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Jubileo Dominicano: El Santo Rosario como Oración por la Paz

El Santo Rosario como Oración por la Paz
El Rosario se ha propuesto muchas veces como una oración por la paz. Las graves dificultades que vive nuestro mundo nos hacen pensar que sólo una intervención de lo alto, capaz de guiar los corazones de quienes viven en situaciones de conflicto y de aquellos que guían el destino de las naciones, podría darnos razones para esperar un futuro mejor.
El Rosario es en sí mismo una oración por la paz ya que nos invita a contemplar a Cristo, el Príncipe de la Paz, aquel que es «nuestra paz» (Efesios 2,14). Todo aquel que medita el misterio de Cristo — y claramente, este es lo que busca el Rosario – aprende el secreto de paz y hace de él un proyecto de vida. Además, gracias a su carácter meditativo, a la sucesión tranquila de Avemarías, el Rosario tiene un efecto pacificador en el que ora, disponiéndole a recibir y experimentar en lo más profundo de sí mismo la paz verdadera, que es un don del Señor Resucitado (Jn 14,27; 20,21) y a irradiarla a su alrededor.
El Rosario es también una oración por la paz gracias a los frutos de caridad que él produce. ¿Cómo contemplar el misterio del Niño de Belén, los misterios gozosos, sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida o de apoyar a los niños que sufren por tantas razones alrededor del mundo? ¿Cómo recorrer las huellas de Cristo que se revela en los misterios luminosos sin decidirse a testimoniar de sus «bienaventuranzas» en la vida cotidiana? ¿Cómo contemplar a Cristo cargando con la cruz o a Cristo crucificado sin sentir la necesidad de actuar como «Simón de Cirene» ayudando a nuestros hermanos y hermanas aquejados por el dolor u oprimidos por la desesperación? Y, finalmente, ¿cómo contemplar la gloria de Cristo resucitado o de María, nuestra señora del Rosario, sin anhelar hacer de este mundo un lugar más bello, justo y cercano al plan de Dios?
En una palabra, al dirigir nuestra mirada hacia Cristo, el Rosario, orado en todo momento, pero especialmente en este año jubilar, nos llama a comprometernos a ser constructores de paz en nuestro mundo. El Rosario es todo lo contrario a un escape de los problemas del mundo, él nos reclama contemplar y predicar sobre estos temas a través del lente del Evangelio con una mirada responsable y generosa, dándonos al mismo tiempo la fuerza para afrontarlos con la seguridad de contar con la ayuda de Dios y con la intención firme de testimoniar en cada situación del «amor que es el vínculo perfecto» que une todo en perfecta armonía (Col 3,14).

Figuras y símbolos de la Virgen María en las obras de Santo Tomás de Aquino. Fr. Horacio Ibáñez O.P.


El nombre de María es interpretado por santo Tomás como "Estrella del mar e iluminadora" de los navegantes que andan por el mar proceloso de este mundo: "El nombre propio de María, dice, se interpreta estrella del mar e iluminadora, y en su lengua significa Señora, por lo que en el Apocalipsis se pone la Luna bajo sus pies" (1). También la llama Sol, porque en ella no hubo mancha alguna de pecado (2). Luz, "porque en su alma no existieron las tinieblas del pecado ni de ignorancia; porque guía y conduce a los que andan por el mar proceloso de este mundo; porque así como su Hijo ilumina al mundo entero, así ilumina Ella a todo el género humano, porque esparce y comunica por todas partes los rayos de su gracia, a todos es propicia y misericordiosa, y como el sol respecto de los colores, así Ella es madre de las virtudes, la más resplandeciente de las criaturas y consuelo de los hombres" (3). La llama también día en contraposición a Eva, que fue la noche del mundo (4). Aurora, pues es el límite entre el Viejo y el Nuevo Testamento, como la aurora entre el día y la noche (5). Puerta cerrada, puesto que la fe nos enseña que fue Virgen antes del parto, en el parto y luego del parto (6). Piedra del desierto, por la firmeza de la gracia, según aquello del Cantar de los Cantares: "Eres toda hermosa". Por el frescor de la continencia, pues así como de la piedra saliente del desierto procedían los arroyos de agua que con su frescor hacían fructificar la tierra del desierto, así de ella procedió Jesucristo, del cual provienen los arroyos del agua viva de la gloria. Y por la abundancia y riqueza de sus frutos que de ésta proceden (7). Vara del tronco de Jesé, porque consuela en las tribulaciones, como Moisés tendiendo los brazos sobre el mar los dividió en dos, para que los hijos de Israel pasasen por el medio en seco (8). Porque da fruto, como la vara de Aarón echó brotes, flores y almendras (9). Porque sacia, así como al herir Moisés con la vara la roca del desierto brotaron de ella aguas en abundancia y bebió la muchedumbre y sus ganados (10). Porque también flajela, como hizo Moisés con la muchedumbre que le seguía en el desierto, a causa de sus murmuraciones (11). Porque vela, como aquella vara de almendro de que nos habla Jeremías (12), la cual velaba sobre el cumplimiento de las palabras de Yahvé al cual simbolizaba (13). Campo (14) y tierra que germina (15) de cuya raíz salió la flor que es Cristo (16). Ciudad de Dios iluminada por el Espíritu Santo (17). Templo de Dios, en la cual, es decir, por la cual Dios nos escuchó (18). Tabernáculo de Dios (19). Digno receptáculo de Dios (20). Sagrario del Espíritu Santo y morada del Hijo de Dios (21). Puerta del cielo, abogada de los pecadores y Madre de los creyentes, en la oración a la virgen compuesta por Santo Tomás (22).

Es indudable que todas las figuras o símbolos tratan de expresar modos distintos de la inmensa perfección de María procedente de su maternidad divina. Esta perfección inmaculada de María es la que arrebata el pensamiento del Doctor Angélico hasta el grado de hacerle decir que "Dios prefirió que los judíos dudasen de su deidad antes que de la pureza de su Madre".

Pero tampoco se olvida Santo Tomás del origen humano de María, la cual proviene del tronco de Aarón (23) y de la familia de David (24), así como de que era prima de Isabel (25). De la cual dice también que le fue dado José como ayuda y defensa (26), con el cual tuvo verdadero matrimonio (27), divinamente inspirado por Dios (28).



MARÍA, CAMINO A JESUCRISTO

En el comentario al salmo diecisiete y treinta y uno, donde llama Santo Tomás a Jesús "camino de Dios", llama también a la Virgen camino de Jesucristo. Efectivamente María fue camino, designado por Dios, por donde Jesucristo vino a nosotros.

Según esta luminosa idea de Sto. Tomás, la Virgen María fue escogida por Dios para ejercer respecto de Jesucristo un ministerio sagrado como madre suya (29), así como también a ella le fue dado José como custodio y defensa.

La virgen María sirvió en el ministerio de Dios primaria y fundamentalmente al concebir al Redentor del mundo por obra y gracia del Espíritu Santo, prestando humilde consentimiento a las palabras del ángel. Después de lo cual visitó a su prima Santa Isabel, saltando de gozo el precursor en sus entrañas. Y cumplido el tiempo de su gestación, María da a luz a Jesús en Belén.

Después de nacido Jesús, María lo asiste en su infancia: "le da leche de sus pechos, lo lleva en sus brazos y lo alimenta" (30). En otra parte llama "bienaventurados a los pechos de María porque alimentaron a Aquel que es manjar y bebida de ángeles y santos (31). Recibe la adoración de los pastores en medio del cántico de ángeles, guardando María en su corazón y meditando en su espíritu todo lo que acerca de su Hijo veía y oía. Acerca de los Reyes Magos dice Sto. Tomás que viendo a la esposa del carpintero, al niño en el pesebre, y la extrema pobreza, considerando cosas altísimas, se movieron a admiración y adoración del Niño (32). Así en varios episodios del Evangelio aparece esta función mediadora de María. Por ruegos de ella y por mediación suya hizo Jesús el primer milagro en Caná. Es en este momento donde Sto. Tomás por única vez le da el nombre de mediadora ("mediatricis personam gessit ") (33), para significar la intervención que tuvo en la realización de este milagro intercediendo ante su Hijo a favor de los comensales. Que como se ve se trata de un caso particular, que no tiene el mismo sentido que le damos nosotros cuando la designamos con este nombre.



NOTAS

(1) In Math, c. 1, ed. Marietti, Taurini, 1925.

(2) In Psalm. 18, 5.

(3) Sermo in Nativitate B.M.V.

(4) In Psalm. 18.

(5) IV Sent. D. 30, q.2, a.1, ad. 1.

(6) In Joanem c. 2, lect. 2, n. 1; III, 38, 3.

(7) In Isaiam, c. 16, 1.

(8) Exodi 14, 16 (In Isaiam, c. 11).

(9) Núm. 8 (In Isaiam, c. 11).

(10) Núm. 20, 11 ( In Isaiam c. 11).

(11) In Isaiam c. 11.

(12) In Hier. 1, 11.

(13) In Isaiam c. 11.

(14) In Cant. 2, 1.

(15) In Isaiam c. 45.

(16) Ibíd.

(17) In Psalm. 45.

(18) In Psalm. 17.

(19) III, 27, 2.

(20) I-II 81, 5 ad. 3.

(21) Comp. Theol. C. 225.

(22) Opusc. Omnia, T. IV.

(23) III, 29, 2.

(24) In Math., c. 2; III, 31, 2 ad. 2.

(25) III, 31, 2 ad. 2.

(26) In Math., c. 1.

(27) III, 29, 2.

(28) IV Sent., d. 30, q. 2, sol. 3, ad. 3.

(29) III Sent., d. 3, q. 3, a. 1.

(30) III Sent., d. 3, a. 1.

(31) Sermo III tertia Dominae.

(32) In Math., c. 2.

(33) In Ioan., c. 2, lect. 1.


Historico: La Inmaculada Concepción de María. S. Antonio María Gianelli


Si alguna vez os hemos dirigido con alegre afecto del corazón Nuestras Cartas pastorales, Venerables Hermanos e Hijos Amadísimos, es sin duda ésta con la que os vamos a anunciar una gracia que al igual que llena nuestro espíritu de extraordinario regocijo, no dudamos que también a vosotros os va a revestir en suma alegría y en una santa exultación.

Varias veces hemos deseado que se nos ofreciese ocasión de poderos recomendar una tierna y filial devoción a la gran Madre de Dios como aquel ser en quien, después de Dios, hemos puesto toda nuestra confianza y a quien encomendamos continuamente nuestra eterna salvación al igual que la vuestra. Dios ha secundado nuestros deseos y nos ha concedido hablar de ella por un motivo que no podía resultar ni más suave para Nos, ni más consolador, así lo esperamos, también para todos vosotros. Debemos hablaros, si no del más grande, sí del más hermoso y singular Misterio que, después del de la divina Maternidad, veneramos en María, quiero decir el de su Inmaculada Concepción.

No ignoráis, amadísimos, que la Iglesia favoreció y promovió la doctrina que enseña cómo María Virgen, por singular privilegio sobremanera conveniente a quien estaba destinada para Madre del Hijo de Dios, fue preservada de la universal infección del pecado original, y fue concebida en la justicia original. No ignoráis que, al tiempo que promovía y animaba con amplias y generosas indulgencias las devotas prácticas dirigidas a tan gran Misterio y otorgó siempre las más amplias facultades de escribir y hablar a favor del mismo y predicar ampliamente sobre él en toda la Iglesia, impuso el más grave y riguroso silencio y amenazó con los más tremendos anatemas a quien se atreviere a escribir o hablar en contrario. Y si por dignos motivos concedió solamente a alguna Orden Religiosa emplear algunas fórmulas especialísimas por las que se le llama Inmaculada en su Concepción y libre de toda mancha original, se mostró no obstante siempre contenta de ver que los fieles la invocaban y predicaban gozosamente Inmaculada y concebida sin mancha. Yendo así las cosas, esta devoción se hizo tan común y universal que, mientras que muchos ignoran otros misterios de la gran madre, éste se lo saben y lo recuerdan con preferencia, y pocos hay entre nosotros que no profesen por él alguna devoción particular; y Nos nos hemos regocijado varias veces al encontrar que en Nuestra Diócesis no sólo era generalmente invocada con este título luminoso de Inmaculada en su Concepción, sino que después de la bendición del SSmo. Sacramento, al versillo con el que suele ser alabado se le añade otro con el que se honra a María Inmaculada.

Y esta propensión general a honrar a María Inmaculada en su Concepción se ha hecho tanto más universal en nuestros días cuanto que la medalla Milagrosa, cuya historia esperamos que conoceréis todos, y luego la admirable Archicofradía del purísimo e inmaculado Corazón erigida en París en la Iglesia de N. S. de las Victorias, y difundida ya en todo el mundo católico, hicieron llover una inmensidad de gracias y de prodigios hasta el punto que los incrédulos se quedaron maravillados y muchísimos se convirtieron.

Fue entonces cuando algunos Obispos se dirigieron a la Santa Sede y suplicaron al Santo Padre que tuviera a bien concederles la gracia de poderla llamar Inmaculada en el Prefacio de la Misa que se dice en la Fiesta y en todas las Misas de su Concepción, o bien añadir a los muchos títulos que se le dan en la letanía Lauretana también el de regina sine labe originali concepta (Reina concebida sin mancha original), y llegó a obtener lo uno y lo otro. No faltó tampoco quien, animado por estas nuevas concesiones, creyó llegada la época venturosa en que el Espíritu Santo por medio de aquel Pedro que vive en sus Sucesores y cuya fe no puede decaer ni por la mudanza de los tiempos, ni por el transcurso de los siglos, sino que manteniéndose estable e inconcusa frente a todos los asaltos debe con su vigor y gallardía mantener firmes y confortar a los demás en su fe, habría finalmente disipado toda nube y hecho desaparecer toda duda, declarando dogmática la fe que ya franca y abiertamente se manifiesta a través de los labios devotos de todos los fieles. En consecuencia, presentaron al Sumo Pontífice Reinante Gregorio XVI vivísimas instancias para que se dignase finalmente llegar al gran punto de pronunciar el oráculo por el que tantos siglos suspiraron y que pidieron en vano.

Nos, que somos los ínfimos en méritos y en saber, pero quizá no los últimos en el deseo de ver honrada a María, y a María Inmaculada en su Concepción, hemos creído que no debíamos perder tan feliz ocasión de seguir ejemplos tan bellos; y como los hemos imitado enviando Nuestro Voto, con el que nos hacemos la ilusión de haber expresado nuestro deseo junto con el vuestro, así también los hemos seguido en pedir para Nos y para toda Nuestra Diócesis la doble gracia de invocarla del modo arriba indicado, tanto en las Letanías como en la Misa. Tenemos ahora el dulcísimo placer de anunciaros que se nos han concedido una y otra con doble Rescripto de la S. Congregación de Ritos desde el 12 de enero último pasado.

La Sagrada Visita que debíamos emprender, la celebración de Nuestro Segundo Sínodo que debía seguir, y la extraordinaria solemnidad con que celebramos poco después la exposición del Cuerpo de nuestro insigne Patrón S. Columbano, nos impidieron anunciaros algo antes tan gozosa noticia, y nos propusimos hacérosla llegar, como ahora lo hacemos, precisamente al acercarse el día festivo solemne en el que se honra la Concepción de la Bienaventurada Virgen en toda la Iglesia. Tendréis, pues, entonces el contento de oír en el sagrado Rito de la Misa que se ensalza como Inmaculada y podréis todos cantar sus alabanzas e invocarla sine labe originali concepta, es decir, verdaderamente preservada por Dios de la deplorable infección que se propagó en todos nosotros con el pecado de Adán y a todos tristemente nos excluyó del Reino de los Cielos. ¡Oh, cuánto más grata y más serena nos resultará la llegada de aquel día! ¡Qué nueva alegría brillará en nuestros rostros! ¡qué extraordinaria devoción en nuestros corazones! Nos comenzamos ya a exultar desde ahora y nos hacemos la ilusión de que la buena Madre deba recibir con agrado nuestra alegría, por ser una alegría que se deriva de su mayor gloria y de ella sobre nosotros redunda.

Pero para que María pueda recibirla con mucho más agrado y moverse a compensarla con gracias mayores y con más amplias bendiciones, no nos perdamos ni nos quedemos en el regocijo solamente, el cual, aun siendo como es suave y virtuoso, no respondería por otra parte ni a nuestro corazón ni al corazón amorosísimo de la gran Madre. Si María se goza de que la celebremos Inmaculada, se goza sobre todo y se complace en que aprendamos de ella a huir del pecado y a odiarlo. Al ver que el Unigénito Hijo de Dios no se desdeña de vestir nuestra pobre humanidad, para redimirnos de la perdición eterna, pero que entre tanto se elige una Madre que no estuviera tocada por el pecado, ¿quién no aprende a conocer que Dios aborrece sobremanera el maldito pecado? Al ver que María huye de la serpiente insidiadora y se ofrece a Dios desde los primeros instantes toda purísima e inmaculada, y El comienza a tener en ella sus complacencias y apresura los momentos de nuestra Redención, ¿quién no siente júbilo en el corazón por las glorias de ella y juntamente humillación y dolor por los propios pecados? Y esto es, sí, esto es lo que quiere María, y lo que Dios espera de nosotros en tan alegre circunstancia. María preservada del pecado original, y luego libre siempre de todo pecado, nos enseña y nos inspira con este misterio el aborrecimiento del pecado. Nosotros, detestando el pecado y disponiéndonos a rehuirlo con toda cautela y diligencia, tributamos a María el homenaje más bello y damos la más grata acción de gracias a Dios que nos la ha dado por Madre. Y esto es cabalmente, queridos míos, lo que tanto nos interesaba encareceros, o sea, que recordéis siempre cómo nuestro amorosísimo Salvador nos ha dado por Protectora y Abogada, más aún por Madre, a su misma Madre Santísima y que, por tanto, todos debemos profesarle la devoción más sincera, más tierna y verdaderamente filial. Yo bien sé que no hay lugar tan abyecto y miserable en Nuestra Diócesis que no se honre en él a María; ni, quizá, hay una sola alma tan perdida que no recuerde a María y que al menos no invoque a María en algún tiempo o en alguna circunstancia; y en caso de que la hubiera, no podríamos por menos llorar y derramar lágrimas sobre ella. Pero nosotros no estamos contentos, queridos míos, no estamos contentos con tan poco. María es Madre de Dios y Madre nuestra: Ella es por tanto sobremanera grande y sobremanera amorosa para no recibir de nosotros más que este poco. Ella es Madre de Dios y poderosísima ante Dios, hasta el punto de que puede todo lo que quiere. Quidquid tu, Virgo, velis, le decía S. Anselmo, nequaquam fieri non potest. Cualquier cosa que tú quieras, oh María, es imposible que no se realice. En lo cual están de acuerdo los Santos Padres y los Doctores Católicos, todos ellos, y dan como razón su divina Maternidad. Porque, al hacerse Ella Madre del Verbo Divino, adquirió Ella sobre el Hijo la autoridad y los derechos de Madre y el Hijo Divino se le sometió y se le hizo deudor. Todos, escribía S. Metodio, somos deudores de Dios, pero para contigo, oh María, es deudor el mismo Dios. Deo universi debemus, tibi etiam ille debitor est. Y por ello mismo, añade el Santo Obispo de Nicodemia, tu divino Hijo cumple de buena gana tus ruegos como pagándote lo que te debe. Filuis, quiasi exsolvens debitum, implet petitiones tuas. Y el gran Agustín no tuvo reparo en afirmar, siendo quizá el primero en hacerlo, lo que luego enseñaron muchos otros, a saber, que habiendo Ella merecido ser la portadora del precio de la redención por todos, puede más que todos juntos (Ángeles y Santos) ayudar a los redimidos con su Patrocinio. Quae meruit pro liberandis proferre praetium potest plus omnibus impender. ¿Es que, sigue diciendo, no cuadraba con la benignidad del Señor, que vino no a disolver sino a perfeccionar la ley, guardar a María el honor que quiere que todos muestren a los padres? Numquid non pertinet ad benignitatem Domini Matris honorem servare, qui legem non venit solvere sed adimplere? Concluye, por tanto, S. Antonino que los ruegos de María ante Dios no tienen tanto razón de ruegos, cuanto de mandatos, y que por consiguiente es imposible que no sean escuchados. Oratio Deiparae habet rationem imperii, unde impossibile est eam non exaudiri.

Pero su amabilidad y bondad hacia nosotros no es menos admirable que su autoridad y su poder ante Dios. Porque Ella está tan dispuesta a beneficiarnos que, como si estuviera impaciente por concedernos sus gracias, ella misma va en busca, dice S. Buenaventura, de quien con devoción y reverencia quiera rogarle; y, una vez encontrados, los abraza y los alimenta y los ama como a otros tantos hijos suyos. Ipsa tales quaerit, qui ad eam devote, et reverenter accedant; hos enim diligit, hos nutrit, hos in filios suscipit. Y añade en otro lugar que la sola vista de nuestras miserias la enternece tanto que corre veloz para ayudarnos. Videns enim nostram miseriam, est et festinans ad impendendam suam misericordiam.

Y esto no debe sorprendernos en absoluto, pues sabemos por el mismo Evangelio que, aun sin haber sido invocada, socorre y atiende a las necesidades, incluso temporales, de sus devotos. ¿Qué no hará si se le ruega, concluye un docto escritor, cuando aun sin ruego vuela tan pronta a prestar socorro? Si tam prompta ad auxilium currit non quaesita, quid quaesita praestitura erit? Sí, muy a menudo, escribe Ricardo de San Víctor, Ella se adelanta a nuestros ruegos, y se anticipa a las causas de los necesitados, porque la sola noticia de nuestras miserias le llega tan hondo que no puede oírlas sin socorrerlas. Velocius accurrit ejus pietas, quam invocetur, et causas miserorum anticipat. Y poco después, vuelto a Ella, nec possis miserias scire et non subvenire. Y sábete, añade el piadoso Bernardino da Busto, que en ayudarte Ella será bastante más generosa de lo que seas tú en tus deseos. Plus vult illa facere tibi bonum, quam tu accipere concupiscas. Y será mucho más fácil, concluye el doctísimo Blosio, que se derrumbe el mundo que el que María deje de socorrer a quien seriamente la invoca. Citius Coelum cum terra perierunt, quam Maria aliquem serio se implorantem sua ope destituat.

Pero no se para aquí S. Anselmo y se atreva afirmar que, muy a menudo, somos escuchados antes recurriendo a María que recurriendo a Jesús. Velocior nonnumquam est nostra salus invocato nomine Mariae quam invocato nomine Jesu. Y da la razón de ello: porque, dice, a Cristo, como Juez que es, le corresponde también castigar; a María, como a Patrona, sólo mostrarse misericordiosa. Quia ad Christum, tamquam Judicem, pertinet etiam punire; ad Virginem, tamquam Patronam, nonnisi miserere. Y añade Nicéforo que esto sucede también porque plugo a Dios conceder a María tan gran honor. Multa petuntur a Deo et non obtinentur; multa petuntur a María et obtinentur; non quia potentior, sed quia Deus eam decrevit sic honorare.

Y aquí tenéis la razón, Amadísimos, por la que los pecadores, aun los más enormes y perdidos, aun los más desesperados, y también los que ya de algún modo están abandonados de Dios, y casi incluso malditos, encuentran salvación y amparo en María. No, escribía el devotísimo Blosio en pos de los Padres, el mundo no tiene un pecador ta execrable que María lo abomine, y lo arroje lejos de sí, y al que, si él se lo pide, no pueda, no sepa y no quiera reconciliarlo con su querido Hijo. Nullum tam execrabilem peccatorem orbis habet, quem ipsa abominetur et a se repellat, quemque dilectissimo nato suo, modo suam precetur opem, non possit, sciat et vellit reconciliare. No desconfíes, pecador, exclama Bernardino da Busto, aunque hubieras cometido todos los pecados. Ven seguro a María y no temas . O peccator, ne diffidas, etiamsi commisisti omnia peccata; sed secure ad istam gloriossimam Dominam recurre. No hay, pues, que maravillarse de que unos Santos Padres la llamen con S. Agustín la única esperanza de los pecadores: Unica spes peccatorum; otros, con S. Juan Damasceno, esperanza de los desesperados: Spes disperatorum; y si S. Efrén, después de haberla llamado refugio en el que pueden salvarse todos los pecadores, Puerto segurísimo para todos los náufragos, se atreve también a llamarla enfáticamente Protectora de los mismos condenados. Refugium ad quod confugere valent omnes peccatores; naufragorum Portus tutis simus; Protectrix damnatorum. Las cuales cosas son conformes a las revelaciones de S. Brígida, a quien la misma divina Madre asegura que no hay pecador tan abandonado de Dios que, mientras vive, esté privado de su misericordia; y que aunque pueda haber alguno maldecido por Dios (si no lo estuviese con la sentencia final), con tal de que recurra a Ella, se arrepentirá y obtendrá misericordia; y mereció escuchar al Salvador mismo que le decía que se mostraría misericordioso con el demonio mismo si fuera éste capaz de humillarse a requerirla. Y ¿quién habrá, le decía S. Bernardo, que no espera en Vos, oh María, si ayudáis incluso a los desesperados? Yo no dudo en absoluto que si recurrimos a Vos, obtendremos de Vos cuanto sepamos desear ¡Ah!, que espere en vos hasta el que desespera. Quis non sperabit in te, quae adiuvas disperatos? Non dubito quod si ad te venerimus, habebimus quod volemus. In te ergo speret qui desperat.

Pero cuanto más afortunados son los que recurren a María y ponen en Ella su confianza, tanto más desgraciados son los que se desentienden de ella y la olvidan. Nunca se llega a encontrar a Cristo, enseña S. Buenaventura, sino con María, y por medio de María; y en vano lo busca el que no lo busca con Ella. Numquam invenitur Christus, nisi cum María, nisi per Mariam. Frustra igitur quaerit qui cum Maria invenire non quaerit. Y quien pide gracia sin María, remacha S. Antonino, trata de volar sin alas. Qui petit sine ipsa, sine alis tentat volare. Y en mil lugares lo razona S. Bernardo afirmando repetidamente que es voluntad segura de Dios que lo debemos recibir todo por manos de María. Quia sic est voluntas eius, qui totum habere nos voluit per Mariam. Si alguna esperanza hay, pues, todavía para nosotros, si todavía hay lugar para nuestra salvación, todo, concluye él, todo reconocemos que deriva de Ella. Y en cuanto a mí es mi máxima confianza, es toda la razón de mi esperanza. Si quid spei, si quid salutis in nobis est, ab ea noverimus redundare. Haec maxima mea fiducia, haec tota ratio spei meae.

¡Oh, cuán desgraciados son los que se olvidan de María! ¡Cuán venturosos los que guardan y cultivan su devoción! Como es imposible, le decía S. Anselmo, que se salve quien se aleja de Ti, y queda abandonado por Ti , así es imposible que perezca quien a Ti se dirige y a quien Tú vuelves los ojos. Sicut impossibile est, ut a te aversus et a te despectus salvetur, ita ad te conversus et a te respectus impossibile est ut perear. Y casi con las mismas palabras lo afirma S. Antonino, el cual añade que aquellos por los que ruega María, necesariamente se salvan. Necessarium (est) ut hi salventur et glorificentur.

Llegados aquí, confiamos que no habrá ninguno entre vosotros tan ciego y tan perdido que quiera abusar de estas doctrinas de los Santos para darse con mayor libertad al pecado, haciéndose la ilusión de que Dios lo salvará en gracia a algún obsequio hecho por él a María. No: Tales presuntuosos, escribía S. Alfonso María de Ligorio, por esta su confianza temeraria merecen castigo, no misericordia. Se está hablando, por consiguiente, de aquellos devotos que, con deseo de enmendarse, son fieles en obsequiar y encomendarse a la Madre de Dios. Estos digo, es moralmente imposible que se pierdan. Seáis pues, vosotros justos o seáis pecadores, y aun los mayores pecadores del mundo, María seguramente os acepta, María seguramente os salva, con tal de recurráis a Ella y seáis fieles en obsequiarla y encomendaros a Ella; pero, si sois pecadores, debéis hacerlo con deseo de enmendaros.

Ahora bien, ¿quién habrá tan poco solícito de su eterna salvación que no quiera asegurarla pudiéndolo hacer con tan poco como es ser devoto de María? Nosotros deberíamos serlo aunque debiera costarnos grandes sacrificios y grandes esfuerzos; pero ¿por qué no hacerlo cuando lo podemos tan fácilmente y casi nos cuesta más no ser devotos de María que serlo grandemente y con pasión? Con sólo pensar en Ella, incluso con sólo recordarla, ¿no os parece que el corazón os lleva a Ella? y como que os dice: ¿Quién puede no amarla? Amadla, pues, obsequiadla constantemente y estáis a salvados. Aunque seáis pecadores, e incluso grandísimos pecadores, os dice S. Hilario, si os hacéis devotos de María, no podéis condenaros. Quantumcumque quis fuerit peccator, si Mariae devotus extiterit, numquam in aeternum peribir.

Pero ¿qué debemos hacer nosotros (parece que deben decir muchos al oír esta exhortación nuestra), qué debemos hacer nosotros para ser verdaderos devotos y merecernos esta eficaz protección de la gran Madre? ¿Qué ofrendas? ¿Qué obsequios? ¿Qué servicio deberemos prestarle?

Nos va a resultar demasiado difícil determinar una cosa que no está definida ni por las Escrituras ni por la Iglesia. Pero para deciros algo y no dejaros del todo suspensos en punto de tanta importancia, comenzaremos por deciros lo que Nos deseamos para Nos mismos, a saber, que todos seáis tan devotos de María que, como a todos recomendaba S. Bernardo, nunca se os aparte de los labios, nunca se os aparte del corazón. Nunca de los labios, porque yo querría que siempre los abrierais para alabarla o para llamarla en vuestra ayuda; nunca del corazón, porque, después de a Dios, yo querría que la amarais todo lo que se puede amar a la más amable de las criaturas: yo querría que le dedicarais vuestros corazones y vuestras personas; que le encomendarais vuestras casas, vuestras familias, vuestros haberes, y todo lo que de más importante o de más querido tenéis en el mundo; pero sobre todo que le confiarais con la mayor solicitud y ansiedad la salvación de vuestras almas, y los padres la de las almas de vuestros hijos, y los amos y dueños de las almas de vuestros dependientes. Madres, yo querría que depositarais en las manos, mejor dicho, en el corazón de María a vuestras criaturas nada más concebirlas, y que le rogarais que no os las devolviera más que en el Cielo.. Yo querría que no pasarais un día ni una hora en que no os acordarais de Ella y desde lo más limpio de vuestro corazón no le enviarais una oración, un saludo, un afecto. Yo querría que para recordarla y bendecirla con frecuencia tuvierais su imagen, no sólo en la habitación que es enteramente vuestra, sino en todas las habitaciones, en todas las salas, en todas las entradas de vuestras casas, de vuestras tiendas, de vuestras oficinas, de vuestros negocios y hasta de vuestros campos. Yo querría que le llevarais personalmente con vosotros mismos, y que fueron vuestros más preciosos ornamentos, o al menos los más queridos, sus escapularios, sus cinturones, sus medallas, sus rosarios. Yo querría que pudierais decir con el beato Leonardo de Porto Maurizio que quien pudiera leer bien en vuestro corazón, y examinaros por completo, os encontrara a todos hechos una Virgen. Yo querría que estuvierais prendados, enamorados apasionados por Ella como un Bernardo, un Buenaventura, un Ildefonso, y tantos otros, de los que apenas se puede creer lo que alcanzaron a decir y a escribir por María y dierais a conocer a todos que vuestro amor por Ella supera a todo otro amor excepto el de Dios. Yo querría, finalmente, que, no contentos con obsequiarla, tuvierais un verdadero, constante e incansable afán por imitarla siempre en sus singulares virtudes (en lo que cabalmente consiste lo sublime de toda devoción más escogida) y hasta tal punto que también vuestra conducta os declarara sin más devotos mejores, hijos predilectos de la gran Madre. ¡Oh, qué suerte, queridos míos! ¡Qué incomparable felicidad!

Pero puesto que por nuestros pecados no podemos esperar gracia tan grande, queremos rogaros al menos que no seáis escasos en los obsequios que prestéis a ésta nuestra amorosísima Madre. Esforzaos en imitar a los que cada día, o al menos cada semana Le ofrecen algún ayuno, alguna abstinencia, alguna mortificación especial. Seguid aquellos que, al acercarse sus Fiestas y Solemnidades, se preparan a ellas con Triduos, con Septenarios, con Novenas, u otros devotos ejercicios, y no las pasan nunca sin acercarse a los divinísimos Sacramentos. Imitad a los que no saben vivir si no se ven inscriptos en alguna o incluso varias devotas Cofradías suyas. Cantad sus Laudes, recitad su Oficio los que lo podéis; y todos absolutamente, porque lo podéis todos bastante fácilmente, su Santísimo Rosario; y que no haya una sola familia en toda nuestra Diócesis de la que no reciba María este tributo; y sea para todos su Corona de rosas (el Rosario) una prenda de aquella que a todos los que devotamente la llevan y la recitan les está preparando Ella en el Cielo.

Pero si a alguno le pareciera también en esto que Nos estamos pidiendo más de lo que puede o de lo que cree que puede hacer, Nos retiraremos estas peticiones, Nos abandonaremos a vuestra discreción y nos limitaremos a una sola cosa, que os pedimos por las entrañas de Jesucristo, por amor a María, y también a vosotros mismos si lo queréis: Haced lo que queráis en honor de María, pero haced algo y sed constantes en practicarlo. Ella siempre ha tenido por costumbre (nos advierte el S. Pontífice Inocencio III) dar o devolver cosas grandes a cambio de cosas incluso mínimas: Maxima pro minimis reddit, y sean cuales sean las prácticas que hagáis por Ella, Ella certícimamente os sabrá pagar con tal generosidad que supere los más amplios favores por la recitación diaria pero constante de alguna Salve o de algún Ave María, e incluso alguna vez a librarlos de la eterna perdición. ¡Ay! ¿Quién habrá tan perdido que quiera renunciar a tanto bien? No, no queremos Nos creer que se halle uno sólo entre nuestros amadísimos hijos que no quiera aprovechar tan gran bondad de María y darnos también a Nos este grandísimo consuelo de que todos estáis así confiados y encomendados a María.

Y si queréis concedernos un especialísimo consuelo, como con tierno afecto paterno os pedimos, sea el de honrarla con especialísimo homenaje como Inmaculada en su Concepción. Santificad su fiesta confesándoos bien y alimentándoos con el pan divino; honrad sus templos, sus altares, sus imágenes; adornaos con la medalla milagrosa; ofrecedle alguna mortificación, algún don, alguna oración; alabadla, llamadla, rogadle bajo la advocación de Inmaculada. Así la caracterizó Dios en la Esposa mística en que la Iglesia la reconoció simbolizada; así la llamaron los Santos Padres, los Concilios, los Doctores, los Teólogos, los Santos; y que así la podamos llamar e invocar solemnemente nos concede el Santo Padre. ¡Oh, cuánto gozará la buena madre al sentirse invocada por nosotros con este título sobremanera querido y suavísimo para Ella! No, no será sin alegría de su purísimo corazón, ni sin algún favor distinguido para con vosotros. María tuvo siempre por costumbre atender y consolar a sus devotos; pero cuando alguno se dedicó a invocarla en memoria de Su Inmaculada Concepción, pareció muy a menudo más pronta y más generosa todavía que de costumbre. No tengo tiempo bastante para mostraros las pruebas frecuentes e irrefregables que de ello nos ofrecen las historias. Solamente los prodigios que se cuenta que han obrado los cartelitos que reparte la Archicofradía de la Inmaculada Concepción de Roma bastarían por sí solos para componer una historia maravillosa. Pero nosotros, que sabemos los que María obró y sigue obrando con la graciosa Medalla y con la Cofradía del purísimo Corazón, no necesitamos otras pruebas para persuadirnos de que a María le es querido por demás este culto y que es harto solícita y generosa en compensarlo. ¿Cómo iba a ser entonces tacaña con nosotros la buena madre, si aprovechando estos nuevos estímulos, la invocamos con el título de Inmaculada en su Concepción, y con los Ángeles y con Dios mismo nos unimos para decirle, para llamarla, para invocarla: pulchra, electa, formosa, columba, tota pulchra et macula non est in te? (bella, elegida, hermosa, paloma, toda bella, no hay en ti mancha)

Ea, pues, unámonos también con todo el Espíritu a la cabeza visible de la Iglesia de Jesucristo, en quien habla la Iglesia misma, mejor dicho, Dios mismo; y acojamos estas extraordinarias concesiones como precursoras del oráculo que la universalidad de los fieles está deseando y por el cual suspira. Gocemos en llamarla Inmaculada, y estemos seguros de que todos los antiguos Padres exultan y nos aplauden desde el Cielo. María derramará sobre nosotros sus favores con mano amplia, nos acogerá bajo el manto de su protección y nos salvará.

Y al objeto de que estas nuevas disposiciones que dan sumo consuelo resulten más eficaces y fructuosas para todos, ordenamos a los MM. RR. Párrocos, Ecónomos y Vicepárrocos de las Iglesias subsidiarias que publiquen esta nuestra el primer Domingo después de haberla recibido y entretanto anunciar un Triduo de preparación a la Fiesta de la Inmaculada Concepción de María Virgen y en éste y en la Fiesta misma leer una porción de ella y hacer alguna explicación y reflexiones que crean más adecuadas a enfervorizar mayormente a su pueblo en la devoción a María Virgen, y señaladamente a su Inmaculada Concepción. Animarán también a todos mientras tanto a confesarse y a comulgar también para conseguir las Indulgencias particulares que pueden conseguirse de ese modo por casi todos los fieles. Recordarán las que fueron anunciadas por Nos en el Apéndice del Sínodo nº 8 art. 12 y art. 15 nº 6. Los irán también ejercitando en aprender y cantar con la debida devoción y cadencia en la Letanía lauretana el versillo arriba indicado Regina sine labe originali concepta después del versillo Regina Sanctorum omnium (dejando entonces algún otro versillo que se acostumbrara añadir, como ordena el Rescripto Pontificio).

Y al tiempo que os pedimos que no olvidéis en vuestras oraciones al Sumo Pontífice Reinante, os exhortamos también a implorar para él del Cielo las luces particulares que pueden moverlo a la proclamación dogmática mencionada, como también os recomendamos que continuéis vuestros ruegos por nuestros Augusto Soberano y por toda la Familia Real. Encomendadnos también a Nos a la divina Piedad y de modo particular a María Inmaculada, a quien con sumo agrado os encomendamos a todos vosotros a la par que con toda la efusión del corazón os impartimos la bendición Pastoral.


Bobbio, desde el Palacio Episcopal, 24 de noviembre de 1844.

La mediación universal de la Ssma. Virgen según S. Alberto Magno .Fr. Hilario Albers O.P


Con grande y unánime aplauso del pueblo cristiano, los Padres de Éfeso echaron las bases de toda la mariología o enseñanzas acerca de la Virgen, al formular la siguiente conclusión, contenida implícitamente en las definiciones relativas a Cristo de los primeros concilios de la Iglesia: "Si alguno negare que el Mesías (el Emmanuel) no es verdaderamente Dios y que la Sma. Virgen María no es la Madre de Dios, sea anatema" (Denz. 113). Más tarde, esta misma doctrina fue confirmada por los concilios de Calcedonia, Constantinopolitanos segundo y tercero (Denz. 214, 288, 290).

Una vez establecida la maternidad de María, que, sin lugar a dudas, es el fundamento de todas sus demás prerrogativas y excelencias, los Santos Padres, los Doctores de la Iglesia y los teólogos han estudiado cada uno de los privilegios de la gracia que en la Virgen se encuentran.

A nuestros tiempos parece ha reservado Dios Nuestro Señor, que todas las cosas dispone suavemente por su providencia, la definición dogmática de algunas verdades pertenecientes a la mariología, las cuales se contienen virtualmente, y por eso se deducen lógicamente, en las enseñanzas o doctrinas que los primeros concilios nos han dejado como precioso tesoro.

La doctrina de la mediación universal de la Santísima Virgen, que, principalmente en los últimos tiempos ha sido tan estudiada por los teólogos, y en muchos congresos marianos de todo el mundo examinada, y hasta pedida su definición dogmática, no envuelve, ni por asomo, las dificultades que implicaba el dogma de la Inmaculada Concepción. La cuestión, en efecto de hecho, a saber: "si todas y cada una de las gracias nos son concedidas por mediación de la Virgen María", es resuelta afirmativamente por casi todos los escritores eclesiásticos, a partir de los primeros tiempos hasta los nuestros. Tampoco es del todo nueva la cuestión que versa acerca del modo de esta mediación, movida hoy entre los teólogos; esto es: "si es a la manera de un instrumento físico o solamente moral". La novedad que los modernos han introducido tal vez sea un poco de sistematización y nada más.

Trato de exponer, según mis pocas luces me lo permitan, la doctrina de San Alberto Magno, astro refulgente del cielo dominicano, acerca de la mediación universal de la Virgen, teniendo siempre por guía al Sol de Aquino, su preclaro discípulo.

Para la mejor inteligencia de S. A. Magno, conviene hacer algunas advertencias. Se ha de tener en cuenta que este ilustre doctor, como los demás teólogos escolásticos, no trata de propósito y de lleno en sus obras de teología sistematizada de la mediación universal. Trata de ella de paso solamente, en sus sermones y en los libros de exégesis. Este, sin embargo, nada dice contra su autoridad, ni es de extrañar; porque en las escuelas por estos tiempos, se explicaban los libros de las Sentencias de P. Lombardo, que no trata de aquella cuestión mucho ni poco.

Conocida de todos es la grandísima veneración que A. Magno profesaba a la Sma. Virgen. No pierde la más insignificante ocasión para hablar en sus obras de María y mostrarle su devoción. Muchos de sus escritos aún permanecen inéditos, según dice Grabmann. Mas no sólo por el número de sus obras, sino también por la bondad y solidez de su doctrina, es para nuestro intento el más seguro guía.

El libro que contiene un verdadero cuerpo de doctrina sobre la mediación, aunque no la trate sistemáticamente, es el Mariale.

Los modernos, es verdad, han puesto en duda la autenticidad de esta obra. Mas el P. Pelster, S. J., ha disipado todas las dudas con argumentos históricos y concluyentes, probando que dicha obra es de San Alberto.

En dos partes dividiremos esta cuestión. En primer lugar expondremos los testimonios explícitos en que S. Alberto Magno afirma la mediación universal de la Virgen María en relación con todas y cada una de las gracias, que se conceden al género humano.

En segundo término, examinaremos los fundamentos de esta doctrina teológica.

Que la Sma. Virgen es Mediadora universal entre Dios y los hombres, es verdad que nos atestigua la tradición, la liturgia y muchos documentos de los últimos tiempos, emanados del ordinario magisterio o enseñanza de la Iglesia.




I



Testimonios de S. Alberto Magno



En muchos lugares de sus obras y de muchos modos, enseña A. Magno la mediación universal de la Virgen, en cuanto a todas y cada una de las gracias divinas que se han de conceder a los hombres. Por lo cual, se tratará primero de la mediación en general; y luego, desde el punto de vista del patrocinio y dominio universales.


Mediación de la Sma. Virgen en general

Muchas veces es llamada la Sma. Virgen por A. Magno Mediadora, "Mediadora entre Dios y los hombres" (1), "Mediadora de reconciliación" (2), "Mediadora y Reconciliadora de los pecadores" (3), el cual nombre es de muy raro uso en los autores contemporáneos del Santo y no ciertamente porque les haya faltado la ocasión de usarlo. Y porque su misión consiste en unir a los pecadores con Dios, fuerza fue, dice A. Magno, que María naciese de pecadores para que de este modo se aumentara la confianza de los mismos al ver que esta celestial Mediadora tan maravillosamente unía dos extremos tan contrarios entre sí (4). De lo cual se desprende que este gran teólogo considera la mediación de la Virgen bajo dos aspectos, a saber: por razón de la cualidad y de la actividad, porque según él interpreta, el nombre María se adapta convenientísimamente a la Santísima Virgen y a designar el estado o condición de su mediación universal, por razón del cual estado es receptora inmediata de luces divinas y distribuidora universal de todas las gracias o bondades (5). En efecto,

"se llama con toda propiedad Puerta del cielo, porque por ella salió y saldrá siempre todo género de gracias, para bien de los hombres; y aún más: la misma gracia increada emanó de María y vino al mundo por Ella".

Efecto de la dispensa o distribución de esta gracia es que "esta puerta celestial está abierta a todos los que quieran entrar por ella; porque trae e introduce de todas las regiones del modo tres clases de hombres: viudos, casados y vírgenes".

Esto es considerar, sin duda alguna, la mediación de la Virgen como universal, no sólo en cuanto a las gracias, sino también en cuanto a los hombres, a los cuales se distribuyen las gracias.

Pero en los pasajes citados solamente se atribuye a la Virgen una mediación indirecta. Basta, sin embargo, para la completa inteligencia de lo dicho, decir que María en tanto distribuye a todos los mortales todas las gracias, en cuanto recibió en su seno a aquel que está lleno de toda gracia, y en tanto la deriva a todos nosotros, en cuanto dio a luz a su divino Hijo. Mas S. Alberto Magno no se queda en esta mediación indirecta y mediata, sino que avanza más, atribuyendo a la Virgen una mediación universal directa e inmediata.

Terminadas y resueltas las cuestiones que de la plenitud de la gracia de María tratan, estudia los frutos o efectos de esa abundancia en nosotros. En la cual cuestión, con tanta belleza y suavidad discurrre, que nadie que la lea dejará de experimentar grande complacencia (6). El gran Maestro de Sto. Tomás de Aquino distingue una triple plenitud de gracia, tomando la imagen del agua que puede llenar un acueducto, un vaso cualquiera o una fuente.

Pues bien, así como la capacidad o volumen de un vaso es solamente receptiva y retentiva, mas no de por sí dadora y comunicadora, del mismo modo y según esta consideración, nada nos comunica la Santísima Virgen; ella es en sí vaso admirable. De las otras plenitudes una es receptiva y comunicadora, pero no retentiva; y ésta es la plenitud del canal o acueducto. Y de este modo María está llena de la gracia de todos, en cuanto al número de las gracias, las cuales todas pasan numéricamente por sus manos. Y este acueducto es admirable, porque por él descienden todas las aguas de las gracias y a su vez suben hacia arriba...

Hay también otra plenitud receptiva, dadora y retentiva, que es la de la fuente, la cual, además de estar llena, tiene la propiedad de fluir. Y así también está llena María, porque de ella continuamente fluye la saludable agua de la gracia; mas no se agota la fuente, que está llena de toda gracia... De la fuente, pues, de esta plena plenitud mana la plenitud toda del género humano.

Entiende, por consiguiente, S. Alberto Magno por mediación universal de la Sma. Virgen la distribución continua de todas y cada una de las gracias, que por un efecto de la divina bondad, se conceden al género humano. Esto ciertamente implica un influjo inmediato y una directa participación en la dispensación de las gracias. De esta manera inmediatamente transmite la plenitud de su gracia a los demás (7), de tal modo, sin embargo, que nunca faltan en ella estos dos signos de plenitud: exuberancia o riqueza de gracia e imposibilidad absoluta de que en María pueda caber mancha alguna. Lo primero, porque de ella se deriva la gracia a todos nosotros (8) sin mengua ni menoscabo de esta maravillosa fuente, puesto que en ella se halla siempre todo cuanto se desea (9). Efectivamente, el ángel anunció a la Virgen la plenitud de las gracias, la cual plenitud es ciertamente el origen, el principio y el medio de toda gracia y también la causa de que ésta se comunique a los hombres, no sólo según la condición de viadores, sino también de bienaventurados (10). Por estas palabras puede verse la universalidad de la mediación de María, que se extiende a los que viven en este valle de lágrimas y a los que gozan de la visión beatífica en el cielo. De este particular trataremos más adelante.

Esta difusiva plenitud de gracias de que goza María, es expuesta y explicada muchas veces en las obras de S. Alberto Magno, bajo la imagen de la fuente, a la cual pertenece enviar a otros sus benéficas aguas, sin que ella padezca por eso detrimento alguno; aunque a su vez, de otro y no de sí misma saque esa riqueza o plenitud fontal. Y por convenirle estas dotes a la fuente, por eso se la toma para explicar la mediación universal de la Sma. Virgen, por la cual esta Madre amorosa comunica a los hombres las gracias y no como se quiera, sino como suyas, las cuales ellas recibe a su vez de su Divino Hijo. De este modo es también María fuente perenne, a causa de la plenitud de su gracia, por la que el pecador consigue el perdón, el justo la pureza de la gracia; consuelo el tentado, y apaga su sed el devoto con dulces sorbos de sabiduría consoladora (11). Nótese otra vez la universalidad de esta mediación, puesto que, según las diversas condiciones de cada uno, a todos abundantemente, hasta lo sumo, comunica sus gracias. Hemos dicho que la Virgen recibe de su Hijo estas gracias. A. Magno, para designar esta recepción y luego la comunicación a los mortales por la Sma. Virgen, usa la metáfora del canal, pues Ella, como un maravilloso canal, lleva hasta nuestras pobres almas el agua de la gracia. Lo mismo enseña en sus sermones: que María es fuente que mana para regar copiosamente toda la Iglesia.

Digna de notarse es la comparación que establece A. Magno entre la mediación de la Virgen y la de los demás santos, destacando de este modo mucho más la universalidad de la primera. A los otros santos, dice, se les han dado muchas gracias, pero a la Virgen se concedió la fuente misma de todas ellas.



Mediación universal de la Sma. Virgen, desde el punto de vista del patrocinio.

Porque los hombres, por quienes la Virgen ejerce el oficio de Mediadora, pueden encontrarse en muchas y variadas necesidades y peligros, es conveniente considerar los auxilios que ella les presta bajo el aspecto de protección, de defensa, de auxilio y de patrocinio. Protectora nuestra es llamada muchas veces por S. Alberto Magno. De dos partes nos amenaza el peligro: por parte del demonio, que siente envidia de nuestro bien, y de Dios, irritado a causa de nuestros pecados. Mas no hay que temer, porque María defiende de ambos peligros al pecador miserable. De lo cual se sigue la grande excelencia, sobre cualesquiera otra, de su protección; puesto que además de protegernos con eficaces auxilios de los lazos que nos tiende nuestro común enemigo, nos libra también, mediante su ejemplo y favor, de la indignación de su divino Hijo (12). Esta protección es, por consiguiente, universal y continuada, aun cuando el hombre no se acuerde de pedirla, porque la Sma. Virgen siempre está presente y nunca falta al hombre en la necesidad (13). Sin embargo, experimenta sus auxilios, como es justo y razonable, el que la invoca; pues ella socorre en los peligros a los que la llaman.

En cualquiera que, sintiéndose necesitado y miserable acude a refugiarse en este bien defendido campamento, se cumplen las palabras del salmo, que dice: Por millares verá caer a su lado a los enemigos; mas a él ni siquiera se le acercarán (14). De análoga manera se interpreta la salutación torre de David: porque los fieles hallan en ella seguro refugio... Mil escudos, es decir, la ayuda de todos los ángeles, penden de ese baluarte, para defender a todos los que acuden a María (15). Por aquí podemos ver la universalidad y, principalmente, la eficacia de la defensión mariana. La primera, sin embargo, de un modo muy especial se pone aún más de relieve comparando la protección que nos dispensan los ángeles custodios con la que nos otorga María. Propio es de los ángeles, dice este santo doctor, guardar a los hombres, lo cual en muy más alto grado compete a la Virgen; porque cada ángel está al cuidado de un solo hombre, mas la custodia universal de María se extiende universalmente a cada uno de los hombres y a todos en particular (16). Por donde puede, suficientemente, verse que la mediación de la Virgen es universal, aun considerada desde el punto de vista de protección, porque se refiere a todas y a cada una de las gracias de todos y cada uno de los hombres.

Lo mismo enseña Alberto Magno por medio de la metáfora estrella del mar. Así como esta estrella está situada en lo más alto del polo, con relación a todas las cosas, así mismo la Sma. Virgen está por encima de todos los santos... Y del mismo modo que esta estrella atrae al hierro, difunde luz y dirige en su ruta al navegante, así también María por su infinita misericordia, atrae suavemente, al modo del hierro, a los pecadores empedernidos, ilumina a los arrepentidos, y a los que navegan por el mar proceloso de este mundo los conduce al puerto de la salvación eterna; en suma, ella preserva de la culpa, ilumina en los caminos de la justicia y lleva, finalmente, a la gloria (17).

María es norte y guía cuando se agitan las olas de la tentación, que parecen hacernos zozobrar, puesto que ella es estrella del mar. Ella es luz, que esclarece la mente de los que la contemplan, protectora y Señora de los atribulados (18) y de los que gimen.

Obsérvese que la mediación de la Virgen se extiende también al Antiguo Testamento, por lo mismo que a él llega la de Cristo. Por tanto, siempre se observa la misma proporción entre ambas mediaciones. Así lo enseña S. Alberto Magno, por estas palabras:

"La Sma. Virgen siempre ha sido la estrella del mar y ha iluminado con su benéfica luz tanto a los que la han precedido, como a los que han existido después de ella. La razón es, porque solamente por la fe en el Verbo hecho carne o que había de encarnar de la Virgen, ha sido dada la salud al mundo. Por consiguiente María fue siempre Señora y Reina de las creaturas, porque Dios la eligió y confirmó en estos oficios y porque los miserables hijos de Adán tienen en ella puestas sus esperanzas y sus miradas todas" (19).

En estas palabras se establece el más alto, el último fundamento o base en que se apoya la mediación de la Virgen, a saber: la predestinación de María para Madre de Cristo y la asociación de la Madre a la obra del Hijo, predestinado, a su vez, como Hijo de Dios en fuerza y virtud para dar cima a la redención del género humano. De todo lo cual se sigue una consecuencia, y es que la Sma. Virgen María es Señora y Soberana de todas las criaturas con Cristo, Señor del universo, y bajo El, conviniéndole por ende a Ella cierta custodia y providencia también universales (20). Digamos algo de este aspecto de la mediación universal.



Mediación universal de la Virgen María bajo el punto de vista del dominio.

Con los títulos de Señora y Reina, y también de Emperatriz, designa muchas veces S. Alberto Magno a la Sma. Virgen. Señora de todos los bienes, Señora de todas las criaturas, dulcemente la llama, agregando que por este señorío es también Emperatriz del mundo entero. Y al comparar estos títulos entre sí para ver cuál de ellos es más propio para significar el modo y la calidad de este dominio universal, concluye que es el de Reina de la misericordia, que se le aplica a la Virgen con mayor exactitud que el título de Emperatriz.

Este nombre implica la idea de majestad, temor y rigor; mas el de Reina dice providencia y equidad. Además, con mayor propiedad se dice Reina de misericordia que Señora, Reina de señoras, o Diosa de las diosas; porque estos nombres incluyen dignidad y excelencia, respecto de cualquiera; pero la misericordia, potestad universal, con relación a los mayores y a los menores. Tampoco se llama propiamente Reina de paz y de amor, puesto que eso no es universalmente común a todos los de su reino. La misericordia, por el contrario, se encuentra tanto en el cielo como en la tierra, en el purgatorio como en el mismo infierno.

Inmenso es, por lo tanto, el reino de la misericordia, ella sola abarca o comprende a todo el reino de Dios. Pero la Santísima Virgen por derecho, verdadera y propiamente es Señora de todas las cosas que en la misericordia infinita de Dios se contienen. Por eso nadie puede negarle que sea con toda propiedad Reina de misericordia (21).

Por estos y otros pasajes semejantes, puede verse bien la universalidad de la mediación de la Virgen, cuyo dominio y cuyo reinado se extienden a todas las cosas que bajo la providencia divina caen. Ella es Señora, dice Alberto Magno, de todo aquello de que Dios es Señor (22).

Pero estas denominaciones de reina y señora pueden significar lo que se pretende de diversas maneras. Pueden, en efecto, convenir a una persona sólo por su dignidad intrínseca; por razón de esta excelencia a la cual se junta además una potestad que le corresponde; o finalmente, por participación, esto es, a causa de una relación o asociación con Aquel que es por sí mismo, primariamente o antes que nada, Rey y Señor. A fin de aducir un verdadero y sólido argumento en favor de la mediación universal de la Virgen María, según que se expone en los citados testimonios acerca del dominio y del reino universal de la misericordia, conviene estudiar qué es lo que para ello se requiere, y en qué forma lo hace S. Alberto Magno.

En la primera acepción, pues, señora y reina son nombres de dignidad y excelencia; pero no implican, sin embargo, propiamente dominio sobre otros que al mismo género pertenecen, por ejemplo: rosa se llama a la reina de las flores, porque supera por su belleza y suave fragancia a todas las demás flores. Según esto, con razón es llamada la Santísima Virgen Señora y Reina de las creaturas, en cuanto que a causa de la maternidad divina, que la eleva inmensamente sobre todas las cosas creadas (23), las aventaja también infinitamente. Ciertamente que María, por ser Madre de Dios, recibe una dignidad infinita, de algún modo, del bien infinito que es Dios (24). Lo cual también se esclarece por aquello que se dice en Metafísica, a saber: que la relación, así como tiene o toma su especie (que es su ser) del término a que se ordena, así mismo también saca su dignidad más del término, que de su fundamento; pues el ser de la relación, como el del movimiento, depende del fin o del término a que se endereza (25).

Así pues, la relación de la maternidad divina se termina, como la de la humana, en el ser mismo de la persona divina, que se unió hipostáticamente a la naturaleza humana. Esa persona es poseída por la madre como hijo, puesto que la relación de filiación mira directamente a la persona (26). Es, por consiguiente, la maternidad divina del mismo orden hipostático, porque es el instrumento que ha de obrar la Encarnación; y la Madre de Dios es, en cierto modo, affinis ad totam Trinitatem (27), en cuanto la naturaleza humana alcanza o toca los fines de la Deidad en el tálamo virginal del vientre del María, aún cuando esto no sea más que ab extra. Por eso la Madre de Dios se dice que es affinis Deo; o lo que es lo mismo: por razón de la unidad del ser actual de la existencia en Cristo (28). Y aunque la gracia santificante y la visión beatífica tengan cierta dignidad infinita, son, sin embargo, de orden inferior a la maternidad divina, porque unen con Dios por el amor y la fruición solamente; mas no según el ser personal, en el cual viene a terminarse la relación de la maternidad divina.

Para expresar tan alta dignidad, como es la de ser Madre de Dios, acude también S. Alberto Magno a los títulos de Señora y de Reina. Confirma, además, terminantemente que estos nombres se le atribuyen a la Virgen por su excelencia y dignidad. El nombre más propio de María es Reina de misericordia (29).

"Esta es la Reina que resplandece con toda clase de virtudes, en traje que reluce por el brillo y hermosura de la Deidad, que quiso venir a Ella y hacerla Señora de todos" (30).

Pero también procede S. Alberto en orden inverso: arguye de la universalidad de su reino para venir a su dignidad suprema.

"Por razón del mismo reino, -enseña- se llama a Cristo Rey de los cielos, y Reina de los cielos a María; pero su dignidad real está por encima de todos los coros y jerarquías angélicas. Asimismo, una es la majestad del reino de los cielos, por el cual reino Dios Trino es Rey y María se llama Reina. Está, pues, su dignidad sobre toda creatura" (31).

Del nombre o título de reino así tomado, no podemos, sin embargo, deducir la mediación universal de la Virgen María en la dispensación de todas las gracias. Aunque sea verdadero que el que participa de alguna dignidad o excelencia, participa también de las prerrogativas de la misma, sin embargo, esta consecuencia no parece que deba seguirse del concepto mismo de dignidad, conforme aquí lo tomamos, que es formalmente hablando, sino que más parece mera conveniencia extrínseca. Por lo tanto, se ha de sostener que el concepto o idea de Madre de Dios, en cuanto que en sí mismo no implica más que una singular excelencia y dignidad de María, por la que se llama Señora y Reina, no es equivalente al concepto de la dispensación de todas las gracias y ni siquiera pertenece a su inteligencia. Sólo analógicamente y mediante el raciocinio se puede deducir, de la dignidad y alteza de Madre de Dios, su dominio universal en la distribución de las gracias.

La Madre de Dios puede también ser llamada Reina y Señora por razón de su altísima dignidad, y de la potestad materna juntamente es el segundo sentido. De esta potestad goza María y mucho puede, por medio de ella, sobre su Hijo Rey y, por ende, sobre su Reino.

La Madre del Rey, superior a todos los demás, y en el mismo orden que el Hijo, debe participar según el ser natural de las cosas, del Reino y del dominio universal, que el Verbo encarnado puede ejercer en toda la creación, y, consiguientemente, en la distribución de todas las gracias. Compete, pues, a la Sma. Virgen el influjo de la virtud más alta, sobre el Rey mismo de todo el universo; y esto hasta tal punto, que todas las gracias que Ella quiera alcanzar de su Hijo, ciertamente que las obtendrá.

También deduce el ilustre santo domínico de esta excelencia materna, que la Virgen debe ser llamada Reina y tener una potestad universal. Naturalmente, dice, la madre del rey es reina; y ésta está, por la justicia y las mercedes que puede hacer y alcanzar, sobre todos los que en su reino viven (32). De este modo, agrega, la Virgen María es Señora de todas las criaturas; y en cuanto que es Madre del Creador, Reina es de la creación (33). Por lo tanto, por parte del mismo dominio y del mismo reino, del cual saca o toma su Hijo el nombre de Rey, Ella se denomina Reina; y porque es Madre del Artífice de todas las cosas, es Señora con toda propiedad. Finalmente, dice el Santo Doctor, es muy conforme a razón que el Hijo, para honrar a su Madre, a quien ama con tierno afecto, le dé potestad plena sobre todos sus bienes (34) y vasallos.

Sin embargo, conviene repetir, por segunda vez, que de esta excelencia y potestad de la Madre de Dios no se sigue necesariamente que Ella, de hecho, distribuya a todos los que están en el reino de su divino Hijo todas las gracias numéricamente tomadas. Además, por razón del título de Reina que le atribuimos, es necesario notar que este nombre le conviene solamente en cuanto que es Madre del Rey Cristo. Es verdad que este parentesco le da un gran ascendiente sobre su Hijo, mas no por eso rige y gobierna directamente los negocios del reino de Aquél.

Y aunque virtualmente el concepto o idea de dominio, según se implica en el título de Reina, y según la presente acepción pueda significar la mediación universal de la Virgen, no puede sin embargo designarla formal e implícitamente, al menos eso no se ve. Por consiguiente, el argumento que de aquí se suele sacar no obliga al asentimiento, y es de conveniencia solamente.

Puede tomarse también el título de Señora y de Reina adecuadamente, en cuanto significa la esposa del rey, la cual participa del gobierno y de la potestad reales. Incluye, por lo tanto, algo más que la mera dignidad y excelencia de ser Madre del rey, y más que una pura posibilidad de interceder universal y eficazmente ante Cristo Rey de todas las cosas.

Queda de manifiesto que esta dignidad real de María pende esencialmente de la condición de Rey de su Hijo y que se funda en la asociación de Ella a toda la obra de la Redención, de que trataremos en la segunda parte.

Ninguno tal vez, según Bittremieure, con mayor claridad ha expuesto este dominio de la Virgen bajo la imagen o el modo de unión, asociación al oficio de Cristo, que Alberto Magno. Expresamente declara que la Virgen no es vicaria de Cristo, sino ayudadora y compañera; participa del reino, la que participó de todos los dolores y amarguras que su Hijo padeció para redimirnos (35). Y en otro lugar agrega:

"La Virgen María es Señora de todas las creaturas, porque fue ayudadora de Cristo en la Redención de los hombres" (36).

Rehúso aducir otros testimonios, porque, como ya dijimos, en la segunda parte se trata de un modo particular de la mediación universal.

Nos basta, para asentar bien la doctrina de S. Alberto Magno, consignar que él concede a la Virgen, bajo el título de Reina, una participación verdaderamente activa en el oficio o dignidad real de su Hijo. Todo lo cual nos sirve para confeccionar, basados en el dominio universal que este Santo Doctor atribuye a María, un sólido argumento encaminado a probar la mediación universal de todas las gracias. María, dice, fue también asociada como igual a la persona de Cristo, esto es, como de igual poder o potencia en general; pues Ella es, en efecto, Reina del mismo reino de que su divino Hijo es Rey y Soberano (37).

El reino de Cristo, primariamente, comprende todas las gracias que se han de conceder a los hombres. De donde se sigue que el oficio o dignidad de Reina de misericordia, que universalmente y sin restricción alguna participa del reino de Cristo, consiste en la dispensación de todas y cada una de las gracias; en otros términos, es la misma mediación universal. Por consiguiente, en esta tercera acepción el título de Reina equivale a Mediadora y el concepto de dominio universal contiene, formal e implícitamente, la idea de la mediación directa en la distribución de todas las gracias.

Por todo lo anteriormente dicho, se puede ver con cuánta solicitud y diligencia procede S. Alberto Magno en la exposición de cada uno de los términos, en los cuales expone su doctrina acerca de la mediación universal de María en cuanto a la distribución de las gracias, las cuales pasan todas, numéricamente, por sus bienhechoras manos.


NOTAS

(1) Mariale, q. 31, § IV.

(2) Mariale, q. 154.

(3) L. c. q. 191.

(4) L. c. q. 24, § 3.

(5) Mariale, q. 29, § 2.

(6) Bittremieure, De Mediatone univ. B. M. V.

(7) Mariale, q. 177.

(8) Com. in Luc. 1, 28.

(9) Com. in Luc. 10, 40.

(10) Mariale, q. 33, § 2º.

(11) In Luc. 10, 38.

(12) Mariale, q. 185.

(13) Com. in Luc. 10, 40.

(14) Salmo, 90, 7-8.

(15) Sermo in Assumpt. II, 5.

(16) Mariale, q. 153.

(17) Mariale, q. 146.

(18) Com. in. Luc. 2, 17.

(19) Mariale, q. 28.

(20) Mariale, q. 153.

(21) Mariale, q. 162.

(22) Mariale, q. 29, § 2.

(23) Sto. Tomás, Com. in Math, 4, 13.

(24) I, q. 25, a. 6, ad 4.

(25) III, q. 2, a. 7, ad 2.

(26) III, q. 35, a. 5, ad 1.

(27) II-II, q. 103, a. 4, ad 2.

(28) Caj. in 1. c.

(29) Mariale, q. 162.

(30) Com. in Mth., 1, 18.

(31) Mariale, q. 151.

(32) Mariale, q. 154.

(33) Mariale, q. 166.

(34) Sermo II in Annunt., 1.

(35) Mariale, q. 42.

(36) Mariale, q. 166.

(37) Mariale, q. 165.