Representa a Santo Domingo itinerante, en movimiento, pero sin prisas. Los pies descalzos. Empuña en su mano izquierda un bastón, y en la derecha muestra un libro, protegido por sólidas cubiertas y adornado con una cruz esmaltada. La autora, una monja dominica, centró particularmente su esfuerzo en el rostro, dibujado fielmente según las pautas que transmitió la Beata Cecilia en el siglo XIII. No falta sobre su frente el símbolo de la estrella que se manifestó en el momento del bautismo en Caleruega, ni la barba que se dejó crecer en un momento bien conocido de su vida en que se preparaba para una misión a tierras todavía no evangelizadas. Su mirada es serena, penetrante, circunspecta, llena de fuerza. Refleja sabiduría. Una escueta inscripción tan solo a la altura de los hombros: «S.tus Dominicus † Vade Prædica».
Esta moderna representación puede enmarcar el mensaje que el profeta Isaías (52, 7-10) dirige hoy a la Iglesia en la solemnidad de Santo Domingo.
Fr. Vito T. Gómez García
Convento de Sta. Sabina (Roma)