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Sobre el Demonio- San Agustín


“Cuando es acusado, el diablo se goza. Es más, quiere que le acuses, acepta gustosamente toda tu recriminación, ¡si esto sirve para disuadirte de hacer tu confesión!” (San Agustín)


Empecemos hablando claro: el Demonio existe y siempre está rondando alrededor de todos nosotros buscando a quién perder. Pero al mismo tiempo que hoy en día nos encontramos en el Pueblo de Dios de hoy un error por defecto: el considerar al Diablo como un ser irrelevante o incluso negar su existencia; también podemos caer, como hombres pecadores que somos, en un error por exceso: ver la mano del Tentador en todas nuestras faltas.

Muchísimos santos nos recuerdan que en esta existencia terrenal hay tres tipos de tentaciones: las del Mundo, las de la Carne y las del Diablo; y el buen cristiano debe lucharlas todas. El Diablo está presente sí, y su voz insinuante y tentadora nos acompaña muchísimas veces, pero no siempre tiene la culpa: a veces es simplemente nuestra más profunda concupiscencia, una concupiscencia que no queremos abandonar o simplemente somos tan amigos del Mundo que no queremos rehusar ni a sus goces ni a sus delicias. Y entonces cuando caemos le gritamos: “¡Me haces pecar malvado! ¡Vete!”. Pero él se goza. Él se ríe y se burla pues le achacamos el mal que hacemos por nuestra carne o por seguir al mundo, y así no nos convertimos. Él ha ganado por habernos hecho creer en la falsedad a fe ciega y así evitar nuestro arrepentimiento auténtico. No en vano él es el Príncipe de la Mentira y disfruta con nuestras equivocaciones.

Por eso nosotros, no debemos olvidar que él existe pero que con Cristo tenemos la Victoria sobre él. Solo su Gracia y un acudir a los sacramentos de forma constante y correcta, como manda la Iglesia, podremos librarnos de las insidias del Enemigo. Vencer al mal con el Bien, ser testigos del Resucitado en medio de esta generación descreída y pregonar el Amor y el Perdón de Dios aplicándolo en nuestras vidas y con nuestro prójimo. Solo así podremos oír en nuestro corazón y en nuestra alma las palabras de Jesús: “Veía caer a Satanás como un rayo“, para luego llegar el día en el que el Cristo nos coronará con la vida imperecedera, dándonos el premio por pura gracia en nuestra carrera por la Vida y reinaremos con Él en su Reino de Justicia y Derecho.

Para concluir, me gustaría señalar que es curioso leer como parece ser que en tiempos de San Agustín los cristianos dejaban de confesarse pues achacaban sus pecados al Demonio y así consideraban que no habían perdido la gracia de Dios, mientras que hoy en día muchas veces la ausencia de Confesión viene de una visión casi totalmente opuesta: o no existe el Diablo ( y por tanto ni el mal ni el castigo) o no somos tan malos (sino buenos) y por tanto no necesitamos del perdón de los pecados. No huyamos de la Confesión. Es nuestra única vía de escape cuando nos asfixia el olor a cadáver que desprende un alma en pecado mortal.

Fuente: francescopetrarca.wordpress.com

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