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VIRGENCITA PLIS, CONCÉDEME EL MILAGRO.






Confieso que me ha hecho gracia, pero la gracia se hizo amargura cuando el infomercial ofrecía un producto promocionado desde hace un año. Por lo pronto, al ver televentas.com me sorprendí de ese invento novedoso por tener la voz del beato Juan Pablo rezando el santo rosario, un instrumento de bolsillo, ligero y resistente. Utilizarlo es simple – dice la promoción- una vez seleccionado el día de la semana, solo presiona un botón y la voz del Papa Juan Pablo II comienza a orar con ustedes y a recordar todos los misterios del Santo Rosario.

En diciembre de 2011, Religión Digital dio cuenta del rosario electrónico:

(http://www.periodistadigital.com/religion/musica/2011/12/20/religion-iglesia-edibesa-rosario-electronico-juanpabloii.shtml de Edibesa).

 Esa misma editorial lanzó a la venta el Jesusito de peluche que dice oraciones:

 http://www.edibesa.com/ficha.php?id=949

Para niños de más de tres años, baterías incluidas, y, por si fuera poco, otro de menor tamaño para la cuna de los bebés; otro peluche, el de la virgen María, cuyo precio es de 25 euros, unos 450 pesos, garantiza su presencia en la habitación de los bebés y rezar el santo rosario :

http://www.edibesa.com/ficha.php?id=952.

A esos curiosos productos se suman otros, las imágenes caricaturizadas de los principales símbolos religiosos. Todos conocemos, para algunos atractiva, para otros insolente, a la virgen Distroyer de Amparín. La imagen pretende, desde mi perspectiva, ofrecer una representación más amable de la virgen de Guadalupe, de manera que los jóvenes pueden tener una estampa al cual dirigir sus necesidades. Las leyendas, “virgencita plis”, hacen que sus poseedores soliciten favores triviales y mundanos, como cuidar la mochila, mejorar la figura u obtener cosas sin importancia propiciando la idea de que el santito y virgencita son puestos al servicio de sus propietarios para obtener ganancias, bienes o situaciones favorables.

Además, otros sitios como cuidameplis.com han hecho todo un panteón de santitos en caricaturas para toda ocasión. Ahí, quien busca esta especie de amuletos, pueden elegir entre san juditas, lupis, sor porfitas o fatimita, para solicitarle su favor y esté bien protegido, ¿contra qué? Sólo sabrá su poseedor, pero, en el ánimo secularista, es llevar una religión acomodada a modo, una religión sin compromiso, de la cual Dios es el mero propinante de deseos.

Nuestra sociedad, en la explosión de cultos y de nuevos movimientos religiosos, ha generado todo un mercado idolillos para satisfacer cualquier gusto. En un aspecto más refinado, la imagen de los santos y de la Virgen de Guadalupe, al no ser objeto de propiedad intelectual, son tomados para que, alternativamente, la mercadotecnia cree iconillos como marca registrada generadores de ganancias gracias a la superstición y a la ignorancia religiosa que atribuyen a esos amuletos caricaturizados propiedades mágicas, cuasidivinas y milagreras que hacen que la virgencitaplis, el rosario electrónico y los santitos sean equivalentes a una pata de conejo, a las cadenas de ajos, a los cuarzos o piedritas magnéticas que encierran los secretos del universo; claro, el gran milagro sí se realiza sólo para las empresas, los creadores y dueños de los derechos respectivos.

La cultura light impactante ha desvanecido el significado evangelizador de las imágenes y representaciones de los santos. A nadie le importa el mensaje intrínseco que pueda guardar un icono. Muchos católicos ignoran la iconografía de los santos y el por qué de su representación cuyos símbolos encierran el significado de una vida no pocas veces ligada a los sinsabores y al dolor que pueda tener cualquier existencia humana. La representación icónica, es sabido, lleva toda una teología que remite a lo sacro y anima la liturgia de la Iglesia, sea público o privado; en consecuencia, la imagen santa proyecta a la celebración del misterio de Cristo, Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado.

En las imágenes de los santos se comprende la fe en el misterio del resucitado. No es simplemente la representación de alguien, es también la proyección del misterio que encierra. No son eidola, imágenes sin profundidad, son símbolos que hacen pensar en aquello que no puede ser representado. Pensemos en el icono de Guadalupe, la mujer vestida de Sol, una representación que encierra la cosmovisión indígena de los conquistados, pero impactante por el misterio envolvente, la de Cristo no nato, encarnado en las entrañas de María. Los ornamentos de la Virgen, en vastos estudios, implican toda esa síntesis de movimiento y de fertilidad, de presencia de Dios y del inicio de una nueva era y de la presencia de la Madre definida, después, como la primera evangelizadora de América quien porta, personalmente, la presencia de Dios.

Algunos podrán estar a favor de esas nobles propuestas del rosario electrónico y las caricaturas de los santitos; otros podrán rechazarlos al argumentar una trivialización de las representaciones sacras. No hay duda que sus creadores se han valido de algo muy querido por los cristianos católicos para hacerlos marca, es decir, creaciones protegidas por derechos exclusivos y puestas en el mercado para generar ganancias gracias a la compraventa de las ideas. La superstición es la garantía de esos beneficios económicos y, aunque quisieran tener un fin noble, el ídolo, eidolon, es representación vacía y facilitadora del sentimentalismo cuasirreligioso e irreal basado en una confianza desmedida del poder que el usuario tiene para manipular a la divinidad a su antojo.

Quizá alguien me diga que es cuestión de gustos; tal vez sí, pero prefiero ser formado por la pedagogía de un icono que por una mera baratija producto de las modas y marcas que sirven más de artilugios y amuletos que ser signos de la verdadera fe y devoción… Virgencita plis, concédeme el milagro.

Guillermo Gazanini Espinoza
Secretario General del Consejo de Analistas Católicos de México. 

Prácticas protestantes en la liturgia católica



No recuerdo bien  donde he expuesto mi «doctrina» sobre los «protestantes anónimos». Parafraseando esa teoría rahneriana de los «cristianos» anónimos, sostengo que entre nuestros nominales católicos –han recibido el bautismo en la Iglesia Católica, pero su vida moral, práctica religiosa y confesión de fe no se corresponde con los principios católicos– se da un grupo de personas que viven y piensan como protestantes. Y aunque estoy descubriendo el Mediterráneo, creo que debemos ser conscientes de los varios «niveles» de catolicidad que tenemos en nuestras parroquias.
Este fenómeno, según también mi tesis, ejemplifica que, de facto, vivimos en una especie de «iglesia anglicana» dentro de la Iglesia Católica: tenemos una High Church, compuesta de los «más» católicos, y una Low Church protestantizada. Pero la culpa de esto viene de la espiritualidad «común» entre católicos y protestantes en el contexto del concilio de Trento. En una cita de L. Bouyer vemos un ejemplo de esto:
Nosotros vivimos aún en gran parte de lo que viven los protestantes, y no nos damos cuenta. Baste observar nuestra vida espiritual, y en lo que se basa todavía hoy: hay cristianos que van a pedir que se celebre una Misa y luego añaden donativos de más, para que se haga la Exposición del SS. Sacramento: no comulgan, no participan en el Sacrificio de Cristo y creen que obtienen quién sabe qué gracia porque ven el SS. Sacramento expuesto, por la visión de la Hostia. Este es un hecho puramente psicológico, y, si bien, los protestantes no admiten estas formas, en cuanto al principio, se trata de puro protestantismo o, si lo preferimos, es «devoción» de los siglos XIV-XV (Parola, Chiesa e Sacramenti, Brescia, 1962, 61-63).
En los últimos años la atención de los pastores se ha estado dirigiendo, no sin razón, a la peligrosa costumbre de comulgar sin «discernir el cuerpo del Señor» (1Cor 11, 27-29). Pero algo también peligroso, a largo plazo, es concebir la comunión eucarística como algo accesorio. Porque los que hoy, en nuestra postmodernidad, no se acercan nunca a comulgar, no lo hacen porque sientan que deben recurrir a la penitencia sacramental, sino porque, simplemente, les da lo mismo.
Hay que recordar aquí las bondades del magisterio de san Pío X en esta cuestión. También en su llamada a una participación activa. Hay una «masa» de gente, católicos nominales, que conciben la liturgia, especialmente la eucaristía, como un «espectáculo» visual. O también como una especie de catequesis. Y no pocos pastores contribuyen a dar esa imagen, además de esos conocidos «grupos» de liturgia, que no pocas veces actúan sin la autorización del párroco.
Detrás de estas conductas está presente una especie de «apostasía interna», un enfriamiento de la piedad y de los propios convencimientos. La indiferencia de las masas nominalmente católicas es el principal obstáculo para una fructífera celebración litúrgica: no sólo en cuanto a la participación, sino también en su desenvolvimiento. Reducir la celebración litúrgica a categorías «seculares» que supuestamente deberían entender los «alejados» es traicionar la verdad acerca de la liturgia. Por otro lado, el mismo concepto de «alejado» es una irrisoria quimera, porque muchas veces se vive alejado por decisión propia. Los supuestos «pecados» de la Iglesia y sus miembros son casi siempre una excusa, no una razón para el alejamiento.
La liturgia, en esta sociedad televisada, tiene una vertiente evangelizadora. Pero por su misma naturaleza se «hizo» para los bautizados. Los catecúmenos, en las liturgias antiguas, sólo podían estar presentes en la Liturgia de la palabra. Ahí acababa su catequesis. La Liturgia eucarística, la comunión eucarística y la vivencia de ambas son la mejor medida para conocer la «catolicidad» de una comunidad cristiana. Una desviación en este ámbito significaría encontrarnos con una comunidad protestante de facto, aunque nominalmente católica.
Pero también hay otras prácticas que se alejan de la apatía, que exteriormente parecen fruto de una gran participación, pero que también evidencian el principio protestante. Me refiero a la tendencia que existe en algunas comunidades a suprimir la separación entre santuario/presbiterio y nave de la iglesia. Los que así lo hacen no pretenden negar la clásica diferenciación entre Iglesia celeste y terrestre en la celebración litúrgica. De hecho, simplemente no creen en ella. Lo que les interesa es poner en funcionamiento una eclesiología protestante: la no-distinción entre sacerdocio real y sacerdocio ministerial. Paradójicamente, el concepto de presbiterio no excluye los ministerio laicales. Al contrario, se supone que dichos ministerios, convenientemente dispuestos en el presbiterio con vestiduras litúrgicas laicales (alba/sobrepelliz), deben ejercer sus oficios litúrgicos. Pero suprimir la separación entre presbiterio y nave tiene como objeto también negar los ordines ministeriales: grupos estables encargados de ministerios litúrgicos específicos. La supresión generalizada de las vestiduras litúrgicas fue el primer paso. Negada una identidad litúrgica específica, llega el relativismo ministerial: como son «laicales», los puede hacer cualquiera. Se olvida el necesario encargo jerárquico y la naturaleza grupal de esos ministerios a lo largo de la historia.
Estas cuestiones no tienen fácil solución. Pero un primer paso es reconocer el problema presente en nuestras parroquias. Hay que recuperar nuestra identidad litúrgica católica. El ecumenismo no es sinónimo de sincretismo o de abandono de las propias convicciones. O por lo menos no debería serlo.

conoZe.com 
Adolfo Ivorra 

Publicado por Silvia S.A.


Ante la escasa formación religiosa y cultural actual


He visto la película Exodus: Dioses y reyes, en la que pese a la espectacularidad visual -con unos fenomenales efectos especiales de batallas, multitudes, construcciones, etc.- efectivamente su reformulación de la aventura del bíblico Moisés resulta tibia, resbala por la superficie de los personajes y de una historia que sin embargo tiene un hondo potencial. Algunos críticos hablan de que es una historia en la que Dios tiene un papel muy difuso así como del tratamiento inapropiado de la conciencia religiosa de Moisés, que aparece como un posmoderno convertido en líder a medio camino entre fanático terrorista y militar visionario.

Como era de esperar en el cine hollywoodense actual, relumbra en su apartado visual, con grandes efectos especiales en la sucesión de plagas que asolan Egipto o en la separación de las aguas del Mar Rojo. En mi opinión es muchísimo mejor que la reciente Noé, de Darren Aronofsky. Quizá un poco larga -151 minutos- y nunca hay que olvidar al verla que es un "mero cine de aventuras y de palomitas" con un trasfondo bíblico como excusa -no una clase de catequesis- y políticamente correcta religiosamente hablando para no ofender a nadie, buscando que gran parte del relato -no todo- se pueda entender en una clave no necesariamente religiosa.

Al verla me surgió un importante interrogante: ¿entiende plenamente la mayoría de los espectadores actuales la historia dado su escaso, por no decir nulo, conocimiento de las Sagradas Escrituras? Pienso que no y ello creo que es una muy preocupante expresión de las graves lagunas -por no decir océanos- de la formación religiosa y cultural de nuestros contemporáneos occidentales. Esta contemporánea "resurrección del género bíblico" parte más bien de su vertiente de blockbuster (película taquillera) y no del carácter didáctico de sus relatos.

Fr. Alfonso Esponera O.P. 
Blog "Con acento"