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A la Orden de predicadores,

con filial amor

en su Jubileo 1206-2016.

Y al Maestro de la Orden Fray Carlos A. Azpiroz

por su especial amor

a las monjas contemplativas de la Orden.


JUBILEO 1206-2016



FANTASIAS DOMINICANAS

Es un intento de jugar a colorear el

Jubileo 1206- 2016.

Haciendo presente en nuestro aquí y ahora al Bienaventurado Padre Domingo.

Para celebrar con él, y en él, éste condensado Júbilo de 8 siglos caminando tras sus huellas.


CIELO A LA VISTA

Fantasías DOMINICANAS en el

Jubileo 1206-2006


“Las leyendas que de ordinario contiene un fondo sólido de verdad, diría que posee una intuición al tratarse de discernir los hechos más importantes y más merecedores de ser ilustrados”

P. Petitot

–en su libro “Sto. Domingo de Guzmán” –

¡¡C I E L O A L A V I S T A!!

Fue el grito que lanzó Henri Lancaster cuando por medio de Internet, con una pantalla de cuatro metros de ancho por cinco de altura, pudo entrevistarse con algunas monjas de la primitiva comunidad de Prulla.

Transcribimos literalmente el artículo que encontramos sobre su escritorio y que había escrito 40 minutos antes de morir.

"Acabo de vivir la experiencia más extraña de mi vida. Estoy confuso, llevo ya media hora preguntándome si estoy despierto. Para despejar toda duda me he puesto a escribir.

Pasaban ya de las 11 de la noche cuando abrí un canal Chat, con esta invitación:

“Dominico entusiasta, enamorado del ideal dominicano busca conexión con los dominicos (as) de cielo y tierra; para festejar juntos nuestra identidad dominicana.”

Era ya noche cerrada, y mis ojos empezaban a cerrarse ¿Me dormí? No lo sé. Solo sé que en el mismo instante de escribir la invitación, apareció en mi pantalla una angelical figura. Me quedé de piedra. No atinaba a ver lo que veía, pero ahí estaba sonriéndome una monja dominica, envuelta toda ella en una hermosa aureola que dejaba clara su procedencia.

Yo seguía perplejo; ella sonrió y me dijo ¡Felicidades!

yo seguía sin reaccionar. Me floté los ojos, pues los sentía pesados, por un dulce sueño, me golpee la cabeza para sentir que me dolía, y, por tanto, que estaba despierto.

Por fin balbucí unas palabras de disculpa por las molestias que le podía causar el tener que salir al espacio ciberial;

-¡Oh no! Olvídelo. No me causa molestia en absoluto. Pero me pasma mucho ver a un dominico mudo.

- Pierda cuidado –repliqué- que no morirá de pasmo.

Dígame por favor su nombre, su procedencia y como os encontráis aquí

- Soy S. Raimunda Claret. Una de las primeras monjas de Prulla.

- ¿Pero como estáis aquí?

- Muy sencillo hice clic, y aquí me tenéis para compartir en dialogo cuanto queráis saber.

- Por lo pronto me gustaría conocer cómo habéis celebrado ahí en el cielo, el 800 cumpleaños de la vida contemplativa dominicana.

Nos reunimos con bastante tiempo de anticipación para programar unidos las ceremonias, y los festejos del Jubileo.

Y ya en la víspera del día tres - señalado para la apertura del jubileo - teníamos todo lindamente ornamentado.

Al bonachón de San Pedro, le habíamos pedido 800 rosas blancas terrestres; Él no entendía el por qué de nuestro empeño, en que fueran rosas terrestres; ¡Con tantas como las hay en el cielo! ¡Rosas perennes que nacen y crecen por los siglos de los siglos!.

Pero nosotras las queríamos así, terrestres, frágiles y perecederas; para mejor simbolizar el peregrinar de la Orden durante 8 siglos, a través de las dificultades y avatares de la historia.

Con las rosas formamos un gigante centro, en forma de circunferencia, dejando libre una especie de radios por donde las monjas desde cualquier punto donde se encontraban podían llegar al centro.

A la hora señalada, cuando sonaron las campanas de cielos y tierra, todas las monjas con un cirio en las manos, desfilábamos hacia el centro floral; dónde una gigante antorcha nos provocaba a iluminar, a incendiar, ¡a arder! .

En la antorcha se podía leer en letras grandes; DOMINGO LUZ DE CRISTO PARA LA IGLESIA.

Cada hermana que se acercaba a encender su luz, daba gracias a Dios en versos o en canción, por una de las tantas maravillas, que Dios obró en su siglo por medio de la Orden y Domingo.

Fue muy emocionante, o impactante como decían las últimas que arribaron a los cielos, sí muy bonito. ¡Expresivamente bonito!.

Sor Raimunda, me contó otros muchos detalles, y en todo lo que contaba, echaba de ver la presencia de los hermanos (as) y así se lo hice ver, a lo que con toda vivacidad contestó:

- ¿¡Cómo no iban a estar los hermanos!? ¡Sin ellos y sin ellas no hay fiesta que valga!. Estuvieron todos. Era fiesta de familia, y no podía faltar ni un sólo miembro.

Ese día nos sentimos más madres que nunca. Nos sentimos ¡Cuna de la Orden ¡. No podíamos olvidar que nosotras les vimos nacer y crecer. Y cuando ya adultos, la Iglesia los declaraba “ Campeones de la Fe”; creció nuestra alegría y orgullo de estar asociadas a esos Campeones de la Fe.

- Por cierto hermana, es un apelativo muy celebrado en nuestra historia dominicana.

Y no menos por nosotras las monjas de Prulla.

Cuando lo oímos por primera vez, no pudimos evitar el recuerdo de años atrás, cuando el bienaventurado Domingo, se iniciaba como campeón, ganándonos el campeonato de la fe.

En la celebración del Jubileo hemos contemplado a estos “Campeones de la fe”:

- ora en la fortaleza de los mártires, que vinieron luciendo sobre sus hábitos blancos, una flamante estola, rojo llama.

- ora en los Doctores y Maestros de la Orden que se les veía antorchear como et vera mundi lúmin..

- ¡Campeones de la fe! ; es la inmensa muchedumbre de hombres y mujeres que con su vida predicaron y confesaron la fe.

Y ahí estaban las vírgenes. En sus lamparas encendidas, ardían incansables la fe, la esperanza y la caridad. ¡Un verdadero tríptico de luz y color!. que contrastaba con sus túnicas blancas y la delicada corona de jazmines que circundaba sus cabezas y cuyo aroma fue la recreación del ambiente

Os digo padre, que no quedó ni un solo aspecto de nuestra enriquecedora vida dominicana del que no hiciéramos memoria.

Sí, la fiesta fue hermosa, porque la Orden estuvo entera; en su presente, pasado, y futuro.

Después de la acción de gracias; pasamos la noche en una amena velada, donde los cantos y poesías se alternaban con aplausos y risas.

La hora de completas cerró el día. Y allí estuvo la Madre de misericordia, renovando su ternura para con la Orden; prodigando a todos su bendición materna.

- Hermana, si así fueron las vísperas; ¿qué habéis dejado para el día siguiente, en que la Orden daría inicio al Jubileo?

- Sabéis que se suele decir, que por las vísperas se conocen las fiestas; pues entonces al día tres, echadle más hermano, y no esperéis menos.

- Disculpadme; me he distraído.

Decidme, ¿quienes son esos dos religiosos vestidos de negro que con tanta efusión me han saludado?

¿No le conocéis? Uno es nuestro “Papá abuelo”; Don Diego de Acevedo, el que fuera obispo de Osma; y el otro, es el obispo Fulco, nuestro querido padrino.

- ¿Ah sí?, me había hecho otra idea sobre ellos.

- Sobre todo del obispo D. Diego. Me lo imaginaba con un discreto aire de trovador.

- Bueno algo de eso debió de ser, pero ya sabéis que eso de ser obispo, hay que llevarlo con seriedad.

- Cierto que sí. Pero ése hábito que lleva tan ceñido desdice un poco de su dignidad episcopal; y me parece que cualquier día lo reventará.

- La culpa es mía, pues tanto él como mi hermano, llevan tiempo urgiéndome, para que les haga un hábito nuevo.

- ¿Dominicano?

- ¡A ver! Yo no conozco otro.

- ¡Ja! ¡Ja! Pues tenedlo preparado para que puedan estrenarlo en la clausura del Jubileo.

- Eso está por ver.

Bueno padre. Estoy encantada de platicar con vos pero ahí viene la madre; que tendrá tanto gusto como yo en conoceros ¡ Adiós!

- Gracias, por todo hermana, y perdonad las molestias.

De nada padre, ha sido un placer para mí compartir un acontecimiento tan especialmente emocionante, como el que acabamos de vivir.

- A-®Dios, en Él, en breve nos veremos.

Aquí tenéis a nuestra M. Priora, adiós.

- ¡Hola madre¡ ¿Sois vos Guillermina, la benjamina de Domingo?

-. Sí padre, soy la misma, y estoy disponible para serviros.

-Madre, me gustaría que me refirieseis con todo detalle la ceremonia del día tres de diciembre.

Supongo madre, que después de unas vísperas tan intensas, al día siguiente amaneceríais todas en silencioso y santo retiro ¿No es así?

-¿De retiro? ¡Por Dios hermano! ¡Qué ocurrencia!. ¡Ni que celebrásemos a San Bruno!

El amor, la alegría tienden a expresarse y nosotras hemos recurridos a todos los signos y símbolos. ¡No!. No nos conformaríamos con una celebración puramente intimista. Todas sentimos la necesidad de recurrir a los gestos y ritos, ya sean públicos como privados.

Hermana, me desconciertan vuestras palabras.

Vosotras habéis escogido, vivir escondida en Cristo, una vida de silencio y soledad, a la escucha de su Palabra. ¿Cómo se explica esa necesidad que habéis sentido de expresaros, con lenguaje, con gestos y voces?.

Tenéis razón hermano, pero hay momentos en la vida en que el amor necesita decir una palabra.

Y no sé por qué os extrañáis de que nuestro silencio rompiese en voces.

Dios vivía a solas consigo mismo en un eterno silencio, pero llegado el momento solemne de su amor, se hizo Palabra.

-.Veo hermana que lleváis en vuestras palabras el sello inconfundible de vuestro siglo, donde la disputatio estaba a la orden del día.

-.¡Y a mucha honra! pues no desentona en nada de mi hábito dominicano.

Bueno padre, ya es hora de que me retire.

-.Un momento hermana, me he quedado sin saber en que consistió la celebración del inicio del Jubileo del día 3 de diciembre.

Pues quizás vos teníais razón, en eso de que amaneceríamos en silencio.

Sí, enmudecimos, de tanto como había para decir y expresar.

Pero conste padre, que no lo planeamos así.

- Había tenido noticia de que cierto monasterio de Castilla, había planeado celebrar la apertura del Año Jubilar, en el silencio del retiro del mes. Por eso me insistía en que no lo planearon así.-

-.Sí madre, me queda claro, pero quiero saber como fue todo.

-.¡Bellísimo padre! ¡Bellísimo!

Colocamos dos tronos grandes donde se sentaron Ntro. Padre Domingo y la Reina de Misericordia.

Detrás en semicírculo en tres niveles colocamos a todos los maestros de la Orden. Y no había más decoración que un gigantesco rosario hechas las cuentas en negro en forma de flor de lid. Cada cuenta llevaba impreso en blanco, el nombre de un monasterio dominicano. Por eso habían, tantas cuentas como monasterios. Los que existieron, los que existen y existirán.

Luego la ceremonia fue muy emotiva.

Habíamos acordado que, llegado el momento de las ofrendas, (un ramillete espiritual que cada monja portaría consigo), renovaríamos el amor que profesamos a Ntro. Padre Domingo y a su Orden.

Se dejó libertad, para que cada una lo expresara según el lenguaje de su amor. Sin ceñirnos a la formula de la constitución ni al ceremonial litúrgico.

Llegó el momento de las ofrendas: Miles de ramilletes espirituales llenaron el espacio celeste.

Para mí ha sido el momento más significativo de mi vida. Pues en ese ramillete espiritual ofrendábamos a María y a Domingo, los frutos de su siembra en nosotros. Todo lo que durante 8 siglos se había cosechado en el sagrado huerto de su orden

Me tocó a mí la primera, hacer la ofrenda.

Subí las gradas; me postré; y Domingo extendió sus manos para levántame, y he aquí que al elevar mi ofrenda, enmudecieron las palabras escritas o pensadas y un silencio elocuentísimo lo invadió todo.

De rodillas, coloqué mi mano derecha en las manos de María que permanecían extendidas hacia mí en señal de acogida. Cuando me disponía a depositar mi otra mano en la de Domingo (según lo acordado) éste se adelantó, y con sus dos manos, abrazó las mías, junto a la de la Virgen Madre; formando un trenzado irrompible.

En ese instante no hubo palabra; las lágrimas, las manos, los ojos, lo decían todo por sí mismo.

Ahí, entre las manos del Bienaventurado Domingo y la de la Virgen, Madre de Misericordia; deposité todas las alianzas y pactos sagrados, que a través de Domingo, Dios quiso realizar en nuestras vidas.

Tuve la impresión de que en ese instante, todas nuestras alianzas rotas, quedaron restauradas.

Esto fue todo.

Detrás de mí fueron pasando una tras otra; y ninguna hubiéramos salido de esas manos benditas, de no ser por la certeza que tuvimos, de que para siempre, por nuestra profesión dominicana, quedamos presas en ese cerco sagrado de María-Domingo.

Fin



Sor María Victoria de la Iglesia OP

Monasterio Sto. Domingo el Real

C/ Claudio Coello 112

28006 Madrid España

dominicasreal@hotmail.com

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