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El poder de la oración.


El poder orar es el más excelso de los dones que el hombre ha recibido; su palabra, cuando invoca al Señor debidamente, lleva en sí al Verbo divino. Porque el hombre fue contemplado en el Plan Creador y hecho a imagen y semejanza de Dios para cumplir un objeto que engloba a todos los demás, que es dar gloria al Señor.

En el final de los tiempos veremos a los secuaces del Anticristo hacer prodigios y señales. Mucha parece la fuerza del Demonio, pero, sin embargo, poca es comparada con la que Dios dio como arma hasta a los más humildes y pequeños de sus fieles. Esta arma es la oración.

Casi la totalidad de los cristianos menospreciamos el poder del rezo. Creemos que el efecto de la oración reside en nuestros méritos, que Dios nos oirá solamente si le pedimos lo posible y lo razonable, únicamente si esperamos de El beneficios espirituales y nos abstenemos de hacer pedidos materiales. Creemos también que si podemos pedirle gracias especiales, no podemos esperar que Dios nos atienda a plazo cierto.

Nada de ello es verdad, todos y cada uno de nosotros tenemos el poder de hacer milagros y de efectuarlos en el momento que deseemos.

En efecto, a Dios agradó la oración del publicano, que supo rezar con humildad, aun siendo un pecador.

Si pidiéramos con fe que un monte se levantara en los aires y se tirara al mar, en contra de todas las leyes de la naturaleza también sería concedido (cf. Mt. 21, 21 y 22).

En cuanto al poder exigir de Dios que una gracia nos llegue en un momento determinado, no olvidemos el "dánosle hoy" del Padre Nuestro. El centurión pidió cuándo y cómo habría de curar su siervo. En premio a su fe, díjole Jesús: "Ve, hágase contigo según has creído". Y en aquella hora quedó curado el siervo (Mt. 8, 13).

Vemos que sólo la fe pide el Señor para que nuestra oración obtenga lo que pide. De su amor a nosotros brota ese don, hacedor de milagros. Y por nuestro amor a El, lo recibimos.

Si a la oración de uno solo dio el Creador ese poder, aún hizo más, porque su generosidad no tiene límite. Entregó a los hombres un arma todavía más eficaz, la oración en común, "que si vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre, que está en los Cielos" (Mt. 18, 19). Óiganlo los matrimonios que padezcan tribulaciones y estrecheces. "Porque donde estén dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18, 20). Óiganlo los pastores descorazonados por la indiferencia de los demás.

El poder orar es el más excelso de los dones que el hombre ha recibido; su palabra, cuando invoca al Señor debidamente, lleva en sí al Verbo divino. Porque el hombre fue contemplado en el Plan Creador y hecho a imagen y semejanza de Dios para cumplir un objeto que engloba a todos los demás, que es dar gloria al Señor.

El Diablo conoce muy bien el poder de las invocaciones. Fórmulas rígidas utiliza en los encantamientos de sus brujos y en los ritos satánicos. En cambio trata de abolir el culto divino, suprimir su liturgia, desposeer a la Iglesia de lo que algunos llaman formalismos y formulismos, y recién cuando no lo consigue, se conforma con enfriarlos y vaciarlos de su contenido.

A Dios le agrada la forma en la oración y en la liturgia, pues en ella consiste el decoro de su casa, pero también le agrada la oración espontánea, que sale de lo íntimo del corazón y nunca es viciada por la frialdad y el hábito. Hay un modo de conciliar las dos, completando así la eficacia de la invocación, que es el usar las fórmulas tradicionales de la Iglesia y al mismo tiempo meditarlas en el modo más espontáneo, sincero y adaptado a las presentes circunstancias y necesidades. Comprobaremos con asombro que cada oración formal encierra todo un tesoro de enseñanzas espirituales y materiales, que se refiere al presente, al pasado y al futuro, y que es en sí un compendio del conocimiento de Dios.

 Federico Bracht (Revista "Roma)

Fuente: Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina/santa-maria-reina.blogspot.mx

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