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Correcciones y amonestaciones de Santa Catalina de Siena al Papa y a la Iglesia


«Mientras hablábamos, la santa virgen se lamentó de que en la Curia Romana, donde debería haber un paraíso de virtudes celestiales, se olía el hedor de los vicios del infierno. El Pontífice, al oírlo, me preguntó cuánto tiempo hacía que había llegado ella a la Curia. Cuando supo que lo había hecho pocos días antes, respondió: “¿Cómo, en tan poco tiempo, has podido conocer las costumbres de la Curia Romana?” Entonces ella, cambiando súbitamente su disposición sumisa por una actitud mayestática, tal como la vi con mis propios ojos, erguida, dijo estas palabras: “Por el honor de Dios Omnipotente me atrevo a decir que he sentido yo más el gran mal olor de los pecados que se cometen en la Curia de Roma sin moverme de Siena, mi ciudad natal, del que sienten quienes los cometieron y los cometen todos los días”. El Papa permaneció callado, y yo, consternado» (“Vida”, Bto Raimudo de Capua, n.152).
«¡Ay de mí! ¡Basta de callar! Gritad con cien millares de lenguas. Veo que, por callar, el mundo está podrido y la Esposa de Cristo ha perdido su color» (Carta 16, a un alto prelado).
«Perdonadme, perdonadme —le escribe a Gregorio XI—. El gran amor que tengo a vuestra salvación y el gran dolor cuando veo lo contrario, eso es lo que me hace hablar... Proceded de manera que no tenga que apelar de vos a Cristo crucificado, que a otro no puedo apelar, pues no hay mayor que vos sobre la tierra, Permaneced en la santa y dulce caridad de Dios. Humildemente pido vuestra bendición, dulce Jesús, Jesús amor» (Carta 255, l, 93).
«Querido Padre, apasionaos por esta verdad, para que seáis una columna fuerte en el cuerpo místico de la santa Iglesia, donde hay que propagar la verdad; porque la verdad está en ella, y porque ella está en ella, ella quiere que sea administrada por personas que le sean apasionadas y esclarecidas, y no por ignorantes que están separados de la verdad» (Carta al Cardenal Pedro de Luna, luego Benedicto XIII)
«Largo tiempo deseé veros hombre viril y sin temor alguno, aprendiendo del dulce y enamorado Verbo que virilmente corre a la oprobiosa muerte de la santísima cruz, para cumplir la voluntad del Padre y nuestra salvación» (Carta al Papa Gregorio XI).
«Cuando se trata de prometer obras y sufrimientos por la gloria de Dios, os mostráis un hombre; no me resultéis luego hembra cuando llega el momento de realizarlo» (Carta a Fray Raimundo de Capua)
«Hay algunos que hacen lo contrario. Razonan falsamente y dicen: “Son tantos sus defectos que no tenemos otra cosa que mal; por eso él no es digno de reverencia ni de que se le ayude. ¡Que fuera lo que debe ser y que atienda a las cosas espirituales y no a las temporales!”. Y así, como ingratos y desconocedores, no le reverencian, ni le obedecen, ni le ayudan... No vemos que nuestra razón es falsa, porque sea como sea, bueno o malo, no debemos retraernos de nuestro deber porque la reverencia no se le hace a él por él mismo, sino a la Sangre de Cristo y a la autoridad y dignidad que Dios le ha dado para nosotros. Esta autoridad y dignidad no disminuyen por ningún defecto que tenga... Además, por su defecto no nos quita la necesidad que tenemos de él; debemos ser agradecidos y reconocidos, haciendo lo que se pueda hacer en beneficio de la Santa Iglesia y por amor de las llaves que Dios le ha dado» (Carta 311, 1, 420).
«Lo que le hacemos a él (al Vicario de Cristo), se lo hacemos al Cristo del Cielo, sea reverencia, sea vituperio lo que hacemos» (Carta 207, 1, 436).


Traditio Spiritualis Sacri Ordinis Prædicatorum

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