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LA VIRGINIDAD PERPETUA DE MARÍA


(de “la Madre del Salvador y nuestra Vida Interior” por Fr. R. Garrigou- Lagrange O.P.)

La Iglesia Católica enseña tres verdades respecto a la virginidad de María: que fué virgen al concebir al Señor, al darle la vida, y que después, permaneció perpetuamente virgen (Virgen antes del parto, en el parto y después del parto). La Iglesia defendió estas verdades, las dos primeras, contra los Cerintianos y Ebionitas, al fin del 1° siglo, posteriormente contra Celso, refutado por Orígenes, y en el siglo XVI contra los Socinianos condenados por Pablo IV y Clemente VIII; modernamente contra los racionalistas, en particular contra Strauss, Renán y el seudo Herzog (27). La segunda verdad fue atacada por Joviniano, condenado en 390. La tercera fué negada por Helvidio y refutado por S. Jerónimo (28).

LA CONCEPCIÓN VIRGINAL

La virginidad en la concepción está ya señalada por Isaías, VII, 14: Una virgen concebirá y dará a luz un hijo; éste es el sentido literal, pues de otra manera, como dice S. Justino (29) contra los judíos, no existiría la señal anunciada por este profeta en el mismo lugar. Está afirmada, además, en la respuesta del arcángel a María, en el día de la Anunciación, cuando le preguntó: “¿Cómo será esto, porque no conozco varón?” El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te hará sombra la virtud del Altísimo. Y por eso, lo santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios” (Luc, I, 34 ss.).
También se afirma en la respuesta que dio el ángel a S. José: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella ha nacido, es obra del Espíritu Santo” (Mat., I, 20). El evangelista S. Lucas, finalmente, dice refiriéndose a Jesús: “Hijo, según se creía, de José” (Luc, III, 23.)

Toda la Tradición confirma la concepción virginal de María por intermedio de S. Ignacio mártir, Arístides, S. Justino, Tertuliano, S. Ireneo. Todos los Símbolos enseñan que el Hijo de Dios hecho carne “fué concebido por la Virgen María, por obra del Espíritu Santo” (30). Fué definido en el Concilio de Letrán, bajo Martín I en 649 (31), y afirmado de nuevo por Pablo IV contra los Socinianos (32).

Las razones de conveniencia de la concepción virginal las da Santo Tomás (III, q. 28, a. 1): l°, conviene que el que es Hijo natural de Dios, no tuviese padre en la tierra, pues tiene un Padre único en los Cielos; 2°, el Verbo, que es concebido eternamente en la más perfecta pureza espiritual, debía también ser concebido virginalmente al hacerse carne; 3°, para que la naturaleza humana del Salvador quedase exenta del pecado original, convenía que no fuese concebido como sucede de ordinario por vía seminal, sino por concepción virginal; 4°, finalmente, al nacer según la carne de una virgen, Cristo nos quería indicar que sus miembros debían nacer conforme al espíritu de esta virgen, su Esposa espiritual, la Iglesia.

EN EL INSTANTE DE LA ENCARNACIÓN Y DESPUÉS.

Parto virginal:

S. Ambrosio lo afirma, al comentar el texto de Isaías (VII, 14): “Una virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo”; será —dice— virgen en la concepción y también en el parto (33). Antes de él hablaron de la misma manera: S. Ignacio mártir (34), Arístides (35), Clemente de Alejandría (36). En el siglo IV, S. Efrén (37) y más tarde S. Agustín (38). El Concilio de Letrán bajo Martín I en 649 también lo proclamó (39).

Las razones de conveniencia del parto virginal de María las trae Santo Tomás (III, q. 28, a. 2): l°, el Verbo que es eternamente concebido y que procede del Padre sin ninguna corrupción, debía, al hacerse carne, nacer de una madre virgen, conservándole la virginidad; 2°, el que viene para quitar toda la corrupción, no debía destruir, al nacer, la virginidad de la que le daba la vida; 3°, el que nos ha mandado honrar a nuestros padres, estaba obligado, al nacer, a no disminuir el honor de su Madre.

La virginidad perpetua de María después del nacimiento del Salvador:

El Concilio de Letrán en 649 afirma este punto de doctrina (40) y de nuevo Pablo IV contra los Socinianos (41). Entre los Padres conviene citar, como que lo han afirmado explícitamente, a Orígenes (42), S. Gregorio Taumaturgo (43); en el siglo IV, el título de semper virgo es empleado común-mente, sobre todo por S. Atanasio y Dídimo el Ciego (44), así como en el Concilio II de Constantinopla en 533 (45).

Entre los latinos hay que citar a S. Ambrosio (46), S. Agustín (47), S. Jerónimo (48) contra Joviniano y Helvidio; y en la iglesia siríaca a S. Efrén (49). Las razones de conveniencia de esta perpetua virginidad las trae Santo Tomás (III, q. 28, a. 3): 1°, el error de Helvidio atenta —dice— contra la dignidad de Cristo, porque de la misma manera que desde toda la eternidad es el Unigénito del Padre, convenía que, en el tiempo, fuese el hijo único de María; 2°, este error es una ofensa al Espíritu Santo que santificó para siempre el seno de María; 3°, disminuye también la dignidad y la santidad de la Madre de Dios, que aparecería como ingrata, si no se hubiese contentado con hijo semejante; 4°, en fin, como lo dice Bossuet (50), “S. José intervenía en este designio, y haber faltado a él, después de un nacimiento tan glorioso, hubiese sido un sacrilegio indigno de él, una profanación indigna del mismo Jesucristo. Los hermanos de Jesús, nombrados en los Evangelios, y Santiago que se llama constantemente hermano del Señor, no eran más que parientes, según el modo de hablar de entonces: la Santa Tradición jamás lo ha entendido de otra manera”.

Los trabajos recientes de los exegetas católicos contra los racionalistas modernos han confirmado estos testimonios (51).

Santo Tomás (III, q. 28, a. 4) explica la opinión común, según la cual María hizo voto perpetuo de virginidad. Estas palabras de S. Lucas (I, 34): “¿Cómo será esto, porque no conozco varón?”, indican ya esta resolución. La Tradición se resume en estas palabras de S. Agustín: Virgo es, sancta es, votum vovisti. “Virgen eres, santa eres, hiciste voto” (52). El matrimonio de la Santísima Virgen con S. José era, por consiguiente, un verdadero matrimonio, pero existía este voto, emitido de común acuerdo (53).

(...) Las notas a pie que no están aquí buscarlas a partir de la pag 101 del libro http://www.traditio-op.org/biblioteca/Garrigou/Garrigou-Lagrange-Reginald-La-Madre-Del-Salvador.pdf

(51) Cf. A. DURAND, Frères du Seigneur, art. del Dictionnaire Apologétique. La palabra hermano se tomaba entre los hebreos en el sentido de pariente, en general, y de ahí, por primo, sobrino, etc. Cf. Génesis, XIII, 8; XIV, 6. Los que llevan el nombre de hermanos del Señor (Mat., XII, 46), son Santiago, José o Joseph, Simón y Judas cuya madre era una María distinta de la Santísima Virgen, su hermana o cuñada (Mat., XXVII, 56), mujer de Cleofás o Alfeo (Juan, XIX, 25; Mat., X, 31; Marc, III, 18; XV, 40; Luc, VI, 15). Cf. Clemente de Alejandría, Orígenes, S. Jerónimo.
(53) Cf. SANTO TOMÁS, III, q. 29, a. 2.

Fuente: Traditio Spiritualis Sacri Ordinis Praedicatorum

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