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¿Los Milagros son posibles?



Uno de los puntos más importantes del Cristianismo es el tema de los Milagros. Como Cristianos, creemos – como mínimo – en dos: que Jesús nació de una virgen y que Jesús resucitó de los muertos.
Pero, ¿es razonable creer que los milagros pueden suceder? ¿Cuál es el verdadero propósito de los milagros?

¿Qué es un milagro?

Antes de ir al detalle de cómo es que un milagro funciona, vale la pena definir qué exactamente es un milagro.
La Real Academia Española define “milagro” como:

1. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino.
2. Suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa.

Tener ambas definiciones nos da una mejor perspectiva sobre qué es un milagro, ya que no todos los milagros son científicos. Aunque la más grande objeción a los milagros viene de la ciencia, un milagro puede ser una cadena de eventos cotidianos por sí solos, pero improbables en conjunto, que dan un resultado específico – como sugiere la segunda definición.

Ciencia vs Milagros

Es importante notar que un milagro NO es una violación ni un rompimiento de una ley natural, como muchas personas piensan que es. Es sencillamente, algo que no se puede explicar mediante leyes naturales y que se atribuye a una intervención divina.
La palabra “intervención” es clave.

¿Por qué? Porque no es que Dios suspende o rompe leyes físicas para obrar un milagro, sino que interviene.

Si sostienes en tu mano una manzana por encima de tu cabeza y la sueltas, ¿qué pasará? Las leyes de gravedad dicen que la manzana caerá a razón de 9.8m/s2. Como consecuencia de dicha ley, la manzana caerá en el suelo.

Ahora, imagina que, después de soltar la manzana, un amigo la agarra en el aire. ¿Se ha roto la ley de gravedad? De ninguna manera. Lo que ha sucedido es una intervención. No se ha roto la ley de gravedad – la manzana cayó según la ley. Lo que sucedió fue que cambió la consecuencia de que la manzana llegase hasta el suelo.

De la misma forma Dios puede intervenir en nuestro mundo: no rompiendo las leyes que estableció en la naturaleza, de modo que surge otra posibilidad a la consecuencia esperada. Es por esto que los milagros no pueden ser explicados por medio de las leyes naturales – porque los hechos no necesariamente llegan al fin predispuesto por ellas.


¿Dónde está el problema entre los milagros y la ciencia?

Como ya se ha defendido y concluido en otro artículo, no hay ninguna guerra entre Dios y la Ciencia. El problema no está en que Dios y la ciencia son “incompatibles,” el problema está en las cosmovisiones de quiénes se enfrentan a los datos de fenómenos naturales: el teísmo versus el naturalismo.

La ciencia adopta el Naturalismo – la filosofía de que la naturaleza es el primer principio de la realidad. Esta cosmovisión establece que el Universo es todo lo que existe y no hay nada fuera de él.
¿Cómo afecta esto? Esta cosmovisión tiene grandes consecuencias sobre las explicaciones que ofrece. Automáticamente, toda explicación de cualquier fenómeno que suceda, necesariamente debe estar dentro del mundo físico (o del Universo). No existe nada sobrenatural, porque lo único que existe es lo natural. El problema es que el naturalismo asume que nuestro Universo es un sistema cerrado (por eso es que no acepta nada que esté fuera de él).

Richard Lewontin, profesor de genética de Harvard, es muy honesto al admitir que los científicos son guiados por la filosofía del naturalismo y no la búsqueda de la verdad, haciéndolos incapaces de considerar un Agente Inteligente aunque sea la mejor explicación a los datos. En el “New York Review of Books,” Lewontin hizo la siguiente admisión:

“Nuestra disposición de aceptar afirmaciones científicas que son en contra del sentido común es clave para entender dónde está el verdadero problema entre la ciencia y lo sobrenatural. Tomamos el lado de la ciencia, a pesar de la evidente absurdidad de algunas de sus construcciones y toleramos las historias mediocres, sin fundamentos, de la comunidad científica porque tenemos un compromiso previo: un compromismo con el naturalismo.

No es que los métodos y las instituciones científicas nos compelen a aceptar una explicación naturalista, sino – al contrario – es que somos obligados a crear aparatos de investigación y conceptos que sólo produzcan explicaciones naturalistas, sin importar cuan contrario a nuestra intuición sea. Además, tenemos que creer que el naturalismo es absoluto, y no podemos permitir que se asome un pie Divino por la puerta.

Apelar a una deidad omnipotente es permitir que, en cualquier momento, las regularidades de la naturaleza serán quebradas; que los milagros pueden ocurrir.”
En pocas palabras: cuando la ciencia asume el naturalismo, ya no tiene la libertad de perseguir la verdad a dónde sea que lleve – porque si la verdad lleva a una explicación que no es naturalista, entonces el naturalismo la rechaza arbitrariamente.

El Problema de Naturalismo

Imagina que colocas $1000 en la gaveta del escritorio de tu cuarto. Al día siguiente, cuando miras dentro de la gaveta, hay $5000. El naturalismo intentaría explicar los $4000 adicionales utilizando sólo los elementos del cuarto – porque asume que no existe algo fuera del cuarto.
Decir que no hay nada que exista fuera del cuarto es asumir un sistema cerrado, de modo que nada/nadie puede “entrar” en el cuarto. Por lo tanto, al intentar de explicar los $4000 adicionales TIENE que utilizar cosas dentro del cuarto. El naturalismo puede decir que los $1000 evolucionaron hasta llegar a $5000. O que la tinta y los papeles del escritorio se cayeron en la gaveta y se mezclaron de alguna forma. Lo que el Naturalismo NO puede decir es que entró tu abuelita mientras dormías y te colocó $4000 en la gaveta del escritorio, porque “la abuela” está fuera del cuarto y el cuarto es lo único que existe. En el naturalismo, “la abuela” NO PUEDE existir. Es algo que asume automática y arbitrariamente.

Sin embargo, no hay evidencia de que nuestro Universo sea un sistema cerrado.
Timothy Keller, en su libro “The Reason For God,” escribió:

“Es una cosa decir que la ciencia sólo está equipada para probar causas naturales y no puede decir algo sobre otras causas. Es otra cosa totalmente diferente insistir que la ciencia prueba que ninguna otra causa existe […] No hay ningún experimento científico que pueda probar la afirmación: ‘Las explicaciones sobrenaturlaes son imposibles para fenómenos naturales.’
Esto es una presuposición filosófica y no un descubrimiento científico.”


¿Son los milagros posibles?

Al tener buenas razones y argumentos que afirman la existencia de Dios, no se puede descartar que cosas sobrenaturales y eventos improbables sucedan. En pocas palabras, la posibilidad de milagros existe, porque Dios existe.
A diferencia del Naturalismo, el teísmo conoce que el Universo en un sistema abierto. Esto permite la posibilidad de que algo fuera de la naturaleza (i.e. sobrenatural) pueda entrar en ella.
El teísmo entiende que una buena razón por la cual ahora hay $5000 en vez de $1000 es porque alguien entró al cuarto y los puso allí.

Las objeciones en contra de los milagros vienen porque muchas veces las consecuencias son ajenas a la experiencia humana cotidiana: extremidades amputadas no suelen volver a crecer y no es común que alguien camine sobre las aguas.

Sin embargo, si Dios tiene conocimiento perfecto sobre las leyes físicas (y metafísicas) que Él creó y sabe exactamente cómo interactúan con el Universo que Él hizo, entonces no es difícil ni ilógico pensar que Él puede utilizar ese conocimiento para Su propósito.

En otras palabras, Él tiene las llaves del cuarto y puede entrar cuando guste.

¿Cuál es el propósito de los milagros?

Los milagros que hace Dios – y, en específico, Jesús – no eran para impresionar ni obligar a las personas a creer en Él. Jesús nunca dice: “¿Ves ese árbol allí? ¡Mira como lo hago explotar!”

Cuando Jesús resucitó y se le presentó a los discípulos, algunos dudaron y otros adoraron (Mateo 28:16-17). Según Keller, el propósito de los milagros se hace claro:

“[Los milagros] no sólo llevan a una creencia cognositiva, sino a la adoración, al asombro y la maravilla.” [énfasis por del autor original]

Muchas veces, si vemos personas enfermas que se sanan o que alguien resucita, las personas lo ven como una suspensión del orden natural. Sin embargo, existe la posibilidad de que sea Dios quién esté intentando restaurar el orden natural.

¿Por qué?

Porque cuando Dios creó el mundo, no se supone que hubiesen cosas como enfermedades y muerte. Dios quiere restaurar el mundo y creemos que sucederá en Su segunda venida.
Por lo tanto, como dice Keller:

“Los milagros no son sólo un reto a nuestro intelecto, sino una promesa a nuestro corazón que el mundo que anhelamos está pronto a venir.”


Corrupción y Honestidad


El problema con el combate a la corrupción es que no se trata de remediar una deficiencia material (no es falta de dinero ni de otros medios), sino de luchar contra un defecto de conducta, un defecto moral, de muchas personas que están dispuestas a dejar de cumplir con un deber, o a transgredirlo, a cambio de recibir algún beneficio económico, político o social. 

La lucha contra la corrupción se suele plantear simplemente como la puesta en práctica de un conjunto de medidas económicas, administrativas y judiciales. Por ejemplo, establecer controles administrativos o nuevas instancias reguladoras, aumentar los sueldos de los inspectores, definir procedimientos más eficaces para imponer sanciones, dar transparencia a los procedimientos y actos de las entidades y funcionarios públicos, aprobar nuevas leyes penales que tipifiquen como delitos los actos de corrupción, agilizar los procesos administrativos y penales para castigar efectivamente a los responsables. Todas estas medidas pueden ser más o menos útiles y eficaces para reducir los efectos de la corrupción, pero no atacan el fondo del problema. La corrupción esté hecha de actos de personas concretas que prefieren una ventaja económica, política o social al cumplimiento de un deber, por ejemplo quien da una cantidad de dinero para que lo eximan de cumplir con un requisito legal, o quien recibe ese dinero para no cumplir con lo que dice la ley, o quien da una cantidad de dinero para obtener un contrato, o quien la recibe para dar el contrato a alguien menos competente, etcétera, etcétera. 

El problema de fondo que plantean estos comportamientos es ¿qué es lo que hace que una persona prefiera el beneficio ilícito al cumplimiento de su deber? Evidentemente la ventaja económica o política es algo atractivo, y para renunciar a ella es necesario tener un bien mayor por el cual optar. Si el cumplimiento del deber no se fundamenta en una razón superior y sólo se afirma que lo debido debe cumplirse porque el incumplimiento está sancionado con una pena, el único motivo para cumplir con el deber es el temor al castigo. Desgraciadamente esa es la educación positivista que se imparte en muchas escuelas y universidades públicas y privadas. Y es un motivo frágil, porque cuando los actos de corrupción son tan numerosos y cometidos por gran cantidad de personas, la posibilidad de castigar a los culpables se va haciendo más reducida, va campeando la impunidad, y el temor al castigo se desvanece. Para combatir la corrupción en sus causas es necesario, aparte de las medidas administrativas, económicas y judiciales, formar personas honestas, y esto es algo difícil. 


La honestidad es la disposición permanente de preferir el bien personal (bien moral, bien racional o bien espiritual, es lo mismo) al interés económico, político o social. ¿Qué motivos tiene una persona para ser honesta? Se pueden reducir a tres: amor propio, amor al prójimo y amor a Dios. La persona honesta sabe que su desarrollo y crecimiento como persona, esto es su bien o perfección, está en el cumplimiento de sus deberes, que no son más que actos de servicio al prójimo o a la comunidad. Está dispuesta a cumplir sus deberes por amor al prójimo, por solidaridad con la comunidad (lo cual es una forma de amor al prójimo), no por el temor al castigo. Y sabe que cumplir la justicia en las relaciones humanas es cosa que agrada a Dios. Por eso se dice que el premio de la honestidad es la paz de la conciencia, la amistad de los hombres buenos y el amor de Dios. ¿Son suficientes esos bienes inmateriales para contrarrestar la atracción de ventajas económicas o políticas inmediatas y concretas? Lo son, cuando una persona tiene convicciones, esto es cuando asume criterios de juicio como verdades firmes (no ideales o ilusiones que él se ha inventado), a las cuales obedece y conforme a las cuales gobierna su propia vida. Cuando además, la persona tiene el hábito firme o virtud de obrar de esa manera en su vida cotidiana. Y cuando existe un ambiente social y cultural que refuerza la prevalencia de la verdad sobre el interés, del espíritu sobre la materia, del deber sobre el placer. Luchar contra la corrupción sin esforzarse en la tarea ardua de formar personas honestas es querer curar una enfermedad grave con medicamentos que combaten los síntomas pero dejan seguir el curso de la enfermedad. 

Para formar personas honestas se requiere, además de políticas públicas adecuadas, la participación de las familias, de las escuelas, de las iglesias (especialmente de ellas), y de los medios de comunicación. Se requiere que la sociedad tenga principios éticos comunes, que los asuma y defienda colectiva y libremente, como algo propio. ¿Es esto posible en una sociedad democrática, que tiene como regla solo el consenso de las mayorías? Parece difícil, pero no imposible, si logra tener un consenso mínimo ético fundado en el sentido común, en las disposiciones naturales del ser humano y en su sentido innato acerca de lo que es bueno. De no ser así, solo tendremos más leyes, nuevos organismos fiscalizadores, corrupción más sofisticada, y más lamentos porque la corrupción parece invadirlo todo.

Jorge Adame Goddard

De la moral a la introspección: una nota de campanas



En el mundo occidental, el sonido de las campanas es evocador. En efecto, lo observaba bien Chateaubriand a principios del siglo XIX, para quien resultaba maravilloso que “un solo golpe de martillo”, pudiera hacer surgir sentimientos comunes en personas por demás diversas, hasta el punto de forzar “a los vientos y a las nubes a cargarse de los pensamientos de los hombres”. Esos pensamientos, lo veía positivamente el autor del Genio del Cristianismo, tenían que ver con la religión y la moral cristianas. Un toque de agonías podía “sorprender el oído de una esposa adúltera”, un repique detener la mano de un ateo o incluso la de un asesino, “Extraña religión”, exclamaba nuestro autor, que por el golpe de un “bronce mágico” podía “cambiar en tormentos los placeres”.
Mas desde luego, las campanas evocaban ya entonces la época de la Catolicidad al menos e incluso la Cristiandad medieval, a través de la religión del campo. Chateaubriand aludía también a los “pequeños repiques de los pueblos”. Las campanas eran entonces marcadores incansables de un tiempo cíclico, manifestadoras de la alegría local, protectoras contra los más diversos peligros naturales o sobrenaturales incluso, protagonistas a veces de misterios tocándose por sí solas, a veces célebres como fue la campana de Velilla en Aragón podríamos agregar nosotros. El autor romántico dedicaba especial memoria a los toques de emergencia, que “golpeaban al alma de piedad y de terror”.
Ahora bien, con el paso del tiempo la nostalgia de las campanas no dejó de existir, pero pudo bien adquirir un aspecto menos apologético. Por sólo citar un ejemplo, recordemos el poema de Charles Baudelaire, “La cloche fêlée”. Está fuera de nuestros alcances una reflexión de conjunto sobre la religión en Baudelaire, tema ya de análisis erudito de notables autores. Interesado por la religión, pero sin adherir a institución religiosa alguna, podríamos decir simplificando mucho, su poema presenta a las campanas como motivo de evocación, pero sobre todo, como vía para una introspección. Ya la primera estrofa poema nos lo indica: el sonido de las campanas, el carrillón, llama recuerdos lejanos:
“II est amer et doux, pendant les nuits d’hiver,
Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,
D’écouter, près du feu qui palpite et qui fume,
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Les souvenirs lointains lentement s’élever
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Au bruit des carillons qui chantent dans la brume.”
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.

Enseguida, viene una estrofa que es una auténtica alabanza de la fidelidad de la campana a su labor, nostálgica en la medida en que la vejez de la campana pareciera recordatorio de que su “grito religioso” ya no pertenece a la modernidad. Tiene cierto encanto además la imagen del soldado, siendo que en efecto las campanas en su día habían sido pensadas como tales, como parte del combate al mal propio del Cristianismo.

“Bienheureuse la cloche au gosier vigoureux
Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Qui, malgré sa vieillesse, alerte et bien portante,
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Jette fidèlement son cri religieux,
Arroja fielmente su grito religioso,
Ainsi qu’un vieux soldat qui veille sous la tente!”
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!
Las dos estrofas finales revelan al lector que la que está rota no es la campana sino, literalmente, el alma del autor. La campana, lejos ya de la apología religiosa de Chateaubriand, sólo ha servido para abrir el camino de la nostalgia hacia la introspección más profunda e incluso sangrienta por las imágenes utilizadas. No es de extrañar que el poema haya sido retomado más tarde por músicos notables, algunos cercanos al catolicismo, como Louis Vierne, quien, desde su retiro de Thonon en 1919, en una época particularmente dramática para el que fue organista de la Catedral de Notre-Dame de Paris, compuso una melodía particularmente adecuada para resaltar la emoción del poema. Aquí pues, para cerrar correctamente esta breve nota, el cuarto de los “Cinco poemas de Baudelaire, op. 45 para soprano y piano” de 1919.

"Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz debilitada

Parece el rudo estertor de un herido olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos."

Libellés : Charles Baudelaire


Apuntes de Historia del Catolicismo

Cohetes: Tradición en México







Entre los muchos elementos del culto católico que dio motivos para animadas discusiones, y para que corriera abundante tinta en edictos episcopales, memoriales al rey y otros documentos que han llegado hasta nuestros días desde el siglo XVIII, unos que causaban particular estruendo, eran sin duda los cohetes. Utilizados hasta hoy en muchas regiones del mundo hispánico, no sólo en México cabe advertir, como nos ilustra de manera elocuente esta imagen de la procesión de la Virgen de la Paz en Corral de Calatrava, provincia de Ciudad Real, España.
En efecto, hay amplios testimonios a ambos lados del Atlántico del apego de los fieles a su sonido, para realzar sus festividades. Pocos documentos llegan a decirlo con tanta claridad como los Estatutos de la Congregación del rosario de la Virgen del Carmen de la villa de Utrera, en el reino de Sevilla, que databan de 1668 y que prevenían para la fiesta principal, la salida de su rosario “con el mayor lucimiento, pero se añadirá la circunstancia de que se disparen cohetes por la estación que llevare para hacer más notorias las glorias de nuestra soberana reyna” (Archivo Histórico Nacional, Consejos, leg. 2975, exp. 6). Casi un siglo más tarde, las constituciones de la cofradía del Carmen de Guadalajara de Indias eran más sobrias pero no menos significativas al respecto. Para la fiesta de San Simón Stock se prevenía “celebrar con misa cantada, con ministros, música, algunos cohetes…” (Archivo General de Indias, México, leg. 2651). En los albores del siglo XIX y en el corazón mismo de la Nueva España, en enero de 1804, la fiesta organizada por los comerciantes de la plaza del Baratillo ilustraba bien la permanencia de la práctica, acompañada de otros recursos sonoros: “desde las tres de la mañana comenzaron los baratilleros a tocar tambor y pitos, clarines y chirimías, y a quemar pedreritos, cámaras y cohetes”, reportó un vecino de la capital. (AGI, México, leg. 2688).
Sin embargo, en el siglo XVIII, el gusto por los cohetes festivos distaba ya de recibir aprobación unánime. Antes bien fue una práctica particularmente reprendida por los obispos. El de Guadalajara a fines de la centuria, don Juan Cruz Ruiz Cabañas, insistió en su visita pastoral en prohibirlos, catalogándolos como “gastos superfluos”. Los autos de diez parroquias dan cuenta de ello, las de Teocaltiche, San José de Gracia, La Barca, Hostotipaquillo, Magdalena, Ocotlán, Fresnillo, Tabasco, Mecatán y Xacocotán. Mäs al sur, el obispo de Oaxaca, José Gregorio Alonso de Ortigosa, había tratado de hacer otro tanto en sus recorridos por su jurisdicción, sobre todo el que hizo en 1780, y en que señaló también prohibiciones de gastos en cohetes en 11 parroquias.
Los eclesiásticos lamentaban en particular el gasto que implicaba a los fieles este tipo de sonoros festejos, no sólo porque se desviaban unos recursos que debían gastar en funciones más religiosas, sino porque arriesgaban empobrecerlos, y además, lo asociaban de inmediato con el desorden. El obispo Ortigosa escribía en el expediente general de México (1778): “el día de la elección de mayordomos y celebración de festividades ha de haber pólvora, cohetes, chirimías, comilitona y bibitoque a costa de los nombrados para el año siguiente; originándose de aquí innumerables borracheras, y que el miserable indio mayordomo, para no quedar mal, mate hasta la misma yunta con que había de labrar sus heredades” (Archivo General de la Nación, Historia, vol. 312, fs. 15-16v).
Del lado civil, el tono de la crítica era semejante: los magistrados reales subrayaban una cuestión de orden económico. Bruno Díaz Salcedo, quien fuera gobernador intendente de San Luis Potosí, escribía al virrey Conde de Revillagigedo en 1789: “Las repetidas fiestas que se hacen en los pueblos de indios (y aun de españoles), los gastos que se les ofrecen en compras de cera, cohetes, flores y otros adornos de las iglesias, son a mi entender causa eficaz de su pobreza, miseria y destrucción”. (AGN, Historia, vol. 313, fs. 392-398v) Al otro lado del Atlántico, en 1819, la Sala de Justicia del Consejo de Castilla terminó encargando al corregidor de Écija, a propósito de las fiestas de la hermandad de ánimas de la parroquia de San Gil de esa ciudad: “no permita el uso de los cohetes ni otros fuegos artificiales […] los cuales además de estar generalmente prohibidos, acarrean costosos dispendios, sin ningún fruto en orden a los piadosos objetos de tales establecimientos” (AHN, Consejos, leg. 27562, exp. 17).
Sin embargo, ya a principios del siglo XIX podía haber quien fundara la crítica de los cohetes en motivos más diversos. Un personaje que hemos mencionado varias veces en este espacio, que firmaba con los seudónimos de Antonio Gómez o Francisco Sosa, reclamaba en 1804 el cumplimiento estricto de una real orden de 1781 que prohibía los “fuegos de mano”, pero ampliando la argumentación a motivos de seguridad: “ya por las desgraciasque causan, ya porque descomponen los cimientos de las casas, los empedrados de las calles y bóvedas de las iglesias, como también por espantarse las mulas de coches”. Más todavía, fue él quien dejó la descripción que antes hemos citado de los cohetes nocturnos, desde luego para defender, además, el horario de descanso. La prensa del siglo XIX sería además particularmente crítica de los motivos, a veces muy profanos, para lanzar cohetes al aire: “se abre una taberna de nuevo […] se anuncia al público este acto con cohetes, flores y un tambor que quiebra la cabeza a los vecinos…” publicaba en Xalapa el periódico El Oriente en 1824.
Es cierto, repetimos, el uso de cohetes ha persistido en muchas regiones, a veces con abundancia (Lagos es un bello ejemplo). De ahí que no falten quienes se puedan sentir identificados con las quejas de Sosa-Gómez. Empero, es más bien complicado llegar a imaginar, ya no digamos restituir la densidad de esos estruendos, que incluso, según el mismo quejoso, acallaban a la Real Audiencia en sus sesiones. Lo que sí es casi seguro es que ni críticos ilustrados, ni publicistas liberales, hubieran imaginado que algún día se emprenderían campañas contra los cohetes para defender la tranquilidad, ya no sólo de los humanos sino de los animales. La crítica de los estruendos ha pasado pues, de la defensa de lo sagrado, a la protección de los oídos de las mascotas.
Apuntes de Historia del Catolicismo
Publicado por Silvia S.A.

Cristiada: El papel de las mujeres en la guerra cristera


¿Qué es la Cristiada?
Se trata una lucha desigual entre un poder de estado todopoderoso, constituido por la alianza entre el ejército regular, las fuerzas masónicas, el protestantismo norteamericano y la notable ayuda de este gran poder favorable a los perseguidores del catolicismo, por un lado, y un pueblo desarmado, donde los únicos poderes imponderables se limitaban a la audacia y la valentía que producían en ellos el amor profundo y vital que profesaban a la Fe católica, y una confianza inquebrantable en la protección de Dios y de su Patrona amada la Virgen de Guadalupe, por el otro.
¿Cuál fue la causa de este levantamiento?
El julio de 1926 el presidente Plutarco Elías Calles decide aplicar las leyes fuertemente antirreligiosas de la constitución de 1917, votadas por el gobierno revolucionario de la época.
Desde principios de agosto de 1926, las mujeres fueron las primeras en reaccionar y las más decididas a la hora de montar guardia en las Iglesias cerradas al culto por el episcopado el 31 de julio de 1926, en respuesta a las leyes antirreligiosas del gobierno. Los hombres siguieron, pero primero para proteger a sus mujeres.
Es necesario recordar que la resistencia a la persecución religiosa fue primero pacífica a través de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, movimiento sobre todo instalado en las ciudades, por un lado, y por otro, la Unión Popular, movimiento dirigido por Anacleto González Flores, “llamado el Maestro”; hombre profundamente católico, con una inteligencia maravillosa, beatificado como mártir por el Papa Juan Pablo II en el año 2005. De esta, Anacleto preconizó el boicot de todos los servicios públicos y de todos los alimentos provenientes del Estado o de personas manifiestamente masónicas. Este boicot fue bien acogido y cumplido y las mujeres participaron activamente. Las represalias no se hicieron esperar. Y a partir del mes de agosto de 1926, el recurso de las armas fue considerado.
Después de eso, las persecuciones cada vez más violentas del gobierno, acarrearon la consolidación de la Unión Popular y bajo su impulso, la formación de las “Brigadas Femeninas Santa Juana de Arco”.
Historia de las Brigadas “Santa Juana de Arco"
La organización militante de las mujeres, que se convertirá en militar desde los primeros levantamientos, data de 1925. Fue la obra de Luis Flores González y María Goyas, fundadores de la “Unión Católica de Empleados de Guadalajara”. Al principio, se trataba sobre todo de asociar a jóvenes trabajadoras de las ciudades en la organización de campañas públicas y manifestaciones callejeras. La orquestación del boicot económico preparó a las mejores de ellas para la clandestinidad. Al año siguiente, cuando la guerra explote en las zonas rurales, ya estarán listas a todo lo que se les pida.
La Brigadas fueron creadas en Zapopán, en el estado de Jalisco el 21 de junio de 1927 (la Iglesia acababa de canonizar a Santa Juana de Arco). Ese día, 17 jovencitas fundaron la primera Brigada. En unos pocos días, serían 135. Rápidamente el movimiento se esparcirá por todo el país, hasta alcanzar el número de 25.000 mujeres. En México, feudo revolucionario, la organización comenzó a funcionar en febrero de 1928. Esta se mantendrá hasta el último momento de lucha sin fallar, hasta “los arreglos” de 1929, que obligaron a todos los combatientes a deponer las armas.
¿Quiénes son estas mujeres?
Las “Brigadas Bonitas”, o B. B. como las llamaban los jóvenes Cristeros se componían de chicas entre 15 y 25 años, la mayor parte de ellas célibes, aunque también algunas viudas. También había grupos de mujeres auxiliares de mayor edad o casadas con hijos. Eran reclutadas de todas las clases sociales, en general en los barrios populares y en las zonas rurales.
¿Cómo estaban organizadas las Brigadas?
Las Brigadas eran una sociedad exclusivamente femenina, cívica, libre, autónoma y secreta. Su estructura era militar, jerárquica, porque eran consideradas como un cuerpo más de combate, en la guerra Cristera. Pero, este movimiento trabajaba en total clandestinidad, imponiendo a sus miembros un juramento de obediencia y secreto. Si la mayor parte de las “brigadas” eran célibes, esto era para evitar en principio, dejar huérfanos, por supuesto, pero también para evitar el máximo de presiones sobre los niños, por medio del chantaje, si ellas eran hechas prisioneras. Las brigadas eran numerosas. Cada una de ellas se componía generalmente de 750 afiliadas, comandadas por una mujer coronel asistida de una teniente coronel, y así en adelante. Cada pequeño grupo de cinco miembros desconocía a los otros grupos. A la cabeza de cada célula, había un hombre que no tenía más que una posición consultativa. La organización incluía cinco comisiones: de guerra, de “liaison”, financias, información y beneficencia. Las principales dirigentes eran oriundas del estado de Jalisco y muy a menudo eran simples campesinas. Las brigadas sanitarias, dirigidas por un médico, completaban el conjunto. Las brigadas no reconocían más que dos jefes: el obispo y su jefe de grupo, de quién el consejo podía ser ignorado.
Su acción
Como ya he dicho, las brigadas trabajaban en la clandestinidad. Después de haber prestado juramento a su entrada, inmediatamente debían hacer otro que decía: “Delante de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, delante de la Santísima Virgen de Guadalupe y de cara a mi Patria, yo X, juro que aunque me martirizaran o me mataran, aunque me halagaran y prometieran todos los reinos del mundo, guardaré por el tiempo necesario secreto absoluto sobre la existencia y las actividades, los nombres y las personas, domicilios y signos (…) que tienen que ver con sus miembros. Con la gracia de Dios, antes morir que convertirme en una delatora”.
Así, a pesar de los numerosos controles Federales, estas admirables mujeres han servido a la causa Cristera hasta el último día. Su misión era extremadamente peligrosa porque ellas actuaban a solas, sin ninguna cobertura, en el más grande secreto, no solamente en las zonas ocupadas, sino también directamente entre el enemigo tanto para descubrir sus planes como para identificar traidores infiltrados entre los Cristeros. Es necesario considerar este aspecto de la  doble vida que llevaban, de mujeres, hijas, hermanas, madres, esposas por un lado, y por el otro, militantes, efectuando sus misiones, de día o de noche, en absoluto secreto, en el mayor peligro, solas y jamás protegidas.
Entre sus funciones, ellas debían:
Estructurar un sistema de financiamiento recolectando dinero entre los católicos;
Comprar armas y municiones y aprovisionar las tropas Cristeras.
Esta tarea era muy peligrosa pues debían luchar con el embargo decretado por EE UU que prohibía la venta de armas y municiones a los Cristeros.  Estos venían de un mundo rural que no podía fabricarlas, y su supervivencia dependía de las “Bi Bi”, como las llamaban, es decir, “Brigada invisible, Brigada invencible”, pues su eficacia en este ámbito fue prodigioso.  En efecto, gracia a ellas y los obreros católicos de las fábricas de armas del Estado, pudieron establecer un sistema de aprovisionamiento de cartuchos. Las jóvenes venían de las provincias a recuperar municiones en la capital: las compraban en el mercado negro o las robaban de las fábricas del ejército ) algunas las fabricaban en sus talleres clandestinos) y las llevaban a sus lugares de combate, camufladas en chalecos especiales de doble pliegue. Cada una de las jovencitas podía llevar entre 500 y 700 cartuchos que pesaban entre 15 y 25 kilos. Una vez aprovisionadas, debían circular en tren y evitar todos los numerosos controles de los federales hasta para llegar a las montañas.
Infiltrarse entre los enemigos y pasar información a los Cristeros.
Ellas son las que aseguraron los lugares de desplazamiento de los combatientes, buscándole refugio en las ciudades. Organizaban bailes en las pueblos ocupadas por el enemigo para ganarse la confianza de los oficiales de Calles y obtener información. Por esto una joven nunca trabajaba mucho tiempo en el mismo entorno, cambiando de identidad y domicilio muy seguido.
Ayudar a las familias de los combatientes.
Además de los objetivos puramente militares, las Brigadas “Santa Juana de Arco” jugaron  un gran papel social y caritativo. En las regiones dominadas por los Cristeros, fueron ellas quienes cultivaban los campos abandonados por los combatientes o se ocupaban de sus niños y sus casas, además de ir en busca de municiones. Las mujeres casadas se refugiaban con sus hijos en las montañas, donde estaban sus maridos, hermanos e hijos constituyendo un soporte vital para las tropas, organizadas en servicios de intendencia, sanitarios y enfermería.
En fin, lo más importante es que ellas se organizaron para mantener, durante todo este período sin culto, la enseñanza de la Religión Católica, la adoración nocturna y otras devociones como el Rosario.
Guillemette Lestang[2]
[1] El presente artículo fue publicado en el blog “Femmes ad hoc” (http://femmesadhoc.wordpress.com/)  por, Gillemette Lestang, a quién agradecemos el permiso para su difusión en español. Fuentes: Centro de estudios Cristeros “Anacleto González Flores”; SÁENZ ALFREDO, La gesta de los Cristeros; HUGUES KERALY, La véritable histoire des Cristeros.
[2] Agradecemos a Marie Muzio sus correcciones a la traducción.

Fundamentalismo, fanatismo y fideísmo:




Tres tendencias preocupantes en la sociedad contemporánea    

Fundamentalismo 

«Es un atributo de nuestra sociedad -dice Manuel Castells1-, y me atrevería a decir de la naturaleza humana, si tal entidad existiera, encontrar consuelo y refugio en la religión. El miedo a la muerte, el dolor de la vida, necesitan a Dios y la fe en Dios, sean cuales fueren sus manifestaciones, sólo para que la gente pueda continuar. En efecto, fuera de nosotros, Dios no tendría dónde vivir»2. Sin embargo, al definir el fundamentalismo, Castells afirma que sabemos que el fundamentalismo «es siempre reactivo, reaccionario»3. 
En efecto, los fundamentalistas son selectivos. Quizás consideren que están adoptando todo el pasado completo, pero en realidad dedican sus energías a aquellos rasgos que mejor refuercen su identidad, conserven unido su movimiento, construyan defensas en torno a sus fronteras y mantengan a distancia a los otros. Los fundamentalistas luchan bajo Dios -en el caso de la religión teísta- o bajo los signos de alguna referencia transcendente4.

 Pues bien, ¿qué es el fundamentalismo? Es una tendencia actual dentro de las tradiciones judía, cristiana y musulmana, que suele estallar en reacciones más o menos violentas contra todo cambio cultural5. En sentido estricto, se trata de una modalidad del protestantismo norteamericano, de una «subespecie del evangelicalismo»6. Así pues, se suele considerar que se trata de un movimiento protestante reciente, que tiene sus raíces en el siglo 19, se constituyó a principios del siglo 20, y en la década de 1920 desató una controversia de fondo en diversas denominaciones americanas. Surgió como reacción contra corrientes sociales y teológicas que los fundamentalistas reúnen en los términos «liberalismo» y «modernismo », y en las cuales ellos ven una amenaza al cristianismo tradicional o la apostasía de él7. Fundamentalismo es un «evangelicalismo reaccionario». 

El término Fundamentalismo proviene de una serie de 12 folletos en los cuales 64 autores británicos, americanos y canadienses consignaron entre 1910 y 1915 los principios de fe del movimiento. La obra se tituló The Fundamentals: A Testimony to the Truth. Galindo describe así el proceso de desarrollo histórico del fundamentalismo, que se ha cumplido en varias etapas, que se pueden reducir a las siguientes: 

1) Conflicto intelectual religioso dentro del evangelicalismo americano, que culmina en la formación de dos corrientes opuestas, fundamentalista y «modernista»: fines del siglo 19 hasta 1918.
2) Lucha por imponerse como movimiento social en las instituciones oficiales, sobre todo en la educación; triunfo de los «modernistas » y eclipse parcial del fundamentalismo: 1918-1930.
3) Reorganización, caracterizada por rompimiento con las iglesias históricas tradicionales y división interna en: (neo)fundamentalistas (radicales), y (neo)evangelicales (moderados): 1930-1957. 
4) Nueva fase de movilización militante, caracterizada por la coordinación de una vasta red de recursos, la entrada en escena de la «iglesia electrónica» y la participación abierta en la actividad política: inicios de la década 1960 hasta hoy8. 

Por su parte, los orígenes teóricos del integrismo o fundamentalismo islámico se remontan a principios del siglo XIX, cuando Francia y Gran Bretaña comienzan a adueñarse de territorios en el Medio Oriente y el norte de África, provocando el desmembramiento del califato asentado en Turquía. La expansión imperialista termina así con doce siglos durante los cuales, para los pueblos del mundo árabe, la vinculación entre política y religión, en la figura del califa primero y después del sultán, era total. Este dato será central para entender el desarrollo posterior del fundamentalismo. 

Con la llegada del agresor extranjero, de inmediato surgen al interior del mundo islámico dos corrientes de resistencia. La primera, que fue el origen de los movimientos nacionalistas árabes (como el nasserismo, o el partido Baath de Saddam Hussein), toma algunas de las banderas de los invasores y las vuelve contra ellos, haciéndose cargo de las premisas de la modernidad y exigiendo para los pueblos oprimidos los mismos derechos a la libertad y al desarrollo que tiene el mundo central. La segunda, por su parte, que es de donde nacerá el fundamentalismo, fustiga duramente al imperialismo planteando una reislamización de las sociedades para evitar caer en la corrupción que a su juicio fue la que los llevó a ser derrotados por los infieles. La lucha, entonces, es vivida aquí no como un problema socio – económico entre potencias imperiales y el mundo periférico, sino como un conflicto de marcos civilizatorios, centrado particularmente en la crítica a la idea de separación entre política y religión.


Fideísmo 

Es un sistema de creencias que sostiene, que la razón es irrelevante a la fe religiosa. El cristianismo rechaza fuertemente el fideísmo. La posición oficial del catolicismo es que, mientras que la existencia de un único Dios puede, de hecho, ser demostrado por la razón, los hombres pueden, sin embargo, inducidos por su naturaleza pecaminosa, negar los clamores de la razón que demuestran la existencia de Dios. En su Mensaje para la Cuaresma 2013, Benedicto XVI afirmó lo siguiente: «Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista». Pues bien, a nivel teológico se define el fideísmo como la tendencia a restringir el poder de la razón en el conocimiento de las verdades de orden moral y religioso, y en particular en el establecimiento de la credibilidad de la fe. Tuvo su máximo desarrollo en Francia durante el siglo XIX con Gerbert y Bautin. Este último tuvo que firmar el año 1844 una declaración solicitada por Roma donde rechazaba como erróneas estas dos afirmaciones: «la razón sola no puede demostrar la existencia de Dios» y «la razón no puede determinar los motivos de credibilidad de la religión cristiana». 


Fanatismo 

El Diccionario Teológico Enciclopédico señala que, aunque el término fanatismo o fanático vienen ya desde la antigüedad9, el uso se hizo más habitual en la polémica de los filósofos de la Ilustración y se usaba para aludir a la superstición religiosa, considerada como un obstáculo para el progreso de la humanidad. Fanatismo es, por tanto, una tendencia ideológica exacerbada, cuya praxis consiguiente está determinada por un absolutismo llevado hasta la intolerancia. Lo que caracteriza al fanático es un dogmatismo indiscutible, lejos del uso de la razón crítica. Lo que hace peligroso al fanatismo es que puede llegar a fenómenos de exaltación colectiva, a una radicalización ideológica10. 
Para Marciano Vidal, por su parte, el fanatismo es una de las más peligrosas enfermedades que debilitan, traumatizan y llegan a dar muerte a la convivencia social. Por eso lo considera una patología de la conducta humana y se caracteriza por tres rasgos principales: a) creerse en posesión de toda la verdad, al menos en relación con un ámbito de la realidad; b) vivir esa posesión de modo exaltado, cuasi místico, como de enviado; sentir un imperativo irresistible a imponer la verdad a los demás como misión ineludible. 

Como puede verse, el fanatismo se sitúa en la línea de la desmesurada, de la exageración y de la exacerbación. El fanático sigue la estructura de la desproporción. De hecho, Vidal lo considera como el modo desproporcionado de entender y defender una causa, no necesariamente religiosa. Vidal apunta que el término se había restringido para actitudes del mundo religioso, aunque el término se ha secularizado y ahora podemos hablar de fanatismo ideológico, político, cultural, moral, etc., además de religiones fanáticas, sectas fanáticas, actos religiosos fanáticos, etc. Es muy interesante lo que señala Vidal a propósito de los factores concomitantes del fanatismo:

a) la convicción irracional, más que la búsqueda de la verdad. Como lo señala Vidal, el fanático “razona” más con las vísceras que con la inteligencia;
b) la conciencia desmedida de la propia grandeza. Es decir, el fanático se identifica de manera desproporcionada con la causa que defiende;
c) la intolerancia como forma de relación interpersonal e intergrupal.

El fanático actúa como inquisidor y como fiscal y comisario de la verdad. Para superar el fanatismo y la violencia que puede suscitar, siguiendo a Voltaire, Vidal nos propone la implantación del “espíritu filosófico”. Además, nos propone el valor de la racionalidad abierta y dialogante; el valor de la convivencia pluralista, y el valor de la ética civil, que supere los exclusivismos del fanatismo tanto de la religión como de la increencia. A partir de esto, es posible que creyentes y no creyentes colaboren juntos, desarticulando y neutralizando los fanatismos violentos y las violencias fanáticas11. 

Por el P. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmap

IGLESIA Y SECTAS No. 91 :: Abril - Mayo - Junio de 2015

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1. Manuel Castells es un prestigioso sociólogo español, autor de la trilogía La era de la información: economía sociedad y cultura. 
2. Castells, Manuel, La era de la información: economía sociedad y cultura. El poder de la identidad. Vol II, (México DF), Siglo Veintiuno, 2000, 34-35. 
3. Ibíd. 35.
4. Ibídem, 35. 
5. Galindo, Florencio, El protestantismo fundamentalista. Una experiencia ambigua para América Latina, Editorial Verbo Di- vino España 1992, 136. 
6. Marsden, George M. Fundamentalism and American Culture: The Shaping of Twentieth-Century Evangelicalism 1870- 1925. New York: Oxford University Press, 1980, citado en Galindo, Florencio, El protestantismo fundamentalista. Una experiencia ambigua para América Latina, Editorial Verbo Divino España 1992, 136ss. 
7. Arnold, Patrick M.: The Rise of Catholic Fundamentalism, en AMERICA 11. 4. 1987, 297ss; citado en Galindo, Florencio, El protestantismo fundamentalista. Una experiencia ambigua para América Latina, Editorial Verbo Divino España 1992, 136ss. 
8. Cfr. Galindo, Florencio, El protestantismo fundamentalista. Una experiencia ambigua para América Latina, Editorial Ver- bo Divino España 1992, 136ss. 
9. Por ejemplo, fanático proviene de del latín fanum, que significa templo, definiendo así todo lo relacionado con el templo: paecunia fanatica (dinero “fanático”), fanaticus (protector del templo), causa fanatica (asunto o negocio relacionado con el templo), etc. Sin embargo, también empezó a utilizarse el adjetivo fanático para señalar a alguien que actúa domina- do por un entusiasmo exaltado y por un celo intemperante (cfr. Vidal, Marciano, Fanatismo, en Floristán Casiano (Direc- tor), Nuevo Diccionario de Pastoral, San Pablo Madrid 2002, 594. 
10. C. Dotolo, Fanatismo en Pacomio, Luciano y Mancuso, Vito (Directores), Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino España 19993, 381-382. 
11. cfr. Vidal, Marciano, Fanatismo, en Floristán Casiano (Director), Nuevo Diccionario de Pastoral, San Pablo Madrid 2002, 593-603. 





Dos y dos, la oración absurda.



Iván Turgueniev, cuentista ruso, explica en una de sus pequeñas historias que la oración en el ser humano casi siempre se limita a pedir: “ Señor todopoderoso, haz que dos y dos no sean cuatro”. Coincido con él en que orar muchas veces consiste en pedir cosas absurdas y acomodaticias, que poco se nos da el agradecer o alabar, y todo se reduce a pedir, y pedir mal. De esto se derivan muchas malas relaciones con Dios, pues al. No obtener los absurdos deseos, hay un enojo, un berrinche, inmaduro por no obtener lo que creemos merecer. 

La lista de las cosas absurdas o incluso inmorales que se piden son casi infinitas: Que no me despidan a pesar de ser flojo; que no descubran mi adulterio; que se olvide de mi deuda el acreedor; que se pierda el expediente en el banco... Y así, cuando Dios parece no escuchar estas súplicas, se vuelve atractivo el anuncio del brujo que dice tener el poder para lograr lo que las personas quieren, pero éstas terminan siendo estafadas, consecuencia lógica de ponerse en manos de gente sin escrúpulos. Y es que con el mal, también dos y dos son cuatro. 

Alberto Quiroga
Semanario Desde la fe.

Publicado por Silvia S.A. 

IGLESIA PERSEGUIDA.


RELECTURAS HISTÓRICAS Y APRENDIZAJES VITALES PARA NUESTRA REALIDAD

Resumen 
Uno de los criterios más evidentes para evaluar la fidelidad de la Iglesia a la persona de Jesucristo y la continuidad con su misión de anunciar y hacer presente el Reino es, sin duda, la persecución. Pero no toda persecución de la Iglesia es automáticamente cristiana, sino solo aquella que se vive por causa de Jesús y de la justicia. De ahí la necesidad de ver cómo se han vivido estas persecuciones a lo largo de la historia y qué aprendizajes vitales hemos sacado los cristianos de ellas. PALABRAS CLAVE: historia de la Iglesia, persecuciones, martirio, minoría.

Las persecuciones forman parte del ADN de la Iglesia desde sus orígenes hasta hoy. Si bien tuvieron su momento álgido, y hasta cierto punto emblemático, en los primeros siglos del cristianismo (especialmente en el s. III), es difícil encontrar un período de la historia en que las persecuciones, en diversas formas y grados, no estén presentes. Desentrañar su sentido más profundo (relecturas históricas) y descubrir qué pueden enseñarnos de cara a enfrentarnos con nuestra realidad (aprendizajes vitales) es una tarea tremendamente útil y provechosa. 

Relecturas históricas 

Los seres humanos intentamos comprender y dar sentido a aquellos acontecimientos que marcan profundamente nuestras vidas, especialmente si estos han sido negativos o inexplicables, como el dolor, la violencia o la injusticia. A un primer momento de sorpresa e incredulidad, hasta de «parón», le suele suceder otro de intentar explicar por qué se han producido esos acontecimientos y qué papel desempeñan en nuestras trayectorias vitales. 

Las persecuciones a la Iglesia se encuentran dentro de esta misma dinámica. Inicialmente causaron una profunda sorpresa por lo inesperado de las mismas, como bien relata un autor de finales del s. II: «[Los cristianos] aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se les condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida» (A Diogneto 5). Pero posteriormente, y pasado este momento de incredulidad, se intentó dar una serie de razones para comprender por qué se habían producido las persecuciones y, sobre todo, qué sentido tenían en nuestra historia, tanto personal como comunitaria. Sin pretender ser exhaustivos analizaremos algunas de las explicaciones más frecuentes a lo largo de la historia, y lo haremos en forma de modelos, que habitualmente no se presentan de forma pura, sino en la mayoría de los casos mezclada: modelo judicial, bélico, terapéutico y atlético, cada uno de ellos con sus ventajas y sus inconvenientes (o peligros). 

a) Modelo judicial 

Este modelo está muy cercano a lo que encontramos en el NT y ha sido uno de los más productivos en el plano eclesial. Su trasfondo es muy sencillo: las persecuciones son uno de los momentos privilegiados para mostrar si la fidelidad o adhesión (pistis = fe) de todo cristiano a la persona de Jesús es auténtica o no. Si se confirmaba esta vinculación, una persona se convertía en mártir que, aunque inicialmente tenía el significado de «testigo a favor de alguien en un juicio», con el paso del tiempo pasó a ser la persona que entrega su vida por la fe. Pero si se negaba esta adhesión, o se la ponía por debajo de otras, se volvía apóstata. Cada una de estas posturas tenía sus consecuencias: en el caso del mártir, «aquel que había perdido la vida» la «ganaba con creces»; el apóstata se quedaba con su propia nada. 

Ventajas: la estrechísima vinculación que se establece entre la persona creyente y Jesucristo-Dios permite a las comunidades cristianas enfrentarse a cualquier tipo de persecución con unos recursos, tanto humanos como religiosos, de increíble calado, ofreciendo lo mejor de sí mismas en la dinámica del amor. De hecho, fue un factor misionero de primer orden, no tanto por la persecución en sí misma, sino por la manera de enfrentarse a ellas. Tertuliano, a finales del s. II, lo expresó de una manera que se ha hecho clásica: «Nos hacemos más numerosos cada vez que nos cosecháis: “La sangre de los mártires es semilla de [nuevos] cristianos”» (Apología 50,13). 

Inconvenientes (o peligros): se basa en su sistema bipolar de comprensión de la realidad (mártir-apóstata), que en multitud de ocasiones no se adaptaba a lo que somos y hacemos; el «apóstata» quedaba, además, definitivamente marcado con este estigma, lo que dificultaba enormemente la posibilidad de un cambio de actitud e impedía en gran medida su posible reintegración. 

b) Modelo bélico 

Este modelo considera el cosmos y la sociedad divididos en dos mitades en continua pugna: en una de ellas, representada por la Iglesia, se encontraban el bien, la luz y la verdad; y en la otra (con diferentes advocaciones: las fuerzas del mal, el mundo o el demonio) estaban la mentira, la oscuridad y el mal. Las persecuciones vendrían a ser, por tanto, los intentos de la parte «oscura» para evitar que triunfara la verdad y que el reino de Dios creciera por medio de la expansión de la Iglesia. A mediados del s. II, Justino lo plantea de la siguiente manera: «Nosotros hacemos profesión de no cometer injusticia alguna y no admitir estas impías opiniones y, sin embargo, no examináis nuestros juicios, sino que, movidos de irracional pasión y aguijoneados por perversos demonios, nos castigáis, sin proceso alguno y sin sentir por ello remordimiento» (Primera Apología 5). 

A pesar de la virulencia con que se lleva a cabo este combate, la victoria final del Reino está asegurada por Dios, como podemos descubrir ya de manera anticipada en la resurrección de Jesucristo. En estos casos, lo importante para el creyente es mantenerse firme (hypomonê, que significa tanto «perseverancia» como «paciencia») a pesar de las dificultades, y saber que el final está cerca. 

Ventajas: moviliza y focaliza las energías en una misma dirección, evitando las dispersiones o las huidas; explica de manera convincente los sufrimientos injustos, genera personalidades resistentes a las desgracias y capaces de soportar todo tipo de adversidades; y crea una identidad comunitaria muy fuerte. 

Inconvenientes (o peligros): dualiza la realidad, viendo solo buenos y malos, sin las escalas de grises o colores, tan necesarias para la vida; sectariza las relaciones sociales (el que no está con nosotros está contra nosotros); demoniza muchos espacios, tanto personales como sociales –sexualidad, política, pluralidad–; y, sobre todo, olvida que el Reino es «de Dios» y no se reduce a nuestros pobres esfuerzos por hacerlo presente. Esta explicación de las persecuciones está más cerca del Dios de Juan Bautista que del de Jesucristo, un Dios compasivo y misericordioso. 

c) Modelo terapéutico 

Este modelo es uno de los más extendidos en la historia de la Iglesia y se basa en un esquema muy práctico y sencillo: toda enfermedad necesita, para poder alcanzar la curación, una serie de remedios, muchos de ellos desagradables, dolorosos y no queridos por el enfermo. Este esquema es muy antiguo y coincide en gran medida con el que encontramos en muchos textos bíblicos: al pecado le sucede el castigo, para así poder llegar a la salvación. Según este modelo, las persecuciones vendrían a ser «remedios» saludables para la Iglesia y, aun siendo profundamente negativas, tienen una clara función terapéutica: ayudar a la comunidad cristiana a madurar y crecer, afianzándose en lo único necesario e insustituible: Dios. 

Cipriano, a mediados del s. III, lo expresó de forma sintética: «El Señor quiso probar a su familia, y como una larga paz había corrompido la disciplina que nos fue divinamente enseñada, la celeste censura quiso levantar la fe tumbada y, casi diría, dormida; y mereciendo aún más por nuestros pecados, el Señor clementísimo de tal modo lo templó todo que todo lo sucedido antes ha parecido más un examen que una persecución» (Sobre los apóstatas 5).

Ventajas: evita dos de los más graves peligros presentes en todo conflicto violento, la victimización de las personas o grupos agredidos y la demonización del agresor, dinámicas ambas que impiden cualquier proceso de cambio, conversión o auténtica reconciliación y que suelen aparecer como una de las tentaciones más habituales en estos casos. 

Inconvenientes (o peligros): fácilmente puede caer en una dinámica masoquista con un fundamento teológico («Dios lo quiere así») y, por lo tanto, justificar la injusticia, la violencia y las persecuciones hasta tal punto que nos lleva a una pasividad o resignación ante los sufrimientos que se generan en ellas, considerándolos incluso como algo inevitable y hasta necesario para nuestro crecimiento como Iglesia. 

d) Modelo atlético 

Estrechamente conectado al anterior, pero con algunas variantes, se encontraría el modelo atlético, bien expresado en un adagio latino: «Ad astra per castra» («a las estrellas por los campamentos [militares]»). O, en versión espiritual: a la mística por la ascética. Si queremos llegar a alcanzar nuestra auténtica talla y valía, que es llegar a ser como Cristo, se hace necesario el esfuerzo. El bienestar y la comodidad no traen más que ocio y decadencia. Las persecuciones, por tanto, vienen a ser ese momento de «esfuerzo y lucha» necesario para poder mostrar lo que realmente somos, una prueba que el Señor envía cuando la Iglesia está más acomodada, de cara a invitarla a un seguimiento más coherente. 

El AT y el NT vienen a coincidir en este planteamiento en muchas ocasiones. Veamos solo dos. En un libro compuesto en torno al s. II a.C., Judit llega a decir ante la ocupación de Israel por Holofernes: «Demos gracias al Señor nuestro Dios, que nos pone a prueba, como también puso a prueba a nuestros antepasados [Abrahán e Isaac] [...] A ellos los purificó con fuego para probar su corazón. No ha llegado a tanto con nosotros, no nos ha castigado, pues el Señor pone a prueba a los que se acercan a Él para ponerlos sobre aviso» (Jdt 8,25-27). Y continúa la Primera Carta de Pedro a finales del s. I: «Dichosos si tenéis que padecer por hacer el bien. No temáis las amenazas, no os dejéis amedrentar [...] También Cristo padeció una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios [...] Queridos, no os extrañe esta prueba de fuego que se nos ha venido encima como si de algo insospechado se tratara. Alegraos más bien porque compartís los padecimientos de Cristo» (1 Pe 3,14.18; 4,12-13). 

Ventajas: potencia la aparición de personalidades muy resistentes a las dificultades de todo tipo; dota a las comunidades de un firme sustrato teológico, al identificar su destino con el de Jesucristo; y anima a la Iglesia a proseguir con esta tarea evangelizadora de imitar la vida de Cristo, sin preocuparse por las dificultades que puedan sobrevenir, considerándolas incluso como algo lógico. 

Inconvenientes (o peligros): no se admiten las debilidades y la fragilidad, ni personales ni comunitarias, vistas como manchas o lacras; además, puede crear una mentalidad de tipo voluntarista, donde la dimensión de la gracia o el don queda sensiblemente disminuida; y le suele faltar apertura de miras y horizontes para pensar en el otro y los otros, preocupándose solo de lo intragrupal. 

Aprendizajes vitales 

Las persecuciones que ha sufrido la Iglesia a lo largo de la historia pueden ayudarnos además a comprender y enfrentarnos a algunos de los problemas con que nos encontramos en la actualidad. Aquí proponemos algunos de ellos, los que considero que pueden sernos más útiles.

a) Las persecuciones son consecuencia lógica del seguimiento fiel de Jesucristo 

El anuncio y la práctica del reino de Dios dieron como resultado para Jesús su denuncia, marginación y exclusión, que culminaron con su propia muerte violenta en la cruz. Una de las muestras más evidentes y palpables de que nuestro seguimiento de Jesús es auténtico y no se queda en la superficie son las resistencias que encuentra tanto en nuestro interior como fuera de nosotros. 

Las persecuciones a la Iglesia vienen así a completar de una manera palpable la «pasión de Cristo» en la carne de nuestro mundo, y los mártires se convierten en otros Cristos a los que imitar. Mala señal, por tanto, que la Iglesia no encuentre resistencias y no sea «perseguida» por un mundo donde siguen estando presentes, ¡y de qué manera!, la injusticia, la desigualdad, la guerra y el hambre: o los cristianos no cumplimos con nuestra vocación o nos hemos vuelto insignificantes e insípidos. 

b) Sin embargo no todas las persecuciones que ha sufrido la Iglesia se han producido por su seguimiento de Jesucristo 

Como contrapeso a la afirmación anterior, debemos tener cuidado de no afirmar que todas las persecuciones a la Iglesia se han producido por su seguimiento fiel de Jesucristo. En muchas ocasiones han tenido otras causas, no precisamente evangélicas, como la competencia con otros poderes (políticos, sociales, culturales, religiosos o económicos), o el haberse aferrado a una serie de privilegios o situaciones que le favorecían, o el no haber sabido adaptarse a las circunstancias y los tiempos, manteniendo posturas obsoletas o caducas; y un largo etcétera que sería prolijo enumerar.

Las únicas persecuciones que podemos considerar «evangélicas» son aquellas que se producen por causa de la justicia y de Jesucristo (cf. Mt 5,10-11). Se hace necesario y hasta obligatorio, pues, un serio análisis para discernir entre los factores evangélicos y no evangélicos en toda persecución, tarea no siempre fácil, pues en la mayoría de los casos, como en todo lo humano, se encuentran mezclados. 

c) Algunas claves para discernir las auténticas persecuciones 

La humildad, la no agresividad (en todas sus variantes: desde el no recurrir al insulto hasta la no violencia), el no adoptar posturas victimistas, la no demonización del perseguidor, el no esconder la propia opción creyente pero al mismo tiempo no buscar (ni provocar) la condena, el intentar utilizar los medios legítimos para la propia defensa, la aceptación valiente y realista de los sufrimientos, la capacidad para renunciar a lo que muchos consideran como más valioso (bienes, familia, honor)... son algunas de las claves que nos pueden ayudar a discernir cuáles son las persecuciones «evangélicas» frente a las que no lo son. 

A ellas habría que añadir otras dos que considero las más sorprendentes y llamativas y las que, sin duda, han producido una mayor conmoción en quienes las han contemplado: la generosidad y la alegría a la hora de entregar la propia vida. Si bien la primera característica podemos encontrarla en otros lugares, incluso en espacios no religiosos, la alegría con que los cristianos y cristianas se han enfrentado al martirio sigue siendo una permanente llamada de atención. 

d) Las persecuciones, cuando se han asumido de manera cristiana nos han hecho crecer 

A pesar de los terribles sufrimientos y pérdidas que se producen en las persecuciones, tanto en el ámbito material –iglesias, colegios, tierras, dinero– como, sobre todo, en el personal (los mártires suelen ser las personas con una mayor «calidad» creyente, y su pérdida es insustituible), las persecuciones no han dado como resultado, a medio y largo plazo, la decadencia o deterioro de la Iglesia, como podríamos pensar, sino todo lo contrario: su crecimiento, tanto en número como en calidad. Eso sí, con la condición de que hayan sido asumidos de una manera cristiana, es decir, desde las claves vistas con anterioridad. 

Es más, lo que suele producir un mayor daño a la Iglesia suelen ser los períodos en que la Iglesia se encuentra «a gusto» y se ha adaptado de tal manera a las circunstancias de su tiempo que no tiene nada nuevo que ofrecer ni crítica alguna que recibir. Sobre todo, porque este «bienestar» se relaciona habitualmente no con la fidelidad a su vocación o el cumplimiento con su misión, sino con estar bien situada y valorada por lo más selecto de la sociedad. 

e) Circunstancias que suelen propiciar las persecuciones 

Entre las múltiples circunstancias que favorecen la aparición de las persecuciones, enumero aquellas que considero más importantes, aunque siempre habría que tener presentes las diferentes épocas y contextos para resaltar algunas de ellas o proponer otras nuevas. Y, como siempre, en la mayoría de los casos se encuentran interconectadas. 

La primera circunstancia que ha propiciado las persecuciones se produce cuando la Iglesia es considerada como minoría influyente. Las persecuciones no se producen, habitualmente, ni cuando la Iglesia es tan minoritaria que es socialmente «invisible», ni cuando la Iglesia es la mayoría de la población, sino cuando la Iglesia es una minoría influyente. En estos casos la Iglesia, como casi todos los grupos minoritarios, suele actuar como perfecto chivo expiatorio al que acusar de todos los males que se producen en la sociedad, fácil blanco de la crítica, la burla o los ataques por parte de los poderosos o «entendidos», y grupo que pone en cuestión las identidades colectivas por sus maneras diferentes de ser y de actuar. 

La segunda circunstancia que, a mi juicio, ha propiciado las persecuciones a la Iglesia suelen ser los momentos de cambio, crisis o graves transformaciones sociales, en los que la Iglesia suele sufrir persecuciones tanto por parte de aquellas personas e instituciones que ven en la Iglesia un factor de involución o rémora, como por las que la consideran un obstáculo para sus propias pretensiones hegemónicas, llámese emperador, Estado, raza, ideologías o sistema político o económico. 

La tercera circunstancia es cuando la Iglesia se encuentra enfrentada a otros grupos poderosos. La Iglesia no suele tener problemas cuando se encuentra alejada de los espacios de poder e influencia o cuando se adapta y se integra en estos espacios, sino cuando tiene delante otro grupo que quiere competir y, por lo tanto, ocupar ese lugar. Entre estos «competidores» naturales de la Iglesia se encuentran los regímenes políticos con pretensiones más monopolísticas –desde el Imperio romano hasta los regímenes nazi y soviético en el s. XX–, otros sistemas religiosos diferentes (luchas entre cristianos y musulmanes, guerras de religión en Europa, actuales conflictos interreligiosos...) y las diferentes asociaciones entre religión y etnia, nación o cultura. 

La cuarta y última circunstancia que ha propiciado enormemente la persecución de la Iglesia es cuando la Iglesia ha apostado por la justicia y la defensa de los pobres y desfavorecidos de la historia. En estos casos, los poderes dominantes han considerado a la Iglesia como un peligro y han puesto todos los medios, persecuciones incluidas, para hacer que abandone estas opciones, primero mediante la denuncia y la calumnia, luego mediante las presiones y, finalmente, en muchos casos, mediante el asesinato. 

f) Martirios de alta y baja intensidad 

Cometemos un grave error al reducir las persecuciones y los martirios solo a sus expresiones más llamativas y sangrientas. Es muy conveniente analizar el continuum que va desde la burla o la crítica a la Iglesia, que pasa por las condenas, los ataques públicos, la opresión o la violencia, y que culmina con el asesinato de algunos de sus miembros. 

Por eso sería bueno distinguir entre martirios de alta y baja intensidad, tanto para resaltar de una manera privilegiada el comportamiento ejemplar de los mártires asesinados –que llevó a la Iglesia a implantar algo tan nuevo y radical como el «bautismo de sangre»– como para tener presentes a aquellos cristianos y cristianas que, sin haber sufrido la muerte, han sido marginados, condenados y perseguidos a lo largo de la historia de la Iglesia. Es lo que la Iglesia antigua hizo al diferenciar entre mártires (los que sufrían la muerte) y confesores (aquellos que eran expulsados de sus ciudades, perdían sus bienes y sufrían torturas). En este sentido, la función martirial no es solo «privilegio» o «excepcionalidad» de unos cuantos elegidos, sino la vocación de todos cuantos quieran ser creyentes.

g) La Iglesia, por desgracia, también ha perseguido 

En cuestión de persecuciones debemos tener cuidado, pues la historia nos enseña que la Iglesia no solo ha sido objeto de ellas, sino que, en algunos casos, también ha sido sujeto que las ha producido, bien por su participación activa en ellas o por animar a llevarlas a cabo. Y no solo a los oponentes de fuera, a los de otras religiones o ideas –los casos de Hipatia y Galileo no son únicos–, sino incluso a los de dentro, por considerarlos como herejes y, por lo tanto, personas o grupos a los que hay que perseguir para defender la verdad: Prisciliano, el primer «hereje» cristiano, y la Inquisición son buena muestra de ello. 

Asumir el hecho de que con demasiada frecuencia el perseguido se convierte en perseguidor nos debe llevar, en primer lugar, a pedir perdón por haber cometido este grave pecado y no haber sido un instrumento de paz, sino de violencia; pero también, en segundo lugar, analizar muchos de nuestros comportamientos actuales, tanto con los de «fuera» como con los de «dentro», para ver si no los estamos repitiendo (en formas diversas, eso sí). 

h) Los mártires forman parte de nuestro patrimonio y capital social 

Hay pocas instituciones que puedan contar con un caudal humano y social tan rico como las Iglesias. Dentro de este patrimonio común, los mártires, hombres y mujeres capaces de entregar su vida como testigos de la fe ocupan un lugar destacado. De ahí la necesidad y hasta la obligación de conservar viva su memoria y hacerla presente entre nosotros. 

De hecho, esta ha sido, ya desde los inicios, una de las «obsesiones» eclesiales más llamativas a lo largo de la historia de la Iglesia. Las formas de llevar a cabo este recuerdo y presencia muestran una gran riqueza y variedad: empezando por la conservación de sus restos (reliquias), continuando con la memoria escrita de su martirio –actas de los mártires, que se leían en celebraciones públicas– y los edificios religiosos a ellos consagrados, siguiendo por su conmemoración litúrgica (los primeros santos del santoral fueron, en realidad, mártires) y terminando por su influencia en muchas otras áreas de la Iglesia. No deja de ser sintomático, en este sentido, cómo a la espiritualidad martirial le siguió el monacato, considerado como «martirio incruento». 

Este deber de conservar la memoria de los mártires y hacerlos presentes en nuestras vidas es mucho más obligado hoy, en una sociedad donde los modelos sociales que habitualmente se nos ofrecen son bastante deficitarios. No basta con educar en valores, si estos no están encarnados en personas concretas que los vivan, y para ello nada mejor que el ejemplo de los mártires, que pueden así convertirse en modelos ejemplares para nuestro mundo: personalidades recias, capaces de enfrentarse a las adversidades con gran entereza de ánimo y valentía en sus opciones, pueden tener una tremenda capacidad de atracción para personalidades fragmentarias, en gran medida desestructuradas, como las que se están gestando en la actualidad. Eso sí, siempre y cuando sepamos presentarlo de una manera adecuada. 

Como conclusión quisiera citar, a pesar de su extensión, unas conmovedoras palabras que pronunció Juan Pablo II hace ya trece años: 

«La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe no es característica solo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que también marca todas las épocas de su historia. En el siglo XX, tal vez más que en el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de la fe con sufrimientos a menudo heroicos. ¡Cuántos cristianos, en todos los continentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo derramando también su sangre...! Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes, experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato [...] Su recuerdo [el de los mártires] no debe perderse, más bien debe recuperarse de modo documentado. Los nombres de muchos no son conocidos; los nombres de algunos fueron manchados por sus perseguidores, que añadieron al martirio la ignominia; los nombres de otros fueron ocultados por sus verdugos. Sin embargo, los cristianos conservan el recuerdo de gran parte de ellos [...] Muchos rechazaron someterse al culto de los ídolos del siglo XX y fueron sacrificados por el comunismo, el nazismo, la idolatría del Estado o de la raza. Muchos otros cayeron, en el curso de guerras étnicas o tribales, porque habían rechazado una lógica ajena al Evangelio de Cristo. Algunos murieron porque, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, quisieron permanecer junto a sus fieles a pesar de las amenazas. En todos los continentes y a lo largo del siglo XX hubo quien prefirió dejarse matar antes que renunciar a la propia misión. Religiosos y religiosas vivieron su consagración hasta el derramamiento de su sangre. Hombres y mujeres creyentes murieron ofreciendo su vida por amor de los hermanos, especialmente de los más pobres y débiles. Muchas mujeres perdieron la vida por defender su dignidad y su pureza»*

FERNANDO RIVAS REBAQUE
Profesor de Historia Antigua de la Iglesia y Patrología. Facultad de Teología. Universidad Pontificia Comillas. Madrid. .

*Homilía pronunciada por el papa Juan Pablo II con motivo de la conmemoración ecuménica de los testigos de la fe del siglo XX en el tercer domingo de Pascua (7 de mayo de 2000), que animo a leer íntegramente (no es más que una página) y puede encontrarse en línea: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/ homilies/documents/hf_jp-ii_hom_20000507_test-fede_sp.html (Consulta el 9 de octubre de 2013).

Publicado Por Silvia S.A.