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TRATADO SOBRE LOS GRADOS DE HUMILDAD Y SOBERBIA



De San Bernardo de Claraval

 COMIENZO DE LOS CAPÍTULOS

LOS DOCE GRADOS DE HUMILDAD


XII. Mostrar siempre humildad en el corazón y en el cuerpo, con los ojos clavados en tierra.XI. Expresarse con parquedad y juiciosamente sin levantar la voz.
X. No ser de risa fácil.

IX. Esperar a ser preguntado para hablar.

VII. No salirse de la norma común del monasterio.

VII. Reconocerse como el más despreciable de todos.

VI. Juzgarse indigno e inútil para todo.

V. Confesar sus pecados.

IV. Abrazar por obediencia y pacientemente las cosas ásperas y duras.

III. Someterse a los superiores con toda obediencia.

II. No amar la propia voluntad.

I. Abstenerse por temor de Dios en todo momento de cualquier pecado.


LOS GRADOS DE SOBERBIA EN ORDEN DESCENDENTE

I. La curiosidad, que lanza los ojos y demás sentidos a cosas que no le interesan.

II. La ligereza de espíritu, que se manifiesta en la indiscreción de las palabras, ahora tristes, ahora alegres.

III. La alegría tonta, que estalla en risa ligera.

IV. La jactancia que se hace patente en el mucho hablar.

V. La singularidad, que en todo lo suyo busca su propia gloria.

VI. La arrogancia, por la que uno se cree más santo que los demás.

VII. La presunción que se entremete en todo.

VIII. La excusa de los pecados.

IX. La confesión fingida, que se descubre cuando a uno le mandan cosas ásperas y duras.

X. La rebelión contra el maestro y los hermanos.

XI. La libertad de pecar.

XII. La costumbre de pecar.

PRÓLOGO

Me pediste, hermano Godofredo, que te pusiese por escrito y con relativa extensión lo que prediqué a los hermanos sobre los grados de humildad. He intentado satisfacer tu ruego como se merece, aunque con temor de no poder realizarlo. Te confieso que nunca se apartó de mi mente el consejo del Evangelio. No me atrevía a comenzar sin detenerme a pensar si contaba con medios para llevarlo a cabo.

Y cuando la caridad ya había arrojado lejos este temor de no poder rematar la obra, me invadió otro signo contrario. En caso de terminar, me acecharía el peligro de la vanagloria, peligro mucho más grave que el mismo desprecio de no acabarlo. Por eso, entre el temor y la caridad, como perplejo ante dos caminos, estuve dudando largo tiempo sobre cuál de ellos debía tomar. Me temía que, si hablaba útilmente de la humildad, podría dar la sensación de no ser humilde;  que si callaba por humildad, podría ser tachado de inútil.

  No me fiaba de ninguno de estos dos caminos, pero me veía obligado a tomar uno. Me pareció mejor compartir contigo el fruto de mis palabras que permanecer seguro, yo solo, en el puerto de mi silencio. Confío que, si por casualidad digo algo que te agrade, tu oración conseguirá que no me envanezca de ello. Y si por el contrario -lo que me parece más normal-, no llego a redactar algo digno de tu talento, entonces ya no tendré motivo alguno para ensoberbecerme.

Continuara...

Fuente:Textos Monasticos

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