llevamos la misma sangre que aquellos nacidos en nuestro propio suelo, o bien debido a la aún más noble semejanza de afectos y tradiciones, nuestra Patria es no sólo digna de amor, sino de predilección. Sentimos, pues, veneración por la Patria, que en suave unión con la Iglesia contribuye al verdadero bienestar de la Humanidad. Y ésta es la razón porqué los auténticos caudillos, campeones y salvadores de un país han surgido siempre de entre las filas de los mejores católicos” Discurso pronunciado por Su Santidad Pio X el 20 de Abril de 1909.
También el Papa León XIII, nos explica más profundamente la comunión que existe entre el amor a Iglesia y a la patria, y que tiene en Dios a su denominador común.
“El amor sobrenatural de la Iglesia y el que naturalmente se debe a la patria, son dos amores que proceden de un mismo principio eterno, puesto que de entrambos es causa y autor el mismo Dios; de donde se sigue que no puede haber oposición entre los dos”.  Papa León XIII (Encíclica Sapientiae Christianae).
DESHONRAR O ATACAR A LA PATRIA, UN PECADO CONTRA EL CUARTO MANDAMIENTO.
Como bien explica el recientemente canonizado San Juan Pablo II, deshonrar a la patria, o atacar los intereses legítimos de la misma, es un pecado contra el cuarto mandamiento.
“Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber. Como sucede con la familia, también la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles”. Papa San Juan Pablo II (Memoria e identidad)
Por desgracia, hay quien confunde lo que es el patriotismo cristiano – que se basa en el amor y tiene un carácter unificador- , con el nacionalismo pagano – basado en el odio y promotor de la división-, y que tan certeramente condenó el Papa Juan Pablo II. Así pues, quien promueve la división, el odio, o la discordia entre los ciudadanos de un mismo país, debe saber que no solo comete un error político, sino que atenta contra un bien moral, y se pone en situación de pecado mortal.
LOS DOCTORES DE LA IGLESIA SOBRE EL AMOR A LA PATRIA.
Cuando Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, analiza en su obra “Suma Teológica” la virtud y la piedad con que el hombre debe actuar respecto a Dios y a sus semejantes, Santo Tomás pone el amor a los padre y a la Patria en un orden inmediatamente posterior al del amor que se le debe tener a Dios, es por tanto de suma importancia el valor que en la teología tomista se le ha dado a la virtud del patriotismo, y que la Iglesia ha recogido en su magisterio a lo largo de los Siglos mediante múltiples formulaciones de carácter.
“El hombre se hace deudor de los demás según la excelencia y según los beneficios que de ellos ha recibido. Por ambos títulos Dios ocupa el primer lugar, por ser sumamente excelente y por ser principio primero de nuestro existir y de nuestro gobierno. Después de Dios, los padres y la patria son también principios de nuestro ser y gobierno, pues de ellos y en ella hemos nacido y nos hemos criado. Por lo tanto, después de Dios, a los padres y la patria es a quienes más debemos. Y como a la religión toca dar culto a Dios, así en un grado inferior, a la piedad pertenece rendir un culto a los padres y a la patria. En este culto de los padres se incluye el de todos los consanguíneos, pues que son consanguíneos precisamente por proceder todos de unos mismos padres. Y en el culto de la patria se incluye el de los conciudadanos y de los amigos de la patria. Por lo tanto, a éstos principalmente se refiere la virtud de la piedad”.  Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica).
San Agustín va incluso más lejos que Santo Tomás, y coloca la virtud del amor por la Patria claramente por delante del amor que se debe tener por la familia, y solo por detrás del amor que se le profesa a Dios.
Ama a tu prójimo; más que a tu prójimo, a tus padres; más que a tus padres, a tu Patria; y solamente más que a tu Patria, ama a Dios”. San Agustín (Confesiones).
EL CATECISMO SOBRE EL AMOR A LA PATRIA.
Y es que la virtud del patriotismo no es algo ajeno al católico de nuestro tiempo, sino que el amor a la Patria sigue siendo un mandato expresado específicamente en el Catecismo, por tanto una virtud que el buen católico tiene que vivir con plena actualidad.
“El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad”. (2239)
LA PATRIA EN LAS REVELACIONES MARIANAS.
También la Virgen ha hablado en algunas revelaciones sobre el amor a la patria, así por ejemplo, en las apariciones de La Sallete, advirtió que entre las señales que precederían al final de los tiempos, se viviría entre otros males el desamor por la Patria.
“La Santa Fe de Dios será olvidada, cada individuo querrá guiarse por sí mismo y ser superior a sus semejantes. Los poderes civiles y eclesiásticos serán abolidos, todo orden y toda justicia serán pisoteados; no se verán más que homicidios, odio, envidia, mentira y discordia, sin amor por la patria ni por la familia”. (Revelaciones de La Sallete).
También en las revelaciones del Buen Suceso que tuvieron lugar en Ecuador durante finales del Siglo XVI, la Virgen advertía de que los sufrimientos que tendrían que afrontar los católicos fieles en los últimos tiempos les llevarían a ser contados entre el número de los mártires sacrificados por la Iglesia y por la Patria.
“El corto número de almas en las cuales se conservará el culto de la fe y de las buenas costumbres sufrirá un cruel e indecible al par que prolongado martirio; muchas de ellas descenderán al sepulcro por la violencia del sufrimiento y serán contadas como mártires que se sacrificaron por la Iglesia y por la Patria”. (Revelaciones de María del Buen Suceso).
CANCIÓN DE AMOR PATRIA DEL PADRE LEONARDO CASTELLANI.
“Amar la patria es el amor primero
y es el postrero amor después de Dios;
y si es crucificado y verdadero,
ya son un solo amor, ya no son dos.

Amar la patria hasta jugarse entero,
del puro patrio Bien Común en pos,
y afrontar marejada y viento fiero:
eso se inscribe al crédito de Dios.

Dios el que no se ve, Dios insondable;
de todo lo que es Bien, oscuro abismo,
sólo visible por oscura Fe.

No puede amar, por mucho que d’Él hable
del fondo de su, gélido egoísmo,
quien no es capaz de amar ni lo que ve”.

(Padre Leonardo Castellani).
Antonio Moreno Robles/Adelante la FE

“Diaconisas,” hablando estrictamente nunca existieron

Si las “diaconisas” fueran aprobadas, nos enfrentaríamos a una embarazosa imitación contemporánea de prácticas protestantes- ministras- con caricaturescas ropas pretendiendo ser varones, usurpando actividades que pertenecen solo al sacerdote.
Nunca ha habido y nunca podrá haber el oficio de “diaconisa” en la Iglesia católica.
Cuando uso la palabra “diaconisa” en este contexto, quiero decir la contraparte femenina del oficio varonil del diácono. Nunca ha existido tal oficio.
Sí, el término “diaconisa”  en la historia de la Iglesia lo encontramos como un término impreciso que no solo variará de era a era, sino también de una ubicación geográfica a otra. El padre Aimé George Martimont autor de un escolástico  y definitivo trabajo en este tema, titulado Deaconesses, An Historical Study, observa: “Los cristianos de la antigüedad no tenían ni una idea fija, ni única de  lo que las diaconisas suponían ser”. 1
Aun así, el día 2 de agosto de este año, el papa Francisco creó una comisión para estudiar la posibilidad de permitir que  las mujeres sirvan como diáconos en la Iglesia católica. Continuar con esa aventura solo puede encender un mayor caos en la Iglesia y confusión entre los fieles.
Función extremadamente limitada
Nunca ha habido un oficio de diaconisas en la Iglesia latina.2  Hemos visto algunas referencias a diaconisas en varios ritos griegos y orientales. Pero tal oficio no está uniformemente fundado en las Iglesias orientales y las menciones son esporádicas entre los siglos segundo y décimo.  Algunas iglesias en territorios orientales, como la Iglesia en Egipto, Etiopía y los maronitas nunca aceptaron ningún oficio de diaconisas.3
Las mujeres que fueron llamadas “diaconisas” no estaban ordenadas en ningún sentido de la palabra, pero recibían una cierta bendición para algunos servicios eclesiásticos. Esas “diaconisas” eran primeramente mujeres consagradas cuyo trabajo era altamente restringido- usualmente limitado a la asistencia a otras mujeres. Esto incluía asistir a mujeres en bautismos y otros servicios en los que la presencia de varones hubiera ofendido a la modestia.
“Por otra parte,” escribe el padre Martimort, “debe ser fuertemente enfatizado que a las diaconisas nunca se les permitía enseñar o predicar en público.”4
Ni tiene caso acudir a la Epístola de San Pablo a los Romanos en la cual Phoebe “la diaconisa” es mencionada. La mentalidad de la Iglesia en la materia está resumida en la enseñanzas de santo Tomás de Aquino. Leemos, “el doctor Angélico comentando el Nuevo Testamento… ve a Phoebe en la Epístola a los Romanos solo como una de esas “mujeres” que servían a Cristo y a los Apóstoles, o que llevaban a cabo trabajos de caridad en la manera de la viuda de 1 Timoteo, 5 10”. 5
Así para la Iglesia latina ofrecemos tres antiguos y autorizados textos que demuestran cuan extraña es cualquier idea en la naciente Iglesia sobre mujeres diaconisas, ordenación de mujeres y mujeres sirviendo en el santuario.
Tan temprano como el siglo IV, hay una ardiente directiva de los obispos del concilio de Nimes celebrado en el año 396 d.C. que dice:
“Igualmente, ha sido reportado por algunos que, contrario a la disciplina apostólica- y en efecto algo que nunca habíamos oído hasta hoy-se ha observado, aunque no se sabe exactamente dónde, que algunas mujeres se han elevado al ministerio de los diáconos. La disciplina eclesiástica no permite esto, por lo que es  impropio; dicha ordenación debe anularse, desde que es irregular; y es requerida vigilancia en el futuro para que nadie actúe en esta manera temeraria otra vez”. 

El concilio de Orange en 441 d. C., habló de modo similar:

“De ninguna manera deben ser ordenadas diaconisas. Si hubiera alguna, deben inclinar la cabeza bajo la bendición que es dada a todo el pueblo”. 6
Además existe el enérgico decreto Necessaria rerum del papa Gelasio, dirigido a los obispos de Italia meridional. Fechado el  11 de marzo de 494. Aunque no trata directamente de las diaconisas, manifiesta que extraña es la idea de mujeres en el santuario realizando cualquier forma de función sacerdotal:
“Es con impaciencia que nos hemos enterado de: las cosas divinas han sufrido tal degradación que mujeres ministro sirviendo en el altar han sido aprobadas. El ejercicio de roles reservados a los varones han sido entregados al sexo al que no pertenecen”.7
¿Qué dirían los obispos de Nimes, el concilio de Orange y el papa Gelasio acerca de la plétora de lectoras, chicas del altar, lideresas de oración, bailarinas litúrgicas y ministras eucarísticas que ahora revolotean en gran número en los santuarios post-conciliares?
No hay continuidad
Conforme seguimos el trabajo del padre Martimont-cuyo estudio calmado y meticuloso incluye vastas referencias históricas de textos, eucologías (rito oriental), pontificales, legislación eclesiástica, homilías, cartas y otros documentos pertinentes- nos damos cuenta que “falta la continuidad de la verdadera disciplina eclesiástica en el caso de las diaconisas”8.  No hay continuidad de los antiguos días de la Iglesia con los actuales. Solo un “pisa y corre” de anticuarianismo modernista –prohibido por la Iglesia—puede “justificar” cualquier pensamiento acerca de establecer el oficio de las diaconisas.
Aun en los ritos orientales, la práctica no fue observada “siempre, en todas partes y por todos”. La presencia de diaconisas era tan infrecuente y dispersa, como lo vemos en los escritos de san Jeremías, un hombre que viajó ampliamente por el Oriente y lo conocía bien y quien en “ninguna parte habla acerca de las diaconisas, ni siquiera en su carta de 394 al sacerdote Nepociano, a quien indica la actitud apropiada a adoptar respecto de las vírgenes y viudas”. 9
Como  hemos anotado más arriba, la institución de las diaconisas estaba más frecuentemente relacionada con el bautizo de mujeres adultas. En varios ritos orientales, en ese tiempo, en un ritual que conecta el bautismo con Adán y Eva y el jardín del Edén, los adultos eran bautizados desnudos-una práctica felizmente extinta.10
Así escribe el padre Martimont, “’Como el bautismo de adultos era la norma,  la necesidad que trajo su creación (el oficio de diaconisa) estaba geográficamente limitada y rápidamente quedo obsoleta”. Y aun durante ese tiempo, las mujeres que asistían a mujeres adultas siendo bautizadas, no necesariamente debían ser “diaconisas”,  pudiendo ser una piadosa matrona. 11Otra vez, la práctica solo ocurrió en varias iglesias del rito oriental, nunca en el rito latino.

Un sumario conciso sobre las limitadas funciones de las diaconisas, está contenido en Canonical Resolutions de Jacobo Baradaeus obispo de Edesa (rito oriental) escrito entre 683 y 708 d. C. Las instrucciones están en formato de diálogo:
Addai: ¿Las diaconisas, como los diáconos, tienen el poder de poner una porción de la sagrada hostia en el cáliz consagrado?
Jacobo: De ninguna manera pueden hacerlo. Las diaconisas no se volvieron diaconisas en orden para servir al altar, sino más bien por ayudar a las mujeres enfermas.
Addai: Quisiera saber unas pocas palabras sobre cuáles son los poderes de las diaconisas en la Iglesia.
Jacobo: Ellas no tienen poder en el altar, porque cuando fue instituido, no era en nombre del altar, sino solo para cumplir ciertas funciones en la Iglesia. Estas son sus únicas facultades: barrer el santuario y encender las lámparas, y solo les está permitido desempeñar estas funciones si no hay un sacerdote o diácono a mano. Si ella está en un convento de mujeres, puede mover las sagradas hostias del tabernáculo (sagrario) solo no habiendo un sacerdote o diácono a mano y darlas solo a las otras hermanas o niños pequeños que pudieran estar presentes. (Comentario: téngase en mente que esto es en el contexto del rito oriental, en el que la Eucaristía consagrada no es tocada por manos humanas sino que es entregada al comulgante mediante una pequeña cuchara. JV),  Pero no le es permitido a ella llevar la hostia fuera del altar ni, por supuesto, de ninguna manera debe tocar la mesa de la vida (el altar). Ella unge a las mujeres cuando son bautizadas; ella visita otras mujeres cuando están enfermas y cuida de ellas. Esas son las únicas facultades tenidas por las diaconisas en relación al trabajo de los sacerdotes.12

Aun si hablamos de los antiguos ritos orientales, cuando se habla de la “ordenación” de las diaconisas, la palabra “ordenación” está siendo usada en un sentido suelto que no tiene nada que hacer con el sacramento de las órdenes sagradas. El patriarca Severo de Antioquía, escribiendo en el siglo VI, explica, “en el caso de las diaconisas, la ordenación es llevada a cabo menos con vistas a las necesidades de ministerio que exclusivamente en vistas a dar honor”. Continúa: “En las ciudades, las diaconisas habitualmente ejercitan un ministerio en relación al divino baño de regeneración en el caso de las mujeres que van a ser bautizadas.13

Anacronismo y ambigüedad
El oficio de diaconisas- esporádico como era- virtualmente desapareció sobre el siglo XI. Fue tan olvidado que los canonistas griegos y orientales de la Edad Media no tenían idea de quién o qué eran las diaconisas, pues para entonces, hacía largo tiempo que habían dejado de existir. 14 El oficio se había convertido en una curiosidad obsoleta.
Nada puede ser más anacrónico que el intento de “revivir” el oficio de diaconisa en una manera no relacionada con su limitada práctica de las Iglesias nacientes y usarla como un título oficial para formalizar la rabiosa novedad de mujeres en el santuario y de “ministras laicas” de la eucaristía.
Con todo, ese es precisamente el objetivo del nuevo panel de diaconisas de Francisco, que consiste en seis hombres y seis mujeres- una estructura políticamente correcta e igualada de género, más que un panel de estudiosos de incuestionable competencia observando la fe católica de todos los tiempos.
El panel incluye a Phyllis Zagano, investigadora senior de la Universidad de Hofstra en Nueva York, una audaz abogada de la ordenación de las mujeres.  No es difícil imaginar cuáles serán las conclusiones del panel- una conclusión a favor de aprobar alguna forma de “diaconisas”. Tal como lo conocemos de la sátira británica Sí, señor primer ministro “el gobierno nunca abre públicamente el debate hasta que privadamente ha tomado una decisión”.
Estamos dolorosamente alertas de las desgraciadas tácticas de las discusiones modernas que buscan introducir más revolución: enlodando las aguas históricas, imprecisión de términos, uso inteligente de anacronismos, ambigüedad calculada, silencio elocuente concerniendo cualquier hecho histórico que frustre cualquier conclusión contraria al último objetivo del panel. Combine todo esto con la masiva ignorancia de los no catequizados católicos que son los niños de la revolución del
Vaticano II, bajo la fuerte sacudida del pontificado potro-salvaje de Bergoglio que favorece las novedades y desprecia las “pequeñas reglas”. El resultado solo puede ser letal para la integridad doctrinal y litúrgica.
“Cargado con ambigüedad”
No hay necesidad de re-estudiar el asunto de las diaconisas, especialmente cuando el definitivo trabajo del padre Martimort ya demostró que el antiguo, esporádico oficio de las diaconisas no tiene nada que ver con mujeres desempeñando funciones sacerdotales.
No podemos hacer nada mejor que cerrar con el párrafo final del soberbio trabajo del padre Martimort. Él escribe: “la complejidad de los hechos acerca de las diaconisas y el propio contexto de esos hechos, prueba ser algo extraordinario. Existe el peligro de distorsionar ambos, hechos y textos, cuando uno esté tratando con ambos de segunda mano. También es difícil evitar anacronismos cuando tratamos de resolver el problema del presente con referencias a soluciones apropiadas a un pasado que hace mucho tiempo se fue”.
El padre Martimort concluye: “el hecho es que la antigua institución de las diaconisas, aun en su propio tiempo, estuvo plagada con no pocas ambigüedades, como hemos visto. En mi opinión, si la restauración de la institución de las diaconisas fuera buscada después de tantos siglos, dicha restauración solo pudiera estar cargada con ambigüedades. 16
Cualquier movimiento hacia el establecimiento de “diaconisas” esta ya condenado por las consistentes enseñanzas de los Papas, manifestado por lo dicho por el papa Benedicto XV, quien nos advirtió: “Queremos tener las leyes de los antiguos con gran reverencia, no dejen que nada nuevo sea introducido, sino solo aquello que ya haya sido dictado. Esto tiene que mantenerse inviolable en materia de fe.” 17
Introducir un nuevo oficio de diaconisas en la Iglesia post-conciliar en nada se parecerá a la historia y no contendrá algo que haya sido ya dictado. La práctica solo existió esporádicamente en varias localidades de la Iglesia oriental, fue severamente restringida en su actividad y desapareció durante el siglo XI.
Si las diaconisas son aprobadas, nos enfrentaremos a una embarazosa imitación de una práctica protestante contemporánea: ministras con caricaturescas ropas, pretendiendo ser hombres, usurpando actividades que pertenecen solo al sacerdote. Más allá, el oficio de las diaconisas acostumbrará a los católicos a ver mujeres en roles de líderes eclesiásticos y allanaran el camino para más “discusiones” sobre sacerdotisas”
La introducción de la destructiva novedad de las diaconisas solo puede llevarnos a más degradación de la Iglesia y el sacerdocio. Debe ser firmemente resistida.
John Vennari
Traducido por E. N. Artículo original

Fuente: adelantelafe.com
Deaconesses, An Historical Study, Aimé Georges Martimort, [San Francisco: Ignatius Press, 1986], p. 241. The book is an exhaustive historic and scholarly treatment, probably the best on the topic.
2 For a comprehensive explanation, see in Part II of Father Martimort’s book we’ve been quoting “Deaconesses in the Latin Church.” Here he explains there was no such thing up until the 5th century, and anything remotely regarded as some sort of deaconess was strictly limited to that of a particular office inside – and only inside – a convent of nuns, and even here only between the 6th and 12th centuries.
3 P. 182.
4 Ibid, p. 247.
5 Ibid, p. 226. A fuller discussion of “Phoebe” appears in Father Martimort’s book, pages 18-20.
6 Both quotes (Nimes and Orange), Ibid, p. 193.
7 Ibid., p. 196.
8 Ibid., p. 242.
9 Ibid., p. 192.
10 See Ibid., pp. 131-132.
11 Ibid., p. 242.
12 Ibid., p. 143.
13 Ibid., p. 128.
14 Ibid., p. 242.
15 “Pope’s deaconess commission includes women’s priesthood supporter,”Lifesitenews, Aug. 2, 2016.
16 Deaconesses, Martmort, p. 250.
17 Ad Beatissimi Apostolorum Principis, Pope Benedict XV, Nov. 1, 1914.

La tradición no es magia, el poder del Papa es muy limitado

 
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis, si lo retenéis en los términos que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano.  Porque os transmití ante todo lo que yo mismo recibí. (I Cor. 15:1-2)
Recibir y transmitir. Esa es la esencia de lo que la Iglesia católica entiende por ‘Tradición’ con una t mayúscula. No somos un pueblo del Libro, como el Islam, cuya fe está basada por completo en el Corán. Y están los cristianos protestantes que también son gente del Libro, pero su libro es la Biblia. Y para ellos toda la fe está contenida en la Biblia y el propósito de estudio es leer constantemente, examinar y analizar el texto de la Biblia. Que este fundamento es inestable debería ser obvio: ya que los idiomas originales de la Biblia son el hebreo y el griego, y por lo tanto cada traducción está sujeta a ese dictamen fundamental de que la traducción siempre implica en cierto sentido una traición, ya que cada traducción lleva las marcas y los prejuicios de las personas particulares y de una cultura particular. No hay una total objetividad en la traducción y en una fe como el cristianismo que insiste en que la verdad última se encuentra en la persona de Jesucristo, cuyas palabras se registran en los evangelios, este problema es agudo. Pero nosotros, los católicos siempre hemos creído desde el principio que lo que ha sido transmitido, la ‘Tradición’, no es simplemente lo que se registra fielmente en la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, sino que también incluye la tradición oral transmitida de Jesús a los Apóstoles y a la Iglesia.
Pero es algo más profundo que esto. Para el católico, la ‘Tradición’ es una entidad viviente. Crece y se desarrolla bajo el poder y la protección del Espíritu Santo. Si esto no fuera cierto, entonces la Iglesia nunca se podría enfrentar de una manera real y fiel a los nuevos retos de todas las edades. Y es al magisterio de la Iglesia, al Papa y los obispos, a quienes se ha confiado la transmisión de la ‘Tradición’. Pero esto no es magia. No es el caso de que los obispos y el Papa puedan ser inspirados personalmente, aparte de la ‘Tradición’ auténtica y declarar cosas que dicen ser ciertas que estén, evidentemente, en contradicción con lo que ha sido transmitido orgánicamente durante dos mil años. De acuerdo con la definición limitada de la infalibilidad papal definida por el Concilio Vaticano I, el Papa puede definir sólo lo que se ha creído y se cree por la Iglesia. Nunca puede definir nada como verdadero y que deba ser creído,  que no tenga su raíz y fundamento en la ‘Tradición de la Iglesia’ que siempre le precede.
El desarrollo de la doctrina siempre tiene lugar en un determinado momento y lugar, una cultura particular. La doctrina de la plena humanidad y divinidad de Cristo y la doctrina de la Santa Trinidad, se debatieron y desarrollaron en un momento determinado de la historia. Y estas verdades se definieron en un momento y lugar determinados, y sin embargo, trascendieron ese tiempo y lugar en particular, debido a que el desarrollo de la verdad no está en última instancia en el poder del hombre, -aunque el ejercicio del intelecto del hombre, aún empañado por el pecado, puede trabajar hacia la verdad-.
Ahora vivimos en un tiempo y lugar en que los que se llaman católicos apoyan abiertamente a los que declaman posiciones morales que son la antítesis de las enseñanzas de la Iglesia católica. No podemos hablar con los de Europa que han volteado deliberadamente la espalda a la esencia misma de su cultura, que es la esencia del cristianismo. Sólo podemos hablar con nuestra propia situación en este país. Que ambas situaciones están relacionadas no hay duda. Pero sólo podemos hablar de la situación peculiar que es la cultura americana. Desde el principio hubo aquellos obispos en este país que vieron que ser católico en este país es una cosa diferente que ser católico en Europa. Y tenían razón, porque los americanos no cargaban el equipaje de una larga historia en la que la Iglesia católica desempeñó un papel central y un papel a menudo ambiguo. Pero estos obispos confunden a menudo lo que los americanos entendían como libertad y liberalismo con lo que la Iglesia entiende como libertad – que se define por la Cruz de Jesucristo. Ellos estaban felices de que el gobierno americano tolerara el catolicismo y que, a pesar de algunos brotes reales de anti-catolicismo en este país, los americanos  son un pueblo tolerante – siempre y cuando mantengan su religión para sí mismos y no traten de declarar verdades morales como absolutas.
Yo era el subdiácono el pasado sábado en la misa solemne en la iglesia santuario de nuestra Señora del Monte Carmelo en Harlem. Esa parroquia era el hogar de los inmigrantes italianos que llegaron a este país a principios del siglo XX para escapar de la pobreza del sur de Italia. El arzobispo de Nueva York en ese momento estaba furioso de que estas personas en este día de fiesta que significaba tanto para los que trajeron su religión a las calles y llevaron a la imagen de la Virgen del Carmen en procesión y tenían una granfesta diseñada para recordarles lo que dejaron en Italia. Estaba furioso, porque había hecho las paces con el individualismo radical del americanismo que relega la fe cristiana a las puertas cerradas de la iglesia y el hogar.
Pero ya ven, ese punto de vista ha triunfado en este país en muchos sentidos, donde el catolicismo ha sido domesticado, de ser un oloroso león amenazante, a ser más un oso de peluche de denominaciones. ¿Cómo más explicar a Tim Kaine, el ex gobernador de Virginia, ahora senador y candidato a la vicepresidencia con Hillary Clinton, que es la candidata demócrata para Presidente? Kaine es un católico practicante que dice que personalmente se opone al aborto, pero apoya el derecho al aborto, que es la ley de la tierra. Hillary es el producto del protestantismo liberal, que, desde el punto de vista del cristianismo tradicional, está casi muerto. Kaine no ve ninguna contradicción moral en lo que está haciendo. Y puede hacerlo porque ha comprado la visión americana de la religión como puramente individualista y, al hacerlo, ha negado la base misma de la fe cristiana que es el hombre, Jesucristo, que también es Dios de Dios. Y tiene el apoyo de muchos de esos iconos de Cristo, que son los obispos de la Iglesia. Muchos de estos hombres no sólo han comprado los peores aspectos del americanismo, sino que se han convertido en los fariseos de nuestro tiempo.
Ellos usan sus sombreros puntiagudos y lleva sus báculos y son los sucesores de los Apóstoles, pero lo que predican no se acerca a la afirmación radical de Jesucristo, de ser el único camino, la verdad y la vida. En nombre de la misericordia y la inclusión niegan la necesidad de arrepentimiento y volverse al Señor, y en su lugar dicen cosas como: yo nunca usaría la Eucaristía como un arma contra la conciencia de alguien. ¿Pero qué significa eso? Acaso alguna vez temen que cuando mueran el Señor les preguntará: ¿por qué permitieron que muchas personas reciban mi cuerpo y sangre indignamente en el nombre de mi misericordia y amor?
Las palabras de san Pablo: Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis, si lo retenéis en los términos que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano.  Porque os transmití ante todo lo que yo mismo recibí.
Debemos amar a nuestros obispos, debemos orar por ellos. Su tarea es tan difícil en esta época actual. 
Padre Richard G. Cipola
Fuente: RORATE CÆLI