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Carta del beato Jacinto María Cormier a toda la Orden de Predicadores


"Aconsejados y fortalecidos por el dictamen interno de la fe, así lo esperamos, hemos aceptado los votos de los Padres capitulares, que representan a toda la Orden, como la manifestación de la voluntad del mismo santo fundador Domingo, cuyo servicio filial tuvimos desde la juventud como un deber sagrado y gratísimo. Aceptamos, pues, el mandato que se nos ha confiado, sometiéndonos en el nombre del Señor al deber que se nos confiere, confiados en la esperanza de que este obsequio de nuestra obediencia pueda obtener del Señor una docilidad semejante por parte de nuestros hermanos, a fin de poder conducirlos por los senderos de nuestra vocación con alegría y sin lamentarse (Hb 13, 17).

Para lograr felizmente ese tan hermoso, y a la vez tan arduo, objetivo, ayudará a nuestra debilidad, invocado con intensas plegarias, al Espíritu Santo, especialmente al Espíritu de consejo, de fortaleza y de piedad.

Con el mismo ánimo y con el mismo lema que Pío X se fijó desde el inicio de su pontificado -recapitular en Cristo todas las cosas (Ef 1, 10)-, del mismo modo, nada desearíamos más que recapitular en Domingo todas nuestras cosas. Así, ha de estar vigoroso en nosotros y hemos de propagar aquel mismo espíritu de oración, de penitencia, de humildad, de pobreza, de obediencia, de compasión hacia el prójimo y de ardiente celo por defender la fe, que sobresalía en el santísimo Patriarca.

Guardando intacta esta herencia y poniendo diligentemente estos talentos a fructificar, tendremos justo motivo para abrir nuestro corazón a la acción de gracias y para cantar con el Salmista: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal 132, 1).

Estemos unidos, no consintiendo que se introduzcan intereses de amor propio o de utilidad privada, sino siguiendo los consejos de Dios, que tiene misericordia de nosotros.

Estemos unidos a nuestro Señor Jesucristo, primer autor y perfeccionador de la santidad religiosa, el cual de sus sagradas llagas abre para nosotros abundantes fuentes de espíritu religioso y quiere que estemos sepultados con él con la muerte de la Cruz (Cf. Rm 6, 4; Flp 2, 8).

Estemos unidos a la esposa inmaculada de Cristo, la santa Madre Iglesia, que tantas gracias y privilegios nos ha otorgado, para que, guiados por ella, nos gastemos y nos desgastemos (Cf. 2Co 12, 15) predicando por toda la tierra los misterios de la fe y difundiendo los frutos de la Redención.
Estemos unidos a nuestro beatísimo Padre Domingo, cuyas insignes virtudes y eximios ejemplos jamás hemos de dejar de escrutar, profundizar e imitar hasta en los más mínimos detalles.

Estemos unidos entre nosotros, de manera que la diversidad de naciones y de lenguas, no sólo no menoscabe la unidad, sino que la robustezca y la haga más hermosa en sus variadas expresiones. Sin embargo, la raíz lozana de esta fraternidad de ánimo será el mismo santo Patriarca, del que, aunque sin merecerlo, somos hijos. La misma raíz dará, como frutos, que seamos unánimes en un mismo sentir, conformes en las costumbres, afables en la convivencia conventual, y que en las obras apostólicas pongamos en común fuerzas y talentos.

Sin duda, será para nosotros una dulzura y una delicia no sólo convivir unidos, sino también orar unidos, velar unidos en los tiempos sagrados, sufrir unidos las contrariedades, afrontar unidos la muerte, deleitablemente confortados con las oraciones y la compañía de los hermanos. En esa hora suprema, viendo con mayor claridad la excelencia de nuestra vocación, a la luz de la eternidad, no podremos menos de exclamar: Demos gracias a Dios por su don inexpresable (2Co9, 15)"

(De la carta del beato Jacinto María Cormier a toda la Orden de Predicadores, el día 29 de junio de 1904, después de su elección como maestro de la Orden (Acta Cap. Gen. O.P., 1904, pp. IX-XV).

Oración:

Oh Dios, que otorgaste al beato Jacinto María el espíritu de consejo y de piedad, y un celo ardiente por las ciencias sagradas, por su ejemplo e intercesión, concede a tu familia ser siempre gobernada con sabiduría. Por nuestro Señor Jesucristo.

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