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Reflexiones sobre algunos problemas actuales de la crisis de la Iglesia Católica

Rorate Caeli ha obtenido una copia exclusiva de la versión en Inglés de una inusual carta abierta de un arzobispo sobre la crisis de la Iglesia.
La carta, escrita por Su Excelencia Monseñor Jan Pawel Lenga, obispo emérito de la diócesis de Karaganda, Kazajstán, ojalá sirva como una tan necesaria llamada de atención para los católicos que han enterrado sus cabezas en la arena durante demasiado tiempo.

Rezemos para que una mayor cantidad de sus hermanos obispos tengan la fe – y el carácter – para alzar la voz y ser escuchados antes de que ya no haya nada por defender

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Reflexiones sobre algunos problemas actuales de la crisis de la Iglesia Católica
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Atesoro la experiencia de haber vivido con sacerdotes que estuvieron en las prisiones estalinistas y en los campos y que no obstante permanecieron fieles a la Iglesia. Durante el tiempo de persecución, ellos llevaron adelante con amor su deber sacerdotal de predicar la doctrina católica así, llevando una vida digna en imitación de Cristo, su Divino Maestro.
He completado mis estudios sacerdotales en un seminario clandestino en la Unión Soviética. Fui ordenado sacerdote en secreto por la noche, de manos de un piadoso obispo quien había sufrido él mismo por causa de la fe. En el primer año de mi sacerdocio padecí la experiencia de ser expulsado de Tajikistán por la KGB.
Con posterioridad, durante mis 30 años de permanencia en Kazajistán, serví 10 como sacerdote tomando bajo mi cuidado a fieles de 81 localidades. Y 20 como obispo, inicialmente con jurisdicción en cinco estados de Asia Central, cubriendo un área total de cuatro millones de kilómetros cuadrados.
Durante mi ministerio como obispo estuve en contacto con el papa san Juan Pablo II, con muchos obispos, con muchos sacerdotes, obispos y fieles de diferentes países bajo diferentes circunstancias. Fui miembro de algunas asambleas del Sínodo de Obispos en el Vaticano que se ocuparon de temas como “Asia” y “La Eucaristía”.
Esta experiencia, lo mismo que otras, me da el fundamento para expresar mi opinión sobre la crisis que cursa en la Iglesia Católica. Estas son mis convicciónes y están dictadas por mi amor a la Iglesia y por el deseo de su auténtica renovación en Cristo. Me veo forzado a recurrir a los medios públicos de expresión porque temo que cualquier otro método encontrará un muro de piedra de silencio y desprecio.
Soy consciente de las posibles reacciones que suscitará mi carta abierta. Pero al mismo tiempos la voz de la conciencia no me permite permanecer en silencio, mientras que el trabajo de Dios está siendo calumniado. Jesucristo fundó la Iglesia Católica y le manifestó por su palabra y sus obras cómo se debe cumplir con la voluntad de Dios. Los apóstoles a los que El otrogó la autoridad de la Iglesia, llevaron adelante con celo el deber que les había sido confiado, sufriendo por causa de la verdad que ellos habían predicado, porque ellos “obedecieron a Dios antes que a los hombres”.
Desgraciadamente, en nuestros días, la evidencia creciente de que el Vaticano a través de la Secretaría de Estado ha adoptado el camino de la corrección política está creciendo. Algunos nuncios han sido propagadores del liberalismo y del modernismo. Ellos han adquirido un hábil manejo del principio llamado “sub secreto Pontiificio”, por el cual se puede manipular y callar a los obispos. Y esto que el Nuncio dice a los obispos se les presenta como si fuese el deseo del Papa. Con tales métodos se divide a los obispos entre sí para que los obispos de un país no puedan ya más hablar con una sola voz en el espírtu de Cristo, de Su Iglesia, en la defensa de la fe y la moral. Esto significa que, a los efectos de no caer en desgracia ante el Nuncio algunos obispos aceptan sus recomendaciones, que algunas veces no tienen como fundamento otra cosa que sus propias palabras. En lugar de extender la fe con celo, de predicar la doctrina de Cristo con coraje, plantándose firmes en defensa de la verdad y de la moral, las conferencias de obispos con frecuencia se ocupan de temas que son extraños a la naturaleza de sus deberes de sucesores de los apóstoles.

Se puede observar en todos los niveles de la Iglesia un decrecimiento obvio del “sacrum”. El “espíritu del mundo” alimenta a los pastores. Los pecadores dan instrucciones a la Iglesia para que Ella los sirva. En su confusión los Pastores se mantienen en silencio sobre los problemas que la afectan y abandonan a las ovejas en tanto se apacientan a sí mismos.  El mundo es tentado por el demonio y se opone a la doctrina de Cristo. No obstante los Pastores están obligados a enseñar toda la verdad sobre Dios y los hombres, “con oportunidad o sin ella”.

Sin embargo durante el reinado de los últimos papas santos se puede observar en la Iglesia el mayor desorden en lo que concierne a la pureza de la doctrina y a la sacralidad de la liturgia, en la cual Jesucristo no recibe el culto público que le es debido. En no pocas Conferencias Episcopales los mejores obispos son “persona non grata”.  ¿Dónde están los apologistas de nuestros días, que anuncien a los hombres de un modo claro y comprensible la amenaza y el riesgo de perder la fe y la salvación?
En nuestros días la voz de la mayoría de los obispos más bien se asemeja al silencio de corderos frente a los lobos furiosos; los fieles son abandonados como ovejas indefensas. Cristo fue reconocido por los hombres como alguien que hablaba y obraba con poder, y este poder fue otorgado a sus apóstoles por El mismo. En el mundo actual los obispos deben librarse de toda servidumbre humana y –después de la debida penitencia- convertirse a Cristo a fin de que fortalecidos por el Espíritu Santo puedan anunciar a Cristo como el único Salvador. Al fin de los días se deberá dar cuenta a Dios por todo lo que se ha hecho y por todo lo que no se ha hecho.
En mi opinión la voz débil de muchos obispos es la consecuencia del hecho de que en el proceso de elección de los obispos los candidatos no son examinados suficientemente sobre una firmeza indudable y una valentía en la defensa de la fe, sobre su fidelidad a las tradiciones multiesculares de la Iglesia,  sobre su piedad personal. En el asunto de la designación de los obispos, e inclusive de los cardenales, es cada vez más notable que algunos prefieren a los que comparten una ideología particular o pertenencia a determinados grupos que son ajenos a la Iglesia y que han influido en la designación de algún candidato en particular. Más aún, parece que a veces se toma en consideración el favorecer a los medios masivos que con frecuencia se burlan de los candidatos más santos, pintando una imagen negativa de ellos, mientras que elogian a los candidatos que tienen en un grado mucho menor el espíritu de Cristo y alaban todo lo moderno. Por el contrario, los candidatos que se destacan en su celo apostólico, tienen el coraje de proclamar la doctrina de Cristo y muestran amor por todo lo que es santo y sagrado son deliberadamente eliminados.
Un Nuncio me dijo una vez: “Es una pena que el Papa [Juan Pablo II] no participe personalmente de la designación de los obispos El Papa trató de cambiar algo en la Curia Romana, pero sin embargo no tuvo éxito. Va envejeciendo y las cosas retoman el curso de la vieja usanza”.
Al comienzo del pontificado del Papa Benedicto XVI, le escribí una carta en la que le rogaba designar obispos santos. Le conté la historia de un seglar alemán que ante la degradación de la Iglesia en su país después del Concilio Vaticano II, permaneció fiel a Cristo y reunió con un grupo de jóvenes para realizar oración y adoración. Este hombre estaba estado a punto de morir y cuando supo de la elección de nuevo papa dijo: “Si el Papa Benedicto dedica su pontificado solamente al propósito de designar obispos dignos, buenos y fieles, habrá cumplido con su misión”.
Por desgracia, es obvio que el papa Benedicto con frecuencia no ha tenido éxito en esta materia.  Es difícil creer que el Papa Benedicto XVI libremente haya renunciado a su ministerio como sucesor de Pedro. El papa Benedicto XVI era la cabeza de la Iglesia, su entorno, sin embargo, apenas si traducía sus enseñanzas en una forma de vida, silenciaba o bien obstruía sus iniciativas de una reforma auténtica de la Iglesia, de la liturgia y de la manera de administrar la Sagrada Comunión. En vista del gran secretismo que domina en el Vaticano, para muchos obispos era realmente imposible ayudar al papa en su deber como cabeza y jefe de la Iglesia toda.
No es superfluo recordar a mis hermanos en el episcopado la afirmación hecha por una logia masónica italiana en el año 1920: “Nuestro trabajo es para los próximos cien años. Dejemos a los más viejos y vayamos a los jóvenes. Los seminaristas serán sacerdotes de nuestras ideas liberales. No nos halaguemos con con falsas esperanzas. No haremos del papa un francmasón. Pero sin embargo los obispos liberales, que trabajan en el entorno del papa, propondrán al papa en la tarea de gobernar la Iglesia pensamientos e ideas tales que serán ventajosas para nosotros y el papa las pondrá en acción”. Esta intención de los Francmasones ha sido implementada de un modo más y más abierto, no solo gracias a los enemigos declarados de la Iglesia sino con la connivencia de falsos testigos que ocupan algunos altos puestos jerárquicos en la Iglesia. No es si razón que el Bienaventurado Paulo VI dijo: “El espíritu de Satanas penetró a través de una grieta en la Iglesia”.  Pienso que esta grieta en los tiempos que corren se ha agrandado mucho y el demonio utiliza todas las fuezas con el fin de subvertir  a la Iglesia de Cristo. Para evitar esto es necesario volver a la proclamación precisa y clara del Evangelio en todos los niveles del ministerio eclesiástico, porque la Iglesia posee todo el poder y la gracia que Cristo le dio. “Todo el poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id pues y enseñad a todas las naciones, enseñándoles a observar todas las cosas que os he mandado: y Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 18-20), “la verdad hos hará libres” (Jn 8, 32) y “que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no porque lo que no proviene de aquí viene del mal” (Mt 5, 37). La Iglesia no se puede adaptar al espíritu de este mundo, sino que debe transformar al mundo en el espíritu de Cristo
Es obvio que en el Vaticano hay una tendencia a ceder más y más al ruido de los medios masivos. No es infrecuente que en nombre de una incomprensible tranquilidad y calma, los mejores hijos y servidores sean sacrificados para apaciguar a los medios masivos. Los enemigos de la Iglesia, sin embargo no entregan a sus fieles servidores, inclusive cuando sus acciones son evidentemente malas.
Cuando deseamos permanecer fieles a Cristo de palabra y de hecho, El mismo nos dará los medios para transformar los corazones y las almas de los hombres y el mundo será cambiado en el momento apropiado.
En tiempos de crisis de la Iglesia, Dios con frecuencia utliza para su verdadera renovación los sacrificios, las lágrimas y las oraciones de los hijos y servidores de la Iglesia que a los ojos del mundo y de la burocracia eclesiástica son considerados insignificantes o han sido perseguidos y marginados por su fidelidad a Cristo. Pienso que en nuestro difícil tiempo, la ley de Cristo se está realizando y que la Iglesia se va a renovar gracias a una fiel renovación interior de cada uno.
1º de Enero, Solemnidad de la Santisima Virgen María, Madre de Dios

+Jan Paswel Lenga

[Puede reproducirse citando siempre  a Rorate Caeli. Traducción por Panorama Católico InternacionalArtículo original]

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